“No te lo puedo explicar porque no sé lo que es”. Del otro lado del teléfono, Jorge Waldhuter se rasca la cabeza. Después se ríe. Está, como varias distribuidoras de libros, atrapado en los tentáculos de la burocracia. Quienes quieran traer libros del exterior deben salir ilesos del tramiterío: formulario 453/685, facturas o proformas de los proveedores, caratula del SIRA (Sistema de importaciones de la República Argentina) e Inscripción al Registro Único de la Matriz Productiva (RUMP). Pero además, y esto es lo que desde hace semanas inquieta a la industria, es el control de tintas. ¿De qué se trata?
Para importar más de 500 ejemplares por título hay que hacer un trámite especial: un laboratorio debe analizar muestras para determinar que no haya plomo en la tinta. Para importar menos de 500 ejemplares por título eso no es necesario; basta con la “Declaración Jurada de Excepción al Régimen de Seguridad de Tintas y Papel”, que en la jerga se llama control de tintas. Lo que hoy está fallando es ese trámite. Entonces los embarques que llegan al puerto quedan retenidos en la Aduana porque aún no se ha aprobado esa declaración. Miles y miles de libros, ya en suelo argentino, quedan ahí, esperando.
“A partir de un determinado día te cobran el estacionamiento de esa mercancía. Otro costo más que tenemos que afrontar nosotros”, dice el gerente de la Distribuidora Waldhuter quien ahora, en este momento, tiene 7000 libros en tono de espera. Son entre 200 y 300 títulos, ninguno supera los cien ejemplares. Provienen de España, de ocho sellos diferentes: mucha narrativa y algo de ensayo. El trámite se inició en enero, el barco llegó el 9 de marzo. Desde entonces, esperan que le aprueben el control de tintas para que la cadena del libro siga girando y concluya en las manos de los lectores.
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“El tema es que, al no superar los 500 ejemplares por título, no se requiere que analicen el libro físico. No se entiende por qué demoran tanto”, se pregunta. Esta normativa fue emitida por la Dirección Nacional de Reglamentos Técnicos, que depende de la Secretaria de Comercio. “Son libros que traemos para la Feria del Libro”, cuenta Waldhuter sobre el megaevento que empieza 27 de abril y recuerda que este contexto, que parece novedoso, no lo es tanto: “El año pasado había problemas con el SIRA. Este año también: al segundo embarque que pedimos no le aprobaron el SIRA. Y ahora se suma el control de tintas”.
Felipe Martínez, gerente de Riverside, tiene todo anotado y detallado. El 11 de enero presentaron la Declaración Jurada. Hasta ahora no tuvieran respuesta. “Si el trámite no se encuentra aprobado, a pesar de tener la SIRA aprobada, la empresa no puede retirar el contenedor de aduana. Esto implica afrontar gastos de pérdida de ‘forzoso’ (700 dólares aproximadamente más impuestos), de almacenaje por contendor en terminal (cien por día aproximadamente más impuestos), de devolución de contenedor (180 dólares por día) y una multa que, pasados los 16 días hábiles, equivale al 1% de la base imponible”, explica Martínez.
Para Tomás Lambré de Del Nuevo Extremo, el trámite es “ridículo”: “Imaginate que ni España ni Estados Unidos van a imprimir con tintas tóxicas. Es algo que no se hace desde años”. Del Nuevo Extremo hizo dos pedidos a principios de enero. Son cómics. “Nos respondieron hace una semana y media. Te dicen que tenés tal problema, pero lo tenés que deducir. Quizás hay un error en una letra, lo corregís y no pasa. Ahora hay una persona que está mirando ítem por ítem. Un error puede ser la palabra año, porque en Estados Unidos no hay ñ entonces dice ano en vez de año. Estamos a ese nivel de detalle”.
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No todas las importadoras tienen embarques retenidos, pero saben que les puede pasar. Por ejemplo, los libros que pidió Del Naranjo están en viaje. Aún no llegaron a la Argentina, pero tampoco tienen la aprobación. “El trámite está demorado pero pocos días. Nuestra situación no es grave. Nos preocupa como sector”, dice Alejo Ávila y agrega que “además del perjuicio económico está la cuestión de que tenés los libros en el país y no los podés vender”. “Estamos hablando de pequeñas cantidades, mucha variedad de título, bibliodiversidad. Por lo general, cada uno de nosotros importa libros que otros no traen”.
“Antes, tardaba entre siete y diez días. Desde hace tres meses tarda de treinta a sesenta días”. La que habla es Silvina Fernández de Distribuidora Grupal. “La última importación que hicimos demoró 29 días. Empezamos a mandar correos e inmediatamente se activó. Ahora tenemos una carga que me está llegando el 25 de abril. Si me demora sesenta días no voy a tenerla para la Feria del Libro. Todo este proceso tiene una lentitud enorme. Además, a veces un buque te cambia de puerto y te tarda más. Lo que pedimos a finales de diciembre lo estamos recibiendo en abril, si es que se alinean los planetas”, explica.
En el fuero interno el problema está en la escasez de papel. Ahora, en las fronteras, se suma esto que no parece ser tan nuevo. En ambos casos, el Estado no ofrece respuestas y la industria del libro se resquebraja. “El problema es que todos estos gastos, lamentablemente, los tenemos que trasladar al precio del libro”, dice Fernández y concluye con una pregunta: “¿Por qué Coldplay tiene un dólar preferencial, por qué hay beneficios para un montón de sectores y a nosotros no, que somos cultura, que apostamos a la bibliodiversidad, que tenemos ahora un evento multitudinario?”
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