40 años de libros en democracia: del manifiesto político a la fábrica de best-sellers

Tercera entrega del análisis que recorre la producción literaria y sus circunstancias en Argentina, durante las 4 últimas décadas. De cómo la política como espectáculo condujo a las operaciones editoriales

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Bartolomé Mitre (1821-1906)
Bartolomé Mitre (1821-1906)

Libro y política han estado siempre indisolublemente ligados. Seguramente, la centralidad que ambos ocuparon en la vida social fue un factor clave para esa estrecha imbricación. Desde fines del siglo XIX en que comenzó a consolidarse la figura (individual pero también empresarial) del editor moderno, la política y, aún, la identificación de ciertos emprendimientos editoriales con una determinada ideología (incluso a veces partidaria), quedó reflejada en la carta de identidad de toda empresa editorial: su catálogo. Tanto a derecha como a izquierda del arco político existieron emprendimientos cuyos programas editoriales buscaron difundir, confirmar o adoctrinar a sus lectores. Pero también, especialmente durante el siglo XX y producto del prestigio y la influencia que siempre tuvo en el universo de los objetos de la cultura, el libro y en particular el libro político, fue considerado un poderoso instrumento para la lucha de ideas y las batallas por el poder.

Los algo más de doscientos años de historia argentina cuentan en su haber con un valioso patrimonio en donde confirmar aquella valoración positiva que los políticos le han dado siempre al libro como canal de expresión para sus modos de ver el mundo. Allí están para confirmarlo en las bibliotecas de todo lector que se interese por el pensamiento social y político, volúmenes de Domingo F. Sarmiento, Esteban Echeverría o Bartolomé Mitre o de Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio o Alejandro Lanusse.

Los últimos cuarenta años –los del retorno y consolidación definitiva de la democracia que celebramos este año– no estuvieron precisamente alejados de esa realidad, solo que tal vez requieran una reflexión más atenta para descubrir algunas de las mutaciones que se fueron sucediendo. En efecto, como las dos caras de una misma moneda: tanto el libro como lo política han sufrido respectivas y significativas transformaciones que hacen posible hipotetizar que dicha imbricación no se expresó del mismo modo a medida que los años pasaban. En una revisión de lo que ha ocurrido en estas cuatro últimas décadas en relación con el libro político, podrían delinearse dos grandes momentos, actuando como medianera divisoria la confluencia de profundos cambios sociales, políticos y culturales que tuvieron lugar entre finales de los años noventa y la segunda década del presente siglo.

El autor cita a Ezequiel Saferstein para hablar de las "verdaderas 'operaciones editoriales' que se confundían con verdaderas 'operaciones políticas'”
El autor cita a Ezequiel Saferstein para hablar de las "verdaderas 'operaciones editoriales' que se confundían con verdaderas 'operaciones políticas'”

El libro político como acontecimiento editorial

Al menos durante las dos primeras décadas de las cuatro aquí en análisis, es posible ver a los políticos y al modo en que estos se sirvieron de los libros, en una clara línea de continuidad con lo que habían sido en el pasado. Sean en el formato programático o como memorias autorreferenciales, la mayoría de estos artefactos editoriales respondían de forma excluyente sea a la necesidad de proyectar –con mayor o menor éxito posterior a la hora de lograr imponer sus candidaturas o de iniciar la “batalla electoral”– sus figuras en el escenario electoral que se avecinaba; sea –tal como había ocurrido con libros emblemáticos de memorias como las de Winston Churchill- para dejar testimonio de su paso –más o menos traumático– por la cima del poder.

Durante esta primera etapa y más allá de los cambios que paulatinamente se fueron evidenciando, los lanzamientos editoriales de candidatos y políticos en esta primera etapa compartían mucho de lo que la propia sociedad de entonces todavía manifestaba en relación con la política: un compromiso efervescente y activo sobre los temas de la vida pública en el que el debate de ideas era central. En ese estricto sentido puede afirmarse que los libros políticos de la transición democrática fueron propiamente políticos.

Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro de Buenos Aires, abril de 2022 (Foto: Luciano González)
Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro de Buenos Aires, abril de 2022 (Foto: Luciano González)

A medida que se sucedían las ediciones anuales de la Feria del Libro –una vidriera como pocas para exhibir y ver el maridaje entre cultura y sociedad–, este proceso podía constatarse claramente: el día en que el político-autor de turno presentaba su novedad bibliográfica, de modo espontáneo, el público desbordaba las salas, equiparando en repercusión a los eventos que protagonizaban los “taquilleros” de siempre, aunque de géneros editoriales muy dispares: Quino, Fontanarrosa o Nik en el humor gráfico; Ernesto Sábato, Juan José Sebreli o Marcos Aguinis en el campo de la filosofía; Félix Luna o Felipe Pigna, en el de la historia o los infaliblemente admirados Ray Bradbury, María Esther de Miguel o Mario Vargas Llosa en géneros literarios tan diferentes como la ciencia ficción o la novela.

Fue así que por aquellos años se vieron desfilar por los pasillos y salas del Centro Municipal de Exposiciones –ámbito donde se llevó a cabo la Feria entre 1975 y 1999– a políticos tales como Carlos Menem, Eduardo Angeloz, Álvaro Alsogaray o Raúl Alfonsín portando bajo el brazo ejemplares de sus volúmenes recién salidos de las imprentas. En todo caso, en esos eventos era mucho lo que se dejaba librado al azar: ni los responsables de las respectivas editoriales ni, mucho menos, los representantes de los editores o funcionarios públicos tomaban parte activa de ese acontecimiento que, finalmente, tenía la misma envergadura que cualquier otro realizado días antes o a realizarse días después con el fin de promover y difundir las buenas nuevas que los nuevos y muy variados tipos de libros traían.

De izquierda a derecha: María Teresa Carbano, Cristina Fernández de Kirchner y Juan Ignacio Boido, durante la presentación del libro "Sinceramente" en la Feria del Libro 2019 (Foto: Nicolás Aboaf)
De izquierda a derecha: María Teresa Carbano, Cristina Fernández de Kirchner y Juan Ignacio Boido, durante la presentación del libro "Sinceramente" en la Feria del Libro 2019 (Foto: Nicolás Aboaf)

El libro político como acontecimiento político

Las primeras décadas del nuevo siglo comenzaban a verse signadas por profundas mutaciones epocales. “La civilización del espectáculo” y las luces de los sets y realities televisivos parecían teñir ineluctablemente la vida política y cultural y, con ella, la actividad editorial. Estaba llegando el tiempo, en el decir de Saferstein, de la “fábrica de best-sellers políticos”, verdaderas “operaciones editoriales” que se confundían con verdaderas “operaciones políticas” (Ezequiel Saferstein. ¿Cómo se fabrica un best-seller político?). Si una vez más se acepta la postulación de la Feria del Libro de Buenos Aires como lente privilegiada desde la que observar las transformaciones en el campo de la cultura y en el de la edición en particular, de modo progresivo, esta y, en particular, sus actos de apertura, fueron teniendo más de política que de cultura. Y en esa misma impronta parecían inscribirse estas “operaciones editoriales/políticas”.

Como nunca antes había quedado tan claramente de manifiesto, el solapamiento o retroalimentación entre negocios editoriales y manifestaciones políticas, el lanzamiento del libro Sinceramente, de la, por ese entonces, ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tal vez sea el caso más emblemático de este proceso. Su sonada presentación, el 9 de mayo de 2019, tuvo varios componentes que, a las claras, permitirían postular una nueva etapa del libro político. Por un lado, por la multitudinaria asistencia de público-militante que llegó incluso a llenar el espacio al aire libre al que, de modo excepcional, se recurrió para su realización dentro del predio ferial. Por el otro, por el cuidado más absoluto de todos los detalles esceno-técnicos y de seguridad que tuvo, todos más propios de un evento político que de uno cultural.

Finalmente, porque también de modo inédito compartieron el estrado, junto con la autora, el Director editorial de Random House (la empresa que publicó el libro) y la presidenta de la Fundación El Libro, institución cuya dirección, por aquellos años, no se cuidó de mostrar su alineamiento explícito con los gobiernos kirchneristas. Por primera vez en la historia, un escenario cultural –desde hacía ya varias décadas fuertemente politizado y de innegable proyección mediática– exhibía la plena consustanciación entre un representante de la clase política, uno de la empresa editorial y uno de la corporación del libro.

Mauricio Macri y su esposa Juliana Awada, durante la presentación del libro "Primer tiempo" (Foto: Gustavo Gavotti)
Mauricio Macri y su esposa Juliana Awada, durante la presentación del libro "Primer tiempo" (Foto: Gustavo Gavotti)

Cuatro años después, Mauricio Macri daría un nuevo paso en este proceso, presentando el primero de sus dos volúmenes –Primer tiempo–, aunque con algunos otros componentes. El escenario no sería ya la Feria sino el Centro de Convenciones, la editorial sería esta vez la más competitiva de Random House en el mercado (Planeta), y el ex presidente hablaría –frente a un masivo público convocado por invitación– junto a su ex ministro de Cultura, Pablo Avelluto, quien antes de asumir el cargo contaba ya con vastos antecedentes de trabajo en la editorial Sudamericana y seguía manteniendo estrechos vínculos con sus colegas del mundo editorial.

¿De qué dan cuenta, en definitiva, aquellas dos noches en que sendos públicos –o al menos una gran cantidad de ellos– separados por la “grieta” protagonizada por sus “autores-estrella”, parecieron convertirse, de la noche a la mañana, en voraces lectores?

Para el mundo de la política, el libro se convertía en una excusa formidable para dar forma a una nueva puesta en escena –teñida del prestigio del que sigue gozando el libro– de la “política como espectáculo”. Si las militancias respectivas que copaban esos actos tenían a la lectura como práctica y al libro como fetiche cultural, era un dato sin mayor relevancia. Para el mundo de la cultura, del campo editorial y en particular del libro político, se trata de una nueva vuelta de tuerca –de la que no está exenta la dimensión comercial, claro– en aquella imbricación que desde siempre tuvieron política y libro.

En todo caso, lo que resulta innegable es que ambos procesos se fundían de modo coherente en la ya plenamente consagrada “civilización del espectáculo”, un fenómeno que se fue operando, también, durante estos primeros cuarenta años de vigencia de la democracia.

* Sociólogo (UBA) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM).

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