Montevideo en Carnaval: ¿murguero se nace o se hace? Las dos cosas

Una crónica en primera persona describe y transmite cómo se vive la fiesta popular en la capital uruguaya, donde toda la comunidad -de todas las edades y clases sociales - se involucra en una celebración inigualable

El carnaval de Montevideo es una festividad que involucra a toda la comunidad (Foto: Ana Moran)

Faltan tres horas para que Eduardo “Pitufo” Lombardo se suba al tablado del Anfiteatro Canario Luna como director musical de la centenaria murga La Gran Muñeca. El músico, compositor y arreglador uruguayo es uno de los artistas con más premios en el género. Recibió el flechazo de la murga a los cinco años. Usaba las tapas de olla de la cocina como platillos y con palitos de madera imitaba el gesto del redoblante. Sus padres vieron su temprana vocación y lo anotaron en una murga infantil de barrio. La vida hizo el resto. En el ‘83, ingresó como redoblante de la legendaria agrupación Falta y Resto. Cinco años después la estaba dirigiendo. La murga pudo más y abandonó su otra vocación, el fútbol. Jugó como wing derecho en cuatro equipos del fútbol profesional y hasta fue dirigido por el maestro Óscar Tabárez. Tiene 55 años, dos hijos, Joaquín y Paula, y dice que en tiempo de carnaval la murga lleva más gente que el fútbol.

En una ciudad con cerca de un millón y medio de habitantes, la murga y el fútbol son dos de las pasiones más grandes del Uruguay.

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En carnaval el voltaje sentimental y nostálgico del montevideano se enciende junto a las bombitas amarillas. Crece la intensidad de las noches frente a la serenidad aparente del resto del año. Una maestra puede pasarse horas maquillando las caras de los murgueros. Un periodista puede salir en una llamada de tambores del barrio Sur. Un despachante de aduanas puede ser dueño de una murga. Un obrero de la construcción puede dirigir un tablado popular. Una comediante puede cantar versos de denuncia. Un canillita puede ser la voz de los que no tienen voz.

Las calles y la gente de Montevideo se transforman para recibir al Carnaval (Foto: Ana Moran)

La celebración de Momo en Montevideo es la más larga del mundo. Comienza con un gran desfile el 19 de enero sobre la avenida 18 julio y la posterior apertura de los tablados en distintos barrios de la ciudad. Prosigue con el concurso de llamadas, donde las mejores comparsas recorren siete cuadras entre los barrios Sur y Palermo, al ritmo de la cuerda de tambores. Termina “oficialmente”, la madrugada del próximo domingo 27 de febrero cuando se conocen los ganadores del certamen de los rubros del carnaval -conjunto de murga, comparsa, humoristas, parodistas y revista- en el Anfiteatro de Verano Ramón Collazo.

En estos días, Montevideo, de alguna manera, se transforma. La escena podría ser la misma en cada barrio, en cada compañía de murga, en cada tablado.

Cae la tarde. La temperatura llega a los 29 grados. En esta calle de casas bajas en el barrio de Buceo, a veinte minutos del centro, una pareja toma mate sentada en sus sillas playeras en la puerta de la casa. Llega el olor de los chorizos que un vecino cocina en una parrilla improvisada sobre la vereda. Un pibe con un trapo en la mano cuida los autos. Unas personas caminan con paso apurado y agitado, como si estuvieran llegando tarde a una cita. Un colectivo de línea estacionado en la puerta del club de fútbol Tito Frioni, espera que llegue la hora de partida rumbo a los tablados.

La curiosidad de un niño con la camiseta de Mess reafirma que fútbol y murga son las dos grandes pasiones uruguayas (Foto: Ana Moran)

Dos chiquilines con la camiseta de Messi y Suárez patean despreocupadamente la pelota en la canchita con piso de césped sintético. En uno de los salones del club unas señoras de sesenta toman clases de baile y se contonean al ritmo de bachatas de Romeo Santos y la Despechá, de Rosalía. Al costado de la cancha, en pequeñas rondas de mates, están los diecisiete integrantes de la murga centenaria La Gran Muñeca y todo el equipo de utileros, maquilladores, asistentes y técnicos que orbitan a su alrededor. Al fondo, detrás del arco, lucen colgados en un perchero los brillantes trajes de color dorado, violeta, naranja y verde chillón, que los integrantes de la murga usarán en unas horas. Es un tiempo de espera que, en realidad, dura todo el año. “Creo que el murguero nunca se saca el maquillaje de carnaval, lo lleva puesto todo el año”, dice una de las asistentes de la compañía formada por 25 integrantes, .

Mientras otros están de vacaciones en la playa, la murga trajina los escenarios. “Estas son nuestras vacaciones”, dice la maquilladora y amiga del grupo.

El carnaval es una época de celebración donde la vida transcurre de forma paralela a la realidad, en los tablados. Más de cuarenta agrupaciones, entre comparsas, parodistas, elencos de revistas y agrupaciones de murga, salen todas las noches a recorrer esos escenarios populares en los barrios de Montevideo, la ciudad donde vive más de la mitad del país. Es un circuito a pura adrenalina. El conjunto llega al escenario y actúa media hora. El colectivo se mantiene con el motor encendido para poder salir rápidamente hacia el próximo destino que puede estar en la otra punta de la ciudad. Es común que una murga no llegue a horario a medida que avanza la noche.

La Gran Muñeca, una de las legendarias murgas de Montevideo (Foto: Ana Moran)

Por ejemplo, La Falta y Resto, en su mejor época durante los años ochenta, era conocida por su talento y por llegar tarde a todos los tablados. Llegó a realizar más de una docena de tablados en un día. Empezaban a las diez de la mañana y terminaban de madrugada casi sin voz. Los tiempos son otros. En una noche con mucho trabajo, una murga empieza su recorrido a las 20 y puede terminar cerca de las cuatro de la mañana.

Hay hinchas de cada murga que pueden completar todo el recorrido, como si estuvieran siguiendo a un equipo de fútbol. Los aficionados se reparten entre los escenarios populares, o asisten al Anfiteatro de Verano, donde se realiza el certamen de murgas. Allí, cada año, compiten las mejores agrupaciones del género. Esta edición las finalistas son diez murgas que se juegan su paso a la posteridad. Hay retiradas -la canción final de las murgas-, que se vuelven himnos generacionales que quedan en la memoria popular uruguaya, y pueden pasar de padres a hijos.

“Uno que marcó mi vida es la retirada de los pájaros de Asaltantes con Patentes. Era la preferido de mi padre y la cantábamos juntos”, dice Raúl Tintabrava Castro, fundador de la murga Falta y Resto, sentado en un bar de Montevideo. Es medianoche. El letrista, tiene un espectáculo en la Sala Zitarroza, que lleva ocho funciones vendidas en pleno carnaval. “Es una manera de no extrañar los tablados”, dice el fundador de La Falta y Resto y autor de célebres canciones junto a Jaime Roos.

El carnaval de Montevideo se autoproclama orgullosamente "el carnaval más largo del mundo" (Foto: Ana Moran)

Después de meses de ensayo y preparación -cuatro a puertas cerradas y cinco a puertas abiertas en este club-, La Gran Muñeca, una de las candidatas de este año a ubicarse entre los primeros puestos del carnaval, está envuelta por esa intensidad del exigente circuito de cuatro tablados por noche, de lunes a lunes. Están extenuados, aunque en el rostro lleven dibujada una mueca de felicidad. Llevan más de sesenta actuaciones, pero saben que el rodaje permite afinar detalles. El grupo estrenó este año su nuevo espectáculo Carnaval de voces y cada tablado es la posibilidad de testear la emotividad que pueden alcanzar estos textos nuevos cantados sobre melodías populares en el corazón de la gente común.

“La murga es una pasión muy grande y es un género maravilloso que tiene la capacidad de acercarnos a la gente de diferentes capas sociales en los diferentes barrios”, dice Pitufo Lombardo, que por momentos refleja una serenidad zen, muy necesaria para dirigir a un grupo humano grande y diverso, con sus afectos y roces.

Risas estruendosas se escuchan a su alrededor.

Un reggaetón suena a todo volumen. En esta habitación grande y rectangular, antes funcionaba la cantina del club, y ahora está el colorido universo de la murga. Japón, así le dicen a uno de los vestuaristas del equipo por su rostro y semblanza de samurai, es el anfitrión. Tiene todos los disfraces, gorros y calzados, para los distintos cambios de vestuario, ordenados tan prolijamente como si fuera un aprendiz de Marie Kondó. “Es fácil, tengo todo contabilizado por diecisiete. Solo tengo que multiplicar”.

Durante todo el año se preparan para celebrar el carnaval que arranca a mediados de enero y finaliza el domingo27 de febrero (Foto: Ana Moran)

De los primeros bocetos pasaron meses hasta que cobraron forma en el taller de Graciela. Llaman la atención las cabezas de las mascotas, desde un puerco espín a un loro, que están apiladas sobre un tablón y son utilizadas en uno de los cuadros sátiricos dedicados a los políticos. La crítica y el humor, son una tradición de la murga nacida en el siglo XX.

Colgada de una percha está la ropa de un jeque árabe. “Esta es una túnica traída original desde Qatar por un amigo uruguayo que estuvo en la última copa del mundo. La vio ahí y nos la trajo para uno de los personajes”, dice Japón.

En un costado, la triada de la batería de murga -bombo, platillo y redoblante-, que forman la base musical junto a las voces, descansa en una esquina en silencio. Algunos integrantes terminan de maquillarse frente a un espejo roto. Otros calientan las voces coreando la melodía de Zitarrosa Crece desde el pie. Una clase de karate comienza en otro de los salones del club.

El equipo empieza a cargar los carteles de publicidades de los sponsors de la murga en el colectivo. Sin ese apoyo y el aporte de los socios que ponen el dinero, la murga no se podría sostener. La mayoría de las murgas como La Gran Muñeca, tienen dueños que son fanáticos del género. También hay murgas cooperativas como La Trasnochada.

El vestuario pasa adentro de cajas grandes. Todo se acomoda como un gran rompecabezas en el colectivo, que los trasladará de un lado a otro durante toda la noche, y que funcionará de camarín, lugar de descanso y sala de ensayo nómade, entre cada recorrido. Todavía no subió la gente y la bañadera, como le dicen popularmente al colectivo, está llena.

Si bien los festejos de carnaval se viven en muchas ciudades del mundo, la pasión que le ponen los uruguayos es única (Foto: Ana Moran)

A Pitufo Lombardo lo atrapa un estado de ansiedad. Está esperando que llegue su hija y cada tanto revisa nerviosamente su celular para saber a cuantas cuadras está. Cuando aparece, la sonrisa de payaso triste se le ilumina. “Llegaste justito”, le dice y la abraza fuerte. Paula se sienta en el colectivo al lado de su padre todo el camino. El ambiente es familiar, hay niños y amigos de los integrantes de la murga que los acompañan.

“Me voy a quedar hasta el final cuando termina todo a las cuatro de la mañana”, dice la hija adolescente del “Pitufo” Lombardo. Hace mucho que no ve a su padre en una murga. Nació en 2007. Ese año “Pitufo” dejó de salir en los carnavales. Se tomó diez años lejos de los tablados. “Lo vi por primera vez con Don Timoteo en 2017 y fue tremenda experiencia. Esta es la segunda vez que lo veo y es todo nuevo para mí”.

-¿Qué te pasa cuando ves a tu padre arriba del tablado?

-Emoción, orgullo de mi papá. Un día me gustaría hacer lo mismo. No sé si tengo las capacidades, pero me encanta.

La murga está en el segundo tablado de la noche en el Velódromo. Hay mucha gente joven sentada en el pasto. Las voces arrancan con fuerza y consiguen los primeros aplausos. El nudo en la garganta. Es la visión de un país relatado en canciones.

“La murga es emoción. Es esa voz que queremos escuchar todos y se hace poesía”, dice una de las chicas del equipo de La Gran Muñeca.

El coro de murga canta, bajo un cielo estrellado.

“Y así doblando nomás la esquina,

tendrás un eco que guiará

tu andar de encuentros y despedidas,

la voz de tu propia vida

llamándote una vez más”.

La media hora pasa demasiado rápido.

Tuvieron que cambiar la lista de temas, sino no llegaban al próximo tablado. Bajan las escaleras y en el tumulto entre la gente que los abraza, algunos se escapan hasta el colectivo para seguir viaje. Japón, el asistente del conjunto, agarra del brazo a Marcel Keoroglian, una de las figuras de la murga, y con severa ternura le dice a una señora que se quiere sacar una foto: “Esta es la última. Me lo tengo que llevar, sino no llegamos”.

Un grito lejano de aprobación a La Gran Muñeca, queda flotando en el aire.

Es la resaca agridulce después de las risas y los coros atrincherados, la belleza de las voces armónicas cantando todas juntas, el recuerdo sentimental de una esquina de barrio, el eco del grito del canillita anunciando el diario vivir, el sonido de un clarín agudo, como las bocinas de la ciudad, molestando a los políticos, la evocación nostálgica de la esquina y la infancia, pulida verso a verso, y el anuncio y la promesa de un próximo carnaval.

Es lo que queda.

El colectivo arranca y se lo traga la ciudad. La murga ya dijo adiós. Un niño con la cara pintada de blanco se queda mirando el escenario vacío.

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