El punto de encuentro para visitar la exposición es una parada de autobús anónima frente a un parque nevado en la ciudad septentrional rusa de San Petersburgo al anochecer. No hay entradas ni sitio web que promocione la exposición, una muestra secreta y clandestina de arte de protesta contra la guerra.
Unas cuantas personas se reúnen, con los ojos pasando de una cara a otra. Una artista delgada, con pantalones negros ajustados, una chaqueta oscura y un chal negro que le cubre el pelo, se acerca a grandes zancadas, asiente sutilmente con la cabeza y nos dice que apaguemos los móviles para evitar que nos rastreen los agentes de seguridad.
En medio de la represión del Presidente Vladimir Putin contra activistas de derechos humanos, abogados y periodistas, los artistas antibelicistas rusos están pasando a la clandestinidad, reeditando las exposiciones encubiertas de la época soviética, reuniéndose en secreto y transmitiendo los detalles de boca en boca.
Para algunos, la clandestinidad es liberadora. Para otros es una opción dolorosa, ya que el régimen reprime la disidencia pública y presenta la guerra como una batalla existencial por la supervivencia de Rusia a la que sólo se oponen los traidores. En Rusia, criticar al ejército o incluso hacer públicos los abusos militares rusos en Ucrania es un delito.
Nos alejamos de la parada del autobús en un grupo desordenado, caminamos en círculo alrededor de media manzana, nos escabullimos por un patio con charcos de nieve, pasamos junto a una cafetería y finalmente atravesamos una puerta y subimos muchos tramos de escaleras estrechas. Nos advierten de que no hablemos con nadie por las escaleras. En el estrecho pasillo de la vivienda se amontonan los abrigos y los zapatos. Un grupo de activistas y amigos se reúnen en la cocina, tomando té en una mesa repleta de platos de pasteles, galletas, malvaviscos y caramelos.
Las luces están tenues, mientras el artista que nos recibió en la parada de autobús hace de guía. Es la segunda exposición que se celebra aquí, organizada por artistas que han sido detenidos por protestar contra la guerra o cuyas obras han sido confiscadas por la policía en exposiciones desde la invasión.
“Temíamos que si hacíamos una exposición la policía viniera a detenernos, así que decidimos pasar a la clandestinidad. Es como echar el cerrojo a los años de la Unión Soviética”, explica el artista, que abre paso a una sala con retratos de activistas detenidos, presos políticos y escenas de policías antidisturbios rusos arrastrando a manifestantes. Hay retratos sombríos de Putin, retratado como una figura demoníaca rodeada de caos y guerra.
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Las obras no son refinadas, sino que consisten en gran parte en arte de protesta visceral en vivos colores, incluidas algunas de las pancartas contra la guerra que la gente enarbolaba en las concentraciones de protesta. El pequeño lavabo, de olor húmedo, está decorado con imágenes sangrientas de Putin y del portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov. “El arte aquí es de gente que fue detenida por protestas; es gente que conocemos”, dijo el artista. “Sólo tienes que venir y poner tu obra. Aquí todo es libre. No hay censura”.
Y sin embargo, la propia exposición es producto del miedo. Aunque disfrutan de su libertad secreta, los artistas saben que la clandestinidad conviene al régimen. “Este proceso de miedo, este complejo ruso de ser una persona pequeña, es un estado mental”, cuenta el artista. “Crecimos con ello y siempre tenemos miedo. Eres una persona diminuta que se opone a un país enorme y éste te trata como una herramienta al servicio de sus propósitos”. Y añadió: “Se supone que tienes que seguir las normas y callarte, y si eres diferente, te aplastan”.
Al margen de esta muestra de arte underground, el mundo del arte ruso en general está sometido a un control estatal cada vez más estricto. El mes pasado, en Moscú, Zelfira Tregulova, directora de la renombrada Galería Estatal Tretyakov, fue sustituida por Yelena Pronicheva, hija de un antiguo alto cargo del Servicio Federal de Seguridad (FSB), después de que el Ministerio de Cultura exigiera que el museo promoviera los valores morales y espirituales rusos.
En enero, un cuadro del conocido artista contemporáneo de San Petersburgo Dmitry Shagin fue retirado del Museo Panruso de Arte Decorativo de Moscú porque mostraba figuras con una pancarta que contenía “connotaciones políticas”.
El lema ofensivo de la pancarta, “Los Mitki no quieren derrotar a nadie”, es una referencia a los Mitki, un querido colectivo artístico hippie soviético que Shagin fundó en la década de 1980, cuando las vibrantes y coloridas obras del grupo y sus temas lúdicos chocaban con la adusta era soviética. Por aquel entonces, la Unión Soviética luchaba en Afganistán.
Shagin remarcó que el lema se remontaba a 1984 y simplemente resumía la filosofía pacífica del grupo. “La idea principal del arte Mitki es la bondad”, argumentó y agrego: “Y, ya sabes, intentamos llevar alegría a la gente, y nuestras obras son muy humanistas y pacíficas y positivas”. Shagin creció rondando exposiciones de arte secretas en apartamentos privados. Su padre, Vladimir Shagin, fue un artista inconformista clandestino que estuvo encarcelado seis años por su arte en la época soviética.
Tras graduarse en la escuela de arte, Dmitry Shagin se dedicó al arte a finales de los años 70, pero también consiguió un trabajo paleando carbón en una sala de calderas -como muchos artistas inconformistas- porque entre los turnos intensivos había tiempo libre para pintar. En la Rusia en guerra de Putin, donde abundan las denuncias, incluso los artistas venerados son ahora vulnerables.
“Para artistas como nosotros, el ambiente no es muy bueno porque vemos que vuelve la censura. Empecé como artista a finales de la década de 1970 y la última vez que prohibieron un cuadro mío fue en 1986″, contó Shagin y añadió: “El ambiente es extraño. No sé si prohibirán el Mitki o nos dejarán existir”.
A Yelena Osipova, artista de San Petersburgo de 77 años y activista pacifista de alto nivel, la policía se la lleva con frecuencia por organizar piquetes de protesta. El mes pasado, la policía asaltó una exposición de sus carteles contra la guerra y se los incautó. Se declaró consternada por la indiferencia de los rusos ante la guerra y la reducción del espacio para la disidencia y la expresión artística.
“Muchos artistas han abandonado el país porque aquí no es posible crear arte debido a la censura”, comentó Osipova. “Ahora hay mucha menos libertad. Las exposiciones están pasando a la clandestinidad. Nadie habla de ellas abiertamente, pero ocurren todo el tiempo”. Osipova afirma que no teme ser detenida y expone su obra abiertamente.
Pero el apartamento vacío de San Petersburgo de una mujer rusa que se trasladó a Estados Unidos es un acogedor refugio para artistas y activistas clandestinos. La emigrante dijo a los organizadores que lo utilizaran cuando quisieran, pero que dejaran las cortinas cerradas y mantuvieran el silencio por la noche.
Nuestra guía señala su propia obra en una pared, escenas en acrílico azul y amarillo, los colores de Ucrania. Cuando pinta escenas al aire libre sólo utiliza esos dos colores, en lo que ella llama “una protesta silenciosa”. Otra artista, madre de dos niños pequeños que estaba sentada a la mesa de la cocina del apartamento, dijo que ver los vídeos y las imágenes de civiles muertos por las fuerzas rusas en la localidad ucraniana de Bucha fue “como un terremoto. Sentí que tenía que sacarlo de mí. No podía quedarme callada”.
El año pasado la detuvieron en una manifestación, pero luego dejó de protestar por miedo a que las autoridades la encarcelaran y le quitaran a sus hijos, una práctica cada vez más habitual. En lugar de eso, volcó sus sentimientos en bocetos de un icono de la madre de Dios llorosa observando un misil volador. “Empecé a dibujar para no quedarme callada. Sentía que las palabras no bastaban para describir lo que sentía”, explicó ella.
Un artista, Nikolai, mostraba un ladrillo rojo roto sobre una base negra, semejante a un edificio en ruinas, con el título Mariupol, la ciudad ocupada por Rusia en el sureste de Ucrania que quedó casi destruida por los bombardeos. Algunas de las obras de Nikolai han sido incautadas por la policía en exposiciones. “Estamos en una situación en la que el gobierno nos llama criminales porque estamos en contra de la guerra”, lanzó.
El artista que guiaba a los visitantes por la exposición dijo que era una fuente de apoyo mutuo y consuelo para los artistas. Pero ve tiempos difíciles por delante para Rusia. “A veces te sientes muy mal, porque no mucha gente ve lo que haces y no hay forma de influir en lo que está pasando. Siento que las protestas y los dibujos no son suficientes para cambiar las cosas. No creo en la salvación del país”, comentó apenado.
Pero Shagin, optimista de toda la vida, afirma que los artistas, como su padre en la represiva época soviética de los años 50 y 60, no pueden dejarse pisotear. “El arte es libre. No se puede controlar desde fuera, y siempre será libre”, remarcó.
Fuente The Washington Post
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