En Aldao, María Teresa Andruetto construye una ficción que trabaja con la memoria, ese material de la experiencia vivida que la autora reivindica en su literatura y que aquí configura en un relato sobre los vínculos y el tiempo, donde se cruza la clandestinidad, la traición, la militancia, las instituciones psiquiátricas, la relación madre e hija, la vida en la marginalidad, la potencia de la solidaridad y la pandemia.
Como una composición de miradas, Aldao (Random House) pone en escena perspectivas que hacen puntadas intergeneracionales. Para Andruetto lo que llegan son las formas, voces a las que luego pule y escucha cuando están en ese momento donde sus vidas toman una dirección distinta, ese instante donde hay una desviación. Mientras escribe entra y sale de esas voces “como un actor que ensayara un personaje”, dice.
La literatura de Andruetto opera en la oralidad. “Es lo que más me interesa y es también lo más difícil de apresar, de volverlo verosímil, que en el habla el personaje se diga completo y siempre suene a él mismo, siempre suene como que estamos escuchando la voz de alguien. Por empezar la voz de alguien verdadero y, luego, la misma voz a lo largo de todo el relato”.
Hay en Aldao, título de la novela pero también territorio ficcional de otros libros como Lengua madre, un linaje de tres mujeres: la abuela Ilaria, la madre, la hija Diana. A la mayor, la tristeza de su infancia la marcó a fuego y aunque tuvo su oportunidad de mirar al futuro el dolor quedó estacado; la que habla en primera persona es estudiante y militante política de los 70, en la clandestinidad, dañada por la traición, que pare a su hija un día de calor imposible en una piecita de chapa; y la otra es Diana, pronta a ser madre ella también mientras se pregunta sobre su identidad y como una voz psíquica que le habla va narrando el lazo que une su historia familiar, la relación con su mamá o la ausencia del padre.
María Teresa Andruetto es cordobesa y estuvo de visita en Buenos Aires para presentar esta novela que escribió en pandemia. Promete que volverá pronto para la Feria del Libro, cuando espera presentar dos lanzamientos: una reedición de La durmiente, libro para infancias, y una autobiografía lectora en la colección Lectores de Ampersand. Pero en el año la esperan más novedades y proyectos entre cuentos, crónicas, ensayos, columnas en radio.
Este 2023 se cumplen tres décadas de la publicación de su primera novela Tama, que significó su inserción en el campo literario cuando ella estaba pronta a los 40 años, aunque escribía de muy joven. “Encuentro una diferencia entre escribir y ser escritor: ser escritor es poner la palabra privada en el espacio público, someterse a la observación y devolución de los otros y sostener esa palabra. Escribí mucho tiempo sin sentir esa necesidad y después, cuando la sentí, no logré publicar por muchos años. Todo eso me llevó los primeros 40 años de mi vida”, cuenta en un bar de hotel del microcentro porteño.
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Después empezaron las publicaciones y no paró, cuenta, pero “a la vez mi relación más íntima con la escritura no cambió. Y la literatura me trajo muchas cosas: primero, la alegría de publicar, algo impensable y luego, no enseguida, pero al cabo de unos años, el crecimiento cada vez mayor de lectores, del tipo de lector del que siento orgullo, lectores consistentes, verdaderos”.
En Aldao el clima de época, el paradigma social, la mirada de género, la marginalidad, el silencio, las formas de vidas posibles, la soledad y la identidad social y colectiva se entretejen como capas que no se alinean en una cronología ni en un estilo sino que se superponen y se desvían, como un caleidoscopio. La novela puede ir de los ritmos de una pensión de una ciudad a partir de la mirada de la militante escondida en una de esas habitaciones gracias a la solidaridad y entrega del dueño del hotel, como también por el fluir de la psiquis de una mujer que revisa su historia.
— ¿Qué forma hizo surgir esta novela?
— Percibo una frase que es verdadera, la siento dicha por una mujer. ¿Quién es esa mujer? ¿Qué edad tiene o en qué circunstancias vive? Empiezo a fabular en torno a eso y a tirar de esa voz para que cuente. Por supuesto que hay un alimento de cosas vistas, vividas, escuchadas, todo ese capital que tenemos los que escribimos. Cuando dejo unos días de escribir retomo lo que ya tengo diciéndolo en voz alta para ver si esa voz renace y la puedo sostener. Y luego después sucede que, de pronto, aparece la necesidad de decir algo que no lo puede decir ella, claro. Entonces ¿qué dice la hija? Y aparece otro modo de contar la hija acerca de sí, como si fuera la psiquis que habla consigo en una forma narrativa en tercera que la sigue y de pronto aparecen muchas voces, pero una se impone porque suena verdadera, no se por qué. Como dice Montale, no hay experiencia que capture el rayo pero quien vio la luz nunca lo olvida.
Siempre hay algo de lo que los teatristas llaman el accidente: uno va en un sentido y de pronto aparece algo que hace que uno se desvíe hacia esa zona. Bueno aquí enseguida eso se emparenta con una mirada poética de Diana y quizá eso permite un contrapeso con la dureza de lo que se está contando. Se va armando algo que no estaba decidido en el principio pero sí responde un poco a mi manera que es ir buscando un equilibrio, compensaciones.
— ¿Cómo se da ese equilibrio?
— Me gusta la mirada polifacética de los acontecimientos porque no estoy tan segura de los acontecimientos, no tengo una mirada monolítica. Cómo se ve esto si yo soy hija, si soy madre, si soy abuela, si soy pobre, si soy amiga. Cómo se ve esto en una época, una condición social, un sector de la clase media baja, o de la marginalidad. Eso me interesa porque me saca de la certeza, del fundamentalismo, de la escritura militante, me saca de todos esos lugares donde no quiero estar. He sido militante de muchas causas pero a la hora de la escritura me interesa ponerme en cuestión, discutir conmigo misma los lugares comunes y ver qué pasa con esas fisuras.
— ¿Qué diferencia suponer narrar de hacer memoria? ¿Cómo se encuentran aquí?
— Una cosa que está en el sustrato de todo lo que escribo es una búsqueda de identidad individual y social al mismo tiempo. Son personajes que se están buscando a ellos mismos, a veces les va mejor, a veces peor. A través de ellos, estoy buscando una identidad social. Un modo de funcionar de un sector de la sociedad o de sectores de la sociedad, tratando de entender un poco más eso macro. Los personajes son caminos que me permiten acercarme a esa búsqueda: mientras ellos buscan su identidad yo a través de ellos voy buscando una identidad social.
—¿Y que te fueron diciendo sobre esa identidad social?
— La complejidad que no es lisa y llana sino esas maneras de estar en sociedad. En esta novela hay un sector social que entra en la marginación o que la está rozando ya sea porque se volvió disidente ideológicamente políticamente o por cuestiones de género o por desgracias personales. En ese contexto encuentro solidaridad, rechazo, traiciones, desobediencias, búsquedas, lazos. Y miro ahí porque son zonas que conozco, de donde provengo: clase media baja en un pueblo. ¿Qué vi en esos lugares? Miseria, generosidades, luchas, sobre todo luchas de las mujeres, de distintas maneras, con recursos, con lo que se puede, con la inteligencia, con el cuerpo, con las manos, con los brazos...
Mujeres que el deseo las atraviesa y eso es una flecha hacia el futuro y después está cómo el aire ofrece resistencia. Algunas pueden hacer que esa flecha dé en algún blanco y otras no.
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—Con las historias de estas mujeres, sobre todo la militante política, se ve cuántas vidas caben en una ¿no?
— Eso me interesa mucho y de eso trata en realidad la ficción. Los momentos narrativos para un cuento son aquellos en los cuales una vida hace un codo y se desvía. Después hay tramos serenos, parejos y ante esos tramos ya cierra un texto y la vida sigue hasta el próximo desvío. En cada vida hay hitos, hay momentos más potentes que son claves, en los cuales nuestra vida podría haber seguido como siguió o tomado otros caminos y entonces todo se hubiera abierto a cosas muy distintas. Me interesa pensar en esos puntos claves.
— La vida en clandestinidad le permite a la mujer ver cómo se vive en los márgenes, ella misma está en una gran precariedad y aunque ve mucha miseria también aparece una presencia muy fuerte de la solidaridad.
— Como dice María Elena Walsh en La cigarra, una mano te rescatará para seguir cantando. Gente miserable, que traiciona gente, que se vuelve indiferente que tiene un callo en la sensibilidad, pero también ese otro que tiende la mano, que por nada ofrece luz. A veces hay más solidaridad que mezquindades y a veces al revés.
—¿Cómo entra Aldao en tus ficciones?
— Es un territorio imaginario, un alter locus de lo que podría ser un pueblo de llanura, en la provincia, donde crecí. Cuando empecé a escribir ficciones tomaba el noroeste argentino porque me había impactado mucho por la percepción de los latinoamericanos. Yo, que venía de la pampa gringa, de esos pueblos atravesados por la melancolía, con mucha influencia migratoria, me parecía que la zona de clase social geográfica de donde yo venía no era atractiva para la ficción y a medida que ha ido pasando el tiempo cada vez he encontrado que ahí estaba todo. En esa percepción de la vida temprana estaba toda la condición humana: el brillo, la miserabilidad, la lucha, la solidaridad, las distintas variantes de lo ideológico. Cada lugar donde uno vive, se cría o mira es como un Aleph, ahí hay está todo. Un ahí que es imaginario y ha quedado en mi memoria a través de lo vivido. De la experiencia vivida, de los colores, los olores, se instalan los personajes, se instala todo.
Fuente: Télam S. E.
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