Luisa Futoransky no necesita mayores presentaciones. Su voz se encuentra entre las más grandes y persistentes de la poesía de nuestra lengua, ha sido galardonada con diversos premios y ha sido traducida a varios idiomas, con lo cual no faltamos a la verdad si hablamos de una artista de envergadura universal.
Hace cinco años, en 2018, surgió el proyecto de recopilar su producción poética publicada, desde el inicial, Trago Fuerte, de 1963, hasta sus trabajos más recientes. El primer volumen de esa idea, Luisa Futoransky: los años argentinos (1963-1972), fue publicado en 2019 por editorial Leviatán. Recoge los cuatro poemarios anteriores a su partida definitiva de Argentina a mediados de los 70, y corresponde a su “nacimiento” y “formación” como poeta y escritora, a su juventud, a sus primeros viajes.
Ahora llega el turno de Los años peregrinos (1976-1997), la segunda entrega, nuevamente publicada por Leviatán a finales de 2022, y que va desde mediados de aquella década trágica para Argentina hasta casi finales del siglo XX. Se trata de cinco poemarios premiados en España, en una odisea geográfica, artística y vivencial de más de dos décadas.
Entre la preparación de un volumen y otro hizo irrupción un virus y una guerra que trastocaron el mundo y nos han sumido en una gran incertidumbre sobre lo que vendrá. A pesar de esto, una constante se ha impuesto: el trabajo metódico y el intercambio permanente, incluso en el momento más duro de la pandemia, cuando confinados continuamos avanzando en la edición, corrección y revisión de este libro por teléfono o correo electrónico, impidiendo que la desesperanza ganase la partida.
A diferencia de Los años argentinos, esta segunda entrega planteó cuestiones más complejas.
Por un lado, la recuperación del poemario El nombre de los vientos (1976), cuya versión en papel no llegó a ver la luz en España y del cual la autora conserva unas fotocopias mecanografiadas, poco legibles en algunos tramos y con versos faltantes. Si a priori parecía complicado reconstruir el libro, decidimos sumergirnos en un paciente trabajo “arqueológico”, por definirlo de algún modo, que rindió sus frutos. Ese libro “perdido”, que incluye poemas jamás publicados en otras obras, ya no lo es.
En el plano estético, de la escritura propiamente dicha, si Babel, babel (1968) marca, como bien lo dijo la poeta y editora Claudia Schvartz, el surgimiento de la “voz” de Futoransky, que le dará un nombre y un lugar en el mundo de la literatura, muchos de sus clásicos vieron la luz por primera vez en los poemarios de este segundo volumen. La lista es larga, pero solo para dar una idea al lector, encontramos en las páginas de Los años peregrinos poemas como “Egeo”, “Cantinela de la bruja rusa”, “La enana”, “Ella, la pescadora”, “Slow”. El registro que consideramos hoy su marca registrada ya se ha asentado y el dominio técnico es total, lo que permite todo tipo de aventuras literarias, siempre con un sentimiento latente de partida cercana:
tu sitio, ya lo sabes,
partió cuando llegaste.
Los versos finales de “Probable olvido de Ítaca”, otro clásico, nos hablan de lo que pasó y lo que pasará. De Tokio a Provenza, de Tiananmen a Lisboa, el mundo de Futoransky se dilata y se despliega como un gran mapa lleno de vitalidad que la autora utiliza para cuestionarse y cuestionarnos. Porque si Futoransky usa el yo, y en sus versos se vislumbra lo autobiográfico, siempre es en busca de lo común a todos, de la esencia del ser humano. Su cabalgata de Occidente a Oriente, en una época previa a la globalización en la que eran muy pocos los argentinos que partían a vivir a Japón o China, la confrontará a un exilio, una soledad y una extrañeza muy diferentes a los que sintieron aquellos que emigraron en aquellos años negros a Europa o a algún país de América Latina, como lo muestra “Calendario japonés”:
mi vida es simple, con pocos sobresaltos
las rosas darán paso a los nísperos
los almendros a los crisantemos:
me voy dulcificando cuando olvido
El regreso a Europa, a principios de la década de los 80, abre otro capítulo en su obra literaria, en el cual incursionará con éxito en la novela (Son cuentos chinos, De Pe a Pa). Esto no significa que cese la producción poética. Surgen, y continúan surgiendo hasta el día de hoy, versos parisinos también llamados a convertirse en clásicos, como los de “Insomnio en la rue de Charenton”:
los ruidos amigos que me tienden habitantes desconocidos
el repartidor de diarios a las 3,35
el repartidor de lácteos a las 4,15
el repartidor de pan a las 5,40
la vecina que orina
el amante que parte
los cirujas que revisan los tachos de basura
oh Paris la nuit
Futoransky lo dice en una de sus notas, y en este libro queda claro: el poema siempre está en construcción y la búsqueda de la palabra adecuada nunca termina.
“El secreto del trabajo de escritor reside —creo—, más allá del genio, la felicidad o la locura, en el cambiar hasta el suspiro final del texto, las dos o tres palabras que por no ser exactas, sobran, distraen o importunan”. Una “Receta de cocina” de cocción lenta y constante que forma parte de su credo poético.
Selección de poemas
Violento deseo desde México
Hay una ciudad lejana
que tiene dispuesta su historia para mis indecisiones
nombres fabulosos para mi imaginación
y grises muy intensos para las noches dolorosas.
Allí también existe algún temblor violento
que mi vida todavía no conoce;
por ello te reservo, ciudad
los pocos restos salvados del naufragio de mi inocencia
y de emplear todo el fervor, tal vez podría ofrecerte
jirones esplendorosos y tizones humeantes de mi juventud.
Debes tener aldeas costeras
habitadas por pescadores sabios y silenciosos
diestros en la magia y el conocimiento del olvido
que me donarán las palabras para protegerme
y en antiguos mercados, donde el color y los olores
suscitarán una tormenta de misterio,
las mujeres que venden amuletos y especias
sabrán la medicina exacta para mis dolencias.
Cuando por fin tus ruinas, ciudad
me entreguen la llave secreta para que intente descifrarlas;
entablaremos una larga conversación entre iguales
y gananciosa de habitarte, extenderé mi alegría
por los salvajes laberintos de tus claroscuros
hasta dar con la cifra que faltaba a mi estatura.
Como ves, ciudad no es amor lo que te pido
porque desde siempre, mi ley ha sido que esa cuenta
debe cada uno saldarla por sí mismo.
(De El nombre de los vientos [1976])
Vitraux de exilio
Toda la eficacia de los nombres
que trabajosamente la imaginería construyó para fascinarte
se derrumba silenciosa:
un rico cementerio de cenizas
eso es hoy tu geografía.
Aprendiste a costa de tu juventud
y de gran parte de tu inocencia
que estar solo en un despojado suburbio de las pampas
o en la fastuosa Samarkanda
tiene la misma dimensión de olvido o de tragedia;
que el viento nunca tuvo piedad para esparcir
las piedras y los muertos, que sólo los turistas de solemnidad
se fotografían ante los vidrios de colores
porque decir país es musitar apenas cuatro letras
y tras ellas la densidad de secretas combinaciones
lápidas de extraños que llevan nuestro nombre
y pálidas fotos que conservan el eco de tu paso
hacia el amor o la desesperanza.
Es también la memoria de trabajos fatigosos
o quizá alguna vieja melodía
que retiene los primeros riesgos de tu juventud.
Un país es tu nombre
y la ácida violencia con que acude una palabra
a tu indefensa boca de viajero.
Es un mapa con un río cuya desembocadura y nacimiento
se unen, curiosamente, en el punto exacto de la tierra
que desea abonar tu osario.
Son amaneceres, insomnios, saludos, cólera,
un brazo, un hombro, diminutivos, insultos,
despedidas, jardines, encuentros, temblores,
promesas, otoños, rieles, desafíos,
sustantivos absolutos que no admiten
otra explicación a su peso de fantasmas:
éstos y no otros.
(De Partir, digo [1982])
Probable olvido de Ítaca
Las pequeñas historias, los lugares, rostros y olores
se asesinan los unos a los otros.
Un país se te encima al de ayer,
un rasguño puede escamotearte la gran cicatriz.
La palabra entonces, suele convertirse
en un vicio vergonzante de soledad.
¡Y qué te resta, luego de tanta frágil arrogancia!
Descubriste el vacío en todo vértigo
y sin inmutarte cargas el sino que te corresponde:
tu sitio, ya lo sabes,
partió cuando llegaste.
(De La sanguina[1987])
Receta de cocina
Antonin Artaud escribía al editor de una revista:
“La literatura propiamente dicha me interesa poco, pero si de casualidad juzga apropiado publicar el poema, le ruego que me envíe las pruebas pues me importa mucho cambiar dos o tres palabras”.
El secreto del trabajo de escritor reside —creo—, más allá del genio, la felicidad o la locura, en el cambiar hasta el suspiro final del texto, las dos o tres palabras que por no ser exactas, sobran, distraen o importunan.
(De Cortezas y fulgores [1997])
Estofado
Escribir con la paciencia de un entomólogo, la displicencia de un dandy y la febrilidad del buscador de oro.
El poema, la más frágil transparencia nupcial.
(De Cortezas y fulgores [1997])
Cantinela de la bruja rusa
Coman de mi mano
palabritas
pero no dejen de ser
salvajes
radiantes
y precisas.
Coman de mi mano
Palabritas.
(De Cortezas y fulgores [1997])
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Luisa Futoransky (Buenos Aires, 1939) ha publicado una veintena de poemarios y cinco novelas desde 1963. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y alemán y premiada en diferentes países. Actualmente reside en Francia. Estudió literatura anglosajona y contemporánea con Jorge Luis Borges en la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires, aunque por imposición familiar se recibió de abogada. En 1971 viajó a Estados Unidos para participar en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. Vivió luego en Italia, Israel, Japón y China antes de instalarse en París en 1981. Sus libros más recientes son Marchar de Día (Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2017) y Humus…humus (Editorial Leviatán, 2020).
* Es escritor y traductor. Colabora en varias revistas literarias de América Latina, y sus poemas han sido traducidos al francés, el italiano, el árabe, el griego y el hebreo.
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