“Y entonces, ¿cuál es la diferencia entre el tenis y el suicidio, la vida y la muerte, el juego y su propio fin?” David Foster Wallace, La broma infinita, 1996.
David Foster Wallace fue el novelista estadounidense más importante de su generación. El tenis es uno de los principales temas recurrentes de casi toda su obra, incluida su cumbre novelística, La broma infinita, publicada en 1996. El tenis, en la obra novelística y ensayista de Wallace, es forma y fondo, pero también una excusa para hablar de la vida, de una manera bastante más profunda que en Match Point de Woody Allen. El tenis para Wallace era una especie de “ajedrez en carrera”, un ajedrez físico y donde no solo la mente tiene que resolver sino también el cuerpo. Para Wallace, el tenis es “el deporte mas hermoso que existe y también el más exigente” ya que “requiere control corporal, coordinación mano-ojo, rapidez, velocidad máxima, resistencia, y una extraña mezcla de precaución y abandono que llamamos valentía”. Un juego eminentemente psicológico pero en constante movimiento, el deporte perfecto para un escritor.
La crónica deportiva tiene una larga tradición en los Estados Unidos, especialmente en deportes como el baseball o el boxeo, con gente como Bob Ryan, Jonathan Wilson o Norman Mailer. En el tenis hay pocos antecedentes a Foster Wallace, quien, sin ser un cronista deportivo propiamente dicho, supo ser uno de los mejores en sus ensayos. Uno de los notables antecesores es John McPhee, quien en su ensayo Levels of the Game -Los niveles del juego- de 1969, describió como pocos un partido de tenis, entre el mítico Arthur Ashe y Clark Graebner en Forest Hills: “Arthur Ashe, con los pies separados y las rodillas ligeramente flexionadas, levanta una pelota de tenis en el aire. El lanzamiento es alto y hacia adelante. Si se permitiera que la pelota cayera, en palabras de Ashe, ‘formaría una parábola’”.
Esta descripción del detalle de la física, es algo que Wallace retomó en otros ensayos como uno de sus más difundidos, “Roger Federer como experiencia religiosa”, publicado en 2006: “…Y lo que Federer ahora hace de alguna manera es, instantáneamente, dar marcha atrás el empuje y algo como saltar tres o cuatro pasos hacia atrás, con una rapidez imposible, para golpear un derechazo desde el costado de su revés, todo su peso moviéndose hacia atrás, y da el golpe, con un efecto endemoniado y sensacional que pasa a Agassi a través de la red, quien trata de alcanzarla pero la pelota lo pasa, y se coloca justo en la línea de banda y aterriza, exactamente, en la esquina de salida del lado de Agassi, un punto ganador y Federer todavía balanceándose mientras la pelota cae”. A un punto de tenis, como si se tratase de un alquimista, Foster Wallace podía trasmutarlo en alta literatura, como Mailer podía hacer de un golpe de Muhammad Ali.
Foster Wallace decidió ponerle fin a su vida el 12 de septiembre de 2008. Novak Djokovic es profesional en el circuito ATP desde 2005, sin embargo, no llegó a su primera semifinal de Grand Slam hasta 2008, cuando perdió ante Rafael Nadal en Roland Garros. Por aquellos días, el serbio ya comenzaba a prometer como uno de los principales jugadores emergentes de un circuito plagado de estrellas, terminando como número 3 del mundo, pero aún era más conocido ante el gran público por sus imitaciones e histrionismo. Cuando el escritor realizaba sus primeros pasos en las letras americanas, el pequeño Djokovic entrenaba ante un frontón con el ruido de las bombas en el Belgrado derruido por las guerras fratricidas de la ex Yugoslavia.
Foster Wallace nunca comprendió del todo a Rafael Nadal. Su jugador preferido siempre fue el elegante y sobrio Roger Federer. Para Wallace, lo apolíneo era atributo exclusivo del suizo, mientras que el español era el representante perfecto de lo dionisiaco, el físico y la fuerza pura en servicio de la raqueta. La carrera posterior de Nadal demostró que el de Manacor pudo reinventarse a sí mismo y a su juego en infinidad de ocasiones, sin depender tanto de un físico que lo abandonó muchas veces. Para la literatura y la narrativa deportiva, el enfrentamiento entre lo inmaterial casi eterno de Federer y la fuerza bruta de la naturaleza de Nadal era la contraposición perfecta. Pocos años después comenzó a meterse el serbio, pero Foster Wallace ya no estaba allí para verlo. Ni la evolución posterior de Nadal ni la irrupción de Djokovic.
Los números y los récords son aburridos, y no terminan de ilustrar del todo, la grandeza. Al menos no en la forma que la entendía Foster Wallace. Sin embargo, es importante comentarle algunos datos al lector para que sepa de quién estamos hablando. Djokovic llegó a terminar como número 1 del mundo en 7 años distintos: 2011, 2012, 2014, 2015, 2018, 2020 y 2021, siendo el único jugador en lograr semejante proeza. También fue el único jugador de la Era Abierta, junto a Nadal, en ganar dos veces los cuatro torneos de Grand Slam, además de ser el primero desde que lo hiciera Rod Laver en 1969, en ganar los cuatro Grand Slam de manera consecutiva, también es el jugador con más finales en la historia de los torneos grandes, con 33. Y eso son solo algunos de los tantos récords que ostenta Djokovic, y que, seguramente mantendrá durante muchos años, sino décadas. Cabe decir, aunque sea obvio, que todo eso lo logró en un contexto histórico donde competía contra dos de los mejores jugadores de todos los tiempos, lo que, sin dudas, lo pone a él mismo en esa discusión.
Durante 2017 y 2018, el ex número 1 estadounidense, Andre Agassi, fue entrenador del serbio. Aunque la relación no fue muy duradera y fue, relativamente, poco exitosa en lo deportivo, viene a colación porque Foster Wallace adoraba a Pete Sampras, mientras que de Agassi escribió en su momento: “No me gusta: siento que estoy viendo jugar al diablo… La expresión facial de Agassi es muy engreída. Tiene la actitud de quien está acostumbrado a ser mirado y asume automáticamente en el momento en que aparece en cualquier lugar que todo el mundo lo está mirando”. Justamente, las mismas criticas que se le hacen a Djokovic desde distintos sectores. Por supuesto, sus posturas políticas extremistas radicales respecto del nacionalismo serbio y su absurda negativa a vacunarse contra el Covid no ayudan. Su padre, que llegó a compararlo con Jesucristo y se dejó ver con nacionalistas rusos en pleno Australian Open, tampoco aporta demasiado para que lo quieran.
¿Qué podría haber escrito David Foster Wallace de Djokovic? Con sus descripciones meticulosas y preciosistas del juego y de lo físico, pero también con su fascinación por los personajes fuera de la cancha. Quizás, hubiera detestado al serbio como hizo con Agassi, aunque, dado el amor y la erudición que tenía Foster Wallace por el juego, tal vez lo habría entendido. No cabe otra posibilidad, por más incomprensible que parezca alguien como Novak Djokovic en muchos momentos, que entenderlo y disfrutarlo. Tras la retirada de Federer, y los últimos estertores de Nadal, no queda nada más de una era gloriosa del tenis que difícilmente vuelva a repetirse. Djokovic es un héroe trágico de los que le gustarían mucho a Wallace, alguien que, a pesar de haber ganado todo, no puede hacer que lo quieran, que lo consideren en la misma mesa que Federer y Nadal, a pesar de que dio sobradas muestras de merecer ese lugar.
Para Foster Wallace, los límites de la cancha de tenis, las líneas de base y la red eran una metáfora perfecta de la vida, de su “expansión infinita hacia adentro”. Un deporte donde el verdadero oponente no es el que está del otro lado de la red, a quien describe como “un compañero de baile”, sino el mismo jugador y sus propios límites. En la competencia contra uno mismo radica la belleza del tenis, al igual que la de la buena literatura. La hoja en blanco como la construcción de un punto largo donde no se sabe cuál va a ser el resultado. Novak Djokovic podría haber sido el gran paradigma literario perfecto de David Foster Wallace porque es como el tenis en sí mismo. Un juego caótico, bello en su ética y su estética a partir de la tragedia que subyace en sí mismo. Como la obra de Foster Wallace, como la literatura, como la vida misma.
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