Warren Zevon, un músico de resonancias literarias y con “la suerte por el piso”

Compositor e intérprete de culto en el mejor rock estadounidense de tres décadas, vivió una vida de película y dejó una obra plena buenas canciones, con devotos como Martin Scorsese, Charles Bukowsky y Bruce Springsteen

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Warren Zevon 1947-2003
Warren Zevon 1947-2003

En uno de sus grandes clásicos, Lawyers Guns & Money” -incluido en su tercer disco, Excitable Boy de 1978- Warren Zevon cuenta que se despertó con una camarera the way I always do –como siempre hago– y no se dio cuenta de que la muchacha en cuestión estaba con los rusos, y como había apostado en La Habana, necesitaba sí o sí que papá le mande abogados, armas y plata para sacarlo del embrollo. Más adelante, el narrador nos explica que es un hombre desesperado que está down on my luck. Justamente eso, que podríamos traducir –muy libremente– como con “la suerte por el piso”, es una frase que podría definir muy bien la vida y la carrera de Zevon. El escritor melómano Rodrigo Fresan dice, muy acertadamente, que “Lawyers Guns & Money” podría haber ambientado una película de Sam Peckinpah –hoy podría formar parte de algún western alucinado de Quentin Tarantino–. La canción homónima de ese disco, “Excitable Boy” fue parte de la banda sonora de El color del dinero, de Martin Scorcese, alguien que, por afinidad natural y sentido común, debería haber incluido la música de Zevon en muchas películas más.

Contó otro escritor melómano, Juan Forn, en una de sus contratapas de Página 12 que un día le preguntaron a Hunter Thompson si él había creado a Warren Zevon. El legendario autor de Pánico y locura en Las Vegas, fiel a su estilo, contestó: “Haría falta un escritor mucho más genial que yo para crear a alguien como Warren. Un Faulkner en ácido, por ejemplo”. Y es que Zevon fue un personaje alucinante, complejo, volátil, prodigio –a los 13 años frecuentaba la casa de Igor Stravinsky y tomaba clases de piano junto a Robert Craft–, dueño del “coeficiente intelectual más alto jamás registrado en Fresno, California”, según le gustaba alardear, y autor de algunas de las canciones más peculiares de la historia del rock and roll. Zevon también podría haber sido, tranquilamente, un outlaw desperado de frontera de una novela de Richard Ford o de Cormac McCarthy, aunque él mismo era capaz de crear, cada vez que quería, ese tipo de personajes que tanto pueblan el folclore norteamericano, del cual, él mismo ya forma parte.

Aunque tenía fama de revoltoso y de rebelde, más ligado al desparpajo beat que a las letras clásicas, se trataba de un erudito que siempre decía que sus referentes literarios no eran ni Jack Kerouac ni Allen Ginsberg, sino Thomas Mann y Graham Greene, que adoraba a Bob Dylan y a la canción clásica americana, pero también a Anton Webern, Bela Bartok y Arnold Schönberg.

Un hombre complejo, atormentado y con sentido del humor que, en sus contradicciones, era capaz de contener multitudes, como Walt Whitman. En los 70 cantaba: “I need a truck to hold my pain, I need a truck just to haul around my name, I need a truck to haul all the women from my bed, I need a truck to haul my body when I’m dead, I need a truck to haul all my guns to town, I need a truck to haul my bad thoughts around, I need a truck to haul my Percodan and gin, and I need a truck to haul all my trucks in” –”Necesito un camión para contener mi dolor, necesito un camión solo para transportar mi nombre, necesito un camión para transportar a todas las mujeres de mi cama, necesito un camión para transportar mi cuerpo cuando esté muerto, necesito un camión para transportar todas mis armas a la ciudad, necesito un camión para transportar mis malos pensamientos, necesito un camión para transportar mi Percodan y mi ginebra, y necesito un camión para transportar todos mis camiones”–.

Warren Zevon en vivo, circa 1982 (Foto: Paul Natkin/ Getty Images)
Warren Zevon en vivo, circa 1982 (Foto: Paul Natkin/ Getty Images)

Zevon fue un hijo de padres fugitivos, tuvo dos intentos de suicidio, fue adicto al alcohol primero y a la heroína después, y en 2002 le diagnosticaron un cáncer inoperable que le daba tres meses de vida. Finalmente, fue casi un año, que le alcanzó para grabar un disco más y para obtener cierta popularidad que “en vida” nunca había tenido. Cuando el presentador estadounidense David Letterman le preguntó a un Zevon ya convertido en un dead man walking si creía que su enfermedad le había dado alguna perspectiva sobre la vida para compartir con él y con la audiencia, este respondió, fiel a su humor ácido y mezcla de sabiduría callejera: “Enjoy every sandwich” –“Disfruta cada sandwich”–.

Así se llamó su disco tributo publicado en 2004, allí, sus canciones fueron versionadas y admiradas por gente como los Pixies, REM, Bruce Springsteen, Jackson Browne o Bob Dylan, que lo definió una vez como un “músico de músicos”. Es difícil pensar la importancia de la gran canción americana sin el eslabón aportado de Zevon, esa tradición que se remonta a las baladas Apalaches, al blues, el gospel y el country. No es casualidad que Warren haya comenzado los primeros pasos de su carrera en la escena folk neoyorquina del Greenwich Village, en plena ebullición a mediados de los 60.

El último disco de Zevon, grabado contrarreloj, sabiendo que quedaba poca cuerda en el carretel, se llamó The Wind. Una de las canciones incluidas era Keep me in your heart for a whileGuardame en tu corazón por un rato–, en la que sin nunca llegar a dar pena, sino más bien como en una despedida altiva y digna, el cantautor le pide a un destinatario imaginario –¿sus hijos? ¿su esposa? ¿sus amigos? ¿sus fans?– que, por favor, lo recuerden con alegría, que se pudo haber ido, pero que sigue presente.

En el mismo disco hay una versión, quizás la más acertada y oportuna de todas las que se han hecho, de Knocking on heaven’s doorTocando a las puertas del cielo– de Bob Dylan. Se trata de un hombre que está cerca de tocar las puertas de San Pedro y que lo hace mirando de frente a lo que se le viene. El álbum que marcó su regreso tras casi una década sin grabar, cuando todavía no tenía el diagnóstico final, se había llamado, proféticamente, Life’ll kill yaLa vida te matará–, otra de sus canciones, también auguradora, se titulaba “I’ll sleep When I’m Dead” –Dormiré cuando esté muerto–, algo no demasiado particular para un hombre que siempre jugó con los excesos y con la idea de la mala suerte que lo acompañaba a todos lados.

Warren Zevon tuvo dos intentos de suicidio, fue adicto al alcohol primero y a la heroína después, y en 2002 le diagnosticaron cáncer irremediable (Foto: Aaron Rapoport/CORBIS OUTLINE/Corbis vía Getty Images)
Warren Zevon tuvo dos intentos de suicidio, fue adicto al alcohol primero y a la heroína después, y en 2002 le diagnosticaron cáncer irremediable (Foto: Aaron Rapoport/CORBIS OUTLINE/Corbis vía Getty Images)

Zevon es un personaje tan literario y cinematográfico que no es casual que su nombre suela aparecer como contraseña para iniciáticos en distintas series, novelas o películas. Hank Moody, el protagonista de la serie Californication, encarnado por David Duchovny y basado libremente en el Henry Chinaski de Charles Bukowski, era un escritor mujeriego y rockero que cada vez que terminaba un libro tenía un pequeño ritual. Se servía un whisky, fumaba un porro, y ponía un disco de Zevon, decía que eran las “pequeñas cosas”–en inglés, las tres W: whiskey, weed, and Warren Zevon– las que le daban sentido a la vida. La música de Zevon es la banda sonora de gente como Hank Moody, de perdedores hermosos y autopercibidos un poco cínicos, que ya han visto demasiado, pero que se resisten a dejar de maravillarse por las pequeñas cosas de la vida, entre ellas, alguna canción de Warren Zevon que aún está ahí afuera por ser descubierta.

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