The Dark Side Of The Moon es un caso atípico dentro de la música popular. Es una obra maestra -de eso no hay dudas-, pero está lejos de ser accesible, sino que requiere de una escucha profunda, atenta, en la que con cada pasada el oyente queda atrapado, sumergido, en los miedos y las inseguridades que transmite Pink Floyd en cada composición. Aun así, es uno de los álbumes más vendidos de todos los tiempos, que trepó a los primeros puestos y permaneció en los rankings por más de 970 semanas (más de 18 años). “Ciertamente no tenía idea de su potencial comercial, y me sorprendí como todos los demás cuando simplemente despegó”. La confesión es de Nick Mason, el baterista del cuarteto inglés, extraída de su libro Dentro de Pink Floyd (Ma Non Troppo, 2016). Las causas de su éxito radican en que el álbum supo captar a la perfección el ethos de la época, que evidentemente no ha cambiado tanto en los cincuenta años.
De hecho, el concepto del LP gira en torno a los efectos de la vida moderna, como las presiones laborales, las fobias, el paso del tiempo, la fiebre por el dinero, la muerte y la locura. Los integrantes de Pink Floyd no eran ajenos a estas problemáticas, pero supieron somatizarlas de manera excepcional en The Dark Side Of The Moon.
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Las canciones empezaron a tomar forma en los ensayos, pero también en vivo. El grupo llegó a presentar el espectáculo Dark Side Of The Moon: A Piece For Assorted Lunatics -que era esencialmente la interpretación completa de una primera versión del álbum- casi un año antes de grabarlo en los estudios de Abbey Road, donde los temas adquirieron su forma definitiva. Basta con escuchar algunos de los conciertos que subieron a plataformas digitales a fines del año pasado de la gira del ‘72 y el disco en vivo que saldrá este mes en el marco de este 50º aniversario registrado en el Wembley Empire Pool en 1974 para observar cómo fue su evolución.
Mientras que la producción estuvo a cargo del grupo, el ingeniero de sonido fue Alan Parsons, quien ya había trabajado en Ummagumma (1969) y Atom Heart Mother (1970) y había ganado experiencia como parte del equipo de grabación de Abbey Road y Let It Be de The Beatles. Él superó las limitaciones técnicas de la época para que The Dark Side Of The Moon suene fresco e innovador. La mezcla final estuvo a cargo de Chris Thomas, productor que había ganado notoriedad en el ambiente tras asistir a los Fab Four durante las sesiones del Álbum Blanco.
Roger Waters, que asumió el rol de letrista tras la expulsión de Barrett, decidió que debía ser más claro y directo y dotar de humanidad a los textos. “Cuando concluimos el álbum me llevé una copia a casa y se la puse a mi primera mujer. Recuerdo que comenzó a llorar cuando terminó de escucharlo. Yo pensé, ‘esto obviamente ha tocado de alguna manera una fibra sensible’ y me sentí bastante satisfecho”, admitió.
Las canciones se sitúan en el interior del ser, como si las cantara la voz de una conciencia social que reflexiona sobre la vida y la muerte. La inclusión de testimonios de personas reales fortalece esa idea. Para ello, la banda sometió a un cuestionario a todo aquel que pasara por el estudio, desde su road manager hasta Paul McCartney, que estaba grabando el disco de Wings Red Rose Speedway (aunque su parte no fue utilizada). Las preguntas abarcaban desde la mundana “¿cuál es tu color preferido?” hasta cuestiones más profundas como “¿tienes miedo a la muerte?”, “¿sientes que te estás volviendo loco?” o ¿qué te evoca el lado oscuro de la luna?”. Quien brindó las respuestas más sorprendentes fue Gerry O’Driscoll, el conserje irlandés de los estudios de EMI, que sin proponérselo se convirtió en uno de los protagonistas.
El álbum abre con Speak To Me que, como explica Mason en su libro, es “una degustación de lo que está por venir”. El baterista ensambló los sonidos distintivos de cada una de las pistas que integran el disco para crear una introducción que podría representar un nacimiento. Empieza con unos latidos casi inaudibles y a medida que sube el volumen se van superponiendo diferentes efectos que volverán a escucharse más adelante. Cuando alcanza el clímax, descarga toda su tensión sobre “Breathe (In The Air)”. El título, que significa “respirar” en inglés, describe justamente la primera acción que hace una persona al llegar al mundo. En medio de ese collage sonoro, se escucha la voz de Chris Adamson, encargado de las giras del grupo, confesando: “He estado loco por muchísimos jodidos años”. Luego aparece O’Driscoll, que en un acto de lucidez afirma: “Siempre estuve loco, sé que lo he estado, como la mayoría de la gente. Es muy difícil explicar por qué uno está loco, incluso si uno no lo está”. Las canciones, siguiendo el razonamiento de Jean-Michel Guesdon y Phillippe Margotin en el libro Pink Floyd: La historia detrás de sus 179 canciones (Blume, 2018), suenan desde el interior de la mente de alguien que no está completamente en sus cabales, que en realidad puede ser cualquier individuo. El mensaje es: nadie está exento de los trastornos de la vida moderna.
La génesis de “Breathe” está en una canción homónima que compuso Roger Waters junto a Ron Geesin para el documental The Body en 1970. La melodía se mece suavemente sobre la guitarra lap steel de David Gilmour, que canta con una voz dulce y apacible, como si se tratara de un arrullo en el que le da consejos al recién llegado: “Mira a tu alrededor y elige tu propio terreno”.
On The Run es una de las piezas que más transformaciones sufrió desde su interpretación en directo durante los shows de 1972 hasta su versión final de estudio. Titulada inicialmente como The Travel Sequence, se trataba de una jam que remite a instrumentales como One Of These Days de Meddle que buscaba sin éxito transmitir el miedo a volar y la paranoia que podían generar los constantes viajes en avión. En el estudio, un loop acelerado hecho con sintetizadores mezclado con capas de sonidos distorsionados logró el efecto deseado.
Acto seguido, una serie de tic tacs, campanadas y alarmas preanuncian “Time”. En la introducción se destaca Nick Mason, que utilizó unos rototoms para dotar a la percusión de una textura metálica que simula el mecanismo de un reloj. Aquí Waters describe el inevitable paso del tiempo y la percepción que se tiene de él en cada etapa de la vida. “En todo momento estamos tomando las riendas de nuestro destino”, afirmó en el documental Classic Albums: The Making of Dark Side Of The Moon. En la coda, la banda regresa a Breathe porque el tiempo a veces vuelve a comenzar, pero tarde o temprano llega a su fin…
“No tengo miedo de morir. Será en cualquier momento, no me importa. ¿Por qué debería temerle a la muerte? No hay ninguna razón para ello, en algún momento tenés que irte”. El razonamiento de Gerry O’Driscoll le da contexto a The Great Gig In The Sky, un instrumental de Richard Wright que contiene una de las interpretaciones vocales más impresionantes de la historia del rock. Alan Parsons recomendó llamar a Clare Torry, con quien había trabajado previamente en un álbum de versiones. El grupo ya había contratado coristas para los arreglos vocales –Doris Troy, Barry St. John, Lesley Duncan y Liza Strike-, que le dieron un toque de soul a las canciones, pero para The Great Gig In The Sky, según Mason, lo que buscaban era “un sonido más europeo”.
Gilmour y Right le explicaron a la cantante que debía improvisar expresando emoción, aunque el tema carecía de letra y de líneas melódicas. “Me dijeron que era un concepto sobre el nacimiento y la muerte”, detalló Bruno MacDonald en Pink Floyd: Through the eyes of the band, its fans, friends and foes (De Capo, 1997). Tras una serie de tomas infructuosas, Clare intentó cantar como si su voz fuera un instrumento y el resultado fue conmovedor.
Así culmina el lado A de The Dark Side Of The Moon, una alegórica descripción de la vida de principio a fin, con sus miedos y frustraciones. El lado B profundiza aún más las debilidades de la naturaleza humana y se sumerge gradualmente en la locura y la paranoia.
Sonidos de cajas registradoras, monedas, papeles rasgados y conmutadores abren la segunda parte del disco. Ensamblados en un loop absolutamente hipnótico, marcan un tempo poco habitual para una canción de rock o, en rigor de verdad, de un blues. Enseguida aparece el bajo de Roger Waters con un riff de esos que quedan en la historia, y se suma el resto del grupo para darle a “Money” la dosis de swing que necesitaba Pink Floyd para obtener un hit en los Estados Unidos. Fue un punto de inflexión en la carrera del cuarteto que, irónicamente, alcanzó fama y fortuna a escala planetaria con una canción que criticaba al materialismo y a la sociedad capitalista.
Us And Them es el otro gran aporte de Richard Wright al álbum. Su origen remite a un descarte de la banda sonora de la película Zabriskie Point, que el director Michelangelo Antonioni rechazó por considerarla “demasiado triste”. En el LP, sin embargo, constituye uno de los momentos más intensos y surrealistas, donde los acordes con aires jazzeros se elevan al espacio y el saxofonista Dick Parry interviene con dos solos etéreos que la llevan a otra dimensión. Waters planteó la letra como un juego de dicotomías –“nosotros” y “ellos”- que reflejan las miserias de una raza humana alienada por el ansia de poder, el consumismo y el egoísmo. El tema desemboca en otro instrumental, Any Colour You Like, que funciona de puente hacia la última parte. Es la prueba empírica de que The Dark Side Of The Moon representa una ruptura definitiva con el pasado, ya que lo que en sus primeros discos hubiera sido una larga improvisación psicodélica, aquí se reduce a un formato más tradicional de poco más de tres minutos.
El cierre llega con el binomio Brain Damage-Eclipse, donde recién se menciona de manera explícita al lado oscuro de la luna y las únicas que tienen a Roger Waters como voz principal. La primera evoca a Syd Barrett, “el lunático [que] está en el césped recordando los juegos y las guirnaldas de margaritas y las risas”. Aunque fue expulsado en 1968, sus ex compañeros tardaron varios años en desprenderse de su influencia.
Eclipse constituye un épico final gracias al arreglo góspel de las coristas que le dieron la fuerza necesaria a lo que es una breve enumeración de actos que constituyen la vida misma, con lo bueno y lo malo, y que sutilmente hacen referencia a las canciones que precedieron. “Todo bajo el sol está en armonía, pero el sol está eclipsado por la luna”, concluye Waters, que quince años más tarde explicó la frase en el libro de Pink Floyd: Bricks in the Wall de Karl Dallas (Baton Press, 1987): “El álbum utiliza el sol y la luna como símbolos; la luz y la oscuridad; […] la vida en oposición a la muerte. Creo que es una declaración muy simple que afirma que todas las cosas buenas que la vida puede ofrecer están ahí para que las tomemos, pero que la influencia de alguna fuerza oscura en nuestra naturaleza nos impide aprovecharlas”.
Tras el último acorde, los latidos de Speak To Me vuelven a aparecer y O’Driscoll llega a una evidente conclusión: “no hay un lado oscuro de la luna. En realidad, está toda oscura”. El mensaje no es muy esperanzador, pero el regreso de las pulsaciones da cuenta de que la vida continúa, con sus dificultades y sus buenos momentos.
Las razones del éxito arrollador de The Dark Side Of The Moon son diversas. Pero la mejor explicación de su éxito es la gran calidad musical. La ingeniería de sonido es de vanguardia y durante varios años fue un disco modelo para probar la calidad de los equipos hi-fi que aparecieron en la década del ‘70. Por otro lado, la temática universal de las letras de Roger Waters generó una rápida identificación con el público de todo el mundo, a través de varias generaciones. Incluso en el momento en que los historiadores del rock vieron a su variante progresiva con desdén y la acusaron de aburrida y pretenciosa –adjetivos que han recibido otros trabajos del grupo-, The Dark Side Of The Moon permanece incólume, en un panteón en el que pocos álbumes tienen el lujo de estar: el de la eternidad.
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