Hola, ahí.
Mientras le daba forma a este envío, tuve una idea ridícula. Por un momento se me ocurrió —mirá si seré absurda— que sería importante señalar de qué manera la risa incide positivamente sobre nuestra salud física y mental y cómo opera para revertir el estrés. Entusiasmada con eso, casi me pongo a investigar para darte información detallada sobre el tema pero, afortunadamente para todos, muy pronto advertí que no tenía sentido conducir este texto hacia un género de divulgación de temas de salud o psicología en los cuales no soy experta y, sobre todo, me di cuenta de que iba tras lo obvio porque si hay algo evidente para todo el mundo es que reír nos hace bien.
Por eso, ya que en este tiempo me leíste muchas veces de bajón o atrincherada en el espíritu drama queen —que tan bien me sale—, esta vez voy a cambiar por completo el ángulo de la información. Porque para lograr salir de los bajos fondos del alma, todo lo que necesitamos es humor.
(Y amor también, claro).
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El maravilloso delirio de Philomena Cunk
Se llama Diane Morgan (1975) y es una actriz tremenda. La conocimos en After Life haciendo de Kath, frustrada en amores y excéntrica responsable de publicidad de The Tambury Gazette, el periódico en el que trabaja Tony, el hombre en duelo protagonizado por Ricky Gervais y que nos rompió el corazón durante tres temporadas. Ahora podemos verla como Philomena Cunk, un personaje por el cual desde 2013 se la conoce en el Reino Unido y que hace unos meses salió al mundo en clave de sátira.
Philomena es la presentadora de Cunk on Earth (La tierra según Philomena Cunk es el título en español) una falsa docuserie que parodia los documentales que se proponen investigar un tema histórico o científico de manera exhaustiva. En este caso se trata, ni más ni menos, que de la historia de la civilización, desde la prehistoria hasta la actualidad, en cinco capítulos, “para que nunca tengas que ver ningún otro documental”.
Philomena es torpe, ignorante e inocente. No se ríe nunca y pregunta todo, desde lo más elemental hasta lo más delirante al borde del surrealismo, sin que se le mueva un músculo, aunque sus ojos redondos hablan. Entrevista a grandes expertos y habla con ellos como si fueran sus vecinos, a quienes, sin avergonzarse, les compara grandes momentos de la historia con anécdotas banales de su amigo Paul, mentiras de su ex novio Sean o ridiculeces de alguna de sus tías.
Las reacciones de los académicos varían en cuanto al grado de sorpresa —todos conocen el estilo del personaje ya que hubo varios ciclos locales, uno sobre Shakespeare, otro sobre la historia británica— pero ninguno conoce el guión, aunque se les instruye para que respondan lo más seriamente posible como si tuvieran enfrente a una criatura y lo hacen sin perder el rigor, la dignidad ni el sentido del humor.
El guión es equilibrado y perfecto y el delirio clave del ciclo no abarca la totalidad de los parlamentos, de modo que es posible ir siguiendo la historia del mundo que nos cuentan con genuino interés y también entre carcajadas.
Cuando se refiere a la Guerra de Secesión, la guerra civil en Estados Unidos, la explica así: “El Norte tuvo que decidir en qué tipo de Estados Unidos quería vivir: uno en el que los blancos se aprovecharan de otras razas mientras los trataban como seres inferiores, o uno en el que fingieran que no lo hacían”. O como cuando al hablar de las sufragistas y el modo en que las mujeres ganaron el derecho a voto dice: “Finalmente, las mujeres podían elegir qué hombre les diría lo que tenían que hacer”.
Obsesionada con la actualidad (capaz de llamar “primera app” al invento de la rueda o emojis a los jeroglíficos) y poco interesada con el trabajo intelectual, la delirante presentadora tiene como modelo todo lo que se relaciona con la tecnología y las redes sociales. Así, cuando habla de la religión y la aparición de Jesús, puede explicar a cámara que “en vida, Jesús solo tuvo 12 seguidores, menos incluso que la cuenta de Instagram poco inspiradora de mi tío Steve”.
Aunque es una parodia, es imposible no pensar cuántas veces vemos en la televisión presentadores o columnistas desinteresados y más pendientes de su teléfono que de lo que tienen que decirles a las audiencias. “Fue hace tanto tiempo”, le dice Philomena algo distraída a uno de sus interlocutores: “¿por qué debería interesarme eso?”.
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Philomena puede sin sonrojarse desmentir la llegada del hombre a la luna, calificar de embole cualquier obra ligada a la alta cultura y cruzar tiempos históricos con total desparpajo. Entre las preguntas, hay delirios cuyo origen podría remontarse a las genialidades de los Monty Python, como si las pirámides se construyeron de abajo hacia arriba o de arriba hacia abajo, si el blanqueo anal fue un invento del Imperio Romano o si el Renacimiento fue más importante que Single Ladies, el tema de Beyoncé.
Hablando de música, una de las cosas que me divierte mucho es cómo, de la nada, en cada capítulo aparece porque sí un fragmento del video del clásico Pump Up the Jam, de la banda belga Technotronic. Te aseguro que el efecto por acumulación de la ridiculez es buenísimo.
Lo que hace Diane Morgan en este programa de la BBC (que, justamente, se burla de los programas de la BBC) y fue creado por Charlie Brooker, la cabeza detrás de Black Mirror, es grandioso. Hay un momento en particular, en el que la mujer brutísima y distante por falta de interés genuino se quiebra. Es durante una entrevista con un experto en historia militar, cuando luego de una pregunta el especialista le confirma que las armas nucleares son reales, que son un peligro verdadero y no armas de utilería. Y que su país cuenta con ese arsenal. Philomena llora en serio: la escena es conmovedora porque el registro cambia por un instante y su llanto no es paródico. Recompuesta en su papel de presentadora, se esfuerza por volver de la angustia y dice algo así como “Mejor cambiemos de tema, ¿le gusta ABBA?”. A lo que el hombre, empático y compasivo, le responde: “Amo ABBA” y le dice que su canción favorita es Dancing Queen. Una delicia de escena.
La serie puede verse en Netflix.
Entre los 70 y los 90
Mis hijos nacieron en 1986, en 1997 y en 1999. Esto quiere decir que los más chicos nacieron bastante seguidos y que durante esos años, en materia de libros, teatro, películas y conciertos, me perdí mucho de lo que otros disfrutaron. Hay en mi memoria una laguna, un período nebuloso en esa materia, y ya me adapté a eso: sé con certeza que cuando en una conversación se habla de un fenómeno cultural con énfasis y yo ni siquiera lo tengo registrado es porque pertenece al tiempo en el que la descendencia me tenía tomada.
Criar a dos nenes chiquitos y además seguir criando a un púber fue una verdadera maratón y sin embargo sigo pensando que esa fue la época más hermosa de mi vida. Entre el trabajo y la familia no quedaba tiempo para nada pero la energía que me consumían los chicos me volvía mágicamente por tres, al menos eso siento ahora.
Por entonces, teníamos todavía un televisor en el dormitorio y no había nada como saber que a partir de las 22 y hasta que se nos cerraran los ojos, el tiempo era nuestro porque ellos ya dormían. Cada vez que podíamos veíamos Seinfeld, Frasier, Becker, The King of Queens, Everybody Loves Raymond y That 70′s Show y, si bien nos gustaban todas y esperábamos siempre los nuevos capítulos (entonces no había manera de ver todos juntos salvo si tenías los videos de las temporadas completas), That 70′s Show (1998-2006) tenía un atractivo especial.
Esa serie nos trasladaba a un pueblo ficticio de Estados Unidos, Point Place, en Wisconsin, y nos contaba con un humor ácido y también tierno cómo era la vida de un grupo de adolescentes de la época en la que nosotros mismos éramos adolescentes acá, en el sur profundo del continente, cuando el mundo no estaba interconectado como ahora y todo quedaba lejos.
Pues bien, hace unos meses llegó el spin off de esa serie que tanto quisimos y el nombre es That 90′s Show. Esta vez también la historia se centra en un grupo de adolescentes y el vínculo con la vieja sitcom se da a través del sótano en el que los chicos se reúnen, ya que es el mismo en el que se reunían y escuchaban música, y se besaban y fumaban marihuana más de veinte años atrás sus antecesores.
La nueva historia arranca con un capítulo en el que Leia (Callie Haverda), la hija de la pareja central de la vieja serie compuesta por Eric (Topher Grace) y Donna (Laura Prepon, a quien tal vez viste en Orange is the New Black), decide quedarse a pasar el verano en la casa de sus singulares abuelos Kitty (Debra J. Rupp) y Red Forman (Kurtwood Larson Smith), la casa del sótano en cuestión.
Leia, quien debe su nombre a la obsesión de su padre por La Guerra de las galaxias y es tan nerd y freak como su padre, toma la decisión de no regresar a la ciudad luego de conocer a un grupo de chicos y chicas que pasan sus días aburriéndose juntos, lo cual —lo sabemos— también es una gran forma de la diversión. Entre ellos se destaca Reyn Doi, como Ozzie, un chico con talento para la tecnología y más kilos que los que indica la época que hay que tener. Ozzie es, además, el gran analista de acciones y sentimientos del grupo y es abiertamente gay, lo cual por entonces todavía era un problema, sobre todo en un pueblo pequeño.
La primera chica a la que conoce Leia es Gwen (Ashley Aufderheide), una vecina de su edad pero mucho más rebelde y atrevida que será la llave hacia una nueva forma de ver las cosas. Como el amor no puede faltar en estas comedias, el galancito rompecorazones Jay (Mace Coronel) se convertirá en una de sus obsesiones del verano.
El primer capítulo de la serie es un abrazo para los viejos fans. Entre risas y aplausos en vivo, la llegada de los personajes de Eric y Donna y luego las del tonto lindo Michael Kelso (Ashton Kutcher) y Jackie (Mila Kunis), como los padres del casanova Jay, provocan algo bastante parecido a la emoción. En siguientes capítulos retornarán otros viejos y queridos personajes como el bizarro Fez (Wilmer Valderrama), el único extranjero del grupo original.
El único que no participa de este regreso es Danny Masterson, quien hacía de Steven Hyde en la serie original y aún enfrenta problemas judiciales por varias denuncias de violación en el seno de la Iglesia de la Cienciología, de la que es miembro...
Mis momentos favoritos: Kitty, feliz porque la juventud volvió a instalarse en su casa y eso le devuelve energía u oliéndole el pelo a Eric cada vez que puede, como una manera de sentirlo cerca mientras él, un hombre de 40, la rechaza, desdeñoso. También las escenas de fumata colectiva, con guiones ingeniosos que recuerdan a las mismas escenas en la serie original y los separadores entre escena y escena, además del grito de guerra “¡Hello, Wisconsin!” del comienzo, ahora más grunge —fiel a su tiempo— que el de la época de la psicodelia.
That 90′s Show puede verse por Netflix.
Y llegó la policía
En Occidente, en los últimos años la cultura se defiende como puede de la polarización entre quienes pretenden volver a un mundo anterior a los años 50, con las mujeres calladitas y en casa y los homosexuales guardados en los roperos, y, en el otro extremo, un progresismo talibán que acude a la represión y la censura en nombre de la inclusión. Seamos sinceros: una de nuestras frases de cabecera cada vez que volvemos a ver viejos videos de Les Luthiers o Capusotto es “esto hoy no podría decirse”. Y nos vamos acostumbrando, impotentes, a que ese humor sea solo memoria.
¿O no?
Pues bien, para los que nos lamentamos por eso, hay buenas noticias. Porque mientras los gurúes de la corrección política avanzan sobre la obra de Roald Dahl para despojarla de todo aquello que convirtió al inglés en un autor fundamental de la literatura infantil (ya no habrá en inglés palabras como “gordo” y “feo” en sus relatos), y cuando ya pensábamos que nadie iba a animarse a hacer humor con cuestiones vinculadas a la inclusión y a las minorías por el riesgo de ofender sensibilidades, se estrenó una serie que confirma que con inteligencia y picardía es posible zafar de los candados de la censura y la cancelación.
Posiblemente ya la viste y, si no, seguro escuchaste hablar de División Palermo, la serie de ocho capítulos estrenada días atrás que la está rompiendo en Netflix. Por las dudas, refresco algo de la información.
Creada por el actor y guionista Santiago Korovsky (Algo de Carlos, Casi feliz, El Reino), la sitcom se centra en la historia de un grupo de personas, cada uno de ellos con alguna discapacidad o miembro de una minoría, que son reclutados por la Policía de la Ciudad con el objetivo manifiesto de fomentar la inclusión y cuidar cuestiones de los barrios que afectan a la comunidad pero que no requieren de armas para su resolución, aunque detrás de esta fachada progresista lo que hay es una campaña de marketing para limpiar la imagen de una fuerza corrupta, discriminatoria y violenta.
Un ciego, un enano, una mujer trans, un anciano, una chica en silla de ruedas, un obeso, un boliviano con aspiraciones de standupero y un judío porteño (que es incorporado de casualidad, cuando llega para denunciar que le robaron la mochila con una indemnización) conforman esta nueva “armada Brancaleone” que se propone cuidar la Ciudad y a sus habitantes, mientras reciben las burlas de los verdaderos policías y también de la gente de a pie.
A la cabeza de este grupo y buscando dar todo el estímulo posible que su personalidad pusilánime le permite está Miguel (Daniel Hendler), psicólogo de la comisaría y con un brazo ortopédico. Korovsky es Felipe Rozenfeld, quien acaba de ser empujado por su padre a renunciar a la empresa familiar al mismo tiempo que es abandonado por su novia cuando se disponían a mudarse juntos. Sin trabajo ni pareja, Felipe va a denunciar que le robaron su mochila y termina preseleccionado para integrar el nuevo grupo de cuidados comunitarios.
Y aunque pareciera que estamos hablando de un plomazo didáctico de la inclusión a la manera de los manuales absurdos que propuso el INADI para el último Mundial, lo que encontramos en la serie es otra cosa: una comedia negra y tierna en tono de sátira que hereda lo mejor de la tradición Cha Cha Cha y que responde también a cierta zona de oscuridad y patetismo del estilo de Felicidades, la inolvidable película de Lucho Bender que narraba la soledad urbana en una Nochebuena a partir de historias individuales y conmovedoras y con algunas escenas desopilantes.
En esa línea, en División Palermo el ciego es un desesperado por la plata, el enano solo quiere entrar en acción, el comediante boliviano le pone onda pero es horrible con lo suyo, la muchacha trans (Valeria Licciardi) es hija de un comisario y escribe policiales, Sofía, la chica en silla de ruedas (una espectacular Pilar Gamboa, plena de gestos y matices emocionantes) harta de la compasión general, estalla cada vez que la felicitan por su resiliencia y su energía y el chico judío es un pibe infeliz y algo aplastado por la vida al que le cuesta salir de su lugar de hijo. El amor no está ausente en esta comedia y vibra en la relación torpe y divertida que inician Felipe y Sofía.
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En la serie ideada por Korovsky (un artista talentoso nacido en 1985, criado en el seno de una familia paterna ligada a la cultura y al espectáculo y con una madre que es una de las mayores especialistas en ESI de la Argentina, lo que tal vez explique la manera en que puede abordar el tema de la diversidad sin burlas y sin complejos), hay además una trama policial en la que terminan involucrados los miembros de la particular guardia urbana, con drogas disimuladas en productos inocentes, altos funcionarios y otros policías en las sombras del narco y con algunos de los agentes más ingenuos convertidos en los nuevos héroes de la Ciudad luego de resolver un caso.
Los puntos más altos de la serie se dan en la dinámica redonda de los diálogos, la convocatoria a actorazos para papeles secundarios que de secundarios no tienen nada y la musicalización, que realza el esperpento y en algunos casos añade un plus para la risa, como en la escena en el patrullero entre Korovsky y Martín Garabal, que personifica a un policía de historieta, con bigotito incluido. El personaje, que juega de malo malísimo y es un tierno de llorar, es también un romántico. Así, mientras se come unas papitas fritas que acaba de traer del chino se pone a cantar al ritmo de la radio “Me haces tanto bien”, el viejo tema de Amistades peligrosas: “No tocar, peligro de muerte”...
Creo que lo mejor que tiene División Palermo es, justamente, que el festival de personajes e historias permite entrar e interesarse por diversos ángulos. Pienso en los hermanos jugueteros que componen Iair Said (también a cargo del espectacular casting que incluye actores como Sergio Prina, el inolvidable protagonista de El motoarrebatador) y Alan Sabbagh (El rey del Once, El sistema Keops) y en Doguito, el duro durísimo de confianza que compone Carlos Belloso y ya me dan ganas de ir a ver sus escenas de nuevo. O en el personaje genial de Betty (Nilda Sindaco), la recepcionista de la comisaría, a quien Korovsky conoció en el Moyano durante su proceso de externación, mientras filmaba Salir a escena, su primer documental.
O en el de Rafael Spregelburd, un acumulador que sufre Sindrome de Diógenes y a quien los vecinos repudian por su manía y, sobre todo, la escena en que se lleva los vasos de plástico de la fiesta. O en la ridícula y guerrera ministra de Seguridad a la que le da vida la maravillosa Valeria Lois, con esos videos interruptus siempre en “zonas de combate”. O en las veces que el calmo Miguel se saca y golpea muebles y paredes con el brazo ortopédico mientras dice, como excusa, que la prótesis se le había aflojado.
Me reí a carcajadas, me divertí, disfruté de algunas composiciones admirables y como soy insaciable con estas cosas, me quedo esperando más.
De mínima, una segunda temporada.
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Y llegamos al final de este Fui, vi y escribí atravesado por las risas pero, como no puedo conmigo, también me gustaría recomendarte un documental de hace unos años que reconstruye la vida de una periodista enorme y creativa y, en sus últimos años, la gran dama de la comedia romántica moderna: Nora Ephron (1941-2012), una mujer dotada para hacer reír y pensar.
Se llama Everything is Copy y lo dirigió su hijo, Jacob Bernstein. Como es un muy buen homenaje a Ephron, vas a reírte, vas a pensar y seguramente también vas a emocionarte. Podés encontrarlo en HBO Max.
Agradezco mucho a todos los que me escribieron estos días a propósito del envío sobre los adioses. Recibí mensajes hermosos y tiernos, con historias muy emotivas. Es conmovedor para mí saber que estos escritos pueden acompañarte. Siempre es bueno saber que no estamos solos, de tu lado y también del mío.
Te recuerdo mi correo, es hpomeraniec@infobae.com. Respondo siempre, aunque a veces me demore un poco.
Abrazos y hasta la próxima.
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