Desde Berlín - Ganar el premio a la ópera prima de un festival como la Berlinale no es algo menor. Se trata de un premio relevante en uno de los eventos más importantes del calendario cinematográfico. Y la película argentina Adentro mío estoy bailando lo logró, superando a otros 18 filmes distribuidos en las diversas secciones del festival que participaban en esa competencia dotada con 50 mil euros de premio. El inesperado galardón fue la culminación –y el inicio de un nuevo recorrido– de un proyecto en el que sus directores, Leandro Koch y Paloma Schachmann, ya llevaban trabajando más de siete años.
Poco antes de llevarse el galardón, los realizadores hablaron acerca de un proceso que llevó mucho tiempo, muchos viajes, muchas idas y vueltas y de una película en la que se cuentan varias cosas. Fundamentalmente, es el viaje de un cineasta y una clarinetista que van a Europa del Este a buscar las raíces de la música klezmer (la película tiene como subtítulo aquí The Klezmer Project), las vueltas que tiene su investigación, su relación personal y romántica, la historia familiar de Koch y, junto a ella, de buena parte de la diáspora judía de esa zona de Europa en la que ya no queda prácticamente nada de ese difícil pasado.
“El proceso fue un poco parecido a la historia que se cuenta en la película –cuenta Koch–. Paula es clarinetista de música klezmer y quería hacer un documental sobre eso. A mí el klezmer mucho no me interesaba, pero sí quería hacer una película con ella o meterme en un proyecto con ella. Y nos pusimos a filmar un documental de klezmer. O sea, filmar bandas que tocan esa música en fiestas judías y conciertos. De pronto salió la oportunidad de viajar porque Paula tenía un festival en Cracovia. Me dijo ‘venite y de ahí nos vamos a Europa del Este y buscamos ahí a ver qué queda’. Lo hicimos y ahí fue como que se abrió una puerta gigante a un mundo que no nos imaginábamos que había detrás del klezmer y que tenía que ver con la cultura idishe y con su desaparición. Ahí se puso más interesante el asunto y empezaron a surgir nuevas capas narrativas que fuimos incluyendo”.
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Ese viaje de investigación fue en 2016, se filmó bastante material pero es poco lo que quedó de él en la película. El proyecto continuó con un guión y con la idea de hacer un nuevo viaje que se demoró por falta de dinero y por aquello de la pandemia y que recién pudo completarse en 2021. “Nos dimos cuenta que todo se volvió más urgente porque la gente se estaba muriendo –cuentan–. Están quedando las últimas personas que se acuerdan de algún pasado donde hubo judaísmo en esos lugares, ya todos tienen más de 80 años. De hecho, algunos personajes fallecieron entre los dos viajes.”
La abuela que cuenta una historia en idishe en el film es la verdadera abuela de Leandro. Y, en el medio, cuenta, falleció su abuelo “y ella comenzó una declinación, se fue deteriorando”. Las imágenes y la narración de ella son previas y por eso son muy emotivas para los realizadores. “Ella emigró con su familia a Argentina antes de la Segunda Guerra –cuenta Koch–. Pero, igual, la suya fue una historia bastante terrible. Y la contaba siempre. Y también hablaba de que no los dejaban bajar del barco y cosas así”.
Paloma es clarinetista de música klezmer y su relación con el proyecto viene de ahí. “Yo toco hace más de veinte años –cuenta–. Y me especialicé en ese tipo de música, empecé a meterme más a fondo en el tema. Me vine a estudiar acá a Berlín e iba y venía de Buenos Aires con material que compartía. Y mi idea de hacer un documental sobre el tema tenía que ver con dejar registro visual de las bandas. No tenía nada que ver con hacer una película y contar toda esta historia, sino hacer una cuestión mucho más tradicional, como una videoteca de las bandas que hacen klezmer”.
Gracias a conversaciones con etnomusicólogos como Bob Cohen, que aparece en la película, y CDs de bandas tradicionales, los realizadores fueron dando con pueblitos de países de Ucrania, Rumania y Moldavia en los que todavía se tocan variantes de este tipo de música tan características de la diáspora judía.
“Lo que nos pasó en ese viaje –cuenta Schachmann– es que descubrimos esos lugares y esos personajes que nos daban ganas de hacer una película de verdad. De pronto estábamos en aldeas, filmando los interiores de esas casas y a esos viejitos gitanos que conocían melodías judías. Ahí apareció la idea de que la música klezmer circula con otras variantes y tradiciones que se cruzaron. Las fronteras se movieron tanto que las culturas están totalmente mezcladas. Y los músicos que trabajan en fiestas son una representación muy clara de esa mezcla cultural, ya que su repertorio incluye música de todas las culturas que vivían ahí. Como pasa en Argentina, que en un casamiento judío también tocás una cumbia y música sefaradí. Uno adopta el repertorio de las personas que están ahí y estos músicos también lo hacen”.
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Adentro mío estoy bailando es un retrato de esos pueblos y esos músicos, una road movie en la que los directores viajan, se separan y reúnen con una historia de amor de por medio, un documental que incluye los problemas de producción y presupuesto, además de un homenaje a la herencia familiar y cultural judía en regiones de Europa del Este en la que la colectividad ha prácticamente desaparecido después de la Segunda Guerra Mundial.
“Fue un trabajo complicado unir todas esas partes –cuenta Koch–. La película es una especie de collage. Cada vez aparecían más capas narrativas y eso nos obligaba a cambiar muchas cosas. Por suerte apareció este recurso que fue el cuento en idishe funcionando como contrapunto de nuestra historia, contando una historia que ocurre en otro tiempo pero que siempre encuentra como una sincronía con la nuestra. Y aparte era como un acto concreto de la película para traer el sonido del idishe a la superficie”.
— ¿Cómo fue recorrer esos pueblos, esos lugares, estar con toda esa gente?
— Schachmann: Fue un desafío muy fuerte dirigir a los personajes porque no hay un idioma en común y trabajamos con intérpretes todo el tiempo que tampoco hablan muy bien inglés. Llegamos al rodaje con un guión muy escrito y, habiendo conocido a todos los personajes, ya sabíamos qué es lo que queríamos que cada uno hiciera. Pero no fue fácil porque no son actores ni están acostumbrados a ser filmados. A una de ellas la filmamos preparando el desayuno, yendo a buscar la leche, a la huerta, y no entendía nada. Y con los músicos pasaba algo parecido. Me parece que creían que nosotros estábamos locos.
— Koch: Y también muchos problemas burocráticos en las fronteras. Estuvimos en Ucrania justo dos meses antes de la guerra y entrar con los equipos era siempre un problema. Pero a la vez las personas de allí son casi como latinos. Es fácil que te abran las puertas de la casa y son muy cálidos. Sería más difícil intentar hacer un documental en un pueblo acá en Alemania”.
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