Sergio Ramirez, Gioconda Belli y la certidumbre de la degradación de Daniel Ortega

La sentencia de Lawrence de Arabia resuena frente a la noticia. Los escritores que formaron parte de la revolución sandinista, fueron declarados “enemigos de la patria” por el gobierno de Nicaragua

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Daniel Ortega, presidente de Nicaragua,
Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, en una foto de archivo (Foto: REUTERS/Oswaldo Rivas)

En su libro Los siete pilares de la sabiduría, T.E. Lawrence (más conocido como Lawrence de Arabia) escribe esta frase, que sirvió a Jorge Luis Borges como epígrafe de uno de sus cuentos: “There seemed a certainty in degradation”, que se podría versionar como: “Parecía una certidumbre en degradación”. Podría afirmarse que las primeras décadas de este siglo (que nació a principios de los años de mil novecientos noventa) fueron pródigos en la posibilidad de que la frase de Lawrence de Arabia fuera usada apropiadamente.

Tomemos el caso del sandinismo nicaragüense. El 20 de julio de 1979 las tropas populares del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) ingresaban a la ciudad de Managua en medio de la huelga general política contra el gobierno de Anastasio Somoza, miembro de un clan plutocrático, represor y al servicio de los Estados Unidos que gobernaba Nicaragua desde los años treinta. Somoza renunció y raudo con sus ministros y predicantes tomó el primer avión que lo depositara en algún aeropuerto estadounidense.

Fueron años de feliz efervescencia aquellos primeros momentos del gobierno sandinista, con Daniel Ortega al frente, como líder de la fracción mayoritaria del FSLN, llamada “Frente Insurreccional”, que si bien no renegaba de la política de lucha armada junto a las dos otras grandes fracciones (Guerra Popular Prolongada y Tendencia Proletaria), era más proclive a alianzas con sectores de diversas clases sociales y sectores ajenos a la guerrilla. Entre sus filas no provocaba sorpresa la aparición de curas guerrilleros o curas y poetas consagrados como Ernesto Cardenal, que a la vez era cura en la diócesis de Solentiname.

"Sandinista", disco triple de The
"Sandinista", disco triple de The Clash publicado en 1980

Parecía un chispazo iluminador en medio de derrotas de las clases operarias del mundo o de los movimientos populares internacionales. El historiador italiano Enzo Traverso recuerda el entusiasmo y la alegría que provocaba esa revolución en un país de Centroamérica cuyo nombre muchos desconocían. Por caso, en Inglaterra la icónica banda punk The Clash, con Joe Strummer al frente, lanzó bien temprano en 1980 su disco triple Sandinista!, cuyos sonidos combativos, feroces y llenos de la felicidad de quien toma los cielos por asalto resuenan hasta hoy. Brigadas de jóvenes de toda Latinoamérica se sumaban a la recolección de café y brigadas de maestros estadounidenses viajaban al sur para sumarse a los planes sanitarios del joven gobierno.

Y los milicianos se unían a los nicaragüenses en la lucha armada contra “Los Contras”, organizados y armados por el gobierno del presidente estadounidense Ronald Reagan –como se comprobó detalladamente tiempo después en el llamado juicio Irán-Contras, que condenó al militar Oliver North (que no pisó jamás la celda que le correspondía). También participaban grupos de militares argentinos enviados por la dictadura gobernante en aquel momento, enviados a entrenar en contrainsurgencia primero al ejército somocista, luego a los contras (la currícula no eludía la instrucción en torturas, picana y muerte). Todos los elementos señalados conforman la definición de una revolución y eso parecía construirse en América Central. La revolución seguía viva, triunfaba y sólo la revolución en cada otra nación determinaría el triunfo de la revolución sandinista.

El presidente de Nicaragua, Daniel
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, declaró a la escritora Gioconda Belli "enemiga de la patria" (Foto Jader Flores/ LA PRENSA)

El bloqueo estadounidense, la constante ofensiva Contra, los errores del gobierno que no avanzaba en una política favorable sólo a las clases no poseedoras provocaron, entre otras cuestiones, que el FSLN fuera derrotado en las elecciones de 1990 por una coalición nacional impulsada por Washington, la cúpula eclesial y la burguesía nicaragüense y que consagró a Violeta Chamorro como presidenta. El FSLN no se disolvió, pero su retroceso entre las masas nicaragüenses fue incontrastable. Volvemos entonces a Lawrence de Arabia, que escribió: “Parecía una certidumbre en degradación”. Daniel Ortega y su entorno más cercano se apropiaron, como si fuera una finca en medio de la reforma agraria, del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

La degradación descripta por Lawrence se acentuó con los años. Los combatientes de 1979 fueron retirándose del partido y cuando, en pleno auge de esa mixtura amorfa llamada “Socialismo del siglo XXI” o “bolivarianismo”, en 2007 Daniel Ortega regresa al poder, no se trata ya del retorno de las masas nicaragüenses a la vida política revolucionaria, sino que el FSLN se había convertido en un corralito familiar. La degradación había construido al monstruo que hoy gobierna desde Managua un quinto mandato ininterrumpido del antiguo comandante guerrillero –hace siglos ya–.

La poeta y novelista Gioconda Belli fue parte del primer gobierno sandinista mediante aportes en el campo de la cultura. En 1984 fue la vocera del FSLN en la primera elección luego de la toma insurreccional del poder, elecciones que el FSLN ganó. Luego se dedicó a la escritura, que –sus libros lo demuestran– no renegaron de la política ni mucho menos, sino que ampliaron sus horizontes hacia una poética erótica de la mujer. El presidente le quitó por estas horas la nacionalidad nicaragüense, decretó la expropiación de sus posesiones y la declaró “enemiga de la patria” –porque la patria es Daniel Ortega–.

El escritor y catedrático Sergio
El escritor y catedrático Sergio Ramírez fue vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990 (Foto: EFE/Francisco Guasco)

El escritor Sergio Ramírez integró la primera junta de gobierno luego de la insurrección de 1979 en nombre del sandinismo y luego fue vicepresidente de Daniel Ortega hasta la derrota en las elecciones de 1990. Fue jefe de la bancada sandinista en el parlamento hasta 1996. Luego fue un traidor a la patria, sus posesiones expropiadas y se le quitó la nacionalidad nicaragüense por decisión de su antiguo camarada Ortega.

Quién sabe qué habría sucedido con Ernesto Cardenal, ese gran poeta, de haber vivido hasta estos días –aunque vivió para ver la degradación del sandinismo a manos de Ortega y protestó por ello desde la isla de Solentiname antes de dar un último suspiro sobre esta tierra–. Muy probablemente le habría ocurrido lo que a Belli y a Ramírez.

En primer plano, Daniel Ortega
En primer plano, Daniel Ortega y Ernesto Cardenal, en tiempos de la revolución sandinista

En 1936 Trotski escribía en La revolución traicionada que el “realismo socialista” significaba la máxima degradación que había sufrido el arte y que se transformaba así en termómetro de la degradación del proyecto estalinista. Como se sabe, Stalin –que impulsó una burocracia en la Unión Soviética que terminaría, finalmente, como la capa social que reinstauraría el capitalismo en Rusia– se había convertido en el demiurgo de las letras y las artes en general y establecido el “realismo socialista” como estética de Estado. Es bueno ver cómo los distintos regímenes consideran a sus artistas. Es la vara con la que miden aquello que los Estados quieren mostrar (u ocultar) a los pueblos.

Daniel Ortega es un pequeño Stalin hoy en Centroamérica (uno muy pequeño, claro está). Con sus acciones sólo muestra un camino concluido. Será una lección más para los acontecimientos del futuro próximo, cuando las masas deban tomar nota de la experiencia de las revoluciones que las precedieron.

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