El agricultor de maní oriundo del pequeño pueblo de Plains, una localidad agrícola dentro del Estado de Georgia, se convirtió en 1977 en el primer presidente demócrata desde Lyndon Johnson, tras la debacle republicana post Watergate. Lo cierto es que James Earl Carter, más conocido como Jimmy, fue lo más cercano que estuvo el establishment político estadounidense de poner a un representante de la contracultura de los años 60 en la Casa Blanca.
Aún más que Bobby Kennedy o Bill Clinton, Carter representaba como pocos el viejo sueño de los hippies que habían visto destruidas sus ideas de paz y amor al finalizar de la década. Por ello, no es casual que Carter haya sido el primer presidente abiertamente rockero del país, que citaba a Bob Dylan en sus discursos e invitaba a grupos de rock sureño como los Allman Brothers al Salón Oval. Tal fue la influencia de Dylan en su vida, que, en uno de sus discursos, declaró que decidió dedicarse a la política tras escuchar la canción Maggie’s Farm, incluida en su disco clásico de 1965, Highway 61 Revisited: “Creo que nunca me di cuenta de la interrelación adecuada entre el terrateniente y los que trabajaban en una granja hasta que escuché a Dylan: I ain’t gonna work on Maggie’s farm no more -no voy a trabajar en la granja de Maggie nunca más-”.
La llegada de Carter a la Casa Blanca coincidió, además, con una época donde el sur de los Estados Unidos estaba, de a poco, recuperando su orgullo herido tras décadas de haber sido conocido por un profundo racismo y por las leyes conocidas como Jim Crow -un régimen, en la práctica, muy similar al Apartheid sudafricano- que había sido desterrado, al menos en lo legal, a partir de las leyes de Derechos Civiles promulgadas por otro presidente sureño y demócrata, Lyndon Johnson, en 1964.
Bandas racialmente integradas como los Allman Brothers Band, o formadas por personas blancas, pero que tocaban, en lo esencial, una música que era herencia pura de parte de la tradición afroamericana como los Lynyrd Skynyrd o ZZ Top, estaban brillando a nivel nacional a mediados de la década de los 60, cuando el rock psicodélico hippie parecía terminado e incluso agrupaciones de la escena de San Francisco como los Grateful Dead bebían de la tradición musical del sur profundo estadounidense. La frase The south will rise again -el sur volverá a alzarse- había perdido gran parte de su significado asociado al racismo y la Guerra Civil para hablar de un nuevo renacimiento encabezado por Jimmy Carter, que, justamente, utilizó una canción de Charlie Daniels con esa frase como tema de campaña.
En el documental Rock and Roll President, estrenado en 2020, aparecen varios de los amigos rockeros de Carter como los Allman Brothers, Willie Nelson, Bono de U2, o el mismo Bob Dylan, que no suele prestarse a ese tipo de menesteres. Hombres y mujeres de distintos ámbitos de la contracultura apoyaron la llegada a la presidencia del país de Carter.
Un ejemplo de esto es el legendario creador del “periodismo Gonzo”, Hunter S. Thompson, quien escribió un artículo que terminó siendo portada de la edición de junio de 1976 de la no menos mítica Rolling Stone, la principal revista de la contracultura estadounidense durante las décadas de los 60 y 70. En aquella nota, titulada “Jimmy Carter and the great leap of faith: An Endorsement with Fear & Loathing” -Jimmy Carter y el gran salto de fe: Un apoyo con miedo y asco- el escritor jugaba con el título de su principal novela -Fear and Loathing in Las Vegas-, para decir que apoyaba la candidatura de Carter a pesar de algunas de sus posturas políticas previas. La pieza se basaba, básicamente, en el discurso que Carter había pronunciado el Día de la Ley de 1974 en la Universidad de Georgia, aderezado, por supuesto, con marcas de la casa del estilo de Thompson como un relato sobre lo que descubrió cuando abrió el baúl de un auto del Servicio Secreto para recuperar un litro de bourbon que le habían, supuestamente, incautado.
Thompson había apoyado fervientemente al demócrata George McGovern, gobernador de Dakota del Sur y candidato perdedor contra Richard Nixon en las elecciones del 72. McGovern es considerado el nominado presidencial más a la izquierda que tuvo el Partido Demócrata durante los últimos 50 años, y su derrota fue catastrófica. El escritor Gonzo, por supuesto, se ubicaba en la izquierda radical del espectro político, sin embargo, hizo una excepción para apoyar al progresista, pero moderado, y piadoso hombre de fe cristiana, Jimmy Carter. En el artículo, incluso contrario a su estilo clásico de cinismo y prosa alucinada, Thompson escribe: “…muchas de las personas que están tan convencidas de mantener a Jimmy Carter fuera de la Casa Blanca no lo conocen en absoluto. Y muchas de las personas que lo acusan de mentir, disimular, balbucear y ser ‘confuso’ nunca se han molestado en escuchar con mucha atención lo que dice, o intentar leer entre líneas ahora cuando [él dice]... ‘Solo quiero vernos una vez más con un gobierno tan honesto, veraz, justo, idealista, compasivo y lleno de amor como el pueblo estadounidense’”.
El sur estadounidense es una tierra compleja, plagada de contradicciones y cuestiones absurdas para el que las mira desde afuera. Por un lado, dio a dirigentes como el gobernador de Alabama, George Wallace, militante furibundo de la segregación racial, pero, por el otro, algunos de los presidentes más progresistas en materia social de los Estados Unidos durante el siglo XX salieron de allí: Lyndon Johnson, Jimmy Carter, y Bill Clinton. A su vez, quizás también producto de sus tantos claroscuros, de allí surgió la música popular más importante de los Estados Unidos después del jazz: el rock and roll, con Elvis Presley y Sun Records, de Memphis, a la cabeza.
Por eso, hablar de “rock sureño”, dicen muchos autores, es una redundancia, el rock and roll, necesariamente, es sureño. Quizás movido tanto por su profundo cristianismo como por lo que había vivido durante su juventud en el sur, Carter no podía permitirse, moralmente, apoyar regímenes violatorios de los Derechos Humanos fundamentales. Mucho más similar a su estilo, Hunter Thompson escribe, en referencia a la fe cristiana del por entonces gobernador de Georgia: “Parecía que había comido algo del ácido que había estado guardando para ofrecérselo la primera vez que me mencionó algo acerca de traer a Jesús a mi vida... Pero después de escucharlo decir lo mismo cinco o seis veces más, comenzó a sonar como algo que había escuchado mucho antes de escuchar el nombre de Jimmy Carter…”.
En América Latina y, particularmente en Argentina, la Administración Carter es recordada por su respeto real por los Derechos Humanos, que suele ser utilizado como moneda de cambio en materia de política exterior y no necesariamente como un interés genuino por el interés de los habitantes de otros países. En el contexto de la Guerra Fría, donde Washington era considerado un aliado natural del régimen más sanguinario y siniestro de la historia argentina, Jorge Rafael Videla, se entrevistó con Carter en la Casa Blanca.
Henry Kissinger, el hombre fuerte de la política exterior estadounidense hasta ese momento, había sido uno de los apoyos claves de la dictadura argentina. No obstante, al momento de asumir, Carter decidió cambiar diametralmente la postura de su país, con un foco especial en la cuestión de los Derechos Humanos. Esto lo llevó a confrontar con dictaduras, hasta entonces, “amigas”, como lo había sido la de Argentina. En la conferencia de prensa posterior a la reunión de 65 minutos que mantuvo con el dictador. Carter le dijo a la prensa que el principal punto de discusión fue, justamente, la situación de los prisioneros sin juicio, es decir, los desaparecidos. Apenas un mes después de asumir, en febrero de 1977, el gobierno de Carter puso a la Argentina en la lista de los países violaban los Derechos Humanos, lo que se mantuvo hasta 1983. En 1979, la Casa Blanca impulsó la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a Argentina para exponer los crímenes de la dictadura.
Carter fue derrotado en su intento de reelección por Ronald Reagan, dando inicio a la era neoliberal. Su política exterior, quizás, muy “idealista” para los estándares de la mayoría de los votantes, y escándalos como la toma de rehenes en la embajada estadounidense en Irán durante la revolución islámica de 1979, o su reconocimiento “amistoso” a los sandinistas en Nicaragua, fueron demasiado para enfrentar, sumado a un Reagan que venía dispuesto a arrasar con todo “lo viejo” e inaugurar una nueva etapa dentro de la política global en el marco de la Guerra Fría.
Tras su salida de la Casa Blanca, Carter se dedicó a lo que más le gustaba, ayudar a sus compatriotas a través de su fundación, construyendo casas para los más necesitados, al mismo tiempo que desplegaba su política de Derechos Humanos contribuyendo a la visibilización de regímenes dictatoriales y autoritarios alrededor del mundo. Ese será su legado.
Hunter Thompson cerraba su artículo recordando las palabras del pensador liberal Adlai Stevenson: “… en una democracia, la gente suele tener el tipo de gobierno que se merece”. Creo que tanto Stevenson como Thompson estaban equivocados en este aspecto, ya que esto no suele ser, muchas veces, de esta manera. Sin embargo, por un breve momento, el pueblo estadounidense tuvo a un presidente que merecía estar en semejante cargo, un hombre de fe, con un genuino amor por sus compatriotas, por su cultura, y por los más desfavorecidos, como Good Ol’ Jimmy, como diría alguna canción de folclore popular sureño inspirada en su figura.
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