Un hecho clave de la historia argentina reciente que parecía un tanto olvidado ha vuelto a ocupar un lugar importante en la conversación gracias al cine. En septiembre del año pasado se estrenó Argentina, 1985, de Santiago Mitre, y resurgieron las imágenes, los recuerdos y los debates ligados al llamado Juicio a las Juntas militares que gobernaron el país de 1976 a 1983. Cuando los ecos de aquella ficción están lejos de haber desaparecido –de hecho, hoy mismo compite por los premios BAFTA y en unas semanas por el Oscar a mejor película internacional–, debuta en el Festival de Berlín otro film que trata el mismo tema, en el mismo escenario pero desde otro formato: el documental.
Dirigida por Ulises de la Orden, El juicio sintetiza en 177 minutos las más 530 horas de grabaciones que se hicieron de las audiencias en las que la fiscalía liderada por Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo acusó a los nueve comandantes de las tres juntas militares por los crímenes ligados a la desaparición ilegal de personas durante sus gobiernos. Aquí no hay actores, ni recreaciones, ni escenas fuera del recinto. Es, a partir de los testimonios de algunos secuestrados que sobrevivieron y de muchos familiares de desaparecidos, una síntesis del horror y de la crueldad, una expresión directa, cruda y brutal de lo más siniestro del género humano, representado no sólo por los jefes militares que están ahí siendo enjuiciados sino por todo un aparato represor que se manejó desde la tortura y la violencia pero también desde el silencio y la mentira. Y, a la vez, es un testimonio claro de que existieron métodos legales para poner freno y condenar tamañas aberraciones.
Te puede interesar: “Argentina, 1985 interpela al mundo de hoy, con una democracia endeble y discursos de odio”, dice Santiago Mitre
Si bien comienza con los alegatos de inicio y finaliza con los de cierre, De la Orden no organiza el material de un modo estrictamente cronológico sino que lo hace desde lo temático, yendo y volviendo a algunos testimonios en función de lo que aportan sobre algún tema o asunto en particular. Así se irá hablando de robos de bebés, de casas y de pertenencias, de torturas de todo tipo, de fusilamientos, de los “vuelos de la muerte” y de las mentiras y los silencios que se manejaban afuera: el retaceo de información, la relación con la prensa, con la curia y con las empresas. Todo un sistema armado para poner en funcionamiento un plan sistemático de desaparición de personas.
Además de los desgarradores testimonios, lo que más impresiona del material, aún para los que ya vieron su versión ficcionalizada, pasa por la tensión que se siente en el recinto, las peleas entre los abogados defensores y los jueces, la manera en la que algunos jefes militares desestiman y hasta se burlan de los testigos, la cercanía física de los participantes y los momentos duros y emotivos en los que hasta los propios jueces y fiscales se quiebran. En ese sentido, la cámara no miente. “Fue una idea que tuve hace unos diez años –cuenta el realizador de Río arriba, horas antes del debut mundial de su película en la tradicional sala Arsenal del Forum de la Berlinale– y se generó un poco a partir de ver que el Juicio a las Juntas no había sido tratado profundamente desde el cine y que, además, había un archivo enorme de 530 horas de material prácticamente inédito, que nadie había visto. Y eso empezó a trabajar en mi cabeza, pensar cómo abordar ese material para ver si con eso podía construir una película”.
Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de los procesos de cine sabrá que transformar todos esos valiosos materiales en una película de solo tres horas no es algo sencillo. “El proceso de visualizar todo el archivo duró nueve meses –explica–. No se trató de ‘bajar’ de 530 a tres horas sino de pensar en cómo encontrar en ese archivo tan vasto la forma de contar lo que pasó en el juicio. Montar es organizar pero también es encontrar la síntesis, el ritmo y la jerarquía de los materiales. Y todo el proceso de montaje fue encontrar la esencia de la historia que queríamos contar y cómo lograr narrar lo que queríamos sin perder el ritmo. Ese trabajo con Alberto Ponce fue también muy largo y sí, siempre que editás hay cosas que quedan de lado. Pero la idea no era hacer una versión corta del juicio sino utilizar ese material para contar una historia de lo que, yo interpreto, pasó en la sala, intentando no dejar ninguno de los grandes temas afuera.”
-¿Hubo algo qué te sorprendió especialmente en el material? ¿Algún detalle, algún testimonio, algo que desconocías?
-El material lo vimos y lo catalogamos de punta a punta en esos nueve meses y lo primero que nos sorprendió fue la dimensión, la profundidad y la potencia que tenía. Había un guión previo sobre el que trabajamos pero la visualización del material fue la verdadera investigación. Y a medida que avanzábamos en la visualización nos íbamos dando cuenta no sólo de la historia que queríamos contar sino del compromiso que había que asumir para contarla. Si bien ya lo sabíamos de antes, la delicadeza del material se nos hizo muy presente. Pero más que algún detalle, lo que nos sorprendió fue la profundidad de esos testimonios dichos por primera vez en una sede judicial. Algunas cosas quedaron y otras no. Otros cineastas que agarren este material podrían hacer películas distintas y ojalá eso suceda.
-Tras el éxito y el debate que abrió Argentina 1985, ¿qué pensás que El juicio puede aportar a la memoria histórica del hecho?
-Creo que son distintas. Argentina 1985 es una gran película que introdujo y presentó el tema del juicio que era un tema que no estaba en la agenda de nadie, del que no se hablaba ni en Argentina ni en el mundo. Ahora todos tenemos el juicio muy presente y no solo los argentinos sino buena parte del mundo sabe ahora que en Argentina hubo un juicio que tuvo esa relevancia. Y creo que El juicio complementa perfectamente lo que propone Argentina 1985 y tiene además la potencia de narrar con las imágenes de la realidad, de lo que sucedió dentro del salón. Ojalá haya muchas películas más sobre este tema, creo que es muy relevante en nuestra historia.
-¿Pensás que las posteriores leyes de impunidad (obediencia debida, punto final, indultos) echaron a perder lo que se hizo allí o creés que de todos modos fue importante?
-No, de ninguna manera se arruinó lo que se hizo allí. Quizás le restó relato, fue un paso para adelante y tres pasos para atrás. Sin embargo el juicio a las juntas fue muy relevante para los argentinos y para la humanidad también: somos la única nación que logró juzgar a sus dictadores que cometieron delitos de lesa humanidad con la justicia ordinaria. No hubo nada especial y eso le da mérito. Eran jueces de carrera que habían trabajado durante la dictadura también, lo mismo los fiscales, por lo menos Strassera. No hubo tribunales extraordinarios, se hizo con la justicia ordinaria, con lo que había. Con civilidad, con democracia, con todas las garantías. Creo que eso le da mucha profundidad al juicio, le da la perspectiva de que se puede llevar adelante un proceso judicial sin interferir en las leyes y las instituciones que ya tenemos, sin necesidad de que venga alguien de afuera a decirnos cómo hacerlo. Sin el juicio a las juntas, ninguno de los juicios que siguieron luego y que seguimos teniendo hoy en día, a pesar de veinte años de impunidad, hubieran sido posibles. El juicio a las juntas es un cimiento, una piedra basamental sobre la que se construyó luego todo el proceso de justicia argentino sobre este tema.
Seguir leyendo