Fui, vi y escribí: La letra chica de la maternidad

Rachel Cusk y un libro descarnado sobre un tema lleno de contradicciones. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

Alice Neel, "Mother and Child" (Nancy and Olivia) (1967).

Hola, ahí.

Mi mamá siempre decía que nadie puede querer a una persona como su madre. Lo decía y lo creía, estoy segura. Quiero decir: en ella esa sentencia era pura convicción.

La idea de la maternidad como algo sagrado y pura entrega estaba en su ADN. Fanny, Feigue, mamá (me gusta llamarla así) no era alguien dispuesto a ver las contradicciones del amor como algo natural; era de esa clase de personas que entienden los sentimientos como un todo o nada, de manera que le era imposible comprender que se puede querer y odiar al mismo tiempo. Pero aunque ella haya pensado siempre que lo suyo era un amor sin dobleces, sus hijas pudimos leer esa complejidad.

Y la amamos igual.

Ni santa ni más valiosa

En estas semanas, en Argentina asistimos a un debate público sobre el tema de la maternidad o, más bien, a una discusión/polémica sobre las mujeres y la maternidad. Como si hubiéramos retrocedido cientos de casilleros en el tema, hay personas que dan por descontado que pelear por los derechos de las mujeres implica avalar, en nombre de esos derechos, cualquier salvajada que lleve adelante una mujer.

No voy a detenerme en el caso Lucio ni en los energúmenos que eligen mentirse a sí mismos y llenar de mentiras el cosmos; se dijo y se escribió muchísimo sobre el tema y no tengo nada relevante para agregar a esta historia dolorosa y demencial desde la razón y también desde la esfera de la sensibilidad. Madres asesinas hubo desde que la humanidad existe y la historia y la literatura están colmadas de esta clase de crímenes bestiales.

Sé que para todos sería mucho más fácil y nos dejaría más tranquilos adjudicar esa temible voluntad de daño a alguna fuerza extraña en lugar de reconocer que ese espíritu criminal es profundamente humano, pero así son las cosas.

Y es que una madre es, precisamente, un ser humano y no una figura sagrada; es alguien que parió o crió a otro ser humano pero eso no la hace ni santa, ni más valiosa ni necesariamente una buena persona.

Es importante poner las cosas en su lugar.

Rachel Cusk, autora de "Un trabajo para toda la vida". (Photo by Ulf Andersen/Getty Images)

Un trabajo para toda la vida

Soy entusiasta lectora de la obra de Rachel Cusk; creo que es una de las escritoras más inteligentes, interesantes y arriesgadas del presente. Nacida en Canadá, vivió en Los Ángeles y es británica por elección. Actualmente radicada en París, Cusk es autora de una obra que se distingue por lo jugado de sus propuestas en materia de procedimientos narrativos y también por el abordaje de ciertas temáticas y el tratamiento del material autobiográfico que muchas veces, por pereza, agrupamos en la llamada literatura del yo.

Sobre esta última cuestión —el tratamiento de determinados tópicos cruzados con la autobiografía— hay dos libros de no ficción de Cusk que fueron y son muy leídos y que en el momento de su publicación original desataron polémicas; en ambos casos, como me señaló la escritora en una entrevista reciente, son libros en los que ella “trataba de registrar estados de vulnerabilidad particularmente femeninos”.

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Uno de ellos es Despojos, publicado en 2012, en el que Cusk se propuso hacer la reconstrucción minuciosa y amarga de su separación y del modo en que encaró una nueva vida familiar con sus dos hijas. El otro lleva por título Un trabajo para toda la vida y una bajada que aclara “Sobre la experiencia de ser madre”, y aunque se publicó casi diez años antes recién ahora acaba de ser publicado en español, lo que significa que fue traducido a nuestra lengua más de veinte años después de su publicación original (2001) por lo cual, naturalmente, el efecto de lectura no puede ser el mismo, sobre todo porque es un libro sobre la maternidad.

En rigor, es un libro feminista sobre la maternidad y aquello que pasa con las mujeres cuando se convierten en madres, que no es justamente el momento esplendoroso y de amor profundo y sin contradicciones que mi madre quería creer que era.

"Un trabajo para toda la vida" es una exhaustiva crónica del lado B de la maternidad. Acaba de ser publicado en español por Libros del Asteroide. La publicación original es de 2001.

Se trata de un libro que Cusk comenzó a escribir poco tiempo después de tener a su primera hija y mientras estaba embarazada de la segunda y que finalizó ya con ambas niñas en casa. Y para seguir con la descripción del proceso, un ensayo que llegó a las librerías cuando su autora ya era madre de una nena de 3 años y otra de año y medio. Es decir, un libro escrito y publicado con las manos en la masa —embarazo, parto, puerperio, embarazo, parto, puerperio— y con la absoluta convicción de que la maternidad profundiza la desigualdad entre los géneros.

”A raíz del nacimiento de un hijo las vidas de su madre y de su padre divergen, de tal modo que, si antes vivían en un estado de relativa igualdad, a partir de entonces existe entre ellos una especie de relación feudal”, escribe. “Un día en casa, al cuidado de un niño, no puede ser más distinto de un día de trabajo en una oficina. Con independencia de cuáles sean sus méritos respectivos, son días pasados en mitades opuestas del mundo”, asegura Cusk al comienzo del libro, cuando detalla el final del embarazo y el primer año de vida de su primera hija, a la manera de una exhaustiva crónica del lado B de la maternidad.

”Dar a luz no es solo lo que separa a las mujeres de los hombres: también separa a las mujeres de sí mismas y transforma profundamente la idea que una mujer tiene de la existencia. Otra persona ha existido dentro de ella y, después de dar a luz, ambas viven bajo la jurisdicción de su conciencia. Cuando la madre está con esa otra persona no es ella misma; cuando está sin esa otra persona no es ella misma; por eso es tan difícil separarse de los hijos como quedarse con ellos”, dirá después.

Uno de los cuadros de la norteamericana Mary Cassatt sobre el tema maternidad.

El libro busca dar cuenta de lo que pasa en la cabeza y en los sentimientos de una mujer que da vida a otra persona. De lo difícil que es poder reencontrarse con quien una era hasta entonces, de lo imposible que es encontrar tiempo para hacer aquello que siempre le resultó fundamental para respirar (en su caso, escribir) y de lo inútil que es procurarse las horas para tomar distancia de la criatura. Y es que la distancia con la que soñamos para poder volver a ubicarnos como individualidad no existe y quienes somos madres lo sabemos: podemos conseguir dejar al bebé en buenas manos y alejarnos físicamente pero la cabeza seguirá ahí, donde no estamos.

¿O no?

Ahora bien, si con apenas pensar dos segundos sabemos que esto es así, ¿por qué acusar a una escritora por haber llevado la honestidad a la letra y haber escrito sobre esas contradicciones de manera cruda, con humor y mostrando —a pesar de las mujeres como mi mamá— lo difícil que es conciliar el amor por el bebé con la necesidad de seguir siendo nosotras, las que fuimos, las que queremos seguir siendo?

En una nota de The Guardian del año 2008, cuando el libro tuvo una reedición, Rachel Cusk contó detalles de la hostilidad que recibió por parte de la crítica y también de algunos lectores de su libro, pese a que en el momento de escribirlo estimaba que su obra no iba a interesarle a nadie o, que a lo sumo podría resultarle atractiva a algunas mujeres que buscaban cierto espejo o compañía para atravesar un momento único y complejo como es la maternidad. “Como madre”, escribe Cusk, “una aprende lo que significa ser mártir y diablo al mismo tiempo”.

Una imagen clásica de Dorothea Lange: Cosechadores migrantes en California. Madre de siete hijos. Treinta y dos años (Nipomo, Californa, febrero o marzo 1936 )

Hubo episodios de hostigamiento en la calle e incluso episodios delirantes como que en las reseñas la acusaban de mala madre, de no querer a sus hijas, de narcisismo mal entendido y de confinar a la beba a la cocina como si fuera un animal, esto último manipulando un fragmento en el que Cusk detalla lo que ocurre cuando la beba comienza a gatear y a manotear todo aquello que encuentra a su paso, corriendo serios riesgos para su integridad: “Nuestra vida se convirtió de pronto en una película en la que había que desactivar una bomba a contrarreloj”.

La crítica que hizo esta acusación gravísima (que confinaba a la beba en la cocina como si fuera un animal) era una mujer que pontificaba sobre la maternidad y que, en lugar de opinar sobre los valores literarios del libro, optó por juzgar a la escritora como madre cuando, vamos, señora, todas las que tuvimos hijos sabemos que hay temporadas en el infierno con los bebés en los que ni siquiera podemos darnos el lujo de ir al baño.

Una letra chica y endemoniada

Descarnada, y sin intenciones de ocultar nada bajo la alfombra, Cusk acude a la ironía más salvaje para reflexionar sobre el “régimen de clausura de la maternidad” y dice cosas así:

“El bebé desempeña un curioso papel en la cultura del embarazo. Es a la vez víctima y autócrata”.

“Lo que no aguanto es la invasión de mi intimidad, como si mi puerta estuviera abierta de par en par y la casa se llenara de extraños que entran a fisgonear” (habla del embarazo, ese tiempo en el que cualquiera cree que tu panza es un espacio público y va y apoya la mano sin pedir permiso).

“Lo único claro en este instante es que me he reproducido como una muñeca rusa. Salí de casa siendo una y vuelvo siendo dos.Para ser madre tengo que olvidarme del teléfono, del trabajo y de hacer planes. Para ser yo tengo que dejar que la niña llore, tengo que desatenderla cuando tiene hambre y separarme de ella para salir por la noche, tengo que olvidarme de ella para pensar en otras cosas. El éxito de una es el fracaso de la otra”.

“La cuestión de qué es una mujer si no es madre ha quedado sustituida para mí por la de qué es una mujer si es madre: y qué es una madre, en realidad.La perspectiva es emocionante, porque mientras la niña duerme es cuando yo me relaciono, como con un amante, con mi antigua vida”.

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“No grito porque crea que puede obedecerme, sino porque soy consciente de las ganas de tirarla por la ventana”. (Sí, adivinaste, está contando lo que pasa cuando la beba no concilia el sueño por la noche y ella ya lleva meses sin dormir).

“No es el amor lo que me preocupa cuando dejo a la niña, como una cuerda y un arnés que arrastro a mi paso allá donde vaya. Es más bien que, cuando la dejo, el mundo lleva la mancha de mi deserción, y a la suma de lo que quiera hacer tengo ahora que restarle el abandono”. (Lo de la cuerda y el arnés me hizo pensar, naturalmente, en el concepto de “distancia de rescate” de Samanta Schweblin).

Gustav Klimt, "Hope II" (1907-08). (Cortesía Museum of Modern Art)

“Me encuentro cosas en los bolsillos, en los zapatos, hojas y caracolas, galletas mordisqueadas, el bolsito de plástico diminuto de una muñeca, cosas que ella deja como pequeñas ofrendas a una diosa sin importancia”.

Como bien se ocupa Cusk de señalar en esta flamante edición en español, su libro no es un libro de autoayuda sino un ensayo autobiográfico sobre las contradicciones y ambivalencias humanas.

”Señoras, esto no es un manual de cuidados infantiles”, advierte casi enojada. Y sigue: “En estas páginas tienen ustedes que pensar por sí mismas. No les digo cómo deben vivir; tampoco estoy obligada a promocionar su visión del mundo. Tengan diez hijos o no tengan ninguno; quiéranlos con locura o enciérrenlos, entreguen su vida a cuidar de ellos o abandónenlos por un amante con la mitad de años que ustedes: a mí me trae sin cuidado. No escribí este libro porque necesitara su aprobación.Tampoco lo escribí por vanidad, pereza, orgullo o maldad. No lo escribí porque odiara ser madre, porque odiara a mi hija u odiara a cualquier niño. Lo escribí porque soy escritora y la ambivalencia que caracteriza las primeras etapas de la crianza me pareció afín a la ambivalencia fundamental que siente el escritor ante la vida, una ambivalencia, oscurecida por la organización de los sistemas sociales ideados por la comunidad humana, que el escritor o artista siempre intenta recuperar y resolver”.

“Régimen de clausura”

Leí de un tirón el libro de Cusk y me identifiqué con absolutamente todo lo que narra —sí, también con la descripción milimétrica de la propia crueldad—, si bien soy consciente de que el efecto de sus palabras hoy no tiene la potencia desbordante de veinte años atrás porque hubo mucha literatura cáustica del lado B y hasta bizarro de la maternidad (pienso en Nueve lunas de Gabriela Wiener o las Guías inútiles para madres primerizas de Ingrid Beck y Paula Rodríguez) pero, sobre todo, porque en los últimos años venimos discutiendo mucho sobre el lugar de las mujeres en el mundo y en la historia.

Mary Cassatt, "Breakfast in Bed" (1897).

Lamento muchísimo la demora en su publicación y sobre todo lo lamento por egoísmo: mis hijos más chicos nacieron en los años en los que nacieron las hijas de Cusk, de modo que muchas de las escenas que describe y los mandamientos de la época (como el de dejar llorar a los bebés sin levantarlos para que aprendan a dormirse solos) los viví personalmente, como tantas otras madres. O sea: me hubiera venido muy bien tener un libro así que me mostrara que no estaba sola con mis contradicciones y que no era un monstruo por querer tener tiempo o un tiempito para mí.

Te dije ya que admiro a esta escritora. Una vez más me resultó muy interesante su capacidad para describir situaciones físicas y mentales y para mantener la calidad de su escritura, que se desarrolló en un tiempo sin tiempo propio y por espasmos, como hacemos todas cuando los hijos son muy chicos aunque no siempre obtenemos grandes resultados. Me divirtió mucho la ironía con la que trata algunas prácticas y cierta literatura condescendiente con las mamis y los bebés y el modo sorprendente en el que se las rebuscó además para dar, en un libro tan personal y al pie del cañón, una mirada crítica brillante sobre obras clásicas de la literatura que tratan el tema de la maternidad, desde una novela de Edith Warton hasta la Madame Bovary de Flaubert o Jane Eyre, de Charlotte Bronte.

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Insisto: lo estamos leyendo tarde —de hecho, éramos madres sin teléfonos inteligentes, por lo cual estar lejos del bebé y en la calle significaba tener que llamar a casa desde un teléfono público— pero leer a Cusk siempre vale la pena y, como ella misma dice en algún momento, puede haber cambiado o estar cambiando el modo de pensar sobre las mujeres pero la cuestión física del parto y los cuidados de la primera infancia que convierten a la maternidad en un “régimen de clausura” por ahora siguen siendo los mismos.

No te jubilás de madre

Terminé de leer el libro de Rachel Cusk cuando en Turquía un terremoto devastador convertía ciudades y pueblos en escombros en ese país y en naciones vecinas. Mi hijo mayor, que es historiador, se encontraba por trabajo en Chipre, uno de los países que sintieron el temblor. Pocas veces debo haber mirado con tanta intensidad el whatsapp esperando su respuesta a mi pregunta de si estaba bien.

Estaba bien.

"Mujer embarazada", de Alice Neel (1971, colección privada).

Es cierto, mi hijo es un señor ya grande, pero la idea de Samanta y su “distancia de rescate” no se desvanece con el tiempo: las madres no nos jubilamos de madres. Se trata, como explica un personaje de la novela, de una suerte de cordón invisible, una correspondencia del cordón original, que se tensa y se relaja en función de los peligros percibidos por la madre. Una cuerda metafórica que sólo regulamos las madres, pero que los hijos pueden sentir hasta el extremo del ahogo.

No sé si soy una buena madre y ya no puedo cambiar ni el pasado ni esto que soy para ellos: soy mártir, soy diablo, soy la queja, soy el plomo, soy intensa hasta el infinito. Hice todo lo que había que hacer pero me las rebusqué para escribir, para viajar, para trabajar en lo que me gusta. Miles de veces me sentí Thelma Biral en Desde el abismo cuando venían a despertarme a la mañana porque seguía en la cama mientras ellos ya estaban dispuestos para ir a descubrir América de nuevo. Creo que no les falté, pero seguramente podría haberlo hecho mejor.

Mi mamá creía que una madre tenía que sacrificar todo por los hijos, incluso sus proyectos. Yo no creo eso y a veces pienso que la infelicidad que siempre vi en sus ojos fue tal vez el mayor estímulo para intentar otro modelo.

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En "Despojos", Rachel Cusk disecciona literariamente el momento en que una pareja con hijos se divorcia y arranca una nueva vida.

Llegamos al final y, claro, ahora me encantaría contarte montones de anécdotas de mis hijos, desde cuando el más grande gritó mamá por primera vez mientras le ponían una vía en un sanatorio en el que estaba internado por una infección gastrointestinal hasta cuando la del medio le salvó la vida al más chico sacándole de la garganta una bolita (canica, dice ella) con la que estaba jugando una mañana de domingo. O contarte que todavía en casa tenemos el hábito de entregarnos los regalos de cumpleaños a las 12 de la noche y que, si no estamos, nos las arreglamos para aparecer por videollamada. O que aún hoy, cada verano, cuando escuchamos la sirena de las 9 de la noche de un conocido restaurante de Valeria del Mar con forma de barco, nos miramos y nos hacemos los sorprendidos como cuando ellos tenían 3 y 5. Aunque la mayoría de las veces estamos solos, mi marido y yo…

Podría hacer una lista de cosas hermosas que tienen que ver con mis hijos, de esas listas que tanto me gustan, pero no. Por esta vez te saludo hasta la próxima y te recuerdo que podés escribirme a hpomeraniec@infobae.com porque siempre voy a responderte, aunque me demore un poco.

Los libros de Rachel Cusk son publicados por Libros del Asteroide.

Hasta la semana que viene.

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