En medio del encierro provocado por la pandemia, a Mariela Ivanier –impulsora de la consultora en comunicaciones Verbo y aguerrida coleccionista de arte contemporáneo– se le ocurrió una idea original. Rodeada de cuadros, esculturas y otras obras de arte que viven junto a ella en su casa del Pasaje Rivarola, quiso indagar en la relación con el arte que tenían otras mujeres como ella. Quiso preguntar. Pero no para hacer un libro de arte o de artistas. Más bien, uno sobre la experiencia del arte.
Por eso convocó no sólo a personas del campo artístico, sino a gente de otros ámbitos para que dé testimonio sobre su relación vital con la cuestión artística. De allí nació El arte en casa (Planeta), con 141 mujeres que brindaron su respuesta. Tal cantidad de mujeres se parece a una de sus convocatorias a los “Té de colección”, animadas tertulias que se realizan desde hace años en su hogar. Una casa pletórica de pinturas en donde gente de distintos ámbitos se da cita, cada cierto impreciso tiempo, para conversar, comer un tentempié y beber algo. Todo sucede mientras Ivanier se acerca a la puerta, después del timbre, para recibir a su próximo invitado. El libro no requirió ese sonido.
“Se hizo por teléfono, por Whatsapp, por Zoom, con paloma mensajera, casi, te diría en algunos casos”, cuenta Ivanier en el comedor de su hogar, cuyas paredes (como en toda la casa) albergan cuadros.
“Las mujeres que se sumaron, quizás en otro contexto no hubiesen formado parte, por eso es un libro muy heterogéneo. Todas tienen una raigambre vinculada al arte tremendamente potente pero son muy distintas entre sí socioculturalmente, de círculos sociales diferentes, de estéticas diferentes. Y a medida que eso iba ocurriendo, invitaba más gente al baile. El libro se complejizaba y al mismo tiempo a mi gusto, se volvía más interesante. Es un compilatorio de experiencias sobre el arte, de un grupo muy heterogéneo de mujeres con diferentes grados de acercamiento”.
Por sus (coloridas) páginas pasan los testimonios de Inés Berton, Laura Bucellato, Narda Lepes, Adriana Rosenberg, Hinde Pomeraniec, Nicola Costantino, Flavia Da Rin, Andy Cherniavsky, Jimena Ferreiro, Vivi Tellas, Julieta Ulanovsky y Ana Wajszczuk, entre muchas otras.
Por ejemplo, dice la cocinera Narda Lepes: “Mis padres estuvieron muy vinculados al mundo del arte siempre. Por esa razón, mi relación con ese mundo del arte nunca tuvo esa idealización que puede tener para otros. Tenían grandes amigos artistas que venían a casa y estaban vinculados al Instituto Di Tella. Así pasaban por casa, entre otros, Oscar Smoje, León Ferrari, Marta Minujin –que era muy amiga de mi mamá y me regaló una obra preciosa a los catorce o quince años, que aún conservo–. Mi padre, Juan Lepes, era escenógrafo de recitales con Renata Schussheim y me llevaba de acá para allá, a los shows de Charly García también. En los años ochenta, puso una disco, Paladium. La mujer de mi padre en ese momento era Isabel de Sebastián, cantante de una banda que se llamaba Metrópoli, y que también les hacía coros a los Redonditos de Ricota; la mujer de Pomo, el baterista de Spinetta, peinaba a los Soda Stereo. Yo no los vela como “estrellas”, sino que era gente que circulaba a mi alrededor y venía a mi casa. Lo mismo La Organización Negra o Jean-François Casanovas. Tengo un vínculo afectivo con el arte, con las personas, más que consumidora de arte”.
O la presidenta de la Fundación Proa, Adriana Rosenberg: “Mi padre era un hombre ilustrado de la clase media, editor de libros y amante de la pintura. A partir de los años setenta comenzó a armar una pequeña colección con los nombres de su generación: Berni, Castagnino, Soldi, Larco, Diomede, Victorica, etc; y cada uno de ellos era un tema de conversación cuando ingresaba en nuestra casa. Luego conocí a Romero Brest durante sus últimos años, y lo visitaba frecuentemente porque editamos varios libros y lo escuchaba apasionadamente en sus largos relatos sobre su vida y el arte. Su amor por el Museo de Bellas Artes, la importancia de la educación, la creación de las asociaciones de críticos. Momentos y palabras inolvidables que resuenan en mi memoria, y que hoy valoro porque fueron antecedentes –impensables en esos momentos– para lo que fue mi posterior trabajo como gestora de arte. Transité por los diversos espacios del arte: fundé una galería de jóvenes artistas, colaboré en la construcción de la Galeria Klemm, edité libros junto con Romero Brest y Renato Rita, tomé y dicté cursos, estudié, hicimos la Beca Kuitca, entre tantas cosas. Y en el año 1996 inauguramos Fundación Proa, un espacio que considero marcó un hito en la historia de los centros culturales en nuestro país. Me interesa que nuestro país dialogue con el mundo, y me interesa que la educación sea un eje fundamental en nuestro desarrollo, por eso sigo trabajando”.
Y así, hasta alcanzar los 141 testimonios hechos libro.
—En su libro no sólo hay artistas o gente ligada al mundo del arte en sus varios espectros, sino también gente que está por fuera de ese circuito.
—Una galerista, una artista plástica o una diseñadora gráfica incorpora el arte como su materia prima laboral, cotidiana. La primera persona que no tiene al arte como medio de vida soy yo. Sobre el arte básicamente soy una anfitriona, y también soy la anfitriona del libro. Yo invito a estas mujeres a sumarse al libro y las recibo, hago una introducción, un agradecimiento y luego las dejo que jueguen, que se expresen cada una en su propio escenario con esta aproximación o pequeña lejanía que podrían tener en relación, una de la otra. Digamos, Narda Lepes tiene una aproximación al arte, puede ser el disfrutar de la cocina o tener obra en su casa, que es lo que Narda tiene. Casi todo el mundo puede acercarse al arte según su propia manera.
Cuando la gente me preguntaba por qué hacía los “Té de colección” y yo convivía con una nena y venían hordas de personas a mi casa, me preguntaban: “¿Esto es para ganar clientes? ¿Para tener prensa, para conocer gente nueva?”. Los hago para que mis invitados se interesen en el mundo del arte. La mayor parte de la gente que venía estaba al borde de comprarse una obra, de sentir algo profundo por un cuadro, de iniciarse en la relación con el mundo del arte y por algún motivo no lo hacía. Por algún motivo que era muy pequeño.
Entonces mi deseo, o mi lugar totalmente narcisista, era ser quien le daba el empujón a esa persona para que tomara la decisión, como si estuviera en un trampolín. Bueno, ahí viene alguien y te empuja y ya no hay más nada para decidir. Y después pensás qué suerte que me tiré la pileta, el agua está riquísima y sé nadar y me gusta hacerlo y empezás a volver a subir al trampolín, una y muchas veces más, porque saboreaste la experiencia.
—Usted tiene mucha obra en su casa, debe ser diferente la relación en la colección de un museo.
—Yo hablo de la patria potestad compartida entre la o el artista y yo. Cuando compro obra les anuncio que pueden venir a verla, les mando una foto de tanto en tanto si cambió de lugar o les pregunto cómo enmarcarla si la obra no está enmarcada, si quieren un marco, si quieren paspartú, si no quieren... Hace poco le compré a Mariano Indij una obra de cobre, que está ahora en el patio ya que él la hizo específicamente para el patio. Primero vino a mi casa, vio el espacio, hizo dibujos y la produjo. Cuando llovió le mandé una foto con la obra mojada. Era su primera lluvia. Él me decía: “¿Y cómo está? ¿Cómo se porta?”. Hablábamos como si la obra estuviera viva. Y lo está.
Para mí, la meta es acompañar a los artistas en su supervivencia y en su vitalidad, su buena vida. Y a la vez tener esta colección siempre gratifica, es maravilloso. En general los artistas suelen agradecer que le des cabida a su obra en una casa y que los recibas con cariño.
—Su fue realizado en el marco del ascenso de la lucha de las mujeres por sus derechos. El campo del arte pareciera ser más accesible que otros: hay muchas artistas, críticas de arte, galeristas, gestoras culturales. ¿Es así?
—Sí, sin que eso signifique que después no te encuentres con dificultades que, obviamente, hay. Yo pensé al libro como una celebración. Como cuando hacés un pijama party de mujeres porque te divertís y querés hablar mal de los hombres o de los hijos o de los perros o de los gatos o de cualquier otra cosa. Es una celebración, un encuentro. Lo que decís es cierto en varios aspectos. Yo pondría un corte en el campo del coleccionismo, que es muy masculino. Cuando la colección la realizamos con mi hija Mora, que ahora se independizó y tiene la suya propia, éramos las únicas madre e hija coleccionando juntas. Y no habíamos heredado la colección de un padre o de un abuelo o de un varón o no compartíamos la colección con un varón. Esa situación nos volvía bastante atípicas.
Pero hay que pensar en cuánto cuesta una obra de una artista argentina fallecida y cuánto cuesta un Berni. Bueno, cuestan muy distinto. Yo sería cautelosa a la hora de pensar que el mundo del arte no refleje una actitud de género semejante a otras esferas de la vida social. Ahora, se puede pensar en un espectro del poder en el campo del arte con directoras de museos, galeristas, críticas. Pero aún así eso no ayuda a que las artistas plásticas ganen igual que los hombres artistas plásticos. Trato de trabajar sobre el deseo de la gente de tener arte y sobre el miedo que le provoca llevarlo a cabo. Yo aprendo mientras hago cosas. Si uno tiene la cabeza abierta puede aprender de otra manera, conocer otras personas y ver cómo hacer belleza de otra manera.
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