Tiene algo de cinematográfico. Un televisor a transistores se enciende. De su pantalla abovedada escapa una imagen en blanco & negro con un sonido sucio, mientras la cámara hace zoom out y revela una escena familiar en torno al aparato. Ahora los colores reinan la escena, y todo nos parece confortable, cálido, real. El recurso es una conexión con el pasado, un hábito que puede haber cambiado con las nuevas tecnologías, pero que pone a los objetos en el centro de las relaciones humanas y su valoración a través del apego y la memoria.
Hay algo de cinematográfico en este corpus que atraviesa a varias épocas en Del cielo a casa, la muestra con la que el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) ingresa por primera vez en el mundo del diseño, no sin dejar de lado su conexión con el arte. Un algo que es quizá un recorte de la película de nuestras vidas.
La exhibición no busca marcar una historiografía del diseño nacional, no hay una guía temporal ni manifestaciones pedagógicas, sino agrupaciones temáticas a partir de las cuales se presentan momentos, espacios y no-lugares, de la cultura nacional: Argentum, Centro, Campo, Rutas, Antártida, Avanzada, Recreo, Siam/Di Tella, Cuerpo, Hogar, Veraneo, Cicatrices y Economía.
En ese sentido, la puesta —que reúne más de 600 objetos, de los cuales 100 son obras artísticas— plantea un viaje temporal en piezas que tienen un fuerte arraigo en lo cotidiano y que, no exentas de provocar lecturas históricas, operan con mayor potencia en el campo de la memoria sensorial. Somos eso que hemos vivido y aquello que nos han contado.
Del cielo a casa, nombre que surge de un libro de relatos de Hebe Uhart, invita a revivir (o imaginar) un mundo en el que lo oído, los recuerdos de la infancia y aquello que se nos presenta como retazos de vidas ajenas, que pudo reflejarse en la experiencia propia o visto en un documental, se materializa brillante, como recién salido de fábrica y propone una especie de ensoñación de un país posible, que es más pasado que presente. Es, entonces, una experiencia que apela a la nostalgia como motor con lo creativo como combustible.
La puesta “pone al usuario, en este caso al habitante, a nosotros los argentinos, en el centro. Es el protagonista y no el diseñador, ni el artista, el que produce o el que vende, sino aquel que habita y es por eso que la muestra no es simplemente lo que el objeto es, sino lo que significa”, dijo Paula Zuccotti, quien formó parte del equipo curatorial multidisciplinario junto a Leandro Chiappa, Sebastián Adamo, Gustavo Eandi, Marcelo Faiden, Carolina Muzi, Verónica Rossi, Juan Ruades y Martín Wolfson..
Antes del ingreso a la sala, Daniel Joglar propone un colgante site specific a partir de 600 pelotas Pulpo, toda una marca de cuatro generaciones de niños que aún se produce en su fábrica de San Martín, que forman una suerte de red neuronal, en la que cada esfera se conecta de alguna manera con otra, quizá no a través del camino más directo, pero que marca una preciosa metáfora sobre la manera en que los objetos de Del cielo a casa pueden conectarse a partir de las experiencias de distintas generaciones. Y, si se la observa a la hora correcta, las sombras que se proyectan sobre el suelo, genera una superposición de esferas que simulan los rastros de un pasado incorpóreo que continúa vigente. Aquello que se proyecta, que se recuerda, también es.
Te puede interesar: Agustina Woodgate: “Me gusta el arte como una provocación, agitar pensamientos y estructuras”
Y es que la expo suma capas si puede ser compartida de manera multigeneracional, porque será así cómo el encuentro con lo material se convierta en evocación y la anécdota del otro pase a ser propia, poniendo a la oralidad como el ejercicio esencial para generar significados. Una sombra sobre otra sombra.
El disfrute, en este caso, no solo se produce desde el costado teórico o académicista —ya que es abierta a ser observarda con ojos de antropología profesional desde el diseño, la arquitectura, la publicidad, etcétera— también lo hace desde la sopresa, como a una cápsula del tiempo que se desentierra al fin y se le corre con la mano aquello que fue tapado por la rutina y los avances. Y, ante el reencuentro, se produce un renacer futibundo desde algún recoveco de nuestras propias sombras, como sucede con los aromas de la comida casera a la vuelta del colegio o el petricor ingresando por la ventana en las tardes de verano tras la tormenta.
Ahora, qué se puede encontrar en los núcleos. Eso, de alguna manera, es bastante subjetivo porque la extensión detallista de la muestra no despierta la región del cerebro de la búsqueda, de lo que queremos ver, más bien se produce el camino inverso y son los objetos los que nos llaman y se presentan como aquello que estamos buscando, aún cuando no lo sabíamos.
Más allá de eso, en el ingreso, una vidriera de la extinta Harrod’s replica a tamaño natural una realizada por el artista Juan Batlle Planas en el ‘56 que se observa en una fotografía, y frente a esta deslumbra un microcoche Dinarg D-200, del que sólo se fabricaron 300 unidades en los inicios de los ‘60 y que constituye una joya para coleccionistas, que -a su vez- sostiene sobre su techo a una botella de lavandina, como gesto dialéctico social de una propuesta de venta.
Preciosas publicidades de Fate 0 a color junto a un antiguo surtidor de combustible de YPF, de esos con bocha de vidrio, y una moto Tehuelche, la única que tuvo una continuidad seriada en sus siete años de producción y que no imitaba ningún modelo extranjero, entre carteles de ACA y de Ferrocarriles Argentinos, extienden el camino, la Ruta.
Te puede interesar: Más de 30 obras de Picasso se exhibirán en el Bellas Artes a 50 años de su muerte
En una parte se aprecian discos del rock nacional de Sui Generis, Pescado Rabioso o Pappo diseñados por Juan Gatti, en otra -más relacionado a los ‘90- tapas de CDs de cumbia villera y también de Wos.
En la sección de la Antártida, por ejemplo, además de vestuario y otros neceseres para la vida bajo cero hay una foto del extinto perro polar argentino que, para su diseño, necesitó de la cruza de cuatro razas. Y así por cada pieza, se podría desempolvar un anecdotario ad infinitum.
¿Qué sentimos cuando nos encontramos frente a cajas PAN, el Plan Alimentario Nacional de los ´80, preludio de los saqueros que dieron inicio a los ´90 , mientras en el otro extremo de la muestra, junto a una serie de cacerolas Essen aparece una de aluminio, golpeada, remitiendo al estallido de 2001 y sobre ellas la cabeza de un helicóptero, diseño del ingeniero autodidacta Augusto Cicaré de 1959, en un claro guiño a la huída del ex presidente De La Rúa?
Doña Petrona, dueña del libro más vendido de la historia, matriarca de la economía del hogar, surge en un diseño de Pablo Ramírez rodeada de dos tortas de cumpleañitos bien kitsch-rococó de Alfredo Arias, mientras que la relación con El dólar se luce en una pieza de Gino Bogani, que en una vidriera gira y gira inalcanzable, imparable, mientras a su lado unas moneditas de 100 Besos de Felfort se agolpan tendiendo un puente sobre lo que consideramos un tesoro según el momento de la vida.
Te puede interesar: Roberto Plate, entre la censura y su obra más actual
Y hay artistas, claro, muchísimos, León Ferrari, Molina Campos, Nicola Costantino, Florencia Bohtlingk, tantos que mejor es descubrir la manera en que dialogan con los objetos, porque la exhibición tiene ese otro gran plus: no pone al artista en el centro, sino que lo iguala con el público, ya que las obras no son otra cosa que una mirada materializada de un pensamiento, de un sentimiento, de una angustia, de un amor, de la misma inocencia. Así, la vivencia personal del visitante se convierte en obra, se vuelve cultura oral, se hace eterna. La sombra se proyecta, nos envuelve, y es arte.
Además, de la pieza de Joglar, también se incluyen otras dos instalaciones de artistas contemporáneos argentinos pensadas para la exposición.
Por un lado, Sofía Durrieu presenta una escultura performativa de su serie Arco que apunta a lo sensorial, a través del contacto a partir de un sistema que se relaciona con el innovador instrumental quirúrgico creado por el doctor Pedro D. Curutchet en los ´40, y que según lo que se le coloque en el extremo que entra en contacto con el visitante dispara diferentes manifestaciones corporales.
Además, Valentín Demarco, quien además se desempeña como orfebre en Olavarría, realizó una serie de mates culeros, que forman parte de un dispositivo más amplio, piezas que en realidad hacen referencia a la videoinstalación Cebame, accesible solo desde una mirilla y que dota a este ritual social de una connotación sexual.
En una pantalla aparece Tato Bores en su traje chapinesco característico, en su época en B&N aún, aunque si el video correspondiera a la serie del Misterio de la Argentina de los ‘90, ese segmento en el que en plan arquéologo el gran cómico descubría los vestigios de una civilzazión perdida, no hubiera sido desacertado.
Pero volvamos al principio. A la pelota pulpo. La esfera, esa forma perfecta y que hace más bien poco vistió a la historia de la cultura popular de este país, a través del fútbol, de felicidad plena. La esfera como metáfora de los perfecto y lo ilusiorio, de lo cíclico, de lo redundante. Una pelota y otra y sus sombras. Y una placa roja del canal de noticias Crónica marcando cuántos días falta para el próximo mundial sobre la puerta de salida de la muestra, y le pregunta que se abre: ¿en cuánto tiempo esos días maravillosos se convertirán en otro recurso más de la memoria?
Finalmente, además de Tercer ojo, muestra que se mantiene desde el año pasado, en el museo se puede visitar Vía Pública, de Marcela Sinclair, en la sala detrás de la tienda de souvineres y librería, compuesta por cinco piezas pensadas para la exposición.
Durante la presentación, la curadora Nancy Rojas comentó que la puesta “pone el foco en el binarismo que atravesamos los humanos, entre lo público y lo privado, pensando el afuera y el adentro como complementarios” y que “las obras proponen otros imaginarios para desafiar el antagonismo entre los doméstico, el urbano, y muchos otros, como la realidad y la ficción”.
Del cielo a casa es una muestra para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero que en tiempos de tanta cuestión inmersiva como recurso de lo novedoso demuestra que la poética de la belleza resiste en la memoria de la experiencia, aún cuando se trate de objetos industriales. Y es, sobre todo, un flechazo nostálgico al corazón.
*Del cielo a casa, Del cielo a casa. Conexiones e intermitencias en la cultura material argentina, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 12 de junio de 2023. Entradas: de jueves a lunes, General: $1100; estudiantes, docentes y jubilados acreditados: $550; menores de 5 años y personas con discapacidad: sin cargo. Miércoles, General: $550; estudiantes, docentes y jubilados con acreditación, sin cargo. Personas con discapacidad: sin cargo.
Seguir leyendo