Directores como Andrés Wood, Sebastián Lelio. Pablo Larraín, Dominga Sotomayor o Maite Alberdi son algunos de los nombres más destacados del cine chileno contemporáneo. Una industria que poco a poco crece y le abre el camino a nuevos protagonistas, como es el caso de Manuela Martelli. La reconocida actriz presenta su ópera prima 1976, que estuvo nominada a mejor película iberoamericana en la última entrega de los Premios Goya y fue proyectada en más de 30 festivales internacionales de todo el mundo entre los que se destacan Cannes o el BFI London Film Festival. Además, fue recientemente nominada a cuatro Premios Platino incluyendo: Mejor Guión, Interpretación Femenina, Ópera Prima de Ficción y Dirección de Arte.
1976 es una mirada sobre uno de los años más oscuros de la dictadura, desde el interior de una casa, y desde el punto de vista de una mujer. Se trata de un thriller con flashes de suspenso al mejor estilo hitchcockiano que ilustra uno de los momentos más oscuros de la historia chilena con una actuación espléndida de Aline Kuppenheim que demuestra el interesante potencial que tiene el cine de autor de este país.
Carmen viaja a la playa para supervisar la remodelación de su casa. Su marido, sus hijos y sus nietos van y vienen en las vacaciones de invierno. Cuando el sacerdote de su familia le pide que cuide a un joven que está alojando en secreto, Carmen se adentra en territorios inexplorados, lejos de la vida tranquila a la que está acostumbrada.
Infobae Cultura conversó con la directora Manuela Martelli sobre este ambicioso proyecto que estrena este jueves en la Argentina.
—¿Cuáles fueron tus motivaciones personales para realizar esta película?
—Surgió hace unos años cuando me puse a recolectar relatos de mi familia sobre sobre mi abuela materna, que fue una abuela que no conocí. Me generaban mucha curiosidad, porque de alguna manera me sentía heredera de un camino que ella abrió para las mujeres de la familia, dando espacio y rompiendo con algunos esquemas de lo que significaba ser mujer en los años 50 y 60. Ella se casó a los 18 años, dos años después fue madre, tuvo tres hijas, fue ama de casa. Digamos que cumplió con todos los mandatos que tenía para ser una mujer en esos años. Después, entró a la Escuela de Artes Aplicadas, que era una escuela muy progresista acá en Chile en los años 70 y se le abrió el mundo. Descubrió otro espacio en el que no se sintió del todo parte, porque también sentía que ya había armado una vida.
Su vida hizo cortocircuito y siento que empezó a andar un camino que, creo, que fue el que abrieron muchas mujeres de esa época. En Chile, las mujeres recién tuvieron derecho pleno de voto en 1952. Entonces, creo que la revolución feminista que estamos viviendo le debe rendir tributo a esas mujeres que empezaron con ese trabajo y de las cuales somos herederas. De ahí partió la película. Además, mi abuela se murió en 1976 muy deprimida y también me pareció importante observar ese fenómeno no como algo inherente a ella, sino más bien como un fenómeno social. Ahí empezó una búsqueda por entender un poco ese diálogo entre el espacio público y el espacio íntimo, doméstico o privado. Cómo ese espacio público se filtraba en el interior de una casa. Después me puse a hacer una investigación para recopilar relatos como memoria viva de esos sujetos que parecían invisibles a la historia: relatos de mujeres anónimas, de la vida en la clandestinidad y también de gente que participó en política o historiadores. Principalmente me interesaba rescatar la memoria viva que no estaba en los libros.
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— ¿Cómo fue recibida la película en tu país?
—La película fue muy bien recibida en Chile. Tuvo una buena recepción y me sorprendió mucho el interés de los jóvenes. Me llamó la atención porque noté como se olvida la memoria. El hecho de que muchos se sorprendieron de que esas cosas aberrantes pasaran en nuestro país. Ahí me di cuenta la importancia de recordar una y otra vez. Por supuesto, hay un grupo al que no le gusta nada recordar ese periodo de la historia de Chile y que siempre se resiste a revisar y a tenerlos presentes. Ahí aparecen discursos del tipo: “Otra vez, seguimos hablando de la dictadura” o “para qué otra película sobre dictadura”. Es una cosa que uno escucha muy frecuentemente y que no es verdad, o sea, en Chile si uno va a las estadísticas, el porcentaje de películas sobre la dictadura es mínimo en comparación a otras temáticas, pero estas películas hacen ruido. Se alimenta ese mito de que el cine chileno es sobre la dictadura. Me imagino que también pasa en la Argentina.
—¿Qué pasó con el público de otros países?
—Depende del país. En algunos tienen muy presente ese periodo de la historia de Chile porque recibieron muchos exiliados, por ejemplo, en Francia y Suecia. En otros casos algunos se sorprenden o también pueden relacionarlo con su propia realidad, por ejemplo, en España con Franco. Allí se vivió algo similar ya que tampoco se juzgó a los responsables de la dictadura, a diferencia de Argentina.
— ¿Qué elementos de tu experiencia como actriz aplicaste en la dirección?
—Me costó mucho aplicar lo que sabía como actriz al guión. Parece absurdo pero me costó mucho entender cómo era que uno hacía ese traspaso.Creo que haber empezado muy joven me hizo acercarme a la actuación de una manera muy intuitiva y como que las cosas no tenían palabras para mí y tampoco tenía una metodología tan clara. Pero al poco tiempo, me di cuenta que podía hacer ese ejercicio de escribir, como cuando uno está creando un personaje como actriz. Se me armó el mapa y ahí entendí hacia dónde iba la película. Ocurrió cuando empecé a pensar el personaje.
—¿Cómo fue la creación de esa atmósfera tan asfixiante donde se desarrolla la película?
—Me interesaba mostrar cómo a veces es difícil romper estructuras tan arraigadas en la sociedad. Repercuten en el interior de la familia e inclusive también al revés: la familia es un semillero o un espacio donde esos mandatos se refuerzan.y se vuelven permanentes. Hasta que algo quiebra la realidad del personaje y logra encontrarse con su espíritu, que podría decirse que estaba dormido o reprimido. Cómo el espacio doméstico puede ser tan restrictivo como una dictadura.
—¿Qué tuviste en cuenta para elegir a Aline Küppenheim como la protagonista?
—Habíamos actuado juntas en dos películas. Desde que estaba escribiendo la película quería que fuera ella. Aline tiene la capacidad de contar mucho con muy poco y de transmitir sus pensamientos. Es posible leer lo que piensa, porque era un personaje bastante silencioso y reservado. Es muy delicada, frágil y al mismo tiempo tiene mucha fuerza. Además, ella es una excelente actriz, muy generosa e inteligente, entiende muy fácil lo que hace y además, conoce el oficio y entiende el rodaje. Es capaz de tener conciencia de todo lo que pasa alrededor, no está solo concentrada en lo suyo.
—En la Argentina, sólo el 20% de las películas estrenadas 2021 fueron dirigidas por mujeres ¿Cuál es la situación en Chile?.
—Creo que nosotros tenemos una industria menos establecida. Argentina estableció su industria en una época donde todavía el cine era un oficio muy masculino. Tengo cierta esperanza debido a que la industria cinematográfica en Chile todavía es incipiente, entonces al estar formándose en un período donde hay mucha más conciencia de género. Me parece que puede tener resultados positivos en ese sentido, ser una industria un poco más justa en esos términos. Pero al mismo tiempo, por supuesto, el cine hasta hace cinco años atrás era un oficio de hombres, o sea, era un oficio reservado para ellos y con excepciones. Las mujeres eran eso, una excepción a la regla. Sin embargo, hoy siento cierta esperanza. No es que sea una realidad, pero veo mucho entusiasmo por parte de las mujeres. Veo muchas mujeres queriendo hacer cine y haciéndose el espacio.
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