Me cuesta mucho escribirlo: murió Rafael Filippelli. Me enteré esta mañana apenas prendí el celular. Como suele pasar cuando muere una persona muy querida estuve un rato largo sin entender nada. Era más el desconcierto que la tristeza. Sabía que este día iba a llegar, hace mucho que lo sabía. Pero los humanos tenemos esa capacidad (o incapacidad) para negar la muerte o su inminencia. Nos aferramos a una especie de superstición extraña mediante la cual vivimos creyendo que tanto nosotros como las personas que queremos somos inmortales. Tal vez sea la única manera de vivir. Es como cuando vemos una película o leemos una novela y sabemos que todo es una ficción inventada aunque sin embargo fingimos creerle. Suspendemos la incredulidad y creemos que todo es para siempre.
Un rato más tarde salí a la calle y, como en “Sus ojos se cerraron”, el tango de Gardel y Le Pera, el mundo siguió andando. Le Pera resolvió en solo dos versos la persistencia banal de la vida frente a la muerte de un ser querido: Sus ojos se cerraron / y el mundo sigue andando. Borges, también en forma magistral, hizo exactamente lo mismo en el comienzo de El Aleph, aunque en un párrafo largo, trabajoso y perfecto. Me parece que está muy bien que hable de tango y de Borges si se trata de homenajear a Rafa.
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Con él hablábamos mucho de cine, obviamente, pero lo que más me gustaba a mí era hablar de tango. Ahora que ya no está se me vienen encima los recuerdos y se instalan ahí para quedarse. Como dice el tango “Murmullos”, que también cantaba Gardel: Murmullos que traen al alma / la tropa de los recuerdos / pa’ llegar vienen al trote / pa’ “dirse” siempre son lerdos.
Cuando cumplió 80 años decidimos festejarlo junto a los demás compañeros de Revista de Cine y yo ofrecí mi casa. Llegó temprano, como hacía siempre, y mientras preparaba el fuego y tomábamos unos inevitables whiskys nos pusimos a escuchar tangos esperando que llegue el resto. Rafa fue el que me había hecho prestar atención a Raúl Berón muchos años antes. Me acuerdo de un momento preciso de esa noche, cuando escuchamos Ivette por Troilo y Berón. Yo perdí a mi padre cuando solo tenía cuatro años. Quise a mi abuelo materno de una forma desmesurada, obviamente porque me faltaba un padre. Pero murió también demasiado pronto. Otra persona pretendió ocupar el lugar de padre durante un tiempo, pero lo hizo tan mal que es algo de lo que todavía no me curo. Esa noche en mi casa, escuchando tangos con Rafa, tuve algo así como un padre.
Uno de los días más importantes de mi vida fue el del estreno de mi película Las Vegas como apertura del Bafici en 2018. Había preparado un discurso durante todo el día (me sentía como Gabriel, el protagonista de Desde ahora y para siempre, una de mis películas preferidas, a la que supongo que también llegué gracias a Rafa) y pensaba terminar con un agradecimiento personal hacia él (y a otra persona que también estaba en la sala, pero que ahora no viene al caso). Pensaba decir que para mí era muy importante que estuviera ahí, porque estaba estrenando una película sobre un padre y un hijo, y a él yo lo sentía como un padre. Era algo que nunca me había animado a decirle. Tampoco me animé esa noche frente a la sala llena del Gaumont. Y tampoco lo hice después. Lo estoy haciendo recién ahora y me duele que ya sea tarde.
Rafa fue la primera persona que me habló como si yo fuera un director de cine. Yo tenía apenas 20 años y a él le había gustado mucho mi primer corto. Era mi profesor, ya una especie de leyenda en la FUC, pero me hablaba como a un par. Me acuerdo de que un día dijo ante otros, en mi presencia: “las películas de Juan”. Yo solo había hecho dos cortos y él hablaba de “mis películas”. Era alguien que creía en mí. Hay momentos en la vida que eso es lo único que uno necesita de los demás.
Volvió a creer en mí muchos años después cuando me invitó a hacerme cargo junto a Rodrigo Moreno de la materia de Dirección en la Licenciatura de la FUC. Tampoco le debo haber dicho nunca que esa invitación fue lo que yo necesitaba para vovler a pensarme como director de cine, en una época de mi vida en la que yo no creía en mí y pensaba que nunca más iba a poder hacer una película. No podría haber filmado Victoria si no hubiese empezado a dar clases en la FUC.
Y creyó en mí cuando me invitó a que sea parte de lo que después fue Revista de Cine. Fue en una reunión en un bar de San Telmo, en la que estaban también, si no me acuerdo mal, Mariano Llinás, Rodrigo Moreno, David Oubiña y Sergio Wolf. Nos contó la idea de sacar una revista de cine y lo seguimos. Fueron casi diez años que nos permitieron sacar nueve numeros de la revista (el diez está listo y saldrá este año), pero también nos permitió estar más cerca de él todo este tiempo. Fue siempre el que más trabajaba y arengaba para que la revista siga existiendo. Hace muy pocos días, como lo hacía cuando veía que nuestras energías de dispersaban en otros proyectos, nos escribió para insistir con algunas cuestiones pendientes para que el Número 10 pueda estar listo pronto. Estaba orgulloso de la revista, incluso mucho más que de sus propias películas. Nunca lo dijo, pero quiero creer que también estaba orgulloso de saber que los que habíamos sido sus discípulos, de distintas generaciones, estábamos dispuestos a seguirlo hasta el final con una empresa que parecía inútil y pasada de moda, pero que él consieraba fundamental y necesaria.
No sé cómo terminar de escribir esto. Pensaba hablar de sus películas, porque creo que su lugar tan bien ganado como maestro de varias generaciones de directores opacó su trabajo como cineasta. Hay una injusticia grande ahí, porque es uno de los cineastas fundamentales de la historia del cine argentino. Pero hoy no puedo, no tengo la energía para hablar de su cine. Me resulta imposible hablar de narración, planos, elipsis o encuadres frente a la enormidad de la muerte. Solo me gustaría decir que Rafael Fillippeli tal vez haya sido el último cineasta verdaderamente moderno, tal vez no solo de la Argentina sino del mundo entero.
* Director, guionista, crítico y docente de cine. Integra el consejo editorial de Revista de Cine. Texto publicado originalmente en asalallena.com.ar.
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