“No sé lo que va a ser… No sé lo que es este viaje… No tengo ni la más puta idea de a dónde voy a ir, y a la vez sí tengo idea”, dice frente a la cámara Arturo Prins el 21 de julio de 2022, sentado al pie de un árbol en un parque madrileño, la noche antes de salir a la ruta. “Shamballa es una ciudad mítica, la tierra de los sabios, la tierra de la gente de corazón puro. Se supone que es un chakra magnético terrestre donde se encuentra una ciudad que se supone que es la fuente de la juventud. Una utopía, un sitio mágico que no se puede alcanzar fácilmente, que se encuentra entre los confines del Himalaya y el desierto de Gobi”, amplía Prins en el video que subió a su canal de YouTube.
“Me encamino desde Madrid hacia Mongolia en autostop. Lo pienso como una especie de camino lento hacia este sitio, con la ayuda y el corazón de los conductores que me acerquen. También puedo ser llevado por animales, o un barco o un autobús…”, imaginaba en la víspera.
—¿Cuál es el germen de esta aventura?
—Fue hace 20 años, leyendo budismo esotérico y los libros de teosofía de Alice Bailey y Madame Blavatsky, grandes conocedoras del budismo tibetano y ambas transmisoras europeas del conocimiento oriental. Según ellos, el planeta tiene centros de energía y Shamballa es uno de ellos, el principal, donde se encuentran los Maestros Ascendidos en la evolución humana. En sánscrito Shambhalla significa “lugar de paz, silencio, felicidad”. Un lugar donde habitan los seres humanos de corazón puro. Es allí donde me dirigí a dedo, para entender si ese lugar existe. Lo que descubrí es que ese lugar es invisible, y está hecho de gestos de bondad. Shamballa es el camino. Junto a dos amigos, empezamos a soñar con esta locura y pensamos en la posibilidad de ir a dedo o “autostop” hacia este lugar magnético cargado de energía, ubicado en Asia Central, entre el desierto del Gobi y la cadena de los Himalayas. Hacer el viaje de forma radical, sin dinero, solamente llevados por la generosidad de los conductores e incluso, comer y dormir pidiendo ayuda a los demás, y filmarlo todo.
—¿En qué momento sentiste que era una decisión tomada realizar este viaje?
—Había cumplido 50 años, quería darme este regalo, sentía que era el momento oportuno de hacer el viaje de mi vida, la ruta de la seda y más allá. Una peregrinación hacia mí mismo a través de los demás. Era el momento de saltar al vacío, era ahora o nunca, y te aseguro que no fue fácil tomar aquella decisión. El viaje me conmovió. Me movilizó muchísimo. Encontré mucho más que lo que fui a buscar. Atravesar el dintel de mi casa fue uno de los momentos más duros de mi viaje, porque significaba que no había marcha atrás.
—¿Cómo fue tu investigación previa y tu preparación para el viaje?
—En realidad no preparé nada. Sólo decidí salir de mi casa, ni siquiera lo pensé demasiado, porque de haberlo hecho no hubiera salido jamás. Tampoco sabía qué visas iba a necesitar durante el camino. No investigué nada hasta que llegué a Bulgaria. A partir de allí, tuve la suerte de descubrir que el pasaporte argentino me permitía abrir las fronteras a Rusia y Mongolia. En el primer país con una visa de turista por 90 días y en el segundo, de 30 días, sin necesidad de ningún trámite burocrático. Fue un salto al vacío sin paracaídas, una locura suicida. De hecho, durante el camino, me contacté con la Embajada de Rusia en Argentina y me informaron que estaba prohibido ingresar a Rusia a pie, lo cual fue un dato erróneo. Por suerte, o por milagro de Shamballa, entré dos veces a Rusia a través de puestos fronterizos, caminando. Una vez por el Cáucaso en Georgia, y otra por Kazajistán a Siberia. Ninguna situación me impidió avanzar. Puedo decir que Shamballa me procuró un paracaídas maravilloso e impredecible, el llegar al desierto del Gobi sin ningún robo, estafa, pérdida de objetos personales, o inconveniente grave con nada ni nadie a lo largo de todo el trayecto.
—¿Por qué decidiste hacer este viaje en autostop?
—Porque el viaje debía ser realizado a través del corazón de los que me llevaran. El concepto era que no se podía pagar por viajar ni un céntimo. La idea era arrojarse hacia los demás en una situación de fragilidad, vulnerabilidad, exponerse, aprender a pedir ayuda y sin fastidiarme si no la recibía. Como dijo un amigo: “Tu viaje será un termómetro para el mundo. Si llegas a Shamballa, la humanidad tiene esperanza”. Y efectivamente, fue descubrir que el hombre es esencialmente bueno. De eso tratará el documental, de la bondad del hombre. Mi camino a Shamballa, al corazón planetario, fue un camino de flores humanas.
—¿Te arrepentiste en algún momento del viaje de haber salido en autostop?
—Sí, en Girona, allí decidí abortar el viaje. Me encontraba absolutamente fuera de mi zona de confort. Había comprado el ticket de tren de vuelta a Madrid, 170 euros, pero antes de volver, decidí intentarlo una última vez. Volví a la gasolinera en la que había estado el día anterior toda una tarde, intentando sin éxito cruzar a Francia. Me dije: “Si no consigo a nadie que me lleve antes de las 5 de la tarde, cojo el tren para Madrid”. Era la una de la tarde, y a la media hora de hacer autostop, conseguí que una francesa llamada Beatriz me llevará hasta Nimes, junto a su padre y su hija. Cruzaba a Francia, salía del útero materno español, el viaje comenzaba en serio.
—¿Tuviste miedo en algún momento?
—Miedo nunca, todo el viaje fui confiado y abierto a fluir como fueran dadas las barajas. Sin dudas, eso fue lo maravilloso, nunca saber dónde ibas a acabar el día, quién sería el próximo en levantarme por la carretera, dónde iba a poder comer o dormir esa noche. Sí tuve una gran tensión y algunos nervios cuando me quedé estancado en la frontera entre Rusia y Mongolia, en Tashanta. Allí no se podía cruzar a Mongolia si no era con un coche. Yo ingresé caminando luego de que un automóvil me dejara en la frontera. Hacía un frío que pelaba, menos 14 grados. En esa estación fronteriza, dos agentes de la Federación Rusa me interrogaron durante una hora, haciéndome preguntas profundamente incómodas relativas a mí y a mi familia, nombres y apellidos completos de mis padres y hermanos, estado civil y profesiones de cada uno. Cuánto pagaba en el recibo de luz, gas y agua en mi país. Si estaba a favor o no de la secesión catalana… entre otras cosas. Preguntas que parecían dirigidas a encontrar alguna fisura en mi narración y comprobar si yo era o no un agente encubierto. Sí, una locura, pero en tiempos de guerra estas cosas suceden y ellos parecen muy preocupados por la opinión pública internacional respecto de la guerra con Ucrania. De hecho, en mi canal de YouTube, donde diariamente subía el material que iba generando para mi documental, había filmado cómo muchas familias de rusos se exiliaban para evitar ser alistados en la guerra de Putin contra Ucrania. En aquel video, hice severas críticas hacia el delirio de este presidente y su invasión a un país soberano. De haber visto mi material fílmico, seguramente me hubiesen detenido. Luego, dieron por finalizado el interrogatorio y consiguieron un coche para hacerme cruzar la frontera con conductores kazajos que se dirigían a Mongolia. Ahora, a la distancia, recuerdo este momento con simpatía pero a la vez con cierta preocupación, donde te das cuenta que en un viaje en autostop se debe ir siempre con los siete sentidos despiertos.
—¿En qué sitios dormías y comías durante el viaje?
—Como un gitano, en todos sitios. En el suelo de salas de juegos de restaurantes, en hoteles de cinco a cero estrellas, en una casa árbol en Milán, en alquileres de Airbnb. En Europa sobre todo en las gasolineras, que se convirtieron en mis templos de salvación. Allí dormía en el suelo al lado de camiones, o en los baños de duchas de camioneros, como en Marsella. En las estaciones de servicio, comía, me duchaba, incluso escribía el diario de viaje con el ordenador portátil, conectándome a internet. Sinceramente jamás las olvidaré porque fueron lugares donde yo me recomponía. Ya luego en Bulgaria, Eslovenia, Rumania o Turquía, dormía en el campo, en pastos, al aire libre, a la intemperie de noches estrelladas bellísimas y cálidas, las cuales jamás olvidaré. Creo que dormir al aire libre fue duro y maravilloso. A partir de Kazajistán, Rusia o Mongolia, paraba en casas de alquiler o en hoteles de medio pelo. Y finalmente en el desierto del Gobi, en una yurta durante siete días, sin ducha ni baños.
—¿Cómo fue el trato con los conductores que te llevaron?
—Espléndido, gente buena, humilde, que cuanto menos tiene, más da. Me dieron cobijo y de comer en sus casas, policías o transportistas invitándome a restaurantes de carretera a comer, o a tomar un café. En ocasiones hasta me invitaban a sus hogares a dormir junto a su familia. Cerca de Milán, un par de tipos me regalaron una bolsa llena de latas de atún, galletas, agua y mermeladas, todo de un surrealismo felliniano. En Niza estuve cinco días parando en casa de una amiga, María, junto a su madre. A ella y a un amigo argentino llamado Willy, les debo el haberme apoyado durante todo el periplo; cuando mis fuerzas decaían, ellos supieron apuntalarme a la distancia. Más de un camionero me ofreció dormir en su propia cabina, pero nunca acepté porque me parecía demasiada intimidad, y yo, que me levanto demasiadas veces por la noche para ir al baño, no quería incomodar. Por ello dormía solo en la naturaleza. No me canso de repetirlo: si tuviese que definir de qué materia está hecha Shamballa, creo que de todos estos gestos. De altruismo y servicio espontáneo, que espera poco o nada a cambio.
—¿Seguís en contacto con alguno de ellos?
—Sí, con algunos de ellos sí, especialmente con un camionero ucraniano llamado Aleksander, que me ayudó a recorrer dos mil kilómetros desde Rumanía hasta Georgia. Constantemente me manda mensajes cuando está haciendo sus trayectos largos, porque tienen muchos tiempos muertos y largas horas de espera en las fronteras. Luego con Dauren, un camionero de Kazajistán, y también con algún que otro ruso que preguntan por mí de vez en cuando y continúan viendo mis historias de Instagram. Casualmente ayer, me escribió aquella francesa que me levantó y rescató en Girona, junto a su familia. Mi fantasía sería que el día del estreno de este documental road-movie, la productora pudiera invitar a todos ellos al estreno.
—¿El propósito de hacer un documental sobre el viaje es previo o es una decisión que tomaste al regresar a Madrid?
—Era previo. Porque ante todo soy director de cine, pintor y productor. Y ahora me he descubierto como escritor, al haber narrado todo en un diario de bitácora que estoy intentando publicar como un libro-diario de viaje.
—Además de hacer un registro fílmico del viaje, ¿hiciste dibujos o pinturas sobre lo que veías?
—Ciertamente, tuve muchos tiempos muertos en la carretera en los que, además de escribir el diario de bitácora y leer, pinté acuarelas de los paisajes, que en muchas ocasiones regalaba a los conductores, especialmente a aquellos que compartían conmigo mucho de sus vidas. Finalmente, cuando llegué al desierto del Gobi, luego de 81 días de viaje, paré en un hotel donde pinté las últimas acuarelas y visiones personales de Shamballa.
—¿Esta es la primera vez que producís un filme basado en una experiencia personal?
—Todos mis films están basados en algo que toca mi vida, ya sean documentales o ficción. Sólo hablo de aquello que me afecta y conozco. Boomerang 11M (2008), documental que habla del atentado terrorista de Al Qaeda en Madrid; Autopsia de un Amor (2014), que fue la experiencia de la pérdida de una relación filmada a lo largo de once años y candidata a los premios Goya de 2016. También un documental sobre la tremenda vida en la ciudad más famosa del mundo, Damn New York (2016); la primera película de ficción sobre las relaciones abiertas, Estado Impuro (2020), y Under the Banyan tree (2021), sobre la colonización española y americana en Filipinas, contada por un mujer de 103 años. Todos hablan de experiencias íntimas, reflexiones filosóficas sobre el ser humano, provocaciones sobre su conducta y cuestionamientos. Preguntas, o críticas que rompen el orden establecido, aspirando a la belleza y solución de los males que le aquejan, que para mí, es la finalidad última del arte. Provocar, hacer pensar y embellecer.
—¿Cuál va a ser la estructura narrativa del documental?
—Probablemente lineal, debido al hecho de ir cruzando doce naciones progresivamente. Haber transitado 12.628 kilómetros a través de 120 conductores en autostop de comienzo a fin. Otra opción que me seduce bastante, es narrarlo todo a través de flashbacks, comenzando desde el final hacia atrás, con reflexiones previas al viaje, retornando hacia delante, saltando de país en país. Es complicado aún definir el montaje, la cocina fundamental de cualquier película. Pero se me ocurre apostar también por un enredo visual de países, personas, cuentos y sucesos vividos. Por eso necesito un tiempo para reposar todo este material grabado, que puede sumar más de 40 horas.
—¿Qué podremos encontrar allí?
—Principalmente caminos. Haciendo dedo por infinitos parajes, siendo recogido o dejado de lado. Entrevistas previas a mi partida, momentos íntimos de mis temores y dudas, carreteras perdidas por todos los sitios donde hice autostop. Entrevistas a mis conductores, a sus acompañantes. Filmaciones de sus hogares, ellos hablando dentro de sus vehículos, autobuses, camiones, el retrato de sus culturas y religiones. Imágenes de gasolineras de todo el mundo, dónde dormía y qué comía. Autopistas sin fin, cadenas montañosas, valles turcos, estepas rusas y mongolas y el árido desierto del Gobi. Un verdadero road movie, con simbolismos variados, donde la ruta se convierte en un mantra, un nítido foco de líneas paralelas donde desatar reflexiones. En definitiva, una gran meditación sobre el misterio de Shamballa. Caminos de polvo, senderos comarcales y paisajes insólitos que van desde España hacia Francia, Italia, Eslovenia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Turquía, Georgia, Rusia, Kazajistán, y Mongolia. Un film que habla sobre la belleza del ser humano, de los momentos solitarios y duros que he vivido a lo largo del viaje, pero también de su milagrosa ayuda, de su compañía imprescindible para realizarlo. Acompañarán también al espectador las obras que pinté a lo largo del camino, además de una voz en off: las reflexiones personales sobre Shamballa, basadas en lo escrito en mi diario de bitácora y experiencias insólitas acontecidas en el camino. No faltarán los pensamientos de Madame Blavatsky y los maestros de la Jerarquía; o lo que otro pintor ruso llamado Nicolás de Roerich descubrió, al emprender un siglo atrás, otro viaje hacia el mismo lugar.
—¿Hay testimonios además del tuyo? ¿De quiénes?
—Los de todos los que me llevaron, y el de mis amigos, previos a mi partida. Es un film coral y todos los protagonistas son quienes me han llevado hacia el corazón de Shamballa, de Asia; el retrato silencioso de los exóticos paisajes de la Tierra. Las reflexiones que hice del camino exterior-interior, que conducen hacia uno mismo.
—¿En qué fase de realización se encuentra hoy la película?
—Ahora mismo estoy en edición y postproducción, el film está cogiendo cuerpo, como un gran reserva.
—¿Dónde va a exhibirse?
—En España, que es donde vivo y espero que en las doce naciones que transité.
—¿Podrá verse en Argentina?
—Sí, esa es mi idea luego de estrenarla en Madrid. Además, quiero enseñarla aquí porque Argentina es un país con mucha tradición de conocimiento ocultista y espiritual.
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