Para Yamandú Cardozo, uno de los creadores y actual director responsable de la murga Agarrate Catalina, con escala programada en el Parador Konex y el Teatro Argentino de La Plata esta semana, el verano 2023 se presenta algo distinto a la mayoría de los que viene transitando desde 2001, año en el cual decidió darle vida a la formación, habitual animadora del Carnaval de Montevideo.
“La murga es enemiga de la playa. Absolutamente”, dice, y explica que haberse tomado un recreo del concurso que habilita el acceso a los poblados tablados durante las varias jornadas que dura el clásico montevideano, que la Catalina ganó en cinco ocasiones desde su creación, le permite disfrutar de que hay una vida fuera de los tablados y que hasta puede ir a tocar la arena o escaparse de la ciudad por un par de días.
Por cierto, no participar significa quedarse fuera de una celebración con características de fenómeno que, según un estudio realizado un par de años atrás, mueve más tickets que el total de los que vende la Primera División del fútbol uruguayo en todo un año. Pero que a cambio plantea una agenda que no tiene nada que envidiarle a la alta competencia de otras disciplinas.
Sólo que, en este caso se trata de un grupo por lo general de entre 13 y 17 integrantes acompañados por un combo de bombo, platillos y redoblante que en un formato que combina coro, teatro y música refleja distintos aspectos de la vida en forma de cuplés, frecuentemente cargados de ironía y de humor.
“El noventa y pico de la gente que sale en carnaval con las murgas labura de otra cosa. O sea, va, arma y construye un espectáculo con alto rigor profesional, pero en condiciones amateur. Generalmente se piden licencias para poder estar en la fiesta de Momo, pero los ensayos comienzan en agosto o septiembre, y sobre diciembre la periodicidad obviamente aumenta”, cuenta Cardozo.
Desde su hogar, en el barrio del Prado, explica que las noches del último mes del año son casi todas de ensayo, y en enero, todas. “Y como es gente que generalmente labura durante el día, no tiene mucha chance de ir a la playa. Uno de los pesos más grandes que tiene un artista de Carnaval es que no tiene verano. Es un tremendo agente rompeparejas, el Carnaval”, sentencia y sonríe.
Una murga con un toque de distinción
No obstante lo que cuenta Yamandú, y a diferencia de la mayoría de los casos, Agarrate Catalina “es un colectivo que se sostiene trabajando durante todo el año como una cooperativa y casi como una compañía artística itinerante, más allá de la murga”. Lo cual no quiere decir que las cuestiones relacionadas con la sean menos caóticas que en los otros.
“Es otro caos, enloquecidamente tierno, hermoso y comprometido, pero muy desgastante. Hemos pasado por un montón de formatos. Está claro que la Catalina no es la generalidad, porque la inmensa mayoría de estas murgas tiene la chance de funcionar porque suceden preparando el espectáculo puntual de carnaval y se disuelven ni bien termina el Momo. De esa manera es un poco más lógico”, señala el letrista y cantante.
En cambio la Catalina necesitó darse un sistema que permita su funcionamiento aún teniendo en cuenta las diferentes realidades de sus integrantes. “En nuestra historia hemos probado todo tipo de sistemas”, plantea su director.
Y amplía: “Lo que encontramos para sobrevivir es un equipo que está en plan bombero, que le garantiza a la murga que si hay una función el martes a las 4,30 de la madrugada, aunque tengas el bautismo de tu hijo o hija, el cumpleaños de tu mejor amigo o amiga o resucite tu bisabuela, no importa; ese día te lo perdés porque se lo prometiste a la murga y tenés que estar en la función.”
Más allá de ese núcleo duro que posibilita la chance de que su manager venda las funciones sabiendo que siempre habrá un piso mínimo de miembros que van a estar, hay una primera periferia formada por quienes participan con frecuencia, aunque con otra puntuación económica, y un tercer círculo formado por fundadores de la murga, que se acercan muy eventualmente, pero que mantienen su vínculo afectivo y artístico.
Semejante esquema requiere una revisión casi constante de los “estatutos”, de modo de contemplar todas las variables. “Es una estructura de ingeniería super finita que nos agota, pero que funciona. En la cooperativa somos unas 30 personas, entre las que giran, las históricas y las que están cuando puede; de todas ellas, unas 17 o tal vez 20 están desde el 2001. Es un montón”, se enorgullece Cardozo.
Los misterios del Carnaval montevideano
“Cuando dejas de salir de carnaval, por más palmarés o títulos que tengas y a pesar de la ubicación que hayas tenido en el concurso pasado, tenés que dar una prueba de suficiencia y admisión. Algo que me parece bueno, porque los elencos en general se mueven mucho”, dice el murguero, metiéndose de lleno en la dinámica carnavalera.
-¿La Catalina también?
- La Catalina es como una excepción, también en eso. Pero en general se compran los pases, como en el fútbol. Para la mayoría de los casos existe la figura de un dueño de murga, que es un poco parecido a lo que sucede con las escuelas de samba de Brasil. Gente que a veces es artista y a veces no, pero que tiene una murga y alquila un elenco. Entonces, por ejemplo, te llama a vos para que escribas los textos y para que hagas la puesta, y arma un elenco competitivo según cada campeonato. Es apasionante la cantidad de diferencias que hay; y a la vez es un misterio.
-¿En qué sentido?
- En el de que tal vez te llama el dueño de una murga, negociás tu cachet, si cobrás por tablado, por temporada o por función; de repente decís que sí porque es una murga prestigiosa, porque te gustó de niño y la querés o porque entiendes que la paga es buena, pero de pronto sos parte de una compañía y te comprometes a hacer una obra de la que no sabés quién la va a escribir, no conocés el guión…
Es una cosa que todavía no existe. No sabés quiénes te van a acompañar, con quién vas a cantar, quiénes van a hacer los arreglos corales; o a la vez, si sos escritor o director, muchas veces no sabés el elenco del que vas a disponer. Es un misterio. Es como un cheque en blanco permanente.
- ¿Cómo es en el caso de ustedes?
- Nuestra estructura es cooperativa. Todavía quedan algunas en el carnaval, sobre todo como herencia de las de los ‘70 y los ‘80, que además tenían una postura ideológica muy fuerte y que se corresponden con un momento muy especial del país y del cooperativismo uruguayo. Somos un poco lo que quedamos, como una hija o casi nieta emotiva de ese estilo.
Las razones de una murga
- Vos y tu hermano Tabaré eran muy chicos cuando armaron la Catalina. ¿De dónde surgió la idea?
- Es verdad y en nuestro caso, además, no venimos de una familia con tradición carnavalera. Pero mi viejo canta y toca la guitarra de manera amateur -creo que se sabe todos los tangos del mundo- y le encanta la música popular uruguaya, el folclore argentino… Lo recuerdo siempre en mi casa, cantando unas chacareras con mi abuela, o unos tangos. Y la música siempre estuvo muy presente. Y mi hermano Tabaré sí, lo primero que tuvo de niño fue una murga, pese a que nacimos en un barrio que es mucho más candombero que murguero. El barrio Buceo tiene un asentamiento una comunidad afro muy importante y comparsas de candombe tradicionalisimas y de gran historia. Pero también Tabaré tuvo una murga desde los 6 o 7 años, como un juego, en un momento en el que la juventud, la niñez y las infancias no se volcaban del todo tanto hacia la murga.
Después cuando entró en el secundario armó su banda de rock, pero finalmente volvió a la murga. Y mis viejos eran consumidores de las Murgas de la Teja, que son las que empiezan a tener una carga ideológica muy fuerte en resistencia a la dictadura, a las que se suman la Falta y resto, Araca la cana y Contrafarsa, entre otras. Una militancia cultural de resistencia con censura, letras prohibidas, gente presa, pero que encontraban la vuelta para decir las cosas sin decir. De ahí lo captamos.
Luego, en la post dictadura como entiendo que pasó con el rock nacional en la Argentina, en Uruguay el canto popular y la murga fueron como un bastión de resistencia. Tabaré tiene el recuerdo de que la primera murga que escuchó fue una grabación de La Soberana, del ‘71, en un tocadiscos. Lo escuchaban con un alfiler y un cono de papel para que el sonido no saliera hacia afuera. Porque te agarraban escuchando a la soberana y terminabas, en esas cosas absurda de la violencia dolorosa del Terrorismo de Estado.
- Esas cosas dejan una marca.
- Sí, por eso en nuestro caso el carnaval llegó por ósmosis pero también por una cuestión de concepto ideológico. Además, apareció el Encuentro de murga joven, Tabaré ya había salido con la Falta y resto, había escrito para la Contrataras, había estado en Cultivando hongos y yo, que había sido utilero en alguna de esas murgas en las que él estuvo, de pronto sentí necesité estar ahí arriba. Y como siempre fui muy cobarde, aunque mi hermano me ofreció muchas veces llevarme a probar a distintas murgas, por miedo a no dar la talla no fui. Así que mi valiente opción fue hija de esa cobardía.
- Así nació Agarrate Catalina.
- En verdad, nos juntábamos con amigos y amigas alrededor de esas murgas, yendo a los ensayos abiertos a los que va la familia o la gente que está ahí, los parroquianos. Como nos conocíamos todos, nos hicimos recontar amigos y durante nuestras charlas encontramos que teníamos una necesidad generacional de decir cosas distintas y de exigirles a las murgas un discurso que nos incluyera un poco más.
Con el Encuentro de murga joven cada vez tenía más consistente y exitoso, la promoción de otras como La mojigata y Los Cachila al festival mayor, nos llenamos de ganas, y armamos la Catalina. Primero, para jugar a eso; pero enseguida nos dimos cuenta que ese juego nos reveló una necesidad colectiva de comunicar cosas. Esa vocación se transformó rápidamente en una profesión, y desde entonces hasta ahora no paramos de cantar.
Lo que el tiempo nos enseñó
- ¿Cómo evolucionó el discurso de Agarrate Catalina? El espectáculo Defensores de causas perdidas, de 2019, parece coronar un camino en el cual aprendieron no sólo a reírse de los demás sino de ustedes mismos.
- Es tal cual, porque, además, esta evolución se corresponde por la evolución personal, por la edad y porque hoy me haría enojar muchísimo el Yamandu de 20 años. Estaríamos muy peleados, aunque en otras cosas seguiríamos coincidiendo mucho. Pero también eso va con el camino que tuvimos que recorrer mientras nos construimos como artistas. No te olvides que para mucha de la barra de la Catalina, esta expresión es como nuestra hija pero también nuestra madre.
- ¿Podés explicarlo un poco mejor?
- Claro, porque nos va conformando como personas que dedican su vida al arte y que aprenden el métier de escribir y los riesgos que conllevan la ironía y el humor siempre, y lo maravilloso y sorprendente que es este pretil como puente de comunicación. Aprendí de a poco que nuestra militancia artística crea herramientas y no armas, la necesidad de eliminar la violencia inútil de las caricaturas, que el lápiz no esconda operaciones en las sombras, y que la caricatura sea lo que sea, sin conceder ni un milímetro de nuestras convicciones ni de nuestra cosmovisión, pero entendiendo que se trata de un espectáculo popular y está bueno que no sea agresivo para un montón de gente. Todo eso lo vamos aprendiendo.
Siempre lo intentamos, en la Catalina, habiendo cometido horrores y cosas de las que hoy, a 20 años, te diría que no solo me avergüenzo sino que me enorgullezco de avergonzarme. Pero aunque está bueno que la mirada retrospectiva sea cruda, no me puedo juzgar del todo. Tengo que tener cierta indulgencia.
Para el 2003 o 2002 teníamos un bloque en el que hacíamos un cuplé de una murga trans. Se llamaba La travesaña, genial. Teníamos nuestro marco teórico acerca de eso, pero era un horror. No se nos ocurriría cantarla hoy. Dejamos de hacerlo a los dos años de haberla estrenado. Pero era lo más festejado, con una sociedad que no sólo toleraba, sino que festejaba, incentivaba y recontra legitimaba esos discursos. Y teníamos todo armado teóricamente, con el convencimiento de que no estábamos lastimando a nadie, y obviamente que sí.
- ¿Y con lo político cómo les fue?
- Con lo político siempre intentamos tener compromiso con lo que pensamos, pero también ejercer la tolerancia. Estoy seguro de que muchas veces se nos fue el lápiz y cobramos al grito. Además, como letrista uno cae en la tentación de la tribuna, el gol y el festejo rápido. Hay ciertas cosas que sabés y cuando empezás a manejar ese títere de tu espectáculo, la marioneta que construís, es un peligro.
- ¿Por qué?
- Porque ese Frankenstein responde a ciertos estímulos, y además es una maravilla lo que ocurre con el público. Te quieren, te saludan… Pero también lo hemos aprendido, con porrazos, caídas y levantadas. Aún así, lo que siempre tuvo la Catalina es que intentó no caer en lo planetario; no poner un extradito y hacer un meeting político. Que todo tuviera una envoltura artística y el ejercicio de la caricatura.
El humor, siempre intentamos que estuviera atravesando nuestros espectáculos, y la ironía. E intentamos que el palo fuera repartido. Todo el mundo conoce nuestras cercanías ideológicas y lo hemos manifestado, y fuera del Carnaval nos hemos sumado a causas, hemos hecho canciones y prestado nuestra obra. Pero en los carnavales siempre mantuvimos una posición de que no hubiera operación. Acá no hay nadie que nos baje línea y nos diga lo que hay que escribir eso es innegociable.
En 2005 un cuplé que se llamaba El sueño americano y que se basaba en una cadena de hamburguesas muy famosa, con un payaso super famoso que, de momento, decidía hacer una revolución. Porque justo había ganado la izquierda en Montevideo, así que se reconfiguraba para captar más clientes. Lo volvíamos Che Guevara a Ronald, y nos burlábamos de un montón de cosas y de la liturgia de la izquierda y de la militancia izquierdista.
En 2008 hicimos uno sobre los viejos militantes, con conocimiento de causa, porque de chico viví la militancia de mis padres. Un día, con Tabaré, en medio de una reunión y entre el humo del tabaco, se caldeó el ambiente en el comité, dos compañeros se cruzaron en una discusión con agravios, saltó un tercero a mediar y dijo: “¡Pero, compañeros! Por favor, compañeros, hay que ser más compañero con los compañeros, compañeros”.
- ¡Jaja!
- Siendo niños, con Tabaré no podíamos creer la cantidad de “compañeros” que metió con respectó a la cantidad total de palabras que tenía la frase. Nos pareció siempre super gracioso. Podemos reírnos de eso, y podemos disentir, y discutir un montón con ciertas cosas con el gobierno de Pepe (Mujica) o el de Tabaré Vázquez. Muchas veces hasta tuvimos el rechazo o la condena de gente que pretendía que la Catalina, en un año electoral, no dijera ciertas cosas. En 2019, por ejemplo, o en 2012, cuando Tabaré Vázquez, ante unas amenazas por el tema de las papeleras, finalmente trascendió que se comunicó con Bush para consultarle si nos iba a apoyar en el caso de una posible guerra con la Argentina. Una cosa que da vergüenza, para cualquier persona que se piense progresista. Ir a buscar, ante el probable hipotético conflicto diplomático con un país hermano, al matón del mundo para saber si… A mí me pareció un horror. Necesitábamos hacer una caricatura cruda de eso. Y también nos valió la crítica de la gente que siente que tenés que ser el brazo artístico de tal o cual movimiento. En eso, la Catalina no transa nunca.
La paja en el ojo propio y la conexión argentina
- ¿Perdieron público por actuar de ese modo?
- Por momentos, sí. No sé si definitivamente, pero sí hubo enojos y alejamientos temporarios. Y está bien, también. El humor tiene eso. Y vos podés ejercer tu derecho como espectador a decir que algo te enojó o te sacudió algo que no quería o te puso frente a un espejo que no te gustaba.
- Ese es el punto.
- Y es lógico que pase. Pero con el tiempo nos dimos cuenta de que nos va a ver gente de todos los palos, de todas las clases sociales, de todos los colores religiosos, espirituales… Y gente que es víctima de la caricatura que hace la murga, como Pepe (Mujica) la disfruta. Después les toca a otras víctimas.
- ¿El público argentino es distinto al uruguayo? Muchas veces hay como una idealización de lo uruguayo, desde aquí. A tal punto que muchos se van a vivir allá, aunque hace poco Fernando Cabrera dijo que sólo se trata de gente rica que va a vivir a Punta del Este.
- En la Argentina tenemos todo tipo de público. Entiendo que hay un amor fraternal entre los pueblos, que a veces luce desmedido y no correspondido, porque el hermano grande o hermana grande de alguna manera arropa al pueblo más chiquito que a su vez tiene resentimiento pueblerino con lo más grande, con la urbe con el centro de la movida regional, el polo cultural y la ciudad más grande de toda la región. El resentimiento pueblerino está siempre.
Yo creo que eso es también lo que hace que el argentino sea el mejor público para la Catalina. Tenemos un cariño de piqué, heredado; gente que nunca fue a ver una murga que va a vernos con buena onda porque un día escuchó a (Daniel) Viglietti. Porque le llegó una canción de Cabrera que le rompió el corazón y entonces va a ver todo lo que sea uruguayo. Entonces sí siento que hay una idealización.
Y pienso en Montevideo como en una Buenos Aires a tamaño barrial que ya no existe más. En una búsqueda de ese tiempo, y de algo tan parecido a lo que son, con escalas un poco más vivibles, con tamaños vecinales, de peatón; de poder detenerse un rato. Lo vemos en el conurbano o en las provincias argentinas, cuando vamos de gira, con ritmos y modalidades que son tranquilamente comparables a las de Montevideo.
Entonces siento que en ese cariño también hay una búsqueda de eso. También entiendo que hay un montón de gente más, por fuera de la oleada rica que puede venirse a vivir a Punta del Este, que es un recorte muy parcializado del Uruguay. De hecho, hay quienes se agarran la mochila y vienen a hippearla o se vienen a hacer murga. Pero igualmente me parece que eso corre a contrarrembolso.
- ¿Cómo es eso?
- Es que nosotros estamos yendo permanentemente, y seguramente la diáspora uruguaya más grande está en la Argentina. Me parece que va fluctuando con las realidades políticas y económicas de cada país. Pero tenemos la inmensa suerte de que el público que tenemos en la argentina es un inmenso abanico, y que conviven.
Nos pasó cuando el espectáculo Un día de Julio lo habíamos guionado para hacer humor desde una pantalla. Entonces, queríamos mostrar que este personaje, Julio, era recontra famoso, a través del testimonio de gente conocida. Entonces, convocamos gente de los medios uruguayos y argentinos, para que nos dieran una mano. De Uruguay estaban casi todos, y de la Argentina teníamos desde Baby (Etchecopar) pasando por (Gabriel) Rolón, Pichu, Diego Korol y Seba Almada hasta llegar a Víctor Hugo (Morales).
Era un espectáculo de 2015 o 2016, en el que terminábamos hablando de los dogmas, a los que comparábamos con baldes en la cabeza, y era muy gracioso que la gente que había aplaudido el cuplé de los baldes y nuestro editorial antidogmático no binario veía a Víctor Hugo y lo abucheaba o lo puteaba a Baby y la cantaba “vamos a volver”. Nos resultó completamente fascinante ver la inmensa gama de público que la Catalina tenía en Buenos Aires; un público que está en las antípodas ideológicas. O que cree que está.
Las cantarolas: murga sin maquillaje
“Es un espectáculo que tiene mucho que ver más con lo sonoro, con el coro. Estamos de casi gente, con un formato que intenta ser lo más transversal y horizontal posible, recreando un poco la atmósfera de las peñas del folclore argentino, donde cantamos un set de canciones de la murga, pero sin el uniforme de murguista, y después invitamos artistas y fusionamos.
- ¿Los anuncian antes?
- No. Es una sorpresa. Han pasado desde León Gieco a Los Caligari, pasando por los Coplanacu, Andrés Giménez, NTVG… Hacemos versiones de sus canciones, con coro. Le ponemos sonido de murga a sus canciones, y terminamos eligiendo a unas cuantas personas del público para que suban a cantar con la murga. El único requisito es que sepa la canción, y lo acompaña la murga, que termina bajando para juntarse con el público. Es una chance de compartir lo que sucede con los ensayos abiertos, y abrir el escenario para que pasen un montón de estilos y palos musicales, desde bandas de cumbia a heavy metal.
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