En estos últimos cuatro años, con la pandemia como epicentro de un verdadero fenómeno de popularidad, el nombre de Mariana Enríquez se desprendió de la literatura local para pasar a convertirse en uno de los grandes nombres de la literatura contemporánea, más allá de límites y fronteras. Un premio importante a una de sus novelas fue la llave de ese pasaporte que hizo que, desde ese momento, y a la luz de la potencia de la novela premiada, toda su obra anterior regresara para hallar reconocimiento y celebración por parte de lectores y críticos.
Mariana Enríquez nació en Buenos Aires, en 1973. Periodista y escritora, subeditora del suplemento Radar del diario Página 12 y columnista en Radio Nacional, Mariana es desde hace años una de las periodistas culturales más destacadas de la Argentina. Como autora, es sinónimo de literatura gótica y fantástica, y creadora de una obra original y apasionante, con narraciones que tensan los límites del terror y lo sobrenatural hasta alcanzar cada segundo de la vida cotidiana y la Historia con mayúsculas, en especial los capítulos de la historia argentina que van desde los años 70 a los 90.
Celebrada por la crítica y adorada por sus lectores al punto de ser comparada por diarios como The New York Times con una estrella de rock, Mariana es autora de novelas como Bajar es lo peor y Este es el mar, libros de cuentos como Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego y biografías como La hermana menor, sobre Silvina Ocampo, una antología con sus mejores textos periodísticos que fue editado por Leila Guerriero con el título de El otro lado.
Al reconocimiento que significó haber ganado en 2019 el Premio Herralde con su novela Nuestra parte de noche (un prodigio de imaginación, sensibilidad y fuerza narrativa) le siguieron más premios con esa misma novela, por lo que Mariana Enríquez brilla en los grandes festivales y eventos literarios locales e internacionales, así como en frecuentes giras por diversos países ya dando conferencias como firmando ejemplares en grandes y pequeñas librerías, mano a mano con los lectores.
Ahora se prepara para un nuevo desafío, el teatro. Allí se presentará el jueves 16 de marzo con No traigan flores, un espectáculo original en el que compartirá en primera persona una selección de textos propios (y otros no tan ajenos), en el marco de una puesta artística y musical sobre el escenario del Teatro Coliseo.
Será en primera persona pero no estará sola: la van a acompañar el artista Alejandro Bustos, que trabaja en artes visuales con arena, con la idea de profundizar lo que llama “este viaje onírico”, y el contrabajista Horacio “Mono” Hurtado.
Es un día de calor infernal y la misma persona que llena salas y librerías en países lejanos y a quien los lectores le transmiten su admiración y cariño de todas las formas posibles reales y virtuales entra por la puerta de Radio Nacional, en la calle Maipú. La rock star de la literatura llegó al microcentro en subte y en un ratito va a estar haciendo su columna en Gente de a pie, el programa que conduce Mario Wainfeld. Nada parece haber cambiado tanto en ella, aunque ahora el rojo shocking sorprende desde el labial como una novedad decidida a quedarse.
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Estrella y obrera de la literatura y de otras formas de la palabra escrita, Mariana está a punto de dar un nuevo paso en su carrera y, si bien durante mucho tiempo se hacía imposible imaginarla arriba de un escenario por su personalidad de perfil bajo y sus fobias, hoy asegura que no le da miedo. Que estos años de viajes, premios y presentaciones la entrenaron para vestirse, para maquillarse y para lo que llama la parte “performática” de la vida del escritor, vinculada a las nuevas formas de la circulación de los libros. Y que todo esto “está bueno”, dice, y no hay manera de encontrar ecos de arrogancia en sus palabras.
— No nos veíamos hace mucho. Tanto tiempo, tanta pandemia. Tanto viaje tuyo, también.
— Viajo mucho, sí, aunque este año voy a viajar menos.
— ¿Y cómo es eso, cómo te sentís cuando estás afuera? ¿Hay lugares donde estás más cómoda? ¿Estás todo el tiempo pensando en volver? ¿La pasás bien?
— La paso bien. Es trabajo, algo que a veces cuesta comunicar cuando te vas de viaje porque enseguida aparece el: “ah, estuviste acá, estuviste allá”, pero a veces casi no ves nada del lugar, aunque yo siempre me escapo y veo cosas y termino yendo a muestras y a las cosas que me interesan.
— O a cementerios.
— A mis cementerios, a conocer a mi artista oscuro. Todo eso no me lo pierdo. Pero quiero decir, estás trabajando. Tenés la charla a la mañana, la charla a la tarde, la firma de libros, la cena con tu editor, donde te tenés que portar bien. O sea, toda una cuestión. Te subís a otro avión y terminas haciendo lo mismo en otro país. Entonces, a veces hay lugares en los que realmente no ves nada.
— O pasaste por encima.
— Y… quedás bastante baqueteado. O sea, quedás bastante cansado. Y, sobre todo, quedás bastante cansado de actuar, de alguna manera. Porque algunas son charlas muy sencillas, como entrevistas o una mesa con alguien, pero otras son charlas especiales en las que te entrevistan en vivo y vos tenés que ser, qué sé yo, un poco articulado, un poco gracioso; tenés que aprender a leer, a mí no me gusta leer en voz alta. Entonces, eso es como una especie de entrenamiento para algo que un escritor en general no está muy entrenado y es la parte performática de la cuestión, que creo que es relativamente nueva y que tiene que ver con una circulación de los libros que es diferente ahora. Pero que a mí no me molesta particularmente, por eso, también, hacer el espectáculo en el teatro es algo así como una continuación.
— Así lo pensé, sí. ¿Entonces no te da miedo?
— La verdad que no.
— Pero años atrás, cuando no tenías este tipo de rutinas, a una persona como vos a lo mejor le hubiera dado miedo.
— Totalmente.
— O sea que los viajes definitivamente te entrenaron para esto.
— Totalmente. Me entrenaron para saber cómo maquillarme, qué ropa ponerme, ese tipo de cosas. Te entrena en ese sentido y está bueno. O sea, lo que te quiero decir es que tenés que aprender a disfrutar esa parte porque si no es “hotel, cena, charla, valija, avión, me fui” y eso no tiene mayor sentido. Y tampoco tiene mayor sentido literariamente hablando. Cuando viajo a mí me interesa hablar con otros escritores, andar por las ciudades, curiosear, aprender un poco, o sea, que ese viaje me nutra de alguna manera. Después, no es que eso va a terminar en un cuento pero hay como unos cables ahí, que vas tirando, que terminan haciendo alguna sinapsis extraña en tu cabeza y alguna historia que te contaron, alguna puerta que te pareció rara, no sé, puede aparecer.
— Estaba pensando en una autora que vos leíste, porque escribiste sobre ella, que es Rachel Cusk, y que en uno de los libros de su trilogía en la que la protagonista es Faye, una escritora, aparecen los festivales y los encuentros literarios. Y por el trabajo que ella hace en esas novelas, en las que hay una primera persona completamente evanescente, terminan hablando los otros.
— Sí, sí. Eso es lo que pasa. Y además conocés escritores contemporáneos que de otra manera no hubieses conocido. En muchos casos los ves crecer. Por ejemplo, hay un escritor senegalés que vive en Francia y que se llama Mohamed Mbougad Sarr, que ganó el premio Goncourt con su novela La más recóndita memoria de los hombres.
— Sí, acaban de publicarla acá.
— Acaba de publicarla Anagrama. La novela es extraordinaria. Y yo me acuerdo que cuando lo conocí él apenas hablaba otra cosa más que francés, como la mayoría de los franceses, y ahora me lo encontré en un festival en La Haya -creo- y ya te hablaba inglés como un campeón. Nunca fue un chico tímido, además es guapísimo, o sea la tenía súper clara, pero lo que quiero decir es que se mandó, se convirtió en otra cosa. Eso está bueno porque a mí lo que me pasa con eso es como que hay cierta desacralización. Termina siendo como una especie de estudiantina. Es cierto, hay arbitrariedades en el sentido de que, a lo mejor, a veces son siempre el mismo grupo, tiene que ver con la gente que le gusta viajar, hay otra gente que no le gusta viajar. Hay escritores que son mucho más retraídos. Hay escritores que son mucho más sociables. Entonces no solo se construye a partir de lo que deciden las editoriales y los agentes sino de las personalidades de los escritores.
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— Sí, y con esas personalidades es que los organizadores o los promotores culturales también saben quién pega con quién o qué puede resultar interesante. Para eso está la gestión cultural, para saber qué mesa se puede producir con quién, ¿no?
— Sí. Por supuesto eso tiene su lado problemático porque te perdés un montón de voces que no son las voces que pueden hacer este tipo de espectáculos.
— Por ahí, la gente que vos leés no es la gente que acostumbra a hacer esos viajes.
— Por ejemplo. Pero creo que también tiene su lado bueno, que es conocerse y divertirse un poco también. O sea, que no todo sea el escritor en la eremita.
— Entiendo. Ahora, es cierto que en los últimos años muchas de las escritoras argentinas comenzaron a viajar, algunas viven incluso afuera como en el caso de Samanta Schweblin, por supuesto, pero empezaron a viajar, a circular y a ser protagonistas de estos circuitos de los que vos estás hablando. Pero no había antes una enorme tradición de esto como sí lo había en otras culturas más centrales. En ese sentido éramos una especie de cultura periférica, ¿no?
— Sí, sí. Y lo seguimos siendo, no solamente nosotros sino también los escritores asiáticos, por ejemplo, que son por un lado carísimos de traer al hemisferio y, por otro lado, tienen ya un mercado propio enorme y venden muchísimo. Las traducciones son difíciles de hacer porque tener que traducir del coreano tiene su complejidad, aunque cada vez menos, ¿no? Pero incluso un escritor australiano… no hay tantos. Si yo te digo: nombrame a veinte escritores australianos es difícil que llegues.
— Coetzee había hecho algo en su cátedra de la UNSAM, ¿no es cierto? Había empezado a traer autores africanos y australianos, en esa perspectiva sur/ sur.
— Sí, sí. En general cada vez aparecen más. Pero nosotros también estábamos ahí. América Latina también estaba ahí. Sobre todo en el momento en el que se desvanecen casi por completo los ecos del boom, por decirlo de alguna manera. Porque está el boom y después están los ecos del boom y hay un momento en el que dejamos de interesar por completo. Ahora es como si hubiera un regreso del interés.
— Mucho de eso viene de la mano de las chicas.
— Si, de la mano de las chicas, en segundo lugar, yo creo. Me parece que primero fue de Bolaño.
— Ah, es posible, sí.
— Me parece que Bolaño produce algo que es nada más que dirigir la mirada. O sea no pasó mucho más que eso. Es un pequeño movimiento. Pero es como “ah, está pasando algo ahí”.
— Sí, pero Bolaño era chileno pero vivía en España.
— Y antes en México.
— Y antes en México, claro, pero me parece que el hecho de que viviera en España lo que hizo fue como un efecto de astillas que se repartieron en los países más centrales en ese sentido, ¿no?
— Claro. Y él, digamos, como persona que vivía en España pero era latinoamericano insistía mucho en lo latinoamericano y escribía sobre Latinoamérica. Entonces, ahí se dirigió un poco la mirada. Algo así como “es un tipo que tenemos cerca, lo podemos llevar a cosas cerca y qué sé yo pero está hablando sobre este continente al que hace 20 años que nadie le está dando importancia”. Y después viene el movimiento de las chicas. Yo le digo movimiento por decirle algo, porque no creo que sea un movimiento, somos un montón de átomos que están como por ahí, flotando.
— Sí, y que ni siquiera escriben sobre las mismas cosas.
— Que ni siquiera escribimos sobre lo mismo. Pero sí es cierto algo -y es una cosa que no se puede negar- y es que nos llevamos relativamente bien.
— No solo entre las argentinas sino con las autora latinoamericanas.
— Sí, sí, hablo de las latinoamericanas. Y la cuestión en común es que somos todas bastante oscuras, incluso las brasileñas. En diferentes grados, en diferentes sentidos, hacia lugares diferentes pero hay algo…
— No escriben sobre pajaritos y florcitas y niñitos como contaba Sylvia Iparraguirre que era la exigencia para las mujeres que escribían hace unas décadas. O sea, se les atribuía solamente la posibilidad de sobre cuestiones adorables, por decirlo de algún modo.
— Totalmente. Pero incluso en ciertos géneros que te permiten un poco más esa idea de que la mujer puede hablar de la intimidad, por ejemplo. Quiero decir, hay muchas escritoras latinoamericanas que escriben autoficción, primera persona y escriben cosas súper densas. O sea, tampoco en ese caso, donde se habla yo no diría de lo trivial pero sí de la domesticidad, no sé. Y no, son como ufff, todo muy denso. Y es interesante eso también porque ocurre en esos espacios literarios que son a veces los espacios más predecibles, digamos.
— Como todo tiene su vuelta y se muerde la cola, después de tanto tiempo en la que todas decíamos “ay, a las mujeres no se les da bola y no se las publica y tienen que ser publicadas, y ser convocadas a las mesas”, te pasa ahora que sentís que ya llegó el momento en el que hay que decir: “bueno, está todo muy bien pero llamen a les mejores”?
— A mí lo que me pasa es yo quiero hablar con gente con la que tenga algo más en común que la total arbitrariedad de que nos identifiquemos con el mismo género y seamos escritoras. Porque si a mí me sientan en una mesa con, no sé, Mónica Ojeda y Fernanda Melchor, la pasamos genial. Todas tenemos las mismas lecturas o parecidas. Terminamos recomendándonos libros y estamos como en la misma sintonía. Lo que pasa es que somos mujeres escritoras con bastantes cosas en común. Pero todavía hay cierta tendencia a armar “la mesa de las chicas”.
— Sí, claro.
— O “Qué significa la literatura femenina”. Me pasó hace nada en Francia.
— ¿Todavía hay mesas sobre qué significa la literatura escrita por mujeres?
— En Francia, sí.. Y lo más escalofriante en ese sentido es que las otras dos autoras eran jóvenes, bastante más jóvenes, 30 y pico, y las dos sí se consideraban escritoras femeninas. Y yo decía “a mí me parece más de avanzada mi postura de vieja diciendo ‘no, yo cuando escribo soy un andrógino’”. O sea, yo quiero estar sentada acá con gente con la que pueda tener una charla en común que le sirva a la persona pero no hablar de con qué género nos identificamos. Además, una de las dos chicas era lesbiana y no se consideraba mujer sino que se consideraba lesbiana. Lo que pasa también con la gente más joven es que tiene una mirada diferente que la gente de mi generación acerca de esas cuestiones. Entonces, yo no tengo demasiado interés en hablar de los debates de sexo y género con otras mujeres. Que se identifiquen con lo que quieran las otras mujeres.
— Vos querés hablar de literatura.
— Claro, yo quiero hablar de literatura.
— ¿Cómo sentís que se lee Nuestra parte de noche en otras culturas y qué te aportan las lecturas de afuera sobre tu novela?
— Yo creo que se lee en todos los lugares de una manera bastante diferente. Al menos en los lugares donde tengo más intercambio con los lectores. En Francia, por ejemplo, la novela anda muy bien. Yo creo que eso tiene que ver con que la literatura francesa, aún con todos los escritores extraordinarios que tiene, es una literatura que tiene poco género, hay poca literatura de la imaginación.
— De hecho la premio Nobel, Annie Ernaux…
— Que es extraordinaria, me parece un monstruo, pero es una mujer que ha hecho literatura con el material de su experiencia y su vida. De la misma manera, Carrère. Yo acabo de leer, me pasaron en francés, un libro que Carrère escribió sobre el juicio a los que cometieron los atentados en el Bataclan y es extraordinario. Volvió como a las épocas de El adversario, sacándose él un poco del medio. No es que me moleste a mí que él esté en el medio, está todo bien, pero quiero decir: lo hace tan bien cuando se corre de es lugar.
— Sí, un genio.
— Es extraordinario el libro. Pero en la literatura francesa tienen mucho eso, ¿no? Entonces aparece una novela que ellos juzgan literaria en el sentido de que tiene un trabajo con el lenguaje, que tiene un trabajo con diferentes géneros, que tiene un trabajo con los personajes, que no está tratada como un bestseller sino que puede ser una novela que incluso tenga mesetas cuesta arriba, o sea que tiene, yo cálculo, cierta complejidad que no solo tiene que ver con lo extensa que es …
— No, me imagino, sino con cómo está pensada y con la estructura.
— Sí. Y con las diferentes influencias que tengo, que a lo mejor son un poco desconcertantes. Tenés como una parte que es muy Stephen King y otra que es medio Faulkner y vos decís: qué pasó.
— Sí, o el periodismo.
— El periodismo, también, claro. Entonces puedo tener una cita de Yeats y otra de Baldomero Fernández Moreno y es como: ¿y esta persona qué está haciendo? Entonces, ellos la ven como una novela muy literaria y, al fin, una novela fantástica que pueden leer. Siendo un país que tiene las catacumbas, que tiene, no sé, donde está Allan Kardec, que es el fundador del espiritismo, es como que en Francia se olvidaron de eso. Se volvió todo muy cartesiano, sobre todo en términos literarios. Entonces, por ejemplo, aparece un objeto así, un OVNI de estas características, y lo abrazan.
— ¿Y tenés lectores de todas las edades? Porque tenés muchos fans entre la gente muy joven.
— Más bien jóvenes y yo diría intermedios. O sea, como no tan adolescentes porque para adolescentes por ahí es un poco complejo.
— Fuerte.
— O fuerte.
— De veintipico.
— Veintipico y treinta. Y, después, gente de mi edad, también, sí, noventosos.
— Pero los que dibujan, los que hacen fan art con Nuestra parte de noche, ¿qué edad tienen? Resulta muy fascinante lo que mostrás en tus redes de lo que hacen con tus personajes en términos artísticos aquellos que te leen.
— Sí, son de veintipico, en general. Y algunos noventosos. Porque están los que se identifican por una cuestión generacional.
— Claro.
— Digamos, hay toda una parte, sobre todo la última parte de la novela, que transcurre en La Plata, que es donde yo estaba a la misma edad que mi personaje, y que si creciste en los 90 hay cantidad de referencias que son de inmediato reconocibles y entonces hay mucha gente de mi edad que también la lee. Entonces tengo eso, como el joven y el generacional digamos. Pero los más jóvenes son los que en general tienen esa relación de fan, incluso haciéndose tatuajes, que me da un poco de miedo.
— A ver…
— Sí, me da un poco de miedo porque digo: chicos, voy a escribir una novela mala y qué van a hacer.
— Es muy definitivo el tatuaje, lo seguimos pensando así.
— Sí. Yo soy fan de mil quinientas cosas y nunca me hice un tatuaje porque siempre dije “mmm, ¿si hace un disco espantoso este tipo?” Bueno, porque para mí, primero la música; yo de un escritor no me haría nada. Pero quiero decir, si el tipo éste se vuelve loco, ¿entonces qué? No lo quiero tener para siempre.
— Mientras pensaba en esta charla que íbamos a tener, se me apareció una frase muy emblemática de mi juventud pero con la que vos creciste, una canción popular en las marchas de los 80 que, entre otras cosas, decía “Milicos/ muy mal paridos/ qué es lo que han hecho con los desaparecidos”. Y a mí hay algo en donde me parece que Nuestra parte de noche, de alguna manera, intenta responder literariamente a esa pregunta, a esa consigna, a esa bronca tirada en las calles.
— Sí. A mí hay algo que me pasa con la novela en relación con la dictadura que es que la novela tiene muchas entradas. Yo nací en el 73, la dictadura terminó en el 83, yo tenía 10 años. Pero en los siguientes años, diría que hasta el 90, 90 y pico, toda la cuestión de la post dictadura es un momento sumamente oscuro. El otro día me estaba fijando cuál fue el año de la revelación de los vuelos de la muerte, cuando Scilingo se lo contó a Verbitsky. Y fue en el 95, recién.
— Claro.
— Y yo me acuerdo de antes, de las historias que eran como historias de terror, justamente, de cuerpos que aparecían, gente que decía que había cuerpos cayendo del cielo. Es una cosa absolutamente dantesca. Y todos esos años, el Nunca Más, la descripción de las torturas.
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— Lo que se llamó “el show de los muertos”, en algún momento, también.
— Sí, también. El otro día alguien creo que en una entrevista que hice con un medio extranjero había visto Argentina 1985 y había visto uno de los testimonios, el de Adriana Calvo, la mujer que tiene el parto en el auto, y él me decía: “¿Y cómo se recibía eso? Le digo no sé, nosotros lo escuchábamos en la radio. Es tal cual la peli, lo escuchamos en la radio con mi papá al lado. A mi papá jamás se le ocurrió “protegerme” de eso sino más bien al contrario, lo que él me decía es “ves cómo son, ves lo que hicieron, ves lo que pasó”. O sea, era como el deber cívico de enseñarle al hijo lo que había pasado. Y el periodista me decía: y, después de un testimonio así, después de saber que pasaste por una cosa así, cómo se sigue adelante. Le digo: mirá, en mi caso, yo necesito de alguna manera exorcizarlo, no hacer catarsis porque no fui una víctima directa, pero sí exorcizar toda esa fantasmagoría con la literatura. Pero, además, hay que entender que las personas que pasamos en diferentes países por un régimen autoritario con este nivel de violencia también terminamos acostumbrándonos. O sea, también terminás diciendo: uh, otra vez, otra descripción más. Digamos, es como la pornografía. Viste que no es raro, vos vas a un hotel, ahora yo no sé si la gente sigue yendo a los hoteles.
— A los albergues.
— A los albergues. Pero tenés la peli, viste que ni la mirás. Es como, no sé, es como algo de fondo que está, que no te erotiza, que no te importa. Y hay algo de eso, digamos, de lo explícito que había en la post dictadura, que a mí me hace acordar mucho a la cuestión gore del terror, que también te puede saturar. Sangre que se tira, ¿no?, de cuellos cortados.
— Y como el riesgo de lo inverosímil de ese exceso, ¿no?
— También. Y la reacción que puede provocar, también. Siempre me da mucho miedo la reacción del otro, de que diga: bueno, no pudo ser para tanto, lo están inventando.
— Estamos viviendo un momento particularmente negacionista en todo el mundo que nos hace pensar qué es lo que vamos a llegar a ver todavía…
— Exactamente.
— Vuelvo a la literatura y también al teatro: quiero que me cuentes qué es lo que vamos a ver en el Coliseo, en marzo.
— Voy a leer algunos textos bastante breves por una cuestión de no atormentar demasiado a la gente.
— ¿Textos conocidos, textos nuevos?
— Algún hit, digamos, y algunos textos sobre todo de El otro lado, que es un libro largo y caro. Y yo les voy a hacer como alguna intro, situándolos, contando cómo los escribí, qué hice. Como tener un poco más de diálogo. La idea es dialogar con los fans y vamos a proyectar mucho fan art. Vamos a hacer alguna suelta de libros, no solo de los libros en castellano sino también quizás algunos en inglés, francés, portugués. De los que más se puedan leer, quiero decir. Todos firmados. Vamos a ver cómo lo hacemos porque no tengo ejemplares para cada uno de los que vayan pero tengo unos cuantos, entonces…
— Claro, no tenés la bolsita de cumpleaños.
— Claro, no tengo una bolsita de cumpleaños pero vamos a ver a quién le toque y espero que no se enoje nadie. Pero es una manera de saludar a la gente. Yo siento que la gente me acompañó mucho en la pandemia y también es un libro que se leyó mucho en la pandemia. Entonces, es como darles una cosa especial, con algo estético.
— ¿Y de Nuestra parte de noche qué va a haber?
— Voy a leer un poquito. Y vamos a tratar de proyectar todo el fan art posible, como una devolución, ¿no? Como decir: los vi, los escuché, está todo bien.
— ¿En qué estás ahora? ¿Estás escribiendo?
— Estoy escribiendo, sí. En este momento puntual estoy escribiendo un libro de cuentos. Ya tengo como seis o siete cuentos, bastante raros todos. Y bastante largos.
— ¿Cuando decís raros es que no se parecen a algo que ya hayas hecho, es otro género?
— Siempre se terminan pareciendo un poco pero yo tengo 49 años ahora y me siento en una segunda metamorfosis física. Muchos de los cuentos anteriores tienen que ver con la metamorfosis física de la adolescencia y la primera juventud. Bueno, ahora yo siento que estoy en la segunda metamorfosis, no sé qué está pasando. Es como la segunda parte de la serpiente, ¿no? Entonces me salió otra serpiente que es un poco diferente. Voy a terminar un libro para Chile, justamente sobre ser fan. Es sobre ser fan de una banda, pero es una especie de ensayito sobre qué significa esa especie de devoción medio pagana por algo, totalmente religiosa. Y estoy en etapa de investigación y escribiendo de a partes una novela sobre fantasmas que también va a ser muy argentina pero donde, inevitablemente, yo sé que cuando hablamos de fantasmas terminás hablando de cuerpos que faltan y desaparecidos y qué sé yo, pero quiero hablar también de toda la fantasmagoría de la crisis económica, de la gente que se va, de lo que significan…
— ¿Una fantasmagoría más contemporánea, decís?
— Va a ser un poco más contemporánea y tengo ganas de que sea un poco... no sé si post apocalíptico es el término. Pero lo que pasa no es un fin del mundo, es un fin del país.
— Pero también es cierto que para los que tenemos cierta edad es una segunda o tercera o cuarta vez que lo vemos.
— Claro, pero claro, yo siempre tuve esta fantasía con cada crisis que pasé en mi vida. Me acuerdo una vez incluso, cuando fue la crisis institucional y económica que en un momento tuvimos los cinco presidentes, y me acuerdo de estar con mi viejo, que era un hombre muy, muy acostumbrado a las crisis: mi papá se murió a los 83 años, imaginate, vio todo. Vio todo, perdió todo, ganó todo, trabajó en SIAM, en lo que quieras estuvo. Y en un momento, creo que fue la noche súper creepy en la que renunció Rodríguez Saá en Chapadmalal, era una cosa que parecía que estaban transmitiendo desde Urano, era muy raro todo. Era como Historia de lo oculto, esa película, bueno, era como eso. Y le digo a mi papá: ¿y ahora qué va a pasar? Pero con una sensación de vacío en el estómago y de nervios. Y mi papá dice: y, vendrá otro. Y si no, asumirá Duhalde y si no funciona, pondrán, no sé, toque de queda.
— Conociendo el repertorio, digamos.
— Claro, me empieza a dar como el menú de las posibilidades y que ninguna era “bueno, se acabó y explotará”.
— O terminó Argentina.
— No, no. Pero siempre mi sensación cada vez era esa, se terminó y qué vamos a hacer. Porque no puede haber 40 millones de personas en una barca.
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*No traigan flores, espectáculo con Mariana Enríquez. Jueves 16 de marzo, a las 20, en el Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125. Entradas en el teatro o por Ticketek.
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