Gyoji Nomiyama celebró en diciembre su 102 cumpleaños y sigue en actividad. En su estudio de Itoshima, en la prefectura de Fukuoka, el pintor habló con The Yomiuri Shimbun sobre su pasión por la pintura y sus recuerdos de las minas de carbón, un tema recurrente en su obra.
“Cuando tenía más de 90 años, todo el mundo me recordaba que sólo me quedaban unos pocos años para cumplir los 100. Pero cuando me convertí en centenario, me di cuenta de que me quedaban unos pocos años y ahí, empezaron a pedirme que viviera para siempre. Me pareció gracioso”, dijo Nomiyama delante de su torta de cumpleaños.
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Nomiyama, pionero de la pintura de estilo occidental en Japón durante la posguerra, alcanzó la fama por los retratos que realizó durante su estancia en París en la década de 1950. El artista vive en Tokio, pero tiene un estudio en Itoshima desde hace unos 50 años. Se levanta a las 8 de la mañana, desayuna y duerme la siesta hasta el mediodía. Después pinta desde el mediodía hasta medianoche, con siestas intermitentes a lo largo del día.
Tres óleos en los que estaba trabajando estaban apoyados contra una pared de su estudio. Los cuadros estaban cubiertos de fuertes líneas en negro, rojo y marrón, pero Nomiyama insistía en que no eran pinturas abstractas. “Mis cuadros representan paisajes de mi imaginación”, afirma y agrega: “No significa que pinte cosas que no existen. Pinto recuerdos de paisajes que he visto”.
Nomiyama nació y creció en Iizuka, Fukuoka donde su padre explotaba una mina de carbón. Vivió en la ciudad hasta que ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Tokio, predecesora de la Universidad de las Artes de Tokio.
Los campos negros de carbón fueron un escenario familiar para Nomiyama en su juventud, y el artista suele representar estos paisajes en sus cuadros. “La naturaleza que llevo dentro es algo procesado, y el humo y el vapor de la mina de carbón se combinan en ella, por lo que no hay nada grácil ni suave en mis cuadros. Los colores son cenicientos y el suelo duro”, comenta Nomiyama.
En sus obras aparecen audaces líneas negras que dan a los cuadros un aspecto duro. Nomiyama recuerda haber visto cómo talaban árboles cuando su padre realizaba inspecciones en las montañas. “Pensé que estaban haciendo algo cruel. Entonces tenía 10 años y animaba a la naturaleza, diciéndole que no perdiera ante los humanos y que se rebelara”, cuenta.
El artista se alegró al descubrir que la vista desde la Galería Nomiyama Gyoji, inaugurada el verano pasado en Iizuka, era ahora una montaña cubierta de verde, una transformación espectacular respecto al pasado, cuando el lugar se utilizaba como vertedero de residuos de una mina de carbón.
Él pensó: “La naturaleza ha ganado. Me pregunté si podría expresar en mi pintura la alegría de la regeneración a partir de algo salvaje y artificial que destruía la naturaleza. Me gustaría representar las cosas con una perspectiva cósmica”.
Hasta el domingo se puede visitar en el Museo de Arte de la Prefectura de Fukuoka una exposición con 60 obras de Nomiyama. La obra más antigua expuesta, “Retrato de mi hermana”, fue un proyecto de graduación que Nomiyama pintó en 1943 en la Escuela de Bellas Artes de Tokio antes de alistarse en la guerra.
Según Nomiyama, había querido utilizar un estilo de pintura conocido como fauvismo, caracterizado por colores fuertes y pinceladas atrevidas, pero se decidió por un estilo de realismo más moderado al saber que su madre vendría a Tokio a ver la exposición. “Hice un cuadro tranquilo que gustara a mis profesores para que mi madre no se entristeciera. Por eso no me gusta este cuadro”, contó.
“No se trata simplemente de un ejemplo de los primeros trabajos de Nomiyama. Es una pieza valiosa que refleja una situación en la que un estudiante de arte que estaba a punto de ser reclutado pintó a una persona que era importante para él”, dijo Rui Okabe, conservador del Museo de Arte de la Prefectura de Fukuoka.
Fuente: The Washington Post
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