Lai vuelve a casa: la biblioteca de Alberto Laiseca se instalará en Camilo Aldao, allí donde creció

Tres mil libros del escritor fallecido en 2016 irán a la biblioteca pública del pueblo cordobés, en donde recrearán su espacio de trabajo. Infobae Cultura reconstruye esta singular historia de amor por la literatura y sentido de pertenencia

Por deseo de su hija Julieta, la biblioteca de Alberto Laiseca se instalará en Camilo Aldao, el pueblo donde creció

Atravesado por la ruta provincial 12, en un extremo de Córdoba, casi al límite con Santa Fe, hay un pueblo de 5 mil personas. Camilo Aldao se llama. Fue el homenaje de un hijo a su padre: José María Aldao tenía 23 años el 5 de septiembre de 1894 cuando, en acto protocolar con trabajadores nativos y colonos extranjeros, fundó el pueblo con el nombre de su papá, un militar fallecido dos años antes. Desde entonces, la vida se ha organizado, a veces próspera, otras ardua, con mayor o menor tranquilidad. Un pueblo más del gran territorio nacional. Un pueblo que tiene su figura moderna, la del escritor que se nutrió de sus calles, de sus paisajes, de su gente, para construir una literatura inquietante. Alberto Laiseca creció en Camilo Aldao: pasó toda su infancia y su adolescencia. A poco más de seis años de su muerte —murió el 22 de diciembre de 2016— su inmensa biblioteca se instalará en el pueblo.

“Nos da mucha alegría. Para nosotros es un honor recibir su biblioteca, ser sus guardianes”, dice Karina Nardi, la coordinadora de actividades de la biblioteca de Camilo Aldao. Todo empezó con una llamada. Fue la hija de Laiseca, Julieta, quien la llamó y le comunicó su deseo: que todos esos libros que nutrieron la imaginación de su padre se instalen en Camilo Aldao. “Habrá un proceso de revisión, de ver cómo están, porque hace años que están guardados. Hay que adecuar una galería para situarlos. Lo que no queremos es que sea algo estático, sino vivo: que se pueda visitar, adentrarse en ese universo, permanecer ahí. Se va a recrear su espacio de trabajo, Julieta nos va a dar el escritorio y algunos objetos personales. Es todo el material de lectura con el que se nutrió en su vida. Y sus libros con varias ediciones. Esos libros no se van a prestar; van a estar en la sala para quien quiera consultarlos. Son alrededor de 3000, esa es la cifra estimada”.

Alberto Laiseca nació el 11 de febrero de 1941. Su padre, que era el médico del pueblo, decidió que lo mejor era que nazca en Rosario, que queda a 160 kilómetros. Inmediatamente la familia volvió al pueblo. Tenía tres años cuando murió su madre. Se aferró a los libros: un legado de su padre que, pese a tener una relación conflictiva, le tendió el puente de la literatura. La secundaria la hizo en Corral de Bustos, un pueblo 23 kilómetros al sur. Después se fue a Santa Fe a estudiar Ingeniería Química en la Universidad del Litoral, pero la terminó abandonando para irse a trabajar al campo: fue peón y cosechero en Mendoza, Córdoba y Santa Fe, hasta que llegó a Buenos Aires. Vivió en pensiones, trabajó donde pudo, transitó la bohemia porteña y publicó su primera novela en 1976: Su turno para morir. El segundo libro llegó recién en 1982: Matando enanos a garrotazos.

Durante la primavera democrática trabajó como corrector y reseñista en algunos medios, publicó poesía y novelas, y empezó a forjar una faceta que duraría mucho tiempo: la de tallerista. Por sus talleres literarios pasaron Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Alejandra Zina, Leonardo Oyola, Sebastián Pandolfelli, Natalia Rodríguez Simón, Guillermo Naveira, Rusi Millan Pastori y Juan Guinot, entre tantos, tantos otros. En 1993 publicó su primer hito, El jardín de las máquinas parlantes, y en 1998 la obra que Ricardo Piglia definió como “la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos”: Los sorias. Con 1344 páginas, es la más larga de la literatura argentina. Hay un gran consenso de que es la obra maestra de Laiseca. Siguió publicando, por supuesto. El pico de masividad se lo dio la tele: durante tres años, de 2002 a 2005, narró cuentos de terror en I Sat. Por esto, ganó un Martín Fierro.

Alberto Laiseca fu popularmente conocido por su ciclo "Cuentos de terror" donde narraba historias clásicas bajo su particular estilo en el canal I Sat

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Petrona Tadich no duerme la siesta. Sentada en su oficina, que es su dormitorio, donde tiene una inmensa biblioteca, se pierde en las páginas de La muerte del prójimo, del italiano Luigi Zoja, y pide perdón por seguir un poco ahí adentro: en la lectura. Después de deletrear su apellido dice: “soy descendiente de croatas”. “Para nosotros es un orgullo que la biblioteca de Laiseca ocupe un lugar dentro de nuestra biblioteca local”, dice su voz del otro lado del teléfono. Fue durante varias décadas profesora de Lengua y Literatura. Vive en Camilo Aldao y relee, cada tanto y cada vez más, a Alberto Laiseca: sigue analizando esa obra extensa, le sigue buscando las vueltas inesperadas. Estudió Letras y tiene ese lastre analítico que, aunque quisiera sacárselo de encima, ya forma parte de su mirada. “Los lectores aquí somos pocos, muy anónimos, pero los hay”, dice y recuerda cuando Laiseca volvió al pueblo. Fue en el año 2010.

“Era una persona sumamente inteligente con una niñez que marcó su esencia. Creo que la curiosidad lo acercó. El municipio organizó una comida comunitaria y me invitó. Ahí nos hicimos amigos”. Y aclara: “amigos entre comillas”. “Él regresó con una búsqueda ya más objetiva: reencontrarse con sus amigos, sus lugares, porque quería volver a recorrerlos, porque se había olvidado de muchas personas. Era como quien busca las semillas para volver a germinar nuevos recuerdos. Creo que ahí está la fuente de esa literatura tan especial que ha escrito. Pasó frente a la casa donde creció, las plazas, el cementerio. Después fuimos a visitar a la gente del secundario. Él lo hizo en Corral de Bustos, donde había secundario. Encontramos algunos de sus compañeros y pudo dialogar. Ahí cerró el ciclo y se pudo explicar el porqué de tanta búsqueda, encontrar en los recuerdos el porqué de las preguntas que no tenían respuestas”.

Petrona busca en su memoria y se le aparece Laiseca, alto, enorme, con su voz pausada, dándole un consejo: “Nunca obedezcas los consejos”. “Me emociona también recordar cuánto conversamos. Sobre los consejos... yo me críe en una época en que la escuela, los padres, todos nos daban consejos. Vivíamos bajo el deseo de los demás. Para él los mandatos no caían muy bien”. En Camilo Aldao, Alberto Laiseca no era Alberto Laiseca. “Su padre fue un médico excelente que dejó un concepto importante de su gentileza”, dice Petrona. Lo dice también Karina Nardi: “Acá en el pueblo siempre fue nombrado como el hijo del doctor. Si bien tuvo sus momentos, como cuando fue declarado ciudadano ilustre, también estuvo en escuelas contando cuentos de terror a los chicos, después en sí como escritor nos debemos el compromiso de darlo a leer. Con la biblioteca es una buena forma de darlo a conocer como el escritor que es”.

Este año Pengüin Random House publicó "Hybris", un volumen compuesto por dos novelas inéditas, "Sindicalia" y "Camilo Aldao", y "La puerta del viento"

En el año 2019, una docente de la escuela Juan Bautista Alberdi de Camilo Aldao le preguntó a los chicos si conocían a Alberto Laiseca. Malvina Pajon era profesora de Nivel Primario, tenía a su cargo quinto grado, chicos de diez y once años. “Surgió como algo espontáneo: decorando el aula en un espacio de lectura con personajes de cuentos donde entraban algunas criaturas, algunos monstruos, apareció el dato curioso de que en nuestro pueblo vivió un escritor famoso. Los chicos fueron buscando información, fuimos leyendo, seleccionando cuentos, hicimos un recorrido de lectura. Fue una experiencia muy, muy linda, muy productiva”, cuenta la docente y recuerda las preguntas que se hacían los chicos: ¿Estuvo acá en el pueblo?, ¿habrá venido a nuestra escuela?, ¿fue alumno como nosotros?, ¿transitó en algunas de las calles del pueblo?, ¿habrá estado en la plaza? Así se produjo el acercamiento y se rompió el prejuicio.

Una tarde, mucho antes, Laiseca fue a esa escuela. “Era un gigante entre todos los niños —recuerda Nardi—; les contó El gato negro. Él decía que había que leerles terror, mostrarle lo espantoso que es el mundo. Estaba en contra de toda esa cosa rosa, de que termina todo bien. Siempre estuvo dando vueltas la idea de que era difícil su lectura. Creo que hay que dejarse llevar por su literatura”. “Yo también tenía el prejuicio pero investigué un poco y esa misma curiosidad que me surgió a mí también le surgió a los chicos”, cuenta ahora Pajon. “Fue atrapante cuando mirábamos las representaciones que hacía en la tele. Todo esto motivó a los chicos a escribir y elaboramos una antología que expusimos en una maratón de lectura”. Ahora trabaja en Literatura y TIC, una clase en formato taller. “Cuando llegue la biblioteca voy a profundizar ese trabajo. Vamos a tener un revista para publicar los textos de los chicos. Va a ser muy interesante”, asegura.

“Su literatura, como toda literatura, es una gran metáfora”, dice Petrona Tadich y en su mente se intercalan el hombre y el escritor, sus palabras arrojadas en la sobremesa de su casa, donde se quedaba a dormir las últimas veces que fue al pueblo, y las que se volvieron literatura. Cuando lo define, dice: “Un gigante tierno. Muy humano. Lamentablemente, él lo decía, estuvo siempre en la búsqueda de la felicidad. En cierta manera la encontró ahí, en la literatura”. Continúa: “Justamente, su biblioteca es amplia por su búsqueda. Él concebía al escritor si era previamente un gran lector. Hay algo genético y entrañable y que pertenece al hombre en su condición natural: somos parte del lugar de donde venimos. Quizás luego, donde nos toca vivir, transforma nuestra cultura pero no nuestra esencia. Laiseca, en la etapa final de su vida, llegó nuevamente a Camilo para encontrarse y comprender todo aquello que buscó a través de la literatura”.

“El mundo urbano y el rural —dice Tadich— son estadíos muy diferentes en la transmisión de afectos. Quizás Alberto venía a buscar algo de eso, aunque es claro que si se quedaba no hubiese llegado a producir la obra que produjo. Hoy nos representa dentro del realismo delirante. Es importante conocer los vericuetos de la sensibilidad humana para comprender por qué es delirante su literatura. Una literatura abstracta que surge, creo yo, de su concepción temerosa de la vida. Él está en las antípodas del realismo porque es una forma de zafar de la realidad que le asustaba. Sus lectores son los menos, pero esos menos puedan identificarse con ese mundo interior lleno de temores, de angustias, de miedos ocultos, de un mundo que no le podía ser objetivo a su imaginación. Sumergido en esa subjetividad, creó un mundo artificial: una gran metáfora que cada uno va a interpretar de acuerdo a su estado emotivo”.

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Tres mil libros del escritor fallecido en 2016 irán a la biblioteca pública de Camilo Aldao, donde recrearán su espacio de trabajo (Foto: Télam)

La semana pasada, el último grupo que hacía taller con Laiseca se fue para Camilo Aldao. “Es algo que nos debíamos. Fuimos sin avisarle a nadie”, dice Sebastián Pandolfelli, del otro lado del teléfono. También Selva Almada, Rusi Millan Pastori, Guillermo Naveira y Natalia Rodríguez Simón. Visitaron la casa donde había vivido, el cementerio donde estaba su padre, las plazas, las calles, respiraron un poco de ese aire perfecto y volvieron. Antes, mucho antes, habían ido para filmar una película. Fue en 2010: las primeras imágenes de lo que hoy es Lai, de Millan Pastori. También en 2011, varias veces. Iban acompañados: Laiseca era el protagonista. En 2017, ya si su maestro, volvieron a presentar la película. La proyectaron en la biblioteca donde pronto estarán sus libros. En el film hay un fragmento que lo pinta. Con el cigarrillo en la mano, dice: “Nací en 1941, pero negro, fue ayer. ¿Entendés?” y sonríe con una mueca entre irónica y macabra.

“Hubiese sido otro sino hubiera pasado su infancia en Camilo Aldao. Lo marcó muchísimo. También la relación con su padre y la temprana muerte de su madre”, dice Pandolfelli y asegura que “Laiseca es un gran personaje, pero el mercado todavía no logró fagocitarlo porque es difícil de vender. Cuando la gente que lo conoce por la tele cae a leer su obra, dice: ‘¿esto qué es?’ Lai es inclasificable”, agrega el autor de libros como Rocanrol y Choripan social. Tras su muerte, Laiseca dejó dos novelas inéditas: Sindicalia Camilo Aldao, la primera y la última que escribió, respectivamente. Este año Pengüin Random House publicó Hybris, un volumen compuesto por ambas novelas y La puerta del viento. “Se murió sabiendo que Random le iba a publicar Camilo Aldao. Pero se lo llevó la parca antes. Después vino la pandemia y se retrasó todo. Estaba contento que por fin lo iba a publicar una multinacional”.

Todos los libros de la biblioteca de Laiseca están forrados de blanco. Además, hay un cuaderno que funciona como catálogo: ahí anotaba cada título, cada autor, cada género. “No era para cuidarlos, en el sentido que entendemos nosotros, que no se rompan las tapas, sino porque el blanco protege el astral. En sus libros a veces lo explica. Parece que es en joda, pero cuando lo conocías sabías que era verdad. Era una cuestión esotérica”, cuenta Pandolfelli y enumera lo que recuerda: la colección completa de la revista de ciencia ficción Más allá, libritos de Disney, algunas historietas, novelas de clase B, Herman Hesse, Franz Kafka (“esos clásicos de la literatura universal los tenía a todos”), revistas sobre Vietnam, fascículos enciclopédicos sobre la Primera y Segunda Guerra Mundial, literatura china. “Todo muy ecléctico, todo mezclado”. Además, una biblioteca chica con los libros que no estaban forrados: los que le regalaban sus alumnos.

Pandolfelli fue durante más de una década a su taller. Laiseca decía que él era su “lugarteniente”. Lo conocía muy bien, también a esos libros que tanto cuidaba. “Varios tienen unas cuantas anotaciones, sobre todo los que usaba para los programas de I Sat: los cuentos de terror. Esos todos tienen anotaciones, subrayados”, y agrega: “Yo creo que es uno de los escritores más importantes de la Argentina. Estaba en el mismo rango que Aira y Fogwll. En algunos años va a tener el mismo peso y quizás logre entrar un poco de costado en Puan, no para que lo lean unos fanáticos, sino para que sea en la carrera. Va a ser más popular, de hecho él quería serlo y lo intentaba”. Karina Nardi dice algo en ese sentido: “Quien llegó a sus libros es porque tuvo un vínculo con la literatura o porque alguien acercó sus libros. Yo lo empecé a leer tarde y ahora estoy fascinada. Hay un prejuicio de que era difícil. Ese es el gran desafío nuestro: que se lea sin prejuicios”.

Cuando se mudó de Caballito a Flores, ahí estaba su lugarteniente. Así llamaba Laiseca a Sebastián Pandolfelli. Llegó en una F100, la camioneta que su padre usa para hacer los fletes. Lo más importante, por supuesto, eran los libros: treinta cajas. Poco a poco fueron acomodándose en la nueva locación, en el corazón de Buenos Aires. Años después, Laiseca tuvo un accidente y se quebró la cadera. “Nunca quedó del todo bien”, dice Pandolfelli. Al poco tiempo se alojó en un geriátrico hasta que en 2016 finalmente murió. “Me hubiese encantado conocerlo. Lo estoy conociendo ahora”, confiesa Nardi. Tras su muerte, todos esos libros fueron a parar a una baulera en el barrio de Núñez. Su hija, Julieta Eva Laiseca, habló con los discípulos del taller y finalmente tomó la decisión: este año, quizás en los próximos días, la biblioteca de su padre llegue a Camilo Aldao. De esta forma, tal vez, Laiseca también vuelva a casa.

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