“La enfermedad se escribe primero en nuestros cuerpos, y, a veces, después, en cuadernos”, dice Anne Boyer en Desmorir, libro ganador del Premio Pulitzer de no ficción en 2020. En este escrito, Boyer parte de su experiencia con el cáncer para hablar del lenguaje, de la política, de la salud, de los cuerpos de hoy. La escritura de Boyer, tanto en ese libro como en otros, es cruda, decidida, como de manifiesto.
Anne Boyer nació en Topeka, Kansas en 1973. Es profesora de artes liberales en el Kansas City Art Institute y dedica gran parte de su trabajo académico a enseñar literatura, filosofía y escritura. En Argentina se han publicado, además de Desmorir (Sexto Piso), Prendas contra las mujeres (Triana) y Manual para destinos defraudados (Zindo & Gafuri).
Invitada por la Embajada de Estados Unidos, está en Buenos Aires por el Festival Poesía Ya!, organizado por el Centro Cultural Kirchner (CCK), el Centro Cultural Borges (CCB), el Museo Nacional del Cabildo de Buenos Aires y de la Revolución de Mayo y la Casa Patria Grande. Participará de dos actividades en los próximos días: este viernes 10, a las 16hs, hará un Workshop en el CCB, y, el domingo 12 de febrero, a las 18, conversará con la periodista y docente Eugenia Zicavo en el CCK.
—Es tu primera vez en Buenos Aires. ¿Qué te pareció hasta ahora, qué viste?
—No pude ver mucho porque no estoy acá hace tanto, pero lo que más me interesa por ahora es ir a librerías. Fui al Ateneo Grand Splendid y al Palacio Barolo. Me pareció un sueño, el Barolo evoca una estructura literaria. Tengo la sensación, que seguro todo el resto del mundo tiene, que Buenos Aires es la capital mundial de la literatura. Es el lugar en donde a los libros se los trata en serio, en donde la imaginación se destaca. Es buenísimo estar en un lugar en donde la literatura tiene el valor de mejorar la humanidad. No es usual en Estados Unidos que haya lugares así. La literatura está subyugada al mercado, a los medios, al entretenimiento.
—De hecho, en la presentación del festival, una poeta dijo que esta es la primera vez que en Buenos Aires, al menos, la poesía es un derecho: quien quiera puede tener acceso.
—Creo que esto es perfecto. Es preguntarse: ¿cuál es la condición ideal de la literatura? La condición ideal de la literatura es que todos la escriban, que todos participen de ella, ¿no? Que no sea la actividad de una élite o no sea la actividad solo de los varones, que no tenga límites raciales o de clase o incluso límites de edad. Vos observás a los niños pequeños, y desde ese momento empiezan a hacer poesía, juegan con sus palabras de la misma forma juegan con todo lo demás, como lo hacemos todos. La poesía es tan fundamental como bailar. Entonces, creo que si pudiera pedir un deseo, sería un mundo en el que la poesía se entendiera exactamente como dijiste, como un derecho, como una parte fundamental del ser humano.
—En Prendas contra las mujeres, reconocés que hay un lenguaje de los poetas. ¿Cómo describirías tu lenguaje? ¿Es de una poeta, de una ensayista, de una escritora?
—Primero soy poeta. Es lo que soy y siempre seré, sin importar lo que escriba, porque lo que escribo viene del lugar de la poesía, el lugar de la invención y la imaginación y el lirismo y la forma y cualquier otra cosa que surja de esto. Todo lo demás viene de ese lugar primitivo que es para mí la poesía, es recién después que adquiere las otras formas. Sin embargo, en Prendas contra las mujeres estaba luchando mucho con la idea de mí misma como escritora, porque vivía en Kansas, en lugar lejano. Era madre soltera, vivía en la precariedad, me sentía culturalmente aislada y excluida del mundo de la poesía, que en realidad era una búsqueda de lujo de cierta clase. Y tuve que encontrar una manera para permitirme el mismo derecho a la poesía que deseo que todos tengan. Ese libro es un trabajo hacia eso: poder decir que este también es mi arte. Que soy, que voy a ser, parte de todo esto, incluso, aunque me hagan sentir que no es mío.
—En el prólogo de Manual para destinos defraudados, Robin Myers llama al libro un “no-manual”. Aldaber Salas Hernández, en la nota del traductor, llama a los textos “antitextos”. Vos misma, en las primeras páginas, decís que a veces la poesía es un no. ¿Escribís desde esa negación de los géneros?
—En mi escritura está la idea del antitexto, el antipoema, el “no”, el “no” envuelto en un “sí“, y viceversa. El gran milagro del lenguaje es la capacidad de sugerir algo desde lo que no es. Tengo un poema, en Prendas contra las mujeres, llamado “No escribir”, en el que por decir que no estoy escribiendo, evoco tanto el estado de negatividad, de no escribir, como el estado de positividad, de escribir. Y los poetas hicieron esto desde siempre, ¿verdad? Es algo que solo el lenguaje parece ser capaz de hacer. Es difícil lograr el mismo efecto retórico en otras artes, negar algo evocándolo a la vez. Pero la poesía lo hace, y lo hace hábilmente. Soy una adicta irremediable de esta parte de la literatura.
Ese tipo de antitexto o antiforma que mencionan Myers y Salas Hernández parte de ahí. El manual es como una conversación con objetos fuera de mí, algunos de los cuales son objetos culturales que pueden no estar referenciados, como Nietzsche. Él existe, pero en una especie de sombra proyectada de la cual surge este otro tipo de texto, mío. En mi escritura existe todo este tipo de tira y afloja, como los nombres, lo sin nombre, el texto, el índice, el no y el sí. Es el gran placer de hacer literatura poder hacer eso. E incluso si nadie lo entiende bien, hay tantas cosas que me gustan, escondidas en el texto, estoy como “Bueno, nadie se va a dar cuenta de esto”, ¿no? Esto es solo para mi placer. Este es mi juego. Estoy jugando dentro del lenguaje, y es genial que salga a la luz. No hay nada más grandioso que ser escritor, poder hacer estas estructuras y juegos de lenguaje completamente satisfactorios. El truco es poder hacerlo, y aun así, comunicarse de alguna manera con otras personas.
—¿Cómo escribís? ¿Tenés un espacio o un momento del día preferido?
—Escribo a la mañana, y en una mesa grande en la que amontono libros. Escribo mucho a mano, tengo diarios. Cuando llega el momento de hacer un libro, tomo cientos de miles de palabras de esos cuadernos y las comprimo. Entonces, Prendas contra las mujeres, por ejemplo, refleja la compresión de años de escribir. Desmorir son cientos de miles de palabras que se convirtieron en no tantas palabras. Y así cada uno. Es un proceso de escribir todo y luego trabajarlo, condensarlo, intensificarlo, tratando de no perder nada y de crear estos breves momentos de intensa experiencia en el lenguaje. Lleva mucho tiempo. Debería aprender una forma diferente de escribir. Debería aprender a simplemente sentarme y escribir un libro.
—Ya que mencionás Desmorir: ¿cómo fue ese proceso de escritura?
—Fue horrible. No se lo recomiendo a nadie. Escribí diarios durante el cáncer, y después se me ocurrió que tenían que ser un libro. Traté de escribir algo mucho más parecido a la no ficción, y no funcionaba. Me encontraba retraumatizando, me sentaba a escribir y era sentir todo el dolor. En algún momento pensé que lo único que me iba a ayudar a superar eso era escribirlo como una poeta. Enfocarlo desde una manera más experimental me permitió sentir placer en el proceso de creación, y con eso contrarrestar los fantasmas, los traumas y malos sentimientos. Necesitaba deleitarme lo suficiente jugando con las palabras, haciendo algo hermoso que neutralizara las partes aterradoras y perturbadoras del contenido.
Eso sí: fue muy tentador darme por vencida, pero era como si no pudiera escribir nada más hasta terminarlo. Sabía que si quería escribir otras cosas, pero primero tenía que terminar esto. Después, la publicación es como un proceso de limpieza, es crear espacio, porque una vez que publicás, lo que escribiste ya no es tuyo, no podés hacer nada al respecto. Incluso promocionarlo es raro, es objetivarlo, no se siente propio. Entonces, fue como: “Oh, finalmente puedo escribir otras cosas. Puedo superar el cáncer”, porque el libro no es más mío, está afuera, circulando.
—Justamente, vos hacés un racconto de escritoras que trabajaron la relación con el cáncer: Susan Sontag, Audre Lorde, Kathy Acker, entre otras. ¿Cómo entra tu libro, y cómo entrás vos, en ese corpus?
—Mi esperanza sería estar en el estante junto a ellas. No en un estante sobre el cáncer, sino en el estante de las personas que piensan en la enfermedad, el estante de las grandes escritoras a las que les encanta estar en ese estante. Me gustaría vivir ahí para siempre si pudiera, al lado de Virginia Woolf, Susan Sontag, Audre Lorde. Es un intento de reconocer su conversación y de unirme a ellas, pero también dar reconocimiento de que la forma en que tenemos cáncer ahora, en la era de la información hipercapitalista, es diferente incluso de cómo era cuando Audre Lorde estaba escribiendo eso. Requiere nuevas formas de contar, nuevos imaginarios, porque nosotros tenemos nuevas condiciones bajo las cuales estamos enfermos. Y entonces entendí, mientras revisaba la literatura, que eso era una especie de misión para mí.
—En el libro decís que el problema del cáncer de mama es político. ¿Creés que la literatura es, o debería ser, política?
—En algún punto, siempre espero que haya algo en la literatura que trascienda la situación política inmediata. Creo que la literatura en sí misma tiene la capacidad de superar la inmediatez de lo que llamamos política. Al mismo tiempo, vivimos en un mundo estructurado por lo social, lo económico, lo político, y la literatura siempre, siempre, tiene que tenerlas en cuenta, porque surge de todo eso. Idealmente, surge en oposición a sistemas coercitivos, injustos e inequitativos, y se podría conformar un equilibrio elegante. Creo en la poesía mucho más de lo que creo en la política. Los situacionistas franceses tenían como consigna la revolución al servicio de la poesía, ¿no? El objetivo de la política es similar: cómo hacer que el mundo sea seguro para la poesía, cómo traer la poesía al mundo. Siempre al final de las cosas, la razón de existir y ser como seres humanos es cómo crear un mundo en el que la mayor parte del bien pertenezca a todos en el mundo. Y parte de ese bien es la literatura.
—En Desmorir aparece mucho de la política y del capitalismo, pero también hay una discusión de la política y el lenguaje. En uno de los fragmentos mencionás que le tenías miedo a todo el vocabulario que viene con el cáncer, como las siglas de los estudios médicos. ¿Cómo se escribe teniéndole miedo al lenguaje?
—Ese lenguaje parecía feo, extraño, confuso, violentamente eufemístico. A veces los eufemismos son muy agresivos en lo que oscurecen, como el lenguaje cursi que se usa para algo que es realmente horrible de ver. Obtuve este nuevo vocabulario sobre el cáncer y estaba aterrorizada. Pensaba: qué poeta, qué escritor no está aterrorizado de que te tiren encime todos los clichés, todo el melodrama, y no tener ninguna forma de hablar o de comunicarte. Imaginate que el mundo sea esa pesadilla, un mundo en el que solo podemos comunicarnos en clichés corporativos o en terminología médica. Son cosas que siempre están empujándote. Y es difícil dar pelea, no deslizarse en las estructuras de sentir y saber que las instituciones médicas promueven hoy en día. Cuando hacía quimioterapia me vestía, me vestía de verdad, porque necesitaba hacerle la contra de alguna manera a la fealdad y la banalidad de la clínica. Y, frente a todo ese lenguaje cliché, sentimentalista, quise dar pelea, quise utilizar cualquier talento o inteligencia o imagen que tuviera a mi alcance para afirmarme en algo mejor.
—Para terminar con un punto bien positivo: la poesía, aquí en Argentina, es muy popular entre la gente joven. ¿Tenés algún consejo o recomendación para aquellos que recién empiezan en el mundo de la poesía, o de la escritura en general?
—Que se permitan ser raros. Que sean tan góticos, bizarros, experimentales, aventureros como quieran. No tienen nada que perder: si creen que están siendo muy raros, sean más raros todavía. Que empujen y empujen, no hay límite. Van a descubrir cosas sobre el lenguaje, sobre sí mismos, sobre el mundo. Y que lo hagan por placer, que quizás sea propio al principio pero puede volverse placer de otros. Que vayan lo más lejos que puedan, y que no dejen nunca de escribir poesía.
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