La belleza de la semana: 3 esculturas destruidas que aún fascinan

Con siglos de existencia, estas piezas fueron recuperadas por partes y hoy se exhiben restauradas aunque incompletas, en dos de los museos más famosos y visitados del mundo. Un paseo por estas joyas de la historia de la humanidad

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La belleza de la semana: 3 esculturas destruidas que aún fascinan

La dos palabras que definen a la escultura son volumen y espacio. Un escultor se para frente a un material que a priori no tiene nada de artístico —barro, piedra, madera— y crea, luego de horas y horas de trabajo, una pieza con valor casi sagrado. Pasan los años, las décadas, los siglos, y algunas de esas obras sobreviven. Claro, el tiempo tiene sus inclemencias y nada es para siempre. Sin embargo, pese a todo, el valor de ese trabajo añejo no se pierde.

“El escultor saca todo lo superfluo y reduce el material a la forma que existe dentro de la mente del artista”, escribió el renacentista italiano Giorgio Vasari en el siglo XVI. ¿Acaso no es fascinante que hoy tengamos obras de tiempos muy, muy, muy lejanos que nos permitan meternos en la mente de un ciudadano de aquellas épocas? Aunque esas obras estén rotas, incompletas, destruidas, aún dicen muchas cosas y nunca dejan de fascinar.

Victoria de Samotracia

En el Museo del Louvre, en París, Francia, hay un emblema: la Victoria de Samotracia, también conocida como Niké de Samotracia, que pertenece a la escuela rodia del período helenístico. Representa a Niké, la diosa de la victoria y está incompleta: le faltan los brazos, parte de las alas y una mano con pocos dedos yace en una vitrina a pocos metros del resto de la escultura. Mide 2,75 metros, no conocemos al autor pero sí su año de creación: alrededor del 190 a. C.

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“Victoria de Samotracia” en el Louvre (Foto: Wikipedia)

La encontró el cónsul francés Charles Champoiseau, un arqueólogo aficionado, en 1863 en la isla de Samotracia. En ese momento se creyó que fue mandada a esculpir por Demetrio Poliorcetes —rey de Macedonia entre 294 a. C. y 288 a. C.— para conmemorar su triunfo en Salamina pero no: los estudiosos rebatieron esta teoría inicial y aseguran que se labró para celebrar las victorias sobre Antíoco III Megas, rey del Imperio seléucida desde el 223 al 187 a. C.

Entre 1873 y 1875, un equipo arqueológico austriaco se encargó de realizar excavaciones en la zona. Encontró más fragmentos, por ejemplo dos dedos, que fueron transferidos al Museo de Historia del Arte de Viena. Más tarde, en 1879, se encontraron grandes piezas de mármol gris que sirvieron como pedestal. “Sus alas constituyen un desafío a la gravedad”, sostiene la historiadora Belén Romero.

Niké se posa sobre la proa de un navío y la ropa agitada por el viento le da cierto dramatismo victorioso. Es una pieza preciosa aunque está rota y reconstruida. Una de sus alas tiene partes que no son originales sino que responden a agregados en la restauración. Casi diecinueve siglos después vemos en Victoria de Samotracia y jugamos a lo imposible: meternos dentro de la mete de su escultor, que es desconocido, dentro de su época y de su sensibilidad.

Mármoles de Elgin

“Es difícil pero no imposible”, dijo la ministra de Cultura y Deportes de Grecia Lina Mendoni cuando le preguntaron si los Mármoles del Partenón, que hoy se encuentran en el Museo Británico de Londres, podrían volver a su hogar: Atenas. Para la funcionaria, repatriar estas obras no solo es un “asunto global”, también una “responsabilidad ética de Europa” en el marco de la protección de su patrimonio cultural común.

En total, la colección representa más de la mitad de las esculturas decorativas del Partenón: 75 metros de los casi 160 que tenía el friso original; 15 de las 92 metopas; 17 figuras parciales de los frontones así como otras piezas de arquitectura. También incluye piezas de otros edificios de la Acrópolis ateniense: el Erecteión, reducido a ruinas durante la guerra de independencia de Grecia (1821-1823), los Propileos y el Templo de Atenea Niké.

La historia conocida. A comienzos del siglo XIX, estos tesoros arqueológicos viajaron a Gran Bretaña cuando el embajador británico en el Imperio Otomano (del que entonces Grecia era una parte), Thomas Bruce, más conocido como Lord Elgin -que se definía como un amante de las antigüedades-, consiguió el permiso del Sultán para llevarse parte de las metopas y del friso interior del Partenón.

Foto de archivo de los
Foto de archivo de los mármoles del Partenón en el Museo Británico (Foto: REUTERS / Dylan Martinez)

Dice Javier Andreu Pintado en esta nota: “Todo comenzó entre 1801 y 1805, como una manifestación más de los procedimientos coloniales que tantos países –de modo especial Francia, Inglaterra y Alemania– desarrollaron en sus políticas imperialistas. Quizás ayudó el estado de desidia y abandono en que Grecia tuvo durante siglos el Partenón. Bruce las tuvo en su posesión hasta que entró en bancarrota y decidió venderlos al Parlamento inglés”.

El entonces embajador británico vendió estos mármoles “alegando un documento de compra-venta firmado por el sultán local. Un documento que, sin embargo, la mayor parte de la crítica considera falso”, cuenta Pintado. Recibió 35 mil libras por estas piezas históricas y desde 1939 se exponen en el Museo Británico, mientras que el Museo de la Acrópolis tan solo exhibe copias. Muchos aseguran que el 2023 puede ser el año en que regresen al Partenón.

Venus de Milo

En isla egea de Melos, llamada también Milo, año 1820, un campesino estaba trabajando la tierra para generar nuevos cultivos. De pronto, la pala golpea una piedra dura, muy dura, más dura de lo habitual. Imagina que es el hueso de un animal gigante. Empieza a desenterrar y se encuentra con una de las obras de arte más importantes de la historia. Es la Venus de Milo, creada entre 130 a. C. y 100 a. C. por el escultor Alejandro de Antioquía.

Cerca de la estatua se encontró un fragmento de un antebrazo, la mano con una manzana y algunos restos considerados parte de sus brazos, que luego parece que se perdieron. En ese momento se preguntó: ¿esto tendrá algún valor? Todos la llamamos Venus pero en realidad es Afrodita. Ambas son la misma diosa, la del amor, sólo que en la Antigua Grecia es Afrodita y en la Antigua Roma es Venus. Pero la escultura fue realizada por este escultor helenístico.

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“Venus de Milo” en el Louvre (Foto: Wikipedia)

Cuenta en Daniel Schávelzon en su libro Arte y falsificación en América Latina que la Venus de Milo es un “excelente ejemplo” de cómo hasta 1850 los parámetros de la verdad fueron impuestos: “le borraron la firma de su base para que se coincidiera con el canon establecido del arte helenístico en el que se había determinado ubicarla; incluso se le cortó parte de un brazo para mantener la simetría y se guardó la mano con la manzana, que aún sigue así”.

Cuando la encontraron, tenía un plinto que incluía una inscripción que mencionaba a Ἀλέξανδρος (Aléxandros) como autor, elemento que fue retirado por motivos oscuros y se ha dado por “perdido”. Dos metros y once centímetros de alto y 900 kilos de mármol blanco. Claro, valía mucho dinero y eso fue lo que pidió el campesino. Un viajero realizó una parada en el lugar, supo del hallazgo y recurrió a un embajador francés en Constantinopla.

Logró juntar todo el monto, pero parece que el campesino le había vendido la escultura a unos turcos, entonces hubo un fuerte conflicto. Se terminó saldando y esa pieza imponente —su aspecto clasicista hace suponer que el autor se inspiró en la estatua del siglo IV a. C. de Lisipo, la Afrodita de Capua— terminó en manos francesas. Hoy se encuentra en el Museo de Louvre, en París, como una de las obras más emblemáticas de la historia.

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