El hombre que llega a un bar histórico del barrio de Colegiales subió al escenario para cantar con Soda Stereo a principios de los años 90 del siglo pasado y fue clave en el renacimiento artístico de Los Fabulosos Cadillacs, en el final de aquella centuria. Durante y después de esos hitos, mantuvo viva la llama de la que podría llamarse “la banda de toda su vida”. Pez, un extraño artefacto rockero, porteño y mutante, que pronto cumplirá 30 años. “Mientras siga con vida, voy a estar tocando con ellos”, le dijo a Infobae Cultura en los días previos al primer show de la banda en Buenos Aires durante 2023.
Sanzo motorizó e integró Martes Menta, una de las bandas que asomó como parte del llamado “Nuevo Rock Argentino” (NRA) que revitalizó el género en la última década del siglo XX. Bendecidos por Gustavo Cerati, quién los invitó a abrir shows de Soda Stereo en diciembre de 1992 -épocas del rupturista disco Dynamo del trío-, su banda y otras como Babasónicos, Juana La Loca y Tía Newton asomaron con honores y prometían cambiarlo todo. En parte sucedió, pero basta apelar al conocimiento del lector promedio para establecer que apenas Babasónicos trascendió de aquella camada. “Ahora lo valoro más que en ese momento o instantáneamente después”, dice Sanzo.
En su caso, sin embargo, algo había porque un lustro después de aquella experiencia, fue convocado para ser el guitarrista de Los Fabulosos Cadillacs en un tiempos de renovación particular de la banda, uno de los buques insignia de toda la historia del rock latino. Llegó, tocó y venció. Contribuyó a revolucionar el sonido de LFC: ahí están dos formidables discos como Fabulosos Calavera y La marcha del golazo solitario para comprobarlo. “Me sentía en Disney. Tenía 25 o 26 años y estaba tocando en la banda de rock más grande de Latinoamérica, girando por todo el mundo”, recuerda hoy.
Antes y después de eso -no volvió a ser convocado en las sucesivas reencarnaciones de la banda que lideran Gabriel Fernández Capello (Vicentico) y Flavio Cianciarullo (Sr. Flavio)-, estuvo Pez. Una formación de rock clásico y letras porteñísimas -aún en sus arrebatos surrealistas y psicodélicos- que sobrevive al paso del tipo y se mantiene tozudamente viva. En eso está ahora. Con tiempo además, para pensar en el rock, la música de su vida.
—Con el auge dominante de la música urbana -trap, hip hop y sus derivados- el rock parece haber vuelvo a un territorio underground ¿Qué te parece?
—Para mí era el paso lógico. Habíamos llegado a una instancia que la propaganda de un yogur aparecía un tema de los Ramones... El rock había llegado a un nivel de exposición y a ser visto como algo completamente inofensivo. Servía para vender lo que sea. A mí, como alguien que le gusta el rock y que vivió, que mamó esta cultura desde muy chico, lo que pasa ahora me parece bien. El under es un buen lugar para el rock. Refugiarse en una situación underground de vuelta y recuperar ideas. Volver a pensarse ¿Por qué estamos acá? ¿Qué estamos haciendo? Está bueno que el rock se re piense. Y que sepamos discernir qué es rock y qué no. Eso porque es todo tan amplio que parece que sí, que es un vale todo y no es así. Como en todo, hay oferta múltiple, claro. Hay primera calidad, calidad estándar y truchas. Fijate vos que vas a elegir, fijate vos que podés conseguir.
—¿Qué cambió/cambiará con esta situación?
—Veremos si sirve como un nuevo impulso. El otro día hablábamos con Sergio Rotman que cuando nosotros éramos chicos y le pedíamos a nuestros viejos que nos compren una guitarra, porque queríamos dedicarnos al rock, queríamos ser rockeros ¡Nuestros padres se querían morir! Se asustaban y nos decían “Te va a ir mal, vas a terminar preso, vas a terminar drogado, muerto en un callejón”. Cosas así, no sé...
—Llevas tocando por más de 30 años y el público ha cambiado. Sin embargo ¿sigue habiendo público joven? Quiero decir ¿los pibes se enganchan con el rock, todavía, crees?
—Claro, siempre veo gente joven que se sigue acercando a ver los conciertos. Más que nada porque hay algo atractivo todavía, en el dominio de un instrumento. Hay pendejos que valoran a alguien que toca bien. En contraste con la música actual, que capaz prescinde a veces de instrumentos y usa solamente un bit y sobre eso hay alguien cantando arriba con la voz procesada... Me parece que hay espacio todavía para que para alguien que no conoce, se entusiasme con alguien manipulando instrumentos y sacándole sonidos llamativos. Eso sigue siendo interesante.
—Sin embargo, el tiempo pasa ¿Te sentís viejo?
—No, para nada. Quizás tenga que ver con mi propio proceso de envejecimiento, porque a medida que crezco me parece más atractivo. Siempre me gusta más la gente que vivió y lo que tienen para contarme. Y puntualmente en el rock, me acuerdo de haber visto a ZZ Top en el Luna Park como hace diez años y decir “loco, esto es buenísimo”. Ya me había pasado también con Neil Young. Me dije “esto es así, yo quiero eso”. Entonces, no me asusta la vejez. Al contrario, me parece un nuevo tiempo para descubrir cosas nuevas, mías y del mundo.
—Pasaron 30 años de aquella aparición del Nuevo Rock Argentino ¿Hoy a la distancia en el tiempo como la ves?
—Cuando ocurría en los 90 pensábamos que todo era una garcha y que los 70 habían estado buenísimo. Y ahora vemos los 90 y pensamos que no estaban tan mal... Éramos un montón de gente tratando de hacer cosas nuevas. Muchos de mi generación lograron hacer carreras extensas.
—Y luego de eso, pasaste a integrar una super banda, consagrada y masiva, como Los Fabulosos Cadillacs.
—Para mí fue súper, aprendí todo, fue muy placentero. A la vez veía cómo se desgastaban algunas cuestiones personales entre los músicos. A mí me llevó Sergio Rotman, y a los tres meses ¡se fue corriendo! Pero me dijo: “lo que quiero es que estés acá y no te vayas, quédate y labura todo lo que puedas”. La frase completa fue: “laburá todo lo que puedas pero nunca te sientas parte”.
Fue una súper experiencia trabajar al más alto nivel, estudios, producción, todo... Aprendí todo lo que pude y a la vez me di cuenta de que yo podía cumplir ese papel. Podía estar parado en esos escenarios y hacerlo bien.
—Sin embargo, nunca abandonaste Pez, hasta hoy...
—Me pasaba eso: me iba un mes de gira por todo Estados Unidos y volvía y tocaba en un barcito con Pez. Pasa que Pez es el juego que juego como yo quiero. Yo pongo las reglas y decido. No sé bien qué es, no lo puedo explicar. Pero yo siento que es rock. Siempre fuimos fieles a eso. Antes que tratar de agradarle a alguien o tratar de conseguir que venga gente más joven, o tratar de subirnos a alguna moda que estaba dando vueltas o que se estaba generando. Siempre le huimos a cualquier tipo de categorización que no sea la de ser rock, una banda de rock. No sé que podría pasar para que dejemos de tocar. Hemos remontado chubascos de toda clase y seguimos adelante.
Seguir leyendo