Una de las curiosidades de los festivales de cine es que, cuando llega la hora de los premios y las definiciones, la mayoría de ellos ya han prácticamente terminado varios días antes. Por distintos motivos – el principal es la existencia en paralelo de un mercado que concluye promediando la semana–, a la hora de las galas de cierre, los festivales suelen estar, sino desiertos, bastante más tranquilos y vacíos que días atrás. Lo mismo sucede en muchos otros eventos, hasta deportivos. Sin ir más lejos, la final de un mundial de fútbol transcurre cuando el 90 por ciento de los equipos, fans y turistas ya han partido de la ciudad en la que transcurre. En un festival de cine es aún más notorio y lo que muchos consideran su momento más importante termina existiendo más en la prensa y en el mundo virtual que en la ciudad que cobijó el festival.
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Aquí en Berlín ya desde el miércoles que el festival parece haber terminado. La partida de la gente que se dedica a comprar y vender películas en el mercado reduce en mucho la cantidad de personas circulando. Y buena parte de la prensa se va también, por cuestiones presupuestarias. Los propios festivales lo saben y apuran sus “momentos importantes” para la primera semana, dejando que los últimos dos o tres días sean más para que el público local vea y recupere muchas de las películas que se pasaron. Es así que, en sus últimos días, muchos festivales se vuelven eventos más ligados a la ciudad que los cobija y no tan dedicados a la industria del cine.
Los premios, sin embargo, siguen quedando para el final. Y la ceremonia de entrega será aquí este sábado a las 8 pm (hora local). Como suele suceder, en un festival cuyo jurado está integrado por una de las actrices más populares de Hollywood (Kristen Stewart), un muy particular cineasta rumano (Radu Jude), un célebre director asiático de películas de acción (Johnnie To) y una joven realizadora española (Carla Simón), entre otros, es imposible determinar favoritos. Y lo mejor que puede hacer la prensa es basarse en un combo que incluya sus propios gustos y opiniones, lo que escucha de parte de los colegas y de los famosos “rumores” que siempre alguien dice tener sobre lo que le gustó o no al siempre impredecible y usualmente criticado jurado.
Aquí, tras un comienzo errático, han habido algunas muy buenas películas, y varias de ellas podrían aparecer como posibles Osos de Oro. A las ya previamente comentadas Tótem, de la mexicana Lila Avilés; Past Lives, de la directora coreano-norteamericana Celine Song; la película china The Shadowless Tower, de Zhang Lu y The Plough, de Philippe Garrel, habría que sumarles cuatro o cinco más que, con mayor o menor calidad, parecen haber impactado a unos u otros de los diversos grupos con muy distintos gustos que conviven en un festival de cine grande como es este.
Disco Boy, del italiano Giacomo Abbruzzese, impactó a algunos –no me cuento entre sus fans– con su intensa y violenta historia centrada en un inmigrante ilegal de Europa del Este que entra a la Legión Extranjera francesa para legalizar su situación y termina combatiendo en una serie de violentos enfrentamientos en África. Visualmente bastante impactante, es una película más interesante desde su aspecto visual que por su bastante trillado desarrollo dramático.
La española 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola Solaguren, tiene bastante en común con la ganadora del Oso de Oro del 2022, Alcarrás, de la ahora jurado Carla Simón, solo que a ese retrato de una familia que vive en un pueblo chico le agrega a una niña protagonista que está en plena disforia de género. Se trata de una película realista, creíble y emotiva cuyas chances a ser premiada suben en función de los muy actuales temas que toca. En contra tiene que el año pasado ganó aquí también una película española, cuya directora está en el jurado.
Mal viver, del experimentado realizador portugués Joao Canijo, es un relato muy angustiante centrado en los problemas y conflictos de una familia que regentea un hotel turístico en Portugal. Es una de las dos películas que Canijo presenta aquí –la otra se llama Viver mal, se centra en algunos huéspedes de ese mismo hotel y está en la competencia Encounters– y la más redonda de ambas: un emocionalmente devastador y bastante oscuro melodrama sobre las difíciles relaciones entre madres e hijas a lo largo de tres generaciones.
El documental Sur l’Adamant, del experimentado realizador francés Nicolas Philibert, podría quedarse con algún premio importante también. Su film retrata un centro de atención diurna para pacientes con trastornos psiquiátricos ubicado en una embarcación a la orilla del Sena, en pleno centro de París. Durante los momentos más duros de la pandemia, el director de Ser y tener muestra a las personas que pasan sus jornadas allí tratando de encontrar un refugio generoso y afectivo en medio de una situación, personal y social, muy compleja.
Quizás las últimas candidatas fuertes en sumarse sean dos alemanas, muy distintas entre sí pese ser sus directores parte de la llamada “Escuela de Berlín”. Music, de Angela Schanelec, es una muy bella pero excesivamente críptica adaptación al cine de la tragedia de Edipo que transcurre en la actualidad entre una isla griega y Alemania. De imágenes impactantes pero por momentos con un relato casi incomprensible y muy difícil de seguir, dependerá también de cómo el jurado valore o no el tipo de cine riguroso aunque un tanto hermético de la realizadora de I Was at Home, But…
Más accesible –aún dentro de su cine– es Afire, del local Christian Petzold. Se trata de una comedia dramática que transcurre en un lugar de vacaciones al que un escritor viaja con la intención de terminar su nueva novela. Pero la presencia gregaria de un amigo, una mujer que conocen allí y hasta del guardavidas de la playa local lo irán irritando y tornando imposible que pueda cumplir con su tarea. A la vez, una serie de incendios forestales amenazan con complicar las vacaciones de este curioso grupo, lo cual incrementa la frustración y la neurosis del sufrido protagonista. Comedia amarga con un trasfondo bastante denso, es una de las mejores propuestas de la competencia y una película bastante distinta a otras del genial director de Ave Fénix y Bárbara.
La competencia Encounters –que también otorga premios en la ceremonia del sábado– tiene dos representantes latinoamericanos: la argentina Adentro mío estoy bailando (The Klezmer Project), de Leandro Koch y Paloma Schachmann; y la mexicana El eco, de Tatiana Huezo, previamente comentada aquí. La película argentina combina documental y ficción para hablar de los esfuerzos de un cineasta y una instrumentista de música klezmer para rescatar la música judía del Este de Europa que parece haber desaparecido tras la Segunda Guerra Mundial. Su film es una mezcla de investigación musical con road movie, y su eje pasa también por cómo esas historias se conectan con las vidas personales y familiares de los directores, que protagonizan la película. Un film acerca de cómo el pasado repercute en el presente y de cómo nuestras vidas están conectadas con las de nuestros antepasados.
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