Mariquita Sanchez, “patrona” del feminismo argentino

Destinada a ser recordada simplemente como “la señora del piano del himno nacional”, fue mucho más que eso. Luchó desde joven por los derechos de las mujeres y su libertad de elección. Y lo hizo saber

Mariquita Sánchez de Thompson

Mariquita Sánchez, primero de Thompson (así pasó a nuestra Historia) y luego de Mendeville ha sido congelada por nuestros libros escolares y nuestras efemérides patrias como “la señora que prestó su piano para que por primera vez se ejecutara nuestro Himno Nacional”. Sin embargo merece más ser recordada por la ardorosa batalla legal que libró por sus derechos, desde sus catorce hasta los diecisiete años, en aquellos tiempos en que los matrimonios de las mujeres eran decididos por otros y por razones que nada tenían que ver con el amor. Mérito que debería reconocerle el título de “primera femininsta " de nuestra Historia.

En 1804 reclamó ante el virrey Sobremonte su intervención para que se reconociera la validez de su amor por su primo segundo Martín Thompson y se evitara que sus padres la casaran contra su voluntad con un hombre rico y mayor, don Diego del Arco, pariente del primer marido de su madre. La situación de las mujeres de entonces la graficó Mariquita en una estrofa festiva dedicada a una amiga:

“Nosotras sólo sabíamos

ir a oír misa y rezar

componer nuestros vestidos

y zurcir y remendar”

La carta al virrey decía: “Me es preciso defender mis derechos: o Vuestra Excelencia mándeme llamar a su presencia, pero sin ser acompañada de la de mi madre, para dar mi última resolución, o siendo ésta la de casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen, me mandará Vuestra Excelencia depositar por un sujeto de carácter para que quede en más libertad y mi primo pueda dar todos los pasos competentes para el efecto. Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor”. Los padres de la enamorada se oponen y logran alejar al enamorado, enrolado en la Marina, quien es destinado a Montevideo y luego a Barcelona.

Martín Jacobo Thompson, primo de Mariquita

Mariquita se ha negado a utilizar los subterfugios habituales en enamorados en condición semejante, que era la de provocar o fingir un embarazo, como fue el caso de su conocida Encarnación Ezcurra para casarse con Juan Manuel de Rosas. Finalmente Sobremonte dará su autorización y los jóvenes contraerán matrimonio. Sin duda, tal batalla dejó sus huellas en Mariquita quien a lo largo de su vida luchará a favor de la elevación del rol de la mujer en una sociedad saturada de convencionalismos y pacatería. ”¡Amor! Palabra escandalosa en una joven, el amor se perseguía, el amor era mirado como una depravación”, escribirá años más tarde. Llegó a decirse que la famosa pieza del dramaturgo español Moratín, El sí de las niñas, estuvo inspirada en el hecho sucedido del otro lado del océano.

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Martín Thompson fue nombrado Capitán del Puerto y fue quien convenció a Sobremonte que debía abandonar su palco en el teatro porque las naves que se avistaban no eran de contrabandistas sino inglesas de guerra. Durante la primera invasión Mariquita no ocultó su atracción por los ingleses, movida por el europeísmo que ya entonces caracterizaba a la élite de estas regiones. Describirá a la tropas invasoras como “las más lindas que se podían ver, el uniforme más poético, botines de cintas punzó cruzadas, una parte de la pierna desnuda, una pollerita corta (…) Este lindo uniforme sobre la más bella juventud, sobre caras de nieve, la limpieza de estas tropas admirables”. Siguiendo ese mismo criterio estético se lamentará del contraste con las milicias criollas: “Es preciso confesar que nuestra gente del campo no es linda, es fuerte y robusta, pero negra. Las cabezas como un redondel, sucios; unos con chaqueta, otros sin ellas; unos sombreritos chiquitos encima de un pañuelo atado en la cabeza. Cada uno de un color, unos amarillos, otros punzó; todos rotos, en caballos sucios, mal cuidados; todo lo más miserable y más feo. Las armas sucias, imposible dar ahora una idea de estas tropas. Al ver aquel día tremendo dije a una persona de mi intimidad: “Si no se asustan los ingleses de ver esto, no hay esperanza”.

Sin embargo hubo esperanza y la plebe tomó sus precarias armas y expulsó a los representantes de la rubia Albión. Mariquita entonces se inflamará de patriotismo y expresará su admiración por la resistencia épica del pueblo y su significación como antecedente de Mayo: “¡Esta fue una gran lección para este pueblo, fue la luz! ¡Cuántas cosas había visto y aprendido en tan corto tiempo! Vino la segunda y el pueblo se dio cuenta de lo que podía hacer por sí mismo”.

Martín Thompson tendría activa participación en los sucesos previos al 25 de Mayo, integrando el grupo de complotados que se proponía la defenestración del virrey Cisneros. No existe documentación acerca de alguna intervención de Mariquita aunque sin duda lo haría a través de su esposo y cediendo su casa para reuniones patrióticas. Su participación se haría mucho más ostensible a partir de mayo de 1810, como lo evidencia el hecho de que fue allí, como es bien sabido, donde se cantó nuestro Himno por primera vez.

La tradición cuenta que el Himno Nacional se cantó por primera vez en los salones de la casa de Mariquita

Blas Parera, el catalán autor de su música, quien carecía de piano, lo ensayó en lo de los Thompson y cuando llegó el día, un 11 de mayo de 1813, Mariquita lo acompañó con su arpa. Nunca pudo establecerse quien entonó las estrofas de Vicente López y Planes; algunos dicen que fue un coro de niños, otros un coro improvisado entre los asistentes y la mayoría lo adjudican a la dueña de casa. Según Pastor Obligado estaban presentes los nombrados, Monteagudo, de Luca, el coronel José de San Martín y su pretendida Remedios de Escalada, los padres de ésta, Carlos de Alvear y su esposa, Carmen Quintanilla, Balcarce, fray Cayetano Roidríguez y unos pocos más. Quien años más tarde se ocupó de hacerle los arreglos con que hoy conocemos a la canción patria fue otro amigo de los Thompson, el profesor de música Juan Pedro Esnaola, quien solía utilizar el piano que decoraba el salón de Mariquita.

Martín Thompson fue destinado en una misión diplomática en los Estados Unidos. Allí sufrió una enfermedad psiquiátrica, posiblemente esquizofrenia, y en 1819 moriría en circunstancias extrañas a bordo de la nave que lo traía de regreso al Río de la Plata. Marquita se uniría luego, quizás movida por su amor a Francia, con Washington Mendeville, un aventurero que fue nombrado cónsul francés en Buenos Aires. Fue una relación de poca intensidad con largas interrupciones debidas a los destinos diplomáticos del esposo.

Mariquita fue una obsesiva escritora de cartas, donde ejercitó un estilo literario elogiable, a su parentela de hijos y nietos desparramados por el mundo pero también, y ellas son las más reveladoras, a las luminarias intelectuales de su época que hallaron en su casa, tanto en Buenos Aires o en Montevideo o en Río de Janeiro durante sus exilios, un espacio de encuentro y consuelo, además de tertulias del más elevado nivel cultural para su época. Alberdi la llamaría “la madame Sevigné del Río de la Plata”. Fueron sus invitados Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Florencio y Juan Cruz Varela, Félix Frías, Bartolomé Mitre.

Juan Bautista Alberdi

“A excepción de la hija, los verdaderos interlocutores de Mariquita son varones. Pero sus principales desvelos son mujeres” (Gabriela Mizraje). Soledad Vallejos opinó: “Soñaba con la fundación de una suerte de neo-matriarcado semejante a la isla de Lesbos… pero en plena Buenos Aires”. “Si yo no escuchara sino mi corazón y mi gusto –escribe a su hija Florencia en ¡1847!–, mira lo que haría: nos uniríamos en la casa grande tú y las Larrea, viviríamos como pudiéramos y nos consolaríamos todas juntas. Los árboles de tu casa, comisionaría a M. Picolet de componerme con ellos la huerta. Haríamos un buen gallinero y todo lo arreglaríamos muy bien (…) ¡Si esto pudiera hacerse! Catalina sería la que correría con todo, le daríamos a ella la plata, ¡qué consuelo para todas!”.

Todo se trastocaría con la llegada de Rosas al poder, a pesar de la amistad que los unía por pertenecer a la reducida aristocracia rioplatense. Pero a Mariquita le disgustaba el antieuropeísmo del Restaurador además del progresivo tinte autoritario que adquiría su gobierno poco afecto, además, a las manifestaciones culturales. En cierta oportunidad ella lo instó a aceptar la designación del nuevo cónsul de Francia, el marqués de Payssac, que Rosas demora como manifestación de su antipatía por la nación que años más tarde enviaría su armada para bloquear a Buenos Aires en dos oportunidades. Don Juan Manuel, a quien el pedido ha irritado, responde con agresiva ironía: “Conocí antes una María Sánchez buena y virtuosa federal. La desconozco ahora, en el billete con tu firma que he recibido de una francesita parlanchina y coqueta”. Mariquita, ofendida, no se cohíbe y se atreve a aludir a un tema tan sensible como la relación del matrimonio Rosas: “Tú, que pones en el ‘cepo’ a Encarnación si no se adorna con tu divisa, debes de aprobarme, tanto más cuanto que no sólo sigo tu doctrina sino las reglas del honor y del deber. ¿Qué harías si Encarnación se te hiciera unitaria? Yo sé lo que harías. Así, mi amigo, en tu mano está que yo sea americana o francesa. Te quiero como a un hermano y sentiría que me declararas la guerra”.

Mariquita se las ingeniará para ayudar a huir a sus tres protegidos, Alberdi, Gutiérrez y Echeverría, entremezclados en un grupo de marinos franceses que habían desembarcado para un sarao. Echverría se echará atrás a último momento por carecer de dinero y se refugiará en la estancia “Los Talas” en Luján, donde hoy es posible alojarse en la habitación que ocupó y dormir sobre la cama seguramente soñó algunos de sus poemas.

El único daguerrotipo que existe de Mariquita. Fue tomado en 1854.

Las relaciones entre Mariquita y Juan Manuel continuaron enturbiándose y por fin ella decide exiliarse en Montevideo, como tantas y tantos de su círculo social. Enterado por sus espías, probablemente los sirvientes de la dama, le escribe: “¿Por qué te vas, Marica?” Y ella responde, sincera e irreverente: “Porque te tengo miedo, Juan Manuel”.

Durante su permanencia del otro lado del río su casa volverá a ser un centro de reunión de los expatriados, sobre todo de los románticos. Es de destacar en ese mismo sentido el diario que lleva entre 1839 y 1840 para Esteban Echeverría.

Por fin, cierto día llega a Montevideo la por muchos esperada noticia de la caída de Rosas. Mariquita escribe a su hijo: “Juan, que sorpresa te voy a dar. ¡Rosas ha caído’ ¿lo creerás? Yo tengo el pulso que me late como el corazón… Se han batido, Rosas a la cabeza, han peleado, gran mortandad. En la ciudad se promovía un arreglo porque se hacían barricadas y zanjas. Se ignora la suerte de Rosas. Lo cierto es que ha sido una batalla formal sostenida por nuestros desgraciados argentinos hasta sacrificarse más de 4000 hombres que ha perdido Rosas. Pacheco prisionero. La batalla ha sido entre San Isidro y los Santos Lugares”. Le contaría también sobre los festejos en Montevideo, “repiques y cuetes que se viene abajo todo… Si un día veo esta tierra de mil lágrimas constituida de un modo que su libertad quede asegurada ¡qué contento será el mio!”

Al día siguiente de Caseros, Mariquita escribió a Florencia, una de sus hijas, asustada por las noticias de saqueos y de incendios desatados luego de la batalla: “Considera mi agitación al no saber de ti, al oir que hay 4000 muertos, 300 fusilados y saqueos… ¡Considera cómo estaré! Jamás hemos carecido tanto de noticias como ahora que hay tantos motivos para desearlas. Una noticia prolija y cierta no hay. Dime como está la familia. ¡Cómo se habrán asustado!”

A pesar de los infortunios vividos durante el rosismo Mariquita tiene una reflexión magnánima hacia Manuelita Rosas: “¿Creerás que la quiero? ¡Pobre joven, que ha pasado por tantas penas!”. También se preocupará por Mercedes Rosas, porque " ¡ con la viudez las desgracias vienen juntas!”

Manuelita Rosas (Museo Histórico Nacional)

La situación no se pacificará pues surgirá la guerra civil entre Buenos Aires y la Confederación provincial, comandadas por Mitre y Urquiza respectivamente. En carta al hijo se lamenta de que dicha inseguridad dificulte la llegada de extranjeros pues “el mundo entero está conmovido y que por esta causa podríamos tener una emigración rica, industriosa y de lo mejor que se podría esperar”. Se lamenta del gasto bélico: “Setenta u ochenta millones en barricadas, ¿no habría sido mejor un lindo Liceo, un paseo público, un buen colegio? Las venganzas de unos hombres se hacen causas patrióticas y así vamos siempre para atrás”. Su lamento es dolorido: “¡Qué fatalidad persigue a nuestra raza! ¡Otra vez la guerra! ¡Y otra vez sacrificios sin resultado! Estoy tristísima, sin fe, sin entusiasmo, aburrida de la desmoralización y falta de patriotismo; sin brazos para explotar las riquezas que a manos llenas nos dio el cielo y juntando estos pocos brazos para que se maten, promoviendo emigración extranjera y armando la del país unos contra otros, nuevas cruzada de odios y venganzas, y esta es la vida de estos pueblos, despotizados por la tiranía. No se creerá que en el siglo presente desconozca un pueblo culto sus intereses así. Todo lo que no es paz, me indigna (…) Me abato solo de pensar en las maldades que veo y oigo. Dios te ilumine, hijo mío, porque ya sabemos por experiencia lo que hacen las palabras en estos casos y cómo visten la patria, según conviene, a los mezquinos intereses de pasiones y bolsillo. Dios toque el corazón y la cabeza de los hombres de bien para que no demos más escándalo al mundo y no nos desacreditemos más”.

Mariquita comenzaría una intensa actividad en pro de los derechos de las mujeres: “Es preciso empezar por las mujeres si se quiere civilizar un país, y más entre nosotros, que los hombres no son bastantes y que tienen las armas en la mano para destruirse constantemente”. Nombrada presidenta de la Sociedad de Beneficencia se aboca más de lleno en la tarea y ello la lleva a chocar con Sarmiento, por entonces Director General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires quien había expresado en un informe de 1858: “Resultaría un fenómeno en la enseñanza pública de Buenos Aires sin ejemplo en la tierra, a saber, la mayor capacidad de las niñas para recibir instrucción. (…) el hecho se explicaría fácilmente por la falsedad de los datos que las maestras de escuelas suministraron a la Sociedad de Beneficencia, exagerando cada una de las cifras que mostrasen adelanto en sus respectivas escuelas (…) No se dirá sin exponerse al ridículo que la educación femenil requiere más elementos que la de los varones, pues una maestra que pretendiera auxiliar para enseñar las labores de manos no merecería contarse entre los individuos de su sexo”.

Mariquita le respondió: “Vaya, mi amigo, que ha delirado en ese informe (…) Oígame con calma. No se empiece a pelear conmigo. Empiece por saber que lo que tengo al mes son mil pesos, para profesores, útiles y gas. En un tiempo dijo el gobierno a la Sociedad que se pedían a Norte América útiles y libros para las escuelas de ambos sexos. Teniendo esto presente, le pregunto si en ese depósito hay un globo, que necesito para mi escuela normal, que quiero organizarla de modo que usted no me murmure (…) Usted es un injusto, no se contenta con la política y los muchachos y quiere pelearse con las mujeres ¡y no sabe usted qué malos enemigos son!”.

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