¿Qué es, cómo se gesta, cómo se forma, cómo vive, para qué sirve un librero? Distribuidos en un mapa gigante, apostando su vida en habitaciones forradas de libros, dealers de historias y conocimientos, los libreros pertenecen a una raza exótica: venden libros de papel en un mundo digitalizado. Cuando el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires lanzó —dentro de un programa general titulado “Plan bonaerense de fortalecimiento del libro y la lectura”— una Escuela de Libreros, pensaron que se anotarían unas cincuenta personas, tal vez sesenta, y que ese número estaba más que bien. Cinco encuentros, cada jueves de marzo, todos virtuales, para que puedan participar libreros de San Nicolás a Bahía San Blas, de Villegas a San Clemente. Se equivocaron: no sólo también se anotó gente de la ciudad de Buenos Aires, de otras provincias y de países como México, Colombia y Perú, sino que se inscribieron casi 700 alumnos.
“Hace tiempo que veníamos haciendo un relevamiento del sector editorial”, dice Facundo Abalo, Jefe de Gabinete de la Subsecretaría de Industrias Creativas e Innovación Cultural. “Hablando con editoriales, librerías, ferias, lo que nos decían mucho era ‘necesitamos capacitarnos, no sabemos cómo hacer tal cosa, no tenemos el insumo suficiente para tener un software específico de control de stock, no tenemos diálogo con las 190 editoriales’. Nosotros estamos acá desde industria creativa, entonces había que mirar la industria y tratar de generar políticas para fortalecerla. Una de esas políticas era la capacitación o la formación y ahí se nos ocurrió armar una escuela, que es un formato más informal, no tan institucionalizado, que no emite un título aunque sí certificados, pero lo que trata es de dar una herramienta bien práctica, bien pragmática para la formación de un oficio como es el de librero”, reflexiona del otro lado del teléfono.
“La verdad que estamos como muy sorprendidos y entusiasmados porque hubo una gran recepción”. La que habla es Inés Kreplak, a cargo de la escuela de libreros, y asegura que la inciaitiva encontró “un hueco donde no se estaba actuando, no había ninguna política pública dirigida a la formación de libreros. Si bien hay políticas de descuentos y promociones, como la del Banco Provincia, pero no una capacitación”. Aún sorprendida por los números, cuenta que si bien “la virtualidad es un poco menos cálida tal vez”, tuvo un lado muy positivo que posibilitó estos cinco encuentros: “La virutalidad puede conectar gente de toda la provincia y da una posibilidad de democratización y de acceso que si no estuviera sería muy complicada lograr. El horario es cuando muchas veces las librerías están abiertas, entonces eso permite que puedan escuchar la capacitación desde la librería misma. Y se genera un clima de mucho intercambio”.
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Brevísima radiografía del sector del libro
Con una inversión de 210 millones de pesos, el programa completo, cuenta Abalo, incluye capacitación —a estos cursos a libreros, se les van a sumar dos más en los próximos meses: a editoriales y a gestores de ferias de libros—, pero también “compra directa de libros a editoriales para repartir en la bibliotecas populares, que hay más de 500 bibliotecas populares en todo el territorio de la provincia, y en las casas de abrigo. Hay un programa específico que tiene el gobierno de la Provincia de Buenos Aires que es la entrega de viviendas: nosotros sumamos, junto con las viviendas, un cuadro y una biblioteca que está pensada como la primera biblioteca de cada casa e incluye algunos títulos más bien clásicos que tiendan a la promoción de la lectura. Además, un programa de subsidios a ferias del libro, porque hay más de 60 ferias en toda la provincia”. Pero, ¿en qué contexto llega esta iniciativa?, ¿qué momento atraviesa el sector del libro?
“Durante los cuatro años del gobierno anterior se desmantelaron muchas de las políticas vinculadas al libro, como las compras del Ministerio de Educación y la internacionalización de los libros que hacía que las editoriales lleguen a ferias como Frankfurt o Guadalajara. Después de todo eso que sucedió durante el macrismo, vinieron dos años de pandemia que significaron la baja de las ventas y el cierre de las librerías. Y la tercera cuestión que hoy atraviesa la industria es el papel, que en el último tiempo tuvo un aumento del 350%”, dice Abalo, y Kreplak agrega: “Es un momento muy, muy complicado, sobre todo por el precio del papel y por la inflación. O sea, es un momento complicado de la economía, que por supuesto repercute también en la industria editorial, sobre todo con el problema histórico del papel y el de la distribución”. “Nuestra función desde el Estado provincial es generar un plan de fortalecimiento”, completa Abalo.
La librería como centro de la vida cultural
Con la pandemia, la librería enfrentó un fuerte sacudón. La cuarentena estricta hizo que el cierre de los locales al público corte el vínculo presencial. Muchos lectores se volcaron a la compra de libros por plataformas como Mercado Libre, pero también apareció en ese momento un caballito de batalla: las librerías comenzaron a hacer delivery. Luego, con el regreso a la presencialidad, las librerías de barrio se vieron revalorizadas. Hoy, ya con la pandemia en el espejo retrovisor, ¿qué lugar ocupan las librerías? “Fundamentalmente son espacios culturales”, dice Abalo. “Además de la venta de libros, suceden un montón de cosas: presentaciones, talleres y el contacto de muchos lectores con la lectura en una primera instancia. Son referentes en Bahía Blanca, Mar del Plata o La Plata pero también en Laprida, Tapalqué, Los Toldos: ciudades mucho más reducidas donde ocupan un lugar central en la vida cultural de esa localidad”.
Para Kreplak, “los libreros y las libreras son de gran importancia en la cadena del libro, incluso para la promoción de la lectura y para la difusión de autores y autoras que están por fuera del canon. Muchas veces son la puerta de entrada de lectores a un universo mucho más rico de lo que se le puede presentar a una persona en la escuela o lo que puede ver más comercialmente. Hay que reivindicar ese rol. Y también pensar la librería más allá del rol cultural: como un espacio generador de trabajo, como un comercio especializado y que, en muchos casos, hay muchas personas que tal vez no tienen trabajo y que están buscando y que pueden formarse para ser libreros y libreras, porque es una salida laboral súper interesante. No hay escuelas de formación para libreros. Muchas veces se aprende trabajando, entonces está bueno poder dar oportunidades para personas que todavía nunca trabajaron en librerías”.
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“A diferencia de cualquier otro tipo de comercio —dice Abalo—, la librería comercia con bienes simbólicos. Sin desmerecer las otras industrias, no es lo mismo vender libros que vender zapatos. Se requiere de un tipo de saber específico y de una vinculación también con el campo cultural que muchos empleados de las librerías no tenían y costaba encontrar esos perfiles. Por eso, nuestra idea era formar libreros para ponerlos a disposición también de esa gran cantidad de librerías que hay en todo el territorio bonaerense. Hay gente que quería trabajar de librera, pero había también libreros que estaban en función y quería seguir capacitándose”, y cuenta que la currícula diseñada para la escuela de libreros tiene por objetivo “abordar cuestiones muy específicas como la gestión, el control del stock, el marketing, la comunicación, la formación de recursos humanos”.
Guardianes de la bibliodiversidad
Uno de los cinco encuentros virtuales —“Uniendo las puntas de un mismo hilo: libreros/as y lectores en la infancia y juventud”, a cargo de Gloria Candioti y María Amelia Maceda de ALIJA—, aborda la literatura infantil y juvenil, quizás lo que más suele venderse en la mayoría de las librerías. Para muchos, un mundo desconocido. Sin embargo, formarse como librero tiene que ver con romper con la barrera del gusto personal y abrirse a las posibilidades infinitas del lector. “Creo que es muy importante tener un conocimiento amplio sobre los catálogos porque nutre a los libreros. Además, así, uno como librero puede dar una dirección, porque no hay literatura buena y literatura mala, están los gustos de cada uno, y es importante saber decirle a un lector: ‘si te gustó este libro, podés seguir por acá o por allá. Escuchar lo que quiere la persona que va a buscar un libro y poder satisfacer su demanda”, dice Kreplak.
Ella también autora —publicó Confluencia, Mirar al sol, La ilusión de la larga noche y Otras pieles— y desde ese lugar explica que “se nota muchísimo cuando un librero leyó un libro mío y lo recomienda porque el caudal de ventas es recontra notorio. Lo que yo quiero decir con esto es que las librerías son muy importantes para garantizar la bibliodiversidad, mucho más importante de lo que creemos. Las librerías pueden lograr una pluralidad de voces que genera obviamente que la sociedad sea más democrática, porque el librero que tenga la escucha puede recomendar de acuerdo a los gustos de cada persona así como también visibilizar circuitos alternativos. En ese sentido, Avalo piensa el sector del libro como una cadena: “Las librerías articulan con las editoriales que articulan con las ferias que articulan con los lectores: es un círculo virtuoso”.
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