Convexo
El 2022 se llevó a dos grandes pensadoras de la literatura y la cultura latinoamericanas, Jean Franco (Inglaterra, 1924 – Estados Unidos, 2022) y Sylvia Molloy (Argentina, 1938 – Estados Unidos, 2022). Dos mujeres que tenían mucho en común: estudiaron en Europa –Inglaterra y Francia respectivamente–, sus primeras publicaciones fueron trabajos críticos acerca de la diseminación y el estudio de la cultura y la literatura latinoamericanas en esas latitudes. Franco publicó The Modern Culture of Latin America (1967), An Introduction to Latin American Literature (1969) y, Spanish American Literature since Independence (1973). Molloy publicó La Diffusion de la littérature hispano-américaine en France au XXe siècle (1972). Abrían un campo de estudios hasta entonces bastante inerme en el viejo continente.
Los años más importantes de sus carreras los hicieron en los Estados Unidos, Franco enseñó en Stanford y en los 90 se retiró de Columbia University donde enseñó por casi veinte años. Molloy fue profesora en Yale, Princeton y se retiró de NYU, donde además abrió el programa de Escritura Creativa en Español.
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Las contribuciones más sobresalientes de ambas fueron en el área de estudios de género y su trabajo sigue siendo referente importantísimo en los estudios del feminismo en la región, el libro de Franco Plotting Women. Gender and Representation in Mexico (1989), fue un parteaguas en los años de su publicación. Sus últimos aportes críticos se centraron en el estudio del campo de producción cultural, The Decline and Fall of the Lettered City: Latin America in the Cold War (2002), y los devastadores efectos del neoliberalismo y la violencia en la región, Cruel Modernity (2013).
Molloy nos ayudó a entender las convenciones del discurso autobiográfico At Face Value. Autobiographical Writing in Spanish America, (1991) y a leer la homosexualidad y a los Modernistas, Poses de fin de siglo: desbordes del género en la modernidad (2012). Las dos, además, escribieron trabajos monográficos, Franco sobre Vallejo y Molloy sobre Borges.
Paralelamente, Molloy no dejó de escribir ficción: En breve cárcel (1981), quizá la primera novela contemporánea que trata del tema de la homosexualidad femenina, marcó a varias generaciones de mujeres que, con esa historia, pudieron entender que aquello que vivían y sentían también cabía en letra de molde. A esta novela le siguen El común olvido (2002), y los libros Varia Imaginación (2003), Desarticulaciones (2010), Vivir entre lenguas (2016) y Animalia (2022), de publicación póstuma. Para quienes hacemos crítica y ficción, el trabajo de Molloy es un modelo difícil de seguir, pero inspirador al fin.
Cóncavo
Llegué a Nueva York como estudiante de Ciencias Políticas de la New School de Social Research (ahora New School) en 1992. La universidad era un destino deseado por varias generaciones de estudiantes de ciencias sociales y filosofía de América Latina por ser reducto de lo que quedaba de la Escuela de Frankfurt y el pensamiento continental. En algún momento se llamó Universidad del Exilio, fundada por la ciudad para acoger a exiliados y refugiados de guerra, y donde enseñaron Erick Fromm y Hannah Arendt.
Situada en la esquina de la 5ta avenida y la calle 14, la fama que tenía en los 90 era la de ofrecer educación de la calle 14 con precios de la 5ta avenida. La New School estaba en un edificio descuidado, con alfombras grises en las que se confundían la suciedad y el uso, y donde las caldeadas conversaciones entre gringos, mexicanos, costarricenses, ecuatorianos, argentinos, peruanos, brasileños reproducían las tensiones de la región en período importante de transición.
En una ocasión, un compañero de Belo Horizonte invitó al entonces candidato a la presidencia por el Partido de los Trabajadores cuando estaba en su segunda campaña presidencial. Lula se reunió con un grupo de quince estudiantes latinoamericanos para hablar de su proyecto político. Un hombre articulado, sólido, claro, que levantaba la mano con la marca física de su pasado obrero y ese dedo mocho le daba más autenticidad a su discurso. Solo trastabilló cuando una compatriota le hizo la pregunta sobre su posición respecto al aborto.
Pese al vibrante ambiente de la New School, empecé a tomar cursos de literatura en Columbia University porque me lo permitía el consorcio entre las universidades de la ciudad. Me senté en uno de Franco, sobre Sor Juana, y de la mano y la mente genial de la inglesa aprendí de la monja mexicana. (Yo) una lectora torpe para la crítica literaria, atrapada en el lenguaje y en las formas que me habían dado los años de estudio de filosofía y ciencias políticas, recuerdo que escribí un ensayo sobre los “Ovillejos” que me costó una muela y la mitad de otra. Franco entendió mi lenguaje y mi limitación como posibilidades, me guio y me hizo sentir a gusto en esa otra forma de lectura.
En esos años escribía colaboraciones con revistas y periódicos de Ecuador, con la comezón del periodismo que nunca me ha abandonado, y recuerdo que Tomás Eloy Martínez me dijo que una entrevista con Franco podía publicarse en Página/12. Traspasé las fronteras que separaban a la maestra de la estudiante y fui a su oficina como reportera cultural. Cuando la nota salió en Página/12, sentí que la vida me hacía un guiño, que quizá podía hacer eso que me gustaba: escribir de cultura, estudiar literatura y, si tenía suerte, hasta podría ganarme la vida haciéndolo.
Convexo
Franco, por su formación, tenía un firme pie en los estudios culturales de los marxistas ingleses y Molloy venía del postestructuralismo francés. El segundo curso con Franco fue sobre Género y Literatura, y mi ensayo fue sobre Beatriz Guido. Años más tarde, cuando me doctoré de NYU, Guido, a quién conocí más profundamente con Molloy, fue una de las autoras incluidas en mi disertación.
El siguiente curso de género lo tomé ya como su estudiante en NYU. El entrenamiento crítico de esos años estaba atravesado por lecturas de psicoanálisis, Freud, Lacan y más tarde Derrida. Citábamos los trabajos de estos autores que habían dado al feminismo herramientas para entender la complejidad de un universal neutro; la necesidad de cuestionarse el lenguaje como una estructura que naturaliza un orden social desigual; y en el corazón de la reflexión sobre el género (que en ese tiempo era hablar mayormente de feminismo), estaba la cuestión de nombrar. Desde dónde y quién nombra. Desde dónde y quién desea.
Mirando desde el prisma de sus legados y de los trazos comunes de sus biografías, resulta interesante que ambas teóricas que empezaron a estudiar la cultura y la literatura latinoamericana en Europa, que emigraron a los Estados Unidos e iniciaron su carrera profesional en la academia americana, se toparan con el asunto del género como uno de los temas fundamentales de su labor crítica. Las obsesiones de nuestra investigación académica nos atraviesan.
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Los 70, cuando Molloy y Franco empezaban sus carreras, eran años en los que todavía la crítica literaria del mundo hispanohablante en los Estados Unidos estaba marcada por peninsularistas. Era España y no América Latina la que definía la identidad de los departamentos de Español. Poco a poco esto fue cambiando, por políticas públicas como la Alianza para el Progreso, que abrió becas de estudio e intercambio entre el norte y el sur de las Américas; por la migración y luego también por el impacto de los autores del boom, que a su vez, era fruto del mismo giro político. Pero entre las voces críticas que surgían de los latinoamericanistas, no se escuchaba a las mujeres.
En un LASA (N. de la R.: uno de los encuentros de la Latin American Studies Association) en Puerto Rico –si no mal recuerdo– en el 2016, hubo un homenaje a Mary Louise Pratt (graduada de Stanford, bajo la mentoría de Franco), y se sentaron en la mesa Francine Masiello, Pratt y Molloy. Tomé una foto, la definición no es buena porque la tomé con un teléfono viejo, pero la imagen no tiene precio. Sus expresiones de alegría y complicidad, y las risas traviesas con las que las tres recordaban cómo sus pares varones las hacían callar en las conferencias académicas, porque –según ellos– lo que decían no tenía relevancia. En ese panel eran tres reinas.
Las más viejas de aquel público (yo entre ellas), quizá no llegamos a entender del todo el camino que estas mujeres atravesaron para consolidar sus voces en el campo. En ese salón se extendía una suerte de ADN; se podía trazar una genealogía en la que las palabras, las ideas, los símbolos que ellas crearon para cuestionar el status quo se reproducían por canales invisibles.
Les debemos mucho, aun aquellas y aquellos estudiantes más jóvenes que no las han leído, la deuda es enorme. Franco y Molloy educaron a varias generaciones críticos que, a su vez, fueron maestras y maestros de nuevas generaciones, así se formaron sólidas herencias de estudiosos y estudiosas de la cultura y la literatura latinoamericanas. Recordaremos al 2022 como el año que se nos las llevó.
Cóncavo
En un momento de reflexión, de esos que nos pega cuando el calendario dice que termina un año y comienza otro, me sorprendí pensando, ¿cómo es que llegué hasta sus aulas? ¿Cómo es que tuve esa suerte de tenerlas como maestras?
En esta época en la que se invierte tiempo y esfuerzo en mostrar logros personales en imágenes destellantes que se encienden en los teléfonos portátiles, la grandeza de estas maestras que no padecieron el yugo de la autopromoción parece aún mayor. Su partida nos hace pensar, no tanto en la presencia que queremos tener en las redes, sino en el lugar de dónde venimos.
*Este artículo fue publicado originalmente en la revista Literal. Latin American Voices. Voces latinoamericanas, su editora es Rose Mary Salum.
**Gabriela Polit Dueñas nació en Ecuador. Es profesora del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Texas, en Austin. Su trabajo académico ha girado en torno a la representación de la violencia y el género. Es autora del libro de poemas Needles y de la novela Los libros de otros.
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