Spielberg, Iñarritu y los proyectos “imposibles” definen al cine de la pospandemia

“Los Fabelman”, “Bardo”, “Babylon”, “Amsterdam, “Ruido blanco” y varias otras películas arriesgadas, personales y de alto presupuesto reafirman una tendencia introspectiva y autorreferencial

"Los Fabelman", de Steven Spielberg

La pandemia llevó a que muchas personas tomaran importantes decisiones respecto a su futuro, cambiaran de vida o se plantearan llevar adelante proyectos impensados. Y el mundo del cine no estuvo al margen de ese shock, tanto desde lo individual como desde el negocio en sí. En especial, durante el largo período de 2020 en el que nadie parecía saber cómo se iba a reconstruir la industria. Muchos directores tuvieron tiempo para pensar y sentarse a escribir proyectos un tanto diferentes a los habituales. Y lo hicieron de distintas maneras. Algunos se dedicaron a filmar sus experiencias cotidianas en los distintos tipos de cuarentena, otros hicieron minimalistas ficciones en función de las limitaciones y muchos otros se sentaron a escribir guiones, esperando el fin o el relajamiento de las restricciones para volver a salir con sus cámaras fuera de sus casas.

Estos cineastas/guionistas que utilizaron el tiempo para escribir nuevos proyectos se dividieron en dos grandes grupos. Los que pensaron hacer algo más o menos relacionado, temática y productivamente, a lo que se vivía (apocalípticas películas de zombies, films de terror minimalistas, ciencia ficción distópica) y los otros, los que aprovecharon el tiempo para hacer guiones que funcionaran como balances de sus vidas, repasos terapéuticos de su relación con el cine, con sus familias, sus hijos y otros traumas personales. Son realizadores que entendieron que durante ese año más o menos sabático que tuvieron debían aprovechar y escribir esa película que, por diversos motivos (muchos ligados a imperativos o presiones comerciales) jamás se habían sentado a escribir.

"Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades", de Alejandro González Iñárritu

Y los resultados de esos viajes introspectivos están apareciendo ahora. Películas como Bardo, de Alejandro González Iñarritu; Los Fabelman, de Steven Spielberg; Armageddon Time, de James Gray, y El imperio de la luz, de Sam Mendes, se suman a otros que podrían denominarse “los proyectos imposibles”. Esas películas consideradas infilmables que sólo en función del parate pandémico y la necesidad de contenido de los estudios y plataformas encontraron financiación para hacerse. Me refiero a títulos como Amsterdam, de David O. Russell; Ruido blanco, de Noah Baumbach, o Babylon, de Demian Chazelle, entre otros.

A juzgar por los flojos resultados –artísticos, en algunos casos; comercial, en todos–, es probable que estemos ante el fin de una era, un muestrario de arriesgadas películas personales de alto presupuesto (las otras, las más pequeñas e independientes, seguirán existiendo) que dejarán de hacerse por un tiempo. Si bien los dos primeros años de pandemia generaron un enorme crecimiento del mercado de streaming y una insaciable acumulación de “contenido”, esa breve época de bonanza parece haber concluído. Las plataformas dejaron de crecer, cancelan proyectos y prefieren ir a lo seguro. Y el mundo del cine en salas parece haber quedado reservado solo para grandes tanques de taquilla (películas de superhéroes, en su mayoría) que ocupan gran parte del mercado. Films personales como los mencionados van, otra vez, camino a desaparecer.

Una escena de "Babylon", de Damien Chazelle

De todos ellos, el mejor, más celebrado y nominado es el de Spielberg, actualmente en cines. En Los Fabelman, el director de E.T. cuenta su propia historia centrándose en su infancia y adolescencia, la etapa en la que encontró en el cine un refugio para lidiar con problemas familiares como la separación de sus padres y otros del tipo social, como el antisemitismo que sufría en la escuela. El Spielberg adolescente no solo encuentra en el cine una actividad que lo apasiona sino que, al filmar, descubre que puede conectarse con la realidad de otra manera y que esa misma realidad se entromete en su vida a partir de lo filmado. Esos cruces entre ambos mundos son una constante en la carrera del realizador y, en este cálido retrato familiar, los explora como nunca antes lo había hecho.

No estrenada en cines locales, Armageddon Time, de James Gray, es quizás la más parecida a la de Spielberg, ya que retrata la vida del realizador de “Ad Astra” –también de familia judía– en la etapa que va de la niñez a la adolescencia, a principios de los años ‘80, en Queens, New York. Aquí, el protagonista es un chico de doce años que se hace amigo de un compañero de escuela, afroamericano, con el que tienen en común que son ambos marginados por sus compañeros y profesores. La película se centrará en la relación entre ellos dos, en los conflictos del protagonista con su familia, en el descubrimiento de la existencia de un mundo rico e interesante, ligado al arte y la música, para conformar un retrato en apariencia amable pero en el fondo bastante oscuro de la época, en especial en lo relacionado con el racismo y con el futuro político de los Estados Unidos.

"Armageddon Time", de James Gray

En Bardo, el mexicano Alejandro G. Iñárritu explora –a través de un alter ego periodista y documentalista– su vida adulta en el contexto de su relación entre su país natal, México, y el que vive y trabaja, los Estados Unidos. Se trata de una exploración tan amplia como difusa en la que el director de Babel intenta hablar de sus crisis personales y laborales en un experimento en el que entran traumas familiares, disputas con colegas (y críticos) y una suerte de análisis de la historia mexicana, especialmente la que tiene relación con sus vecinos del norte. Como las anteriores, es una película que nace del deseo del consagrado realizador de poner en pantalla todo aquello que una persona normal usualmente llevaría a terapia. Y, en cierto sentido, buena parte de estas obras gestionadas durante la pandemia, son eso.

En El imperio de la luz, el director de Belleza americana y los últimos films de la saga 007, Sam Mendes, se escapa de la autobiografía estricta y elige contar una historia más ligada a su amor por el cine y a su nostalgia por las viejas y tradicionales salas que ya casi no existen. El film cuenta la historia de una mujer de delicada salud mental (interpretada por Olivia Colman) que logra salir de un estado depresivo al empezar a trabajar como empleada en un cine de un pequeño pueblo británico, e ir conociendo gente, enamorándose y descubriendo a la par grandes películas. Al contar la historia de esta mujer, lo que Mendes parece hacer es un homenaje a los grandes cines como templos y lugares de conexión humana, algo que se ha perdido bastante en las épocas de las multisalas y las plataformas.

"El imperio de la luz", de Sam Mendes

Babylon, de Demian Chazelle (La La Land) no aplica demasiado como autobiografía pero sí como supuesta “carta de amor” al cine. En este caso, al Hollywood de los años ‘20 y ‘30, con sus cambios tecnológicos (en esos años pasó del mudo al sonoro, alterando las carreras de muchos artistas), sus alocadas fiestas y sus celebridades, alternando entre sus caóticas vidas privadas y las idas y vueltas de sus carreras profesionales. Excéntrica y furiosa, la película protagonizada por Margot Robbie y Brad Pitt parece más preocupada por mostrar los excesos de la época que por celebrar las películas que se hacían entonces. De altísimo presupuesto y flojo resultado en taquilla, su fracaso hace pensar que este tipo de films no se seguirán haciendo ya que no ha logrado contentar ni al público ni tampoco a la mayor parte de la crítica.

Otra película de esas que ya no se harán, Amsterdam, de David O. Russell (El lado luminoso de la vida) es también un proyecto un tanto demencial en relación a su enorme presupuesto para una película de difícil impacto masivo. Es una comedia dramática que transcurre en las primeras décadas del siglo XX y que sigue a tres amigos (Christian Bale, John David Washington y, otra vez, Margot Robbie) a lo largo de una serie de situaciones policiales ligadas a conspiraciones políticas. Así como Babylon –otro proyecto personal ambicioso y fallido–, la de Rusell es otra de esas películas que seguramente no veremos mucho más de aquí en adelante, ya que tiene la misma combinación de alto costo y magros resultados en taquilla. En ambos casos también se vuelve a demostrar que el “star system” por sí solo ya no asegura el éxito.

"Amsterdam", de David O. Russell

Lo que conecta a Ruido blanco con las anteriores películas de esta lista es su categoría de “difícil”, ya que el realizador Noah Baumbach adaptó al cine la para muchos infilmable novela homónima de Don DeLillo. Es uno de esos proyectos que se vieron seguramente favorecidos por la necesidad de “contenido” para las plataformas post pandemia y que el realizador/ guionista supo aprovechar muy bien. De estos tres últimos y ambiciosos proyectos aquí nombrados, esta historia de una familia en problemas como consecuencia de un accidente nuclear es la que tuvo mejores resultados artísticos. Como es también el caso de Bardo, es imposible saber si fue un éxito o un fracaso porque Netflix no publica cifras de espectadores de la manera en la que sí lo hacen las salas de cine.

Don Cheadle y Adam Driver, en una escena de "Ruido de fondo", de Noah Baumbach (Foto: Wilson Webb/NETFLIX © 2022)

A estas siete películas las une el hecho de estar un tanto corridas de la norma. Se trata de films de consagrados directores que, de distintos modos, aprovecharon la experiencia y, quizás, la introspección que les permitió tener la pandemia para hacer proyectos aún más personales que lo habitual, que no se inscriben en ninguna fórmula o formato preestablecido. Hay mejores y peores, están las que salieron muy bien y las que mejor olvidar, pero ninguna de ellas es, para bien o para mal, “una película más” en sus carreras. A la vez, hoy pueden ser vistas casi como despedidas. No del cine –la mayoría de estos realizadores tienen mucho camino por recorrer– pero sí de un tipo de combinación de libertad creativa y alto presupuesto que Hollywood no parece dispuesto a seguir apoyando. Y el público, lamentablemente, tampoco.

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