Desde Berlín - En películas como La once y la nominada al Oscar El agente topo, la realizadora chilena Maité Alberdi ha hecho foco principalmente en las vidas de adultos mayores, siempre utilizando un costado lúdico, amable, celebrando y acompañando a sus personajes en específicas situaciones de sus vidas, sean reuniones para tomar el té entre amigas o a ese tierno y enamoradizo espía de geriátrico. Por más que haya asuntos graves –enfermedades, muertes– alrededor de los personajes, lo que se respira es afecto, cariño, comprensión.
La memoria infinita es una continuación, en cierto punto, de esa búsqueda. Es un film centrado en la relación entre el periodista chileno Augusto Góngora y su esposa, la actriz Paulina Urrutia, especialmente enfocado en la época posterior a que a Góngora le diagnosticaran Alzheimer. Reconocido cronista político y cultural, célebre entrevistador y presentador de televisión, Góngora ha sido también parte de la resistencia a la dictadura pinochetista gracias a noticieros clandestinos que se filmaban y distribuían mano a mano en los años más duros vividos en ese país. Tras el retorno a la democracia, Augusto se convirtió en un rostro cotidiano, respetado y querido en Chile, especialista en entrevistas a personas de la cultura (en el film se ven notas a Raúl Ruiz, Gustavo Cerati, Javier Bardem y otros) y la política.
Casado con Urrutia, una actriz que llegó a ser Ministra de Cultura durante la primera presidencia de Michelle Bachelet, ambos anunciaron en 2014 que a Góngora le habían diagnosticado Alzheimer. Y fue él mismo el que quiso que Alberdi filmara los cuidados, procesos y difícil evolución de la enfermedad. Lo que hizo la realizadora, con la colaboración fundamental de Urrutia, fue centrar su película en la relación entre ambos a partir de estos cambios degenerativos. Es, más que una película sobre la enfermedad, una sobre el cuidado, la solidaridad y el cariño de esa amorosa relación y la manera en la que juntos deciden afrontar una batalla que, se sabe, está perdida de entrada.
Antes de la llegada de la pandemia, que complicó el rodaje de la película pero, fundamentalmente, aceleró la involución de la salud de Augusto, Paulina lo llevaba a sus clases de teatro, a sus cursos, sus funciones, paseos y reuniones, logrando que esas “conversaciones con amigos”, como él mismo dice, funcionen como paliativos y ayuda ante la inminente y progresiva pérdida de la memoria. Pero el posterior encierro impidió en buena medida eso y complicó las cosas, haciendo que el proceso degenerativo se hiciera más rápido. Si bien la película es respetuosa de la intimidad y pudorosa respecto a lo que muestra, se hace evidente que en los últimos tiempos la salud de Góngora se ha complicado mucho más.
“Fue muy emocionante la función”, cuenta Alberdi al día siguiente de la presentación en Berlín del documental, que ya había sido aplaudido y premiado en el reciente Festival de Sundance. A la realizadora la acompañó aquí la propia Urrutia, quien estuvo en la función y cuya presencia generó una larga ovación. “Vinimos juntas y cuando a Paulina le sellaron el pasaporte la agente de Migraciones la miró y le preguntó, preocupada, con quién había dejado a Augusto… Todo el mundo está muy pendiente y preocupado con su historia. Ellos han sido muy generosos al contarla y Paulina se transformó en una vocera de las cuidadoras y de las familias que tienen un pariente con discapacidad”.
-¿Cómo te acercaste a ellos y entraste en este proyecto?
-Los conocía como figuras públicas. Admiraba el trabajo de Augusto y me impresionó cuando contó en una entrevista que tenía Alzheimer, la naturalidad con la que lo hizo. Empecé a llamar a la Paulina, interesada en contar su historia, pero no me respondía. Y un día los dos vinieron a verme a una clase de cine que di en la universidad que ella dirige. Y vi ahí cómo ella lo incorporaba a su vida, como lo pasaban bien juntos, lo llevaba a su trabajo, a hacer actividades. Y me encantó. Fue él finalmente quien dijo que sí, que lo quería hacer. Tuvo un discurso claro, dijo que él toda su vida filmó a gente frágil, que sufría y que siempre le abrieron las puertas de sus casas, así que, ¿por qué él no haría lo mismo conmigo? Fue muy claro y consecuente sobre la importancia del registro. Para mí era contar una historia de amor sobre cómo vivir el Alzheimer sin aislarse.
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-Además del excelente material de archivo de Góngora como periodista en sus distintas funciones, la película tiene otra clara división entre lo que está filmado por vos antes de la pandemia y lo que filma la misma Paulina durante la cuarentena. ¿Cómo te manejaste con ese problema?
-Yo siempre digo que la película la filmamos los tres. Las “home movies” anteriores, filmadas por Augusto, lo que hice yo y lo que filmó la Paulina. Con la cuarentena pensamos que íbamos a tener que cancelar o suspender el rodaje porque no podíamos ir a filmar. Pero un día le mandé la cámara, le enseñé algunas cosas y probamos a ver qué pasaba. Al principio salía todo bastante desenfocado (risas) pero luego fue apareciendo un material increíble. En cierto sentido nos hicimos compañía durante la pandemia, dialogamos y nos manteníamos al día con lo que sucedía. Yo me tuve que abrir a una forma estilística a la que no estaba acostumbrada pero también la cámara fue una gran compañera para las dos en ese período. El problema fue que Augusto empeoró mucho durante ese tiempo: sin vida social, sin terapia. Según sus médicos, empeoraba por mes lo que normalmente tardaría un año.
-¿En qué momento decidís cerrar? ¿Cuándo tomás la decisión de decir “hasta acá filmo”?
-Eso fue siempre difícil de definir. “Hasta el final”, decía yo al principio, no quería que me pusieran límites. Diez, quince años, lo que hiciera falta. Por eso la financiamos nosotros, para no tener una fecha de entrega. Pero como en pandemia Augusto empeoró muy rápido nos dimos cuenta que teníamos que ir parando. Con el hijo nos pusimos de acuerdo que el final era cuando no reconociera más a Paulina, pero lo que pasaba era que aún postrado y casi sin hablar la seguía reconociendo. El final no era la muerte sino el “final” de esa relación en términos de la memoria. Pero eso sigue intacto. Nos dimos cuenta que había que parar, de todos modos, cuando sentí que él ya no era consciente de la cámara, que no se comunicaba. Mi director de fotografía era su camarógrafo de la televisión y Augusto siempre sabía cómo pararse ante la cámara. El día que dejó de hacerlo, de entender quiénes éramos nosotros y qué hacíamos ahí, nos dimos cuenta que había que parar. Un día él dice: “Yo ya no soy”. Para nosotros fue un claro “hasta acá llegamos”.
-Es muy fuerte el hecho de que su trabajo periodístico estuvo siempre centrado en conservar la memoria social, cultural y política del país. Ese material documental clandestino filmado en dictadura es impresionante…
-Grababan VHS, circulaban con el material casa por casa, lo repartían, la gente lo grababa y lo volvía a pasar clandestinamente. Hicieron 45 episodios de “Teleanálisis”. Lo más increíble para mí es que cuando se transmite por Televisión Nacional el cambio de mando de Pinochet a Patricio Aylwin la transmisión la hace el rostro y la voz del gobierno militar, pero cuando le pasan la banda presidencial la transmisión corta y el que aparece es Augusto. Es la primera cara que vemos de la democracia. El condujo muchos años en el canal público, luego hizo programas de cine, cosas que yo veía a los ocho años. Mi primera aproximación al cine, la persona que me hizo interesar y empezar a amar todo esto, fue Augusto.
-Tu tema es este, claramente: la ancianidad, la fragilidad, la vulnerabilidad de los adultos mayores. ¿Por qué crees que te interesa tanto?
-Yo no hago entrevistas, hago cine de observación. Y creo que en la vida la gente no cambia. En las escuelas de guión te enseñan los arcos dramáticos de los personajes, el viaje del héroe, pero la gente mucho no cambia en realidad. Hay dos períodos en los que sí: en la niñez y en la vejez. Y esos cambios son palpables para la cámara. Los niños me encantan pero muchas veces hay problemas de derechos para trabajar con ellos. De todos modos, más que la vejez mi tema es la fragilidad, la poca visibilidad y cómo se aísla a las personas y situaciones de ese tipo. Antes filmé personas con demencia pero nunca vi alguien que lo viviera socialmente y feliz como lo hace la Paulina. La idea de convivir con el entorno, con todos cuidar y movilizarse por alguien que lo necesita. En la pandemia, por ejemplo, con el Zoom, todos empezamos a ser más abiertos públicamente con nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad. “Me tengo que ir a cuidar a mi hijo”, yo decía en medio de una reunión y antes jamás lo hubiera hecho. Todos tenemos una vida pública y una privada pero tenemos que empezar a mostrar esa fragilidad y convivir con eso sin avergonzarnos.
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