Las primeras cien páginas de “Espacio Negativo” de B.R Yeager se sienten relativamente familiares si uno conoce los clásicos de la literatura de terror. La historia ocurre en el presente, los protagonistas son tres adolescentes en Kinsfield, un pueblo de New Hampshire donde no hay mucho que hacer salvo drogarse e ir a una pizzería, rodeado de bosques y espesura, con una oscuridad más allá de sus fronteras urbanas. Los chicos gravitan alrededor de su amigo Tyler, más oscuro que ellos, más aventurado, con un interés en la brujería. Hay una droga misteriosa que mastican y que les otorga visiones, pero que se compra en un supermercado cualquiera. Hay suicidios, primero uno, luego otro, se forma una ola y el suicidio se convierte en una norma. En la espesura más allá de las fronteras hay una casa abandonada que era de un viejo escritor, un lugar que es una sede del poder ocultista. Pero “Espacio Negativo” no se trata de eso en su forma final.
Las voces de esos tres chicos, sus protagonistas, se entrelazan entre leyendas urbanas relatadas en foros de Internet, entre mass shootings de escuela secundaria y amigos que vuelven de la muerte convertidos en santos. Hay una naturalidad en el texto para narrar al sexo y a la muerte que es preciosa. El libro se narra con las voces de los tres protagonistas. Yeager hace que se canten entre sí en una atmósfera de putrefacción, donde las torres de todo lo horrible se construyen sin gritar y sin decir cosas obvias. Y esa canción coral es la tragedia en “Espacio Negativo”: es el horror de desintegrarse en el otro.
El libro -editado en Argentina por Caja Negra para su colección de ficción Efectos Colaterales, que explora las fronteras de la cultura- cumple un propósito porque Yeager se niega a refritar al género y a contar lo mismo de siempre de distinta forma. Reclama un poco para sí una de las cosas más triunfantes de Stephen King, la expedición de los adolescentes al mundo más allá, pero no la dota de épica ni de esperanza, no hay ninguna victoria. No existe en el texto el gótico contemporáneo de los discos de King Diamond, cantante de Mercyful Fate y un narrador maestro, o el horror del mundo adulto, el horror burgués como lo llamaba C.E Feiling en su curso del Centro Cultural Rojas, que puede encontrarse en el cinismo voluptuoso de Clive Barker y sus Books of Blood, o la habilidad de Thomas Ligotti, que vuelve al lenguaje un hecho terrible en sí mismo y construye todo para dar el golpe en una sutileza casi imperceptible. Lo peor de todo en el libro es el amor, como si las profecías bellísimas de las canciones de Roy Orbison sobre la anulación total de uno mismo se hubiesen convertido en maldiciones. Kinsfield, el nombre del pueblo donde ocurre, es una ironía etimológica, campo de la hermandad.
Así, “Espacio Negativo” participa de una discusión más elevada. No pertenece a la conversación cultural de quienes se estructuran a sí mismos con las novedades del mercado. Tiene el potencial de ser un libro formativo, un libro que puede ser buscado para construir una identidad, algo que en el siglo XXI es una rareza.
Las leyendas del creepypasta -narrativas de Internet, historias breves repetidas una y otra vez, como los retos de Momo o la Ballena Azul- son parte del espíritu de “Espacio Negativo”, pero no lo definen. Hay otras tradiciones contemporáneas que lo atraviesa. Yeager es también autor de Pearl Death, un relato de horror fragmentado en un juego de cartas.
Yeager, sin embargo, dice en diálogo con Infobae que Internet importa, pero no tanto.
“Honestamente, no soy un gran fan de las creepypasta. Tal vez no encontré las correctas, pero todas las que leí fueron decepcionantes, seguramente porque son tan fáciles de desmentir. Pero las leyendas urbanas son todavía potentes. Algo como el Reto de la Ballena Azul es fascinante a un nivel social, el hecho de que un pánico moral atraviese el planeta. Hay evidencia de que todo fue un engaño, pero todavía se debate sobre si fue un peligro real. Eso me llama la atención, fenómenos que confunden realidad y ficción, creando una nueva realidad”, asegura el autor.
-La geografía marca el texto. No hay salida de Kinsfield excepto la muerte. Es algo que se siente muy clásico, los Estados Unidos profundos como un vientre de oscuridad. ¿Este motivo puede ser actualizado?
-No sé cómo este tema puede ser actualizado. Es algo que intenté en “Espacio Negativo”, pero no soy quien tenga que decir si tuve éxito o no. Si lo logré, no sé cómo. Lo mejor que puedo hacer es tomar profundamente de mis experiencias personales, encontrar historias interesantes que nadie más tiene y remoldearlas en una narrativa inventada. Hay gente extremadamente talentosa que puede extraer magia literaria de libros de historia y vidas completamente desconectadas de las suyas, pero yo extraje de mi propia vida y de las que quienes me rodean. “Espacio Negativo” ocurre en el noreste de los Estados Unidos solo porque vivo allí. Si hubiera crecido en el desierto, el libro hablaría del desierto.
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-El suicidio adolescente es una constante en el libro. Usualmente es un tópico muy sensible, casi tabú en la ficción y el horror occidental. Es casi cruzar una línea. Y el horror actual es muy seguro, por definirlo de alguna forma.
- El suicidio está en el corazón del libro, no pensé realmente en el suicidio como tabú. Es inseparable del libro en sí, mucho más que los elementos sobrenaturales. Sin suicidio, no habría “Espacio Negativo”. El libro es, en su núcleo, una canción a un amigo muerto. Estoy de acuerdo en que el horror actual es muy domesticado, pero no escribo con la intención expresa de cruzar una línea o escandalizar a la gente. Eso me aburre muchísimo. Está agotado. La vulnerabilidad, la opacidad y la ambigüedad son recursos mucho más intensos, eso es lo que me gusta perseguir.
No se puede hablar de horror sin hablar de cine. La conversación actual del género está dominada por el cine, o casi exclusivamente por la práctica actual del género, con directores de moda como Ti West o Panos Kosmatos -que remezclan elementos conocidos con su propia intensidad estética-, más allá de fenómenos literarios de ventas como Mariana Enríquez. La era de las grandes adaptaciones, que fueron la columna vertebral del cine de terror, está muerta.
-¿Creés que la literatura y el cine están separados hoy? ¿El nuevo gusto en películas sube la barra de la escritura o todo lo contrario?
-Creo que el género está en su mejor punto cuando no es tan popular, cuando se lo subestima. Ahora, es más popular que nunca, lo que llevó a que el horror sea abrumadoramente medio pelo. No creo que se separaron, sino que se mezclaron en la misma papilla gris, al menos en Estados Unidos. El problema es la plata. Hoy, el horror es lucrativo, lo que lleva a inundar todos los mercados, pero pocas de estas obras toman riesgos o empujan en nuevas direcciones. Las que lo hacen no son tan vistas, con algunas excepciones. La nostalgia conduce todo, ahora hacen giallos flácidos. Pero estoy seguro que hay cosas frescas y excitantes que no conozco. Hace poco, leí una novela que fue muy bien recibida, pero al fin y al cabo no era más que una mezcla de recursos obvios y referencias. No tenía que ver con nada real. Los grandes creadores que todos aman tomaban de sus vidas. Hoy, tantos autores se conforman con escribir remezclas de películas que vieron. No contienen verdad, personalidad o una perspectiva única. Pero por supuesto que hay cosas interesantes que crecen en las sombras. Hay una especie de literatura de horror híper filosófica, desafiante, que emergió en la última década, con autores como Gary Shipley y Charlene Elsby. Su trabajo se basa en riesgos y bordes rotos, expresan modos de pensamiento que te hacen ver el mundo en formas frescas, terribles. Hoy, tantos productos aspiran a asustarte, pero rara vez lo logran. El verdadero horror hace que veas al mundo entero y al acto de habitarlo como profundamente aterradores, sin forma de escapar.
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