En el relato del Nuevo Testamento, de historicidad no verdadera, el emperador romano Herodes mandaba a matar a todos los niños menores de 2 años de la ciudad de Belén ya que se había dado cuenta de que allí nacería el así proclamado “rey de los judíos”, que se encontraba en relación colonial respecto de Roma. Pero María y Jesús habían escapado a Egipto, hasta avisados por José, el padre putativo del niño, pudieron regresar a Belén.
Como se dijo, el episodio forma parte de las narrativas ficcionales del cristianismo -Flavio Josefo, el más reputado historiador judío de la época y que consignaba cada acto de Herodes ya que tenía un encono personal con el emperador, no lo menciona en su detallado relato de la época-. Sin embargo, es una narración escalofriante. Tropas imperiales recorriendo casa por casa para hallar a los bebés, niños y entonces darles muerte mediante espada, piedra, asfixia, ruptura de cráneos o de huesos.
La idea de que algo así suceda y en tal escala, simplemente provoca espanto. Quizás por eso aquella Matanza de los inocentes que pintó el flamenco Rubens, un cuadro lleno de violencia por la sistematicidad en el asesinato de niños, haya trastocado en un día en el que se realizan bromas, el día de los inocentes -tan imposible de aprehender resulta la narración de la matanza-. Sin embargo, con otros métodos, todo esto sigue ocurriendo. ¿Quién sabe? Quizás en la casa vecina del lector.
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Esta semana resultó abrumadora debido a la difusión mediática de dos casos. Ya sea de redes de pedofilia, que habría integrado el primer ganador del actual fenómeno televisivo Gran Hermano; ya sea el posible abuso sexual durante años por parte de un conocido conductor, Jey Mammon. La condición de celebridades televisivas de dos de los acusados de estos delitos aberrantes produjo conmoción. La sigue produciendo a medida que se conocen las desgrabaciones de las escuchas en las que los niños, de entre 11 y 14, son referidos por los participantes adultos del crímen como mera mercadería a usar y descartar.
El emperador romano Tiberio, según da cuenta el ensayista Pascal Quignard en su libro El sexo y el espanto, fue conocido por su apetito sexual desmesurado: en su retiro de Capri, Tiberio acondicionó una habitación. “Allí reunía a grupos de muchachas y jóvenes libertinos para cópulas monstruosas que él llamaba spintrias”, dice Quignard, y agrega: “Llamaba ‘pececitos’ (pisciculos) a niños de la más tierna edad que había acostumbrado a permanecer y jugar entre sus piernas mientras nadaba para excitarlo con sus lenguas y mordiscos (lingua morsuque)”. Y sólo lean la frase del historiador Suetonio que sigue si creen que la narración de los hechos vale su lectura, a pesar de lo monstruoso. Porque dice así: “Daba de mamar a manera de seno sus partes naturales a niños aún no destetados a fin de que lo descargasen de su leche. Era lo que prefería”.
Es difícil continuar la lectura del erudito Quignard, uno de los ensayistas más agudos de estos tiempos. Tal vez estemos tratando de encontrar los antecedentes de estos abusos, de violación de niños y las niñas y por qué se elige este camino de la perversidad ruin en el presente, no en el año 14 de nuestra era. Claro, todo esto necesita una aclaración. El abuso sexual de niños en su mayoría es intrafamiliar y se produce en el silencio de las habitaciones y las noches, sin llegar en su gran mayoría, a las pantallas televisivas.
Pero son tan impresionantes. que hasta los poetas dan cuenta de estos hechos del pasado. La argentina Alejandra Pizarnik, poeta icónica de los años sesenta (“que logró volver loco al lenguaje”, como remarcaron varios críticos) que se suicidó en 1972, escribió La Condesa Sangrienta, una prosa poética que da cuenta de las perversiones de Erzsébet Bathory, condesa húngara que contaba con un comando de servidoras fieles que secuestraban a campesinas jóvenes que le eran entregadas desnudas para que con agujas la condesa hiciera fluir su sangre, en medio de un éxtasis demencial, que concluía con baños para conservar su belleza.
Fascinada por la historia que había contado la francesa Valerie Penrose en La Condesa sangrienta (Interzona), Pizarnik contaba el instrumento de tortura preferido usado con chicas de 13, 14 o 15 años: “He aquí la gracia de la jaula: se clava por sí misma los filosos aceros mientras su sangre mana sobre la mujer pálida que la recibe impasible. Ha habido dos metamorfosis: su vestido blanco ahora es rojo y donde hubo una muchacha hay un cadáver”. Fueron más de seiscientos asesinatos y los reclamos de los familiares tuvieron que ser oídos incómodos por las autoridades, que debieron juzgar a Bathory y condenaron a reclusión perpetua en su castillo. Allí murió, sin poder contar con sus fieles servidoras en la causa sangrienta. Ellas sí fueron ejecutadas.
Podría agregarse que el rasgo de la maldad infinita en Bathory demuestra que no sólo el hombre, en tanto género, abusa de menores sino que también la mujer puede incurrir en estos crímenes. Basta recordar el reciente crimen de Lucio, de 4 años, torturado y abusado sexualmente hasta su muerte en La Pampa, a manos de su madre y su pareja, Magdalena Espósito Valenti, de 25 años, y de Abigail Páez, de 28.
La antigüedad también regresa en el ejercicio de ciertos crímenes.
En Estados Unidos existe y funciona abiertamente la North American Man/Boy Association (NAMBLA) que aboga abiertamente por la despenalización de las relaciones pedófilas entre hombres adultos y niños. Si en apariencia la página recoge testimonios de esas “relaciones” (llamadas “abusos sexuales” por la ley), funciona como medio de contacto de violadores de niños para intercambiar información (asisten penalmente a presos por los delitos de violaciones de niños). También es cierto que las fuerzas de seguridad estadounidense tiene departamentos a cargo de la seguridad de niños violentados y secuestrados con fines sexuales.
Pero también la culta Europa y, más aún, ese centro intelectual situado en París tuvo su episodio en 1977, cuando decenas de pensadores, escritores, poetas y psicólogos, entre otros, enviaron al Parlamento una petición para que se despenalicen las relaciones entre adultos y niños y niñas menores de 15 años. Unos ochenta intelectuales franceses, incluyendo a Louis Aragon, Michel Foucault, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Louis Althusser, Roland Barthes, Simone de Beauvoir, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Michel Leiris, Alain Robbe-Grillet, Philippe Sollers, Jacques Rancière, François Châtelet, Jean-François Lyotard, Francis Ponge, entre otros, firmaron la solicitada.
Si es que existe una discusión al respecto, su salida es arbitraria.
En la Argentina, el sexo con personas menores de 16 no puede ser consensuado ni consentido sino que constituye un abuso sexual, un delito penado por la ley, cometido por un adulto. Es taxativo. Si un adulto mantiene una relación sentimental y sexual con un menor de 16 años, se trata de un acto criminal. Luego existen las leyes que marcan prescripciones de delitos, que son otras arbitrariedades de la ley (pero la ley es dinámica y se transforma, la Argentina de los últimos años así lo demuestran).
Hemos sido testigos del caso Corsi, del reincidente Rocca Clement, del caso en las inferiores de Independiente. Cobran estado público por el carácter público de sus protagonistas. No hay que olvidar que la gran mayoría de abusos ocurre en el mismo hogar de la víctima. Y esto es tanto o más terrorífico.
Una cuestión final. Las víctimas menores, en gran parte, viven en medio de la vulnerabilidad social. La última Encuesta Nacional de Hogares del Indec, el llamado “censo 2022″ indica, como señala la Unicef, que dos de cada tres niñas o niños viven en la pobreza (logro del anterior gobierno y del actual). Sesenta y seis por ciento de niños vulnerables. Todo un río revuelto para la ganancia de aquellos pescadores, que buscan satisfacer los instintos más perversos.
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