Su pintura favorita, ya lo ha dicho en otras ocasiones, es Almendro en flor, una de las últimas obras del holandés Vincent Van Gogh (1853-1890), un óleo pintado bajo influencia del arte japonés y que ofreció como regalo a su hermano Theo y a su esposa Johanna, por el nacimiento de su sobrino, el hijo de la pareja, a quien le pusieron el nombre completo del artista. Varias generaciones después, otro Vincent Willem Van Gogh está en Buenos Aires, como curador de la muestra inmersiva Meet Vincent van Gogh que puede verse en el Campo de Polo hasta el 30 de abril.
Bisnieto de Theo, el hermano y mecenas de quien hoy es tal vez el artista más querido del mundo, Willem (no usa su primer nombre, tal vez en un gesto de pudor) es abogado, tiene 69 años y es asesor de la junta directiva del Museo Van Gogh de Amsterdam, uno de los espacios centrales del arte del mundo, justamente porque alberga unas 200 pinturas, 500 dibujos y cientos de cartas del gran innovador de la pintura. El museo quiso acercar esa obra a grandes mayorías que no siempre tienen la posibilidad de viajar y eligió hacerlo a través de la muestra que tiene a Willem Van Gogh a la cabeza y que se propone hacerle conocer al mundo la vida y la obra de este artista fascinante, que se enfrentó por años a su inestabilidad emocional y que, aún acosado por los peores fantasmas, no dejó de pintar ni aún en los momentos más sombríos.
Luego de llevar una vida en la que no conseguía ni el reconocimiento a su obra ni la paz mental en ningún sitio, Vicent Van Gogh llegó en mayo de 1890 a Auvers-sur-Oise, a 35 km de París, intentando una vez más sortear la oscuridad de su ánimo. Durante dos meses pareció hallar ese espacio de paz y productividad que anhelaba, al punto que consiguió plasmar 72 pinturas, 33 dibujos y un grabado, muchos de ellos paisajes del pueblo en el que pretendía ponerle fin a los demonios. No lo consiguió. Así, el domingo 27 de julio de ese año, durante una salida al campo se disparó en el pecho, lo que le causó la muerte dos días después.
Pese a que algunas biografías recientes siembran dudas sobre el suicidio (Vincent no dejó ninguna nota que explicara su decisión), su sobrino bisnieto y la familia en general están convencidos de que Van Gogh ya no quería seguir viviendo y además aseguran que le llegó a decir en su lecho de muerte a su hermano Theo (quien viajó en cuanto supo lo que había sucedido) que estaba listo para irse, lo que todos tomaron entonces y para siempre como la confirmación de su voluntad de muerte.
Si a Willem le gusta la pintura del almendro que Van Gogh pintó poco tiempo antes de morir en Saint-Rémy-de-Provence, Francia, es precisamente porque fue dedicada a su abuelo y porque fue una de las pinturas entre las cuales creció. Fue Johanna, la viuda de Theo (quien murió seis meses después que su querido hermano) la que se ocupó antes que nadie y con fervor de difundir la obra de su cuñado, tarea que más tarde continuó su hijo, el abuelo de Willem.
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Como espectáculo, Meet Vincent Van Gogh ofrece a partir de imágenes y sonidos un acercamiento a la vida y la obra de un artista luminoso y atormentado. Así, no se trata solo de la reproducción de sus pinturas icónicas (algunas de las reproducciones brindan la posibilidad de ser tocadas, por lo cual los espectadores acercan otro de los sentidos al trazo particular del enorme Van Gogh) sino que también se reproducen los espacios en los cuales pasó sus días el artista y a través de la audioguía se escucha no sólo la reconstrucción de lo que fue la vida y el aprendizaje como artista del holandés sino también el modo en que eso fue puesto en palabras por el mismo en las famosas cartas a su hermano Theo.
Infobae estuvo en el Campo de Polo mientras se terminaba de alistar la gran muestra y entrevistó allí a Willem Van Gogh. La charla se desarrolló en la famosa habitación de Vicent, esa que todos tuvimos alguna vez colgada en nuestro cuarto o como fondo de pantalla y, si no fue así, seguro la conservamos en nuestras retinas, como una de las imágenes más adorables de nuestra juventud.
-Leí en alguna entrevista que tomó conciencia de quién era su familiar Vincent Van Gogh cuando usted era chico, en el sur de Francia. Me gustaría que me contara esa escena, es decir, en qué momento se dio cuenta de que su apellido era un apellido importante para la historia del arte.
-Cuando yo tenía diez años, fuimos con mi familia desde Holanda al sur de Francia por primera vez de vacaciones. Ni bien llegamos, fuimos al hotel y cuando entré a la habitación vi colgada arriba de la cama una reproducción de Los girasoles de Van Gogh, una pintura que conocía muy bien por verla todo el tiempo colgada en el living de mis abuelos, arriba del sofá. Y entonces, en un país en el que no entendía ni una sola palabra y todo olía diferente, advertí que aún ahí Van Gogh era muy valorado.
-Hay un parecido físico asombroso entre usted y sus ancestros. ¿Qué le dice la gente cuando se entera de que usted es un miembro de la familia Van Gogh?
-Muchas personas tienen su propia historia y sus propios recuerdos con la obra de Vincent. Hay gente que me dice: “Ah, sobrino de Van Gogh, yo tengo un afiche en mi cuarto” o de pronto dicen que tienen muy buenos recuerdos de haber visitado el Museo Van Gogh en Amsterdam o en Arlés, que es la capital de la obra de Vincent. Mucha gente dice que nos parecemos, sí, y para mí es realmente un cumplido porque en general toman como referencia una foto de cuando Vincent tenía apenas 19 años (risas).
-Como muestra, Meet Vincent Van Gogh tiene un claro un eje educativo, además de ser un espectáculo cultural. ¿Por qué piensa que la obra de Van Gogh les gusta tanto a los chicos y a los jóvenes?
-Creo que a mucha gente le gusta la obra de Van Gogh porque sus objetos son cosas de todos los días; retrata la pequeña casa amarilla, retrata su dormitorio, su comedor, y cada persona se siente identificada porque esos que describe Van Gogh en sus cuadros pueden ser tus propios espacios, ahí donde vivís, es decir, se trata de una pintura que siempre describe tu vida cotidiana. Además, el tipo de imágenes y los colores vibrantes también lo hacen muy accesible.
-Hay algo de la enfermedad mental y su relación con el arte que resulta muy atractivo para los jóvenes. Al mismo tiempo, figuras como Frida Kahlo o Van Gogh, que sufrieron mucho en sus vidas, y en cuya obra el dolor es algo muy fuerte, los convierte casi en rockstars. ¿Cómo lo ve usted?
-Todos tenemos deseos, desesperación, desilusiones y todo eso está reflejado en gente tan icónica como Frida Kahlo y Vincent Van Gogh. Frida es también una de mis favoritas. En los dos, también, es posible encontrar algo de consuelo ya que ambos artistas, pero en este caso en especial, Vincent siguió trabajando, nunca se rindió y creo que ese es el mejor mensaje para la gente joven. Si tenés claro adónde querés ir, andá, y nunca te des por vencido.
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-¿Usted pintó alguna vez, verdad?
-(Se sonríe) Una vez, después de haber soportado bastante presión familiar, pinté. Cuando terminé, estaba feliz con el resultado de tres de mis pinturas entonces, al volver a casa, se las mostré a mi esposa y le dije, muy contento: “Mirá lo que hice”. Y ella me respondió: “¿Y qué vamos a hacer con esto?”, y los mandó a la buhardilla.
-El Museo Van Gogh de Amsterdam es un espacio central de la cultura y mucha gente sabe que hubo una decisión familiar de mantener reunida la obra de Vincent. Me gustaría que me contara cómo se tomó esa decisión.
-Vincent y Theo tenían una suerte de acuerdo: Theo, que era marchand en París, haría todo lo posible para que Vincent fuera un artista, de modo que le mandaba dinero y, a cambio, Vincent le enviaba algunas obras, entre dibujos y pinturas con la idea de que fueran vendidas, aunque ya sabemos que eso no ocurrió. Luego de la muerte de ambos, el hijo de Theo, es decir, mi abuelo, heredó la colección. Él estaba convencido de que esos cuadros eran más que una herencia familiar, eran una herencia cultural de la humanidad. De modo que no le parecía razonable que la obra de uno de los artistas más importantes y definitivamente el más querido en todo el mundo fuera una colección para quedársela uno mismo. Por eso quiso compartirla con todos y para siempre. Así fue que en los años 60 comenzó una negociación para consguir un acuerdo con el gobierno holandés por el cual él se comprometía a transferir la colección a una Fundación que garantizara que la obra se mantendría reunida y, a cambio, el gobierno dio los fondos para la construcción del museo, que abrió en 1973, por lo cual este es un año especial para nosotros, porque se cumple el 50 aniversario de su apertura. Y por eso estamos acá, con la experiencia Meet Vincent Van Gogh, felices de estar en Buenos Aires porque esto le va a permitir a mucha gente conocer sobre la vida y la obra de Vincent.
-¿Cómo vive la familia el hecho de que Vincent y Theo hayan muerto con tan poca diferencia de tiempo? ¿Cuál es la idea que quedó de esa relación y esa muerte tan cercanas?
-Con una gran sensación de tristeza, por supuesto. Mi abuelo creció sin conocer a su padre porque Theo murió cuando mi abuelo era un bebé de un año. Y su madre, la viuda de Theo, se despidió de su marido después de un matrimonio de apenas dos años. Ambos hicieron luego un trabajo fantástico con la obra de Vincent, difundiéndola y manteniéndola reunida y, más tarde, compartiendo la colección con todo el mundo.
-Pero usted podría ser multimillonario, supongo que es algo sobre lo que habrá reflexionado alguna vez.
-Pero no lo soy. Es como si pensara que, si volviera a nacer, podría tener la vida de una chica. Pero no ocurrió.
*Meet Vincent Van Gogh, en el Campo de Polo. Del 24 de febrero al 30 de abril
Miércoles, jueves y viernes: 14 a 21 horas
Sábado y domingo: 11 a 21 horas
Turnos:
Cada media hora, por ejemplo, 16 a 16:30 / 16:30 a 17 horas
Aforo:
Cada 30 minutos el aforo máximo disponible es de 175 personas
Más información en: www.vincentvangogh.com.ar
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