La Argentina está atravesada por la violencia.
Su vida íntima también lo está. Y, entonces, su literatura.
La crítica Josefina Ludmer registró las fiestas del monstruo en la literatura local tan temprano como en el poema “La refalosa”, de Hilario Ascasubi, en el que un unitario es torturado, como en un juego salvaje, por unos miembros de la Mazorca. Luego vendrá El matadero, de Esteban Echeverría, el cuento fundacional de la literatura local aunque permaneció escondido durante décadas en donde el culto unitario es vejado por una patota que responde a Rosas. Más tarde, y en relación a Perón, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares –bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq– escribirán a cuatro manos el cuento “La fiesta del monstruo”, en el que una turba -luego de escuchar en la plaza el discurso del Tirano-, se cruza con un joven judío, distraido por los libros que carga. Se lanzan sobre él, y lo linchan.
La literatura es un caleidoscopio que permite asomarse a la realidad desde ventanas secretas, escondidas.
Estos días pensaba en una cuarta fiesta del monstruo, el cuento “El niño proletario”, del genial Osvaldo Lamborghini. Recuerdo que era un adolescente al que le gustaba leer en el vagón del subterráneo A, cuando eran viejos y sus asientos de madera, y que había caído a mis manos una edición española de Novelas y cuentos, de Lamborghini, con prólogo de César Aira. El título del cuento me causó curiosidad. Al terminar el recorrido del subterráneo, había quedado sin habla.
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Quizás lo conozcan. Entiendo que la llegada de la obra de Lamborghini al público ha superado los reductos mínimos que antes lo albergaban. También es cierto que Fito Páez (¿para qué?) lanzó una versión musical del cuento. Otra vez, señor Páez, ¿para qué?
De cualquier modo, si no lo conocieran, deberían guglear o, mejor, comprar Novelas y cuentos de Osvaldo Lamborghini, que editó en dos tomos Random House Mondadori hace un par de años. Contiene varios textos fundacionales de la literatura más contemporánea argentina, adelantada a su tiempo de escritura, desde fines de los años sesenta hasta la muerte del escritor en 1985, en Barcelona. El cuento “El niño proletario” comienza así:
“Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.
Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.
El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.
En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario”.
El narrador forma parte de un trío de niños burgueses junto a Gustavo y Esteban que se cruzan con Stoppani, el niño proletario de la escuela, pero a quien prefieren llamar: “¡Estropeado!”. El encuentro desata una orgía salvaje de violencia contra Stoppani, que comienza por quemarle los periódicos que vendía como canillita y va in crescendo hasta pasajes inenarrables, literarios, agónicos.
“Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto”, dice el cuento.
El texto señala el goce que atrapa a los tres niños burgueses en su faena asesina que se manifiesta, entre otras cuestiones, en la escritura con diversos falos –los reales, los simbólicos– sobre el cuerpo desmoronado de ¡Estropeado!
El crítico francés Roland Barthes diferenciaba el texto del placer del texto de goce. Dice: “Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de la lectura”. Y diferencia: “Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje”.
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“Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre”, dice el cuento de Lamborghini, un texto de ruptura. La lectura llana de los hechos no impide que surjan otras lecturas del cuento sobre la literatura misma, sobre el cuerpo como discurso, incluso como fábula moral sobre las clases sociales (a la manera de Pier Paolo Pasolini en Saló, o los 120 días de Sodoma). Pero el enigma primigenio de los hechos narrados en el cuento –que dejan sin habla al lector después del recorrido tremebundo de tres niños burgueses sobre la vida y la muerte del hijo de un obrero– puede aparecer en el recuerdo de quien haya leído el cuento por estos días.
Las asesinas Magadalena Esposito Valenti, de 26 años, y su novia Abigail Paéz, de 28 años, fueron condenadas por el homicidio de Lucio Dupuy (que murió a los 5 años y que había nacido de una relación anterior de su madre, que dio a luz cuando tenía 19 años). Fueron condenadas en La Pampa por “homicidio triplemente calificado por el ensañamiento, la alevosía y por el vínculo” (en el primer caso) y por “homicidio calificado por ensañamiento y alevosía y por abuso sexual gravemente ultrajante” (en el segundo caso).
No son monstruos, son humanas. No son dementes, conocían el alcance de sus actos. Y así y todo asesinaron lentamente, tortuosamente, violadoramente a Lucio durante el tiempo que su cuerpo pequeño pudo resistir. Hasta que ya no pudo.
“Hasta que de puro estremecimiento pude gozar”, dice el narrador de “El niño proletario”.
¿En qué goce delirante se embarcaban cuando tomaban la nave que las llevó a las costas del asesinato de donde no volverán jamás?
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