En No hay banda, Martín Flores Cárdenas parte de una obra que escribió y dirigió para un festival en Brasil, inmediatamente después de la muerte de su abuelo. La apuesta es reproducir esa producción, pero con un actor –que es el mismo Flores Cárdenas–, prácticamente sin escenografía y contando más del proceso creativo que de la obra en sí. El presente y los dos pasados (el del abuelo y la familia, y el de Brasil) se entrecruzan y se amalgaman en una misma línea temporal, con una propuesta teatral sumamente innovadora.
Flores Cárdenas parte de la propuesta de hacer de su actuación un trámite. Lo que dice lo lee de un papel, a veces hace lipsync, se mueve poco, toma alcohol e incluso llega el punto en el que se acuesta en el piso, inmóvil. “Esta obra está hecha para que yo actúe lo menos posible”, afirma, formando un pacto con el público. A medida que avanza la obra, el verosímil de lo narrado se va deconstruyendo, una se pregunta: ¿existió ese proyecto para Brasil? ¿Se murió el abuelo? ¿Está actuando o está leyendo?
Sin dejar de ser una propuesta ambiciosa, No hay banda se presenta como una obra llevadera, graciosa y muy distinguible en la ya variada cartelera porteña. Desde la simpleza y un discurso muy bajado a tierra, se recorren temas sumamente cotidianos, como la muerte y la amistad, aunque sin dejar de relacionarse con lo que parece ser la pregunta principal: ¿qué hace a una obra y cómo podemos descubrirlo?
Infobae Cultura conversó con Martín Flores Cárdenas sobre No hay banda, sus obsesiones y cómo es actuar en su propia casa. Allí, en Casa Teatro Estudio se expuso también Love Me, cocreada con Marina Otero, y el 18 de marzo se estrenará La fuerza de la gravedad.
—Hacés dos funciones seguidas, algo bastante inusual en el teatro independiente. ¿Por qué tomaste esa decisión? ¿Qué efectos tiene? ¿Alguna suele salir mejor que la otra, o te deja más cansado?
—En FIBA hice seis funciones en tres días. Fue exigente. Pero semanalmente queda programada y va a seguir mientras haya disponibilidad y el público siga acompañando. Al principio, como me resultaba imposible ensayar solo, siempre invitaba a un amigo o amiga a que viera la pasada en horarios rarísimos. Empezó como una prueba. Primero la vieron amigos, después amigos de amigos, y así. La sala es chica, y a medida que se corría la bola, fui agregando funciones. Durante varios meses hice tres funciones semanales. Si tocaba hacer dos en un día, en general, la segunda siempre me dejaba más conforme que la primera. En esta nueva temporada voy a pasar a hacer una sola presentación semanal para darle lugar a algo nuevo que estoy empezando a mostrar ahora, a partir de mediados de marzo.
—¿Por qué elegiste el título No hay banda?
—Por un lado, es una especie de homenaje a la escena mítica de David Lynch. La obra como archivo, la voz y la música o la creación como extensión del cuerpo… Pero sobre todo el título hace referencia a la ausencia de elenco, “la banda”. La obra evoca a otra obra en Brasil en la que había un elenco de varios actores y actrices. Me pareció gracioso al principio. Nombré así al archivo y quedó. Nada relativo a esta obra me parecía muy serio al principio.
—La premisa de la obra es que actúes lo menos posible. ¿Tendés, en general, a esa forma más minimalista de la actuación? Entonces: ¿qué es actuar lo menos posible?
—Entiendo que se relacione “actuar menos” con la actuación minimalista. Pero la verdad es que yo no soy o no me considero actor, a pesar de que en esta obra estoy en escena. Me gusta referirme así a lo que hago en No hay banda: a estar en escena. Pararme en ese lugar me permite hacerme preguntas sobre los límites de la actuación o de una performance. Creo que la obra circula sobre ese perímetro vago pero sobre todo amplio. ¿Qué es una actuación o una obra? ¿Qué la hace existir y qué la mata? ¿Cuándo muere? Es la manera que encontré de hablar de la muerte, de hacer algo con todo eso. Preguntarme sobre la existencia de una obra en relación con el estado del cuerpo en el teatro. Y bueno… Siempre terminamos pensando en el lenguaje. A mí me gusta decir que estoy en escena. Invisible, a veces. Pero ahí estoy. ¿Eso es actuar? Decime vos.
—Bueno, podemos decir que actuar está relacionado con que haya alguien que lo vea, que exista un otro que escuche, que registre. No alcanza con el actor, creo. En el caso de No hay banda, decís que empezó siendo una obra para tus amigos. ¿Solés escribir o dirigir pensando en el destinatario?
—Mis amigos están presentes en casi todo lo que hago. Mucho más de lo que ellos creen. Espero que ninguno se coma un mal flash al leer esto. Pero creo que ya lo saben: mis amigos son mucho más importantes para mí que yo para ellos. Si alguno no está de acuerdo, que me llame cuando lea esta nota y lo charlamos.
—Otro tema que aparece en la obra es la muerte, casi como una obsesión, o algo que insiste en quien habla. ¿Tenés otras obsesiones, otros temas ú objetos que te persigan?
—Bueno, la amistad es un tema que me viene marcando agenda en los últimos tiempos, sí. No sólo a mí. Con muchos de mis amigos y amigas, quizá porque ya estamos un poco más grandes, estamos dedicándole más tiempo a pensar y hablar más sobre lo que somos, cómo es ese vínculo… De eso habla La fuerza de la gravedad, la nueva obra. De todas formas, supongo que el tema de la muerte es transversal a todo.
—Al principio te preguntás por la actuación y la inmortalidad. ¿Cómo pensás esta relación?
—La relación es mucho más clara en el cine. Ya se sabe, está re-dicho. Un actor o actriz de cine muere, pero su trabajo sobrevive de una forma concreta y se va a poder seguir apreciando por años, décadas o siglos. En cambio, en teatro, la existencia de una obra, de una actuación parecería tener una relación un poco más directa con la finitud del cuerpo del actor y de sus testigos. Sobrevive en la memoria, en el relato. Y eso la transforma, la vuelve algo vivo. Por eso, su muerte, su duración o su existencia, vamos a decir, es más misteriosa. Como la de muchas cosas, supongo.
—Actúas en el piso de abajo de tu casa. ¿Cómo es vivir en el lugar en el que actúas, ensayás, y presentás tus obras y las de otros?
—Es la vida que elijo. Después de haber trabajado en diferentes circuitos y con distintos sistemas de producción, terminé volviendo al origen. Por momentos siento que ahora hago teatro como me hubiese gustado hacerlo toda la vida. En la casa de mis viejos, en mi cuarto, abajo de la cama, en el living si quedaba solo… Con mis juguetes, con mis amigos… Esta forma casera de producción es en la que más se parece a aquella y en la que mejor la paso. Me gusta poner en crisis la idea de profesionalización. Pensar qué vuelve profesional al teatro o al arte. Hay sistemas de producción que vuelven a un proceso creativo un viaje por autopista en el que hay muy poco margen para dudar o recalcular. Yo necesito tener esa libertad. Soy consciente del privilegio que significa. Y también de sus limitaciones. Pero a mí, creo que por el tipo de teatro que me interesa hacer, trabajar y estrenar en mi casa, me permite ser más profesional.
No hay banda se presenta los viernes a las 20:30 en Casa Teatro Estudio, Guardia Vieja 4257, C. A. B. A. Y La fuerza de la gravedad se presenta, los sábados a las 18 y a las 20:30, en Casa Teatro Estudio.
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