Memorias de Luciano

El autor escribe una carta a un imaginario nieto y en ella desliza datos históricos y científicos, recomienda el método correcto para asar la carne en una parrilla y destaca una película. Todo, sin perder el humor

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"Memorias de Adriano" (1951), de
"Memorias de Adriano" (1951), de la escritora francesa de origen belga Marguerite Yourcenar (Foto: Luciano Olivera)

Querido ¿Marco?

No tengo la menor idea de quién sos o serás, puesto que aún carezco de nieto a quien heredar un imperio. Tampoco dispongo de imperio alguno, pero tal como un día hizo Adriano (atenti, no el delantero brasileño que brilló en el Inter de Milán, sino Publio Elio, el que gobernó Roma), me dispongo a dejarte una carta a modo de ayuda para tu vida. Además, si alguna vez existís y se te ocurre googlear “Luciano + Olivera + Infobae + Cultura + Estupideces”, al menos te aparecerá algo. Legados son legados.

Digamos, en primera instancia, que así como aquel gobernante sabio escribía porque empezaba a percibir el perfil de su muerte, yo lo hago porque atisbo el recorte de una tira de asado sobre una parrilla. No soy quien asa hoy, es un tercero (protegeré su nombre porque tiene familia). Lo miro manipular atrozmente ese bien adorado por la humanidad y es por eso que me lanzo a advertirte, querido Marco, que jamás en la perra vida de los dioses se te ocurra empezar a cocinar una tira de asado por el lado de la carne. Cuando seas mayor, este consejo te parecerá idiota, confío en que el ejercicio de las brasas te habrá dado sabiduría suficiente. Pero si la casualidad hace que encuentres esta carta en ese territorio de la vida en el que hacer un asado es aún algo desconocido, recuerda por favor estas líneas: “Semper osse prima”. Es más, te sugiero que ese sea, querido Marco, el lema de tu reinado. El slogan, el claim, el hashtag, puesto que esa certeza, simple en principio, definirá tu inteligencia y capacidad para gobernar.

Mientras redacto estas líneas, sudo. Hace un calor desesperante, Marco. Los pájaros se suicidan en medio de la Vía Apia, que acá más que calle es heladería, o pizzería. La canícula es abrasadora. Por si aún no lo sabés, Canícula es una constelación que contiene una estrella que se llama Sirio. Parece que cuando se ve el orto de Sirio, empiezan los calores de can, de perros. Leíste bien, joven heredero, he escrito orto. Wikipedia me asegura que así se le dice al momento de la aparición de una estrella, y no seré yo quien ponga en duda a esa maravillosa fuente de verdades irrefutables. Entonces, como diría Aristóteles, hace un calor del orto, Marco. En cuanto puedas, agarrá un ejército e invadí Estocolmo, rajale a los veranos. Y metele duro al aire acondicionado. En diecisiete, porque total el planeta ya está perdido.

"Avatar: The Way of Water"
"Avatar: The Way of Water" (Foto: 20th Century Studios via AP)

Hablando de astros, querido Marco, te cuento que nací bajo el signo de capricornio. He sido una cabra que vivió su vida trashumando laderas a fuerza de pezuña, agarrada a una tierra que, a veces, resulta demasiado dura. Quizás por eso te recomiendo el uso del alicate solo cuando tus uñas, expuestas ya al contacto profundo con el borde interno de la zapatilla, se te hagan presentes en forma de dolor, nunca antes. Habrá quienes te acusen de bárbaro. No les hagas caso, soporta la blasfemia, sé estoico como nuestros parientes. Las cabras somos prácticas y, sobre todo, odiamos caernos de orto.

Anoche jugó Independiente, querido Marco. Empató cero a cero, en un partido que logró acalambrar mis córneas. Pasan las horas y no consigo olvidar semejante alabanza a la fealdad. De todos modos, si mantienes la tradición de ser hincha del Rojo, que en esta familia viene de las épocas en que tus antepasados cosechaban aceitunas en los olivares del Peloponeso, yo te aseguro que conocerás las mieles de la victoria. También el ácido sabor de la amarga derrota (la frase es de mi padre, que no me hizo emperador pero sí Rey de Copas), pero bueno, esos son los avatares de la vida. Ah, una cosa: si todavía no viste Avatar II andá, dice Lola que está buenísima. Lola, por si no atás cabos, es mi hija, por ende debería ser familiar tuyo. Después vemos bien el parentesco, porque el mundo, querido Marco, es un quilombo. Están todos del orto.

Te preguntarás por tu herencia. Es momento de reconocerte que no he sido sabio en casi nada y menos aún en las matemáticas, razón por la cual desconozco casi por completo el sentido acumulativo de lo material. Este es mi modo elegante de decirte que no busques bienes a mi nombre en países remotos, pues no encontrarás un mísero acre. Ni de orto.

El emperador Adriano
El emperador Adriano

Adriano, no el del Inter, el de Roma, amó a Antinoo. Yo, querido Marco, he hecho lo propio con las harinaas. (¡Tenga mano, corrector! Deje esa “a” donde está, que no cualquiera mete semejante chiste en el medio de una sección de Cultura). Te lo cuento porque si al momento de leer esta carta le estás entrando a la tercera medialuna del desayuno, o a un especial de milanesa, quiero que sepas que es mi culpa. Igual, de algo me quedo tranquilo. A diferencia de Antinoo, que para no volverse viejo se le ocurrió meterse a mirar Egipto desde el lecho del Nilo, a ti las harinas no te abandonarán jamás. Los flotadores tampoco, pero bien que los hubiera necesitado ese suicida del orto.

Habrás notado, querido Marco, que nuestros antepasados gustaban mucho de hacerse estatuas. Observo en Google, que es como Wikipedia pero en colores, una de Adriano. Pelo rizado, cara simétrica, lomazo. Rico guacho. Recorro su cuerpo y me detengo ahí, porque es imposible resistir la tentación de compararse. Hay que reconocer que los artistas de la antigüedad resultaron gente de bien, seres que a la hora de cincelar miembros fueron piadosos y los hicieron de un tamaño que uno mira y dice “bueno, taaaaan mal no estoy…” (Deje esas “aaaaa” donde están, corrector, que no son un chiste pero necesito que el hipotético lector las arrastre conmigo). Pienso, mientras atisbo el perfil de una tira de asado arruinada por mala praxis, qué pequeña sería nuestra estima si a los ídolos de la antigüedad los hubiesen modelado a la Rocco Sifreddi, por ejemplo. Quizás hubiéramos terminado todos como Antinoo. O casi todos, porque nunca falta el que ligó en el reparto y lee con sonrisa. Agrandado del orto.

En fin, querido Marco. Podría sentirme Marguerite Yourcenar y escribir un libro entero dándote mis puntos de vista sobre el Dios del Dulce de Leche, contándote el espanto de haber llegado a la adultez mayor sin dominar el revés con top, recordándote que fue en Roma, más precisa y justamente en el Olímpico de Roma, donde Bochini y Bertoni construyeron paredes y armaron un imperio… Pero bien entiendo que en algún momento conviene poner un punto final y dejar que vivas tus propias aventuras. Lo único que te pido es que alguna mañana saques tu pluma y dediques un rato a escribirle a tu nieto una carta, una suerte de memoria. Seguro que algún diario de la época te la publicará y así, de canícula del orto en canícula del orto, iremos dejando la traza de una vida de grandeza.

Te quiero mucho.

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