Kendrick Lamar se llevó los Grammy a “mejor canción” y “mejor álbum de rap”, pero perdió contra Harry Styles por álbum del año. Pero ni Harry ni otros megaexitosos de la industria actual tienen un Premio Pulitzer. En 2018, el muchacho oriundo del peligroso barrio de Compton, de Los Ángeles, California, se convirtió en el primer rapero en obtener el preciado galardón, destinado, generalmente, a los músicos considerados “cultos”, es decir, a la música clásica contemporánea, la ópera o, a lo sumo, el jazz. Nunca alguien que mete sus canciones en las listas de hits o de los más escuchados de Spotify había triunfado en un ámbito reservado a artistas considerados de otro calibre. Ni los Beatles, ni Bob Dylan, ni Miles Davis, ni John Coltrane, ni Charles Mingus, ni Stevie Wonder, ni Prince ni otras luminarias de la música popular del siglo XX.
Si lo hizo Wynton Marsalis en 1997 con Blood on the Fields, culminando un proceso de canonización del jazz en la academia. Ese año, la comunidad afroamericana estaba de luto por los asesinatos de los legendarios Tupac Shakur el año anterior, y de Notorious BIG, seis meses después. Lamar lo vio a Shakur en su Compton natal cuando apenas tenía 8 años y Pac ya era una estrella, durante la grabación de California Love. Allí, se juró a si mismo que “quería ser una voz para el hombre algún día.”
El disco que le dio el Pulitzer a Lamar fue Damn, de 2017, una obra maestra que trasciende los limites del hip hop. Sin embargo, esto ya lo había hecho en el álbum que había publicado en 2015, To Pimp a Butterfly. Una verdadera enciclopedia sobre la música afroamericana, TPAB comprende prácticamente todo lo que hizo grande al arte musical de los afroamericanos, y, por extension, a toda la música popular estadounidense durante el siglo XX. Se trata de un disco “más negro que el corazón de un ario” como dice Lamar en una de las canciones, la obra incluye jazz, funk, soul, y, por supuesto, free jazz.
Es un disco que enorgullecería al mismísimo Miles Davis, especialmente al de Bitches Brew y On the corner, cuando el trompetista quería crear la “música clásica negra”, al Sly Stone de There’s a Riot Going On, al George Clinton de Parliament y Funkadelic, a Prince o, por supuesto, a Dr. Dre, que hace su aparición en la primera canción del disco y aporta su maestría detrás de las consolas de producción. Un disco moderno que podría relacionarse con TPAB es Black Messiah, la obra maestra de D’Angelo, publicada en 2014. Ambas grabaciones comparten espiritualmente una idea: llegó la hora de la liberación para la comunidad afroamericana, aún en medio de una sociedad que sigue siendo profundamente racista. Como exigía el baterista de free jazz Max Roach en su obra maestra de 1961: We Insist! Freedom Now (Insistimos! Libertad ahora).
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Probablemente, Wynton, que ha llegado a decir que el rap “daña” a la comunidad afroamericana con sus tópicos hipersexualizados, su exaltación del consumo y la glorificación de la violencia y las pandillas, se horrorizaría con la comparación. Pero Kendrick Lamar podría ser un Marsalis del hip hop, una especie de tradicionalista del genero que en medio del trap y canciones más orientadas a la pista de baile, vuelve a poner lo lírico y el craftmanship en la centralidad. En el camino, recupera a los grandes como Rakim, KRS-One, y, sobre todo, a sus héroes de la Costa Oeste, como Dr. Dre o el mítico Tupac Shakur, que era de Nueva York, pero en los años previos a su asesinato se convirtió en angelino por adopción.
Kendrick es considerado, por muchos, justamente como la “segunda venida” de Pac, un heredero, sobre todo, de la cuestión social, política y espiritual que en su faceta de gánster callejero o de cosificación de las mujeres, aunque tampoco le escapa a esto último, fiel a ciertos clichés raperos. Uno de los himnos del movimiento Black Lives Matter es “Alright”, incluida en TPAB que en su estribillo repite: “We are gonna be alright” (nosotros vamos a estar bien), un grito de esperanza convertido en un mantra, en medio de los asesinatos y la violencia institucional contra la población afroamericana en los Estados Unidos previos y posteriores al asesinato de George Floyd.
Lo religioso también es un tema central en la obra de Lamar, cristiano practicante -se bautizó en 2013. Sus letras están llenas de referencias espirituales, al igual que sus shows en vivo, visualmente espectaculares. En la última gira, al igual que en la portada de su disco de 2022, Mr. Morale and the Big Steppers, aparece con una corona de espinas sobre su cabeza. En “Purple Hearts”, incluida en el álbum, Kendrick afirma “si Dios es la fuente, entonces yo soy el que habla”, haciendo una analogía con la imaginería del narco. Lamar dice que si el dealer es el puente de la droga con el consumidor, entonces él es el puente entre Dios y el oyente para entregar el mensaje divino. Se pone a sí mismo en el lugar de un naavi, o un “portavoz”, los términos mas frecuentes que la Biblia hebrea usa para referirse a los profetas.
En una entrevista a Billboard de 2012, cuando publicó su aclamado debut Good Kid Mad City, el artista contó que Dios lo había “salvado de las pandillas, las drogas y la calle”. En la introducción de Good Kid, Lamar dice: “Señor Dios, vengo a ti pecador, y humildemente me arrepiento de mis pecados / Creo que Jesús es el Señor / Creo que lo resucitaste de entre los muertos / Lo haré pido que Jesús venga a mi vida y sea mi Señor y Salvador.”
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La canonización del hip hop, otro género surgido al calor de las luchas de la comunidad afroamericana, y no en las aulas de las universidades, demoró un poco más que la del jazz, pero finalmente llegó por él. Tiene una potencia escénica difícil de poner en palabras: su show en Glastonbury de 2022, completo en YouTube, es imprescindible; también lo demuestra en Kendrick Lamar Live: The Big Steppers Tour disponible en la plataforma Prime Video. Y adempás, posee un carisma imponente y una capacidad compositiva distinta a la de sus pares, la figura de Kendrick Lamar trasciende las fronteras del hip hop.
Su música no ofrece concesiones, aunque, por supuesto, no evita los hits radiales o de clubs. Por momentos se vuelve intrincada, difícil, incómoda y confrontativa. Es para escuchar con atención y dónde tanto las letras como su contexto cultural son imposibles de omitir. Quizás, por eso, su figura no es tan conocida en la Argentina o en el resto del mundo hispanoparlante como si lo es en Estados Unidos o incluso en Europa, especialmente entre la comunidad afroamericana, donde es considerado uno de sus principales exponentes culturales.
Este es un hombre que aún tiene muchas páginas para escribir en la historia grande del hip hop, y que, lamentablemente, mientras la situación social continue de la misma manera, con la violencia policial que no cesa, y un clima político, social y cultural opresivo para un importante sector de su comunidad, seguirá teniendo muchas cosas que decir como voz de su pueblo.
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