Nadie lo sabe, porque no parece tener lógica alguna, pero el 54% del costo industrial del libro responde al papel. Ahora, del otro lado del teléfono, Daniel Benchimol (director de Proyecto 451, una agencia especializada en el aspecto digital de la industria del libro), explica algo sencillo que parece estar borrado del mapa: “Lo que en realidad paga el lector no es papel, sino historias, conocimientos, ideas”. La Cámara Argentina del Libro lo viene denunciando desde hace tiempo: “Si no conseguís papel no podés editar”, le dijo la semana pasada a Infobae Cultura Martín Gremmelspacher, presidente de la CAL y director del sello Bonum. Días después, la cámara publicó dos gráficos. En el primero, establece los porcentajes que forman el costo industrial del libro. La porción mayoritaria se la lleva el papel: 54%. Este dato es nuevo porque hubo aumentos de papel obra, ahuesado y ecológico en torno al 150% y de papel ilustración del 300%. El mercado del papel está atravesado por la concentración. “Hay dos empresas, Celulosa y Ledesma, y algunos distribuidores. Es un oligopolio”, decía Gremmelspacher. El resto de la torta queda así: 20% para la impresión, 15% para la encuadernación, 6% por el diseño y 5% para la edición.
¿Por qué el autor no está presente en el gráfico? Porque cobra desde dos variables. Una es el “adelanto”: la editorial paga un monto por entregar el texto, lo que no forma parte del costo industrial y que es dinero que el sello tiene de antemano y nunca es el mismo: varía según cada editorial —muchas, sobre todo las muy pequeñas, no lo pagan— y según cada autor. La segunda variable son las regalías: un porcentaje de la venta del libro, que forma parte del precio. De eso se trata el segundo gráfico presentado por la CAL (que no está de más decirlo: representa pymes; Planeta y Penguin Random House se agrupan en la Cámara Argentina de Publicaciones). En el año 2001, se sancionó una ley que determina que el PVP: precio único de venta al público. Según la ley, se puede establecer descuentos de hasta 10% en ferias y de hasta 50% para compras de organismos públicos como la Conabip. Para lo demás, el precio de cada libro es único. Según el gráfico de la CAL, el 50% se lo queda el canal de venta: librerías y distribuidoras. El resto se divide así: 19% el costo industrial (papel, impresión, encuadernación), 13% la gestión editorial (promoción, administración, almacenaje, comercialización, logística, costo financiero), 10% al autor y 8% a la editorial.
La perspectiva global
No pasa solo acá. Mejor dicho: el problema también existe en otras partes del mundo. Lo dice Benchimol en este breve intercambio con Infobae Cultura: “se trata de un problema global” que “a veces, en la realidad de Argentina, suele ser difícil de distinguirlo porque hay un proceso inflacionario del 100%”. Fue durante la pandemia que se trastocó la estructura. A fines de 2021, en España, por ejemplo, el papel aumentó un 30%. Pero lo llamativo, lo que movió el esquema, es que solo el 3% del consumo de pasta de papel se direccionó a los libros. ¿Por qué? Porque algo empezó a dejar buenos dividendos: “el cartón para embalajes, producto estrella de la explosión planetaria del e-commerce”, contaba Pablo Raimondi en una nota publicada en Infobae Cultura hace exactamente un año atrás. “Hay distintas explicaciones pero la más más sólida —asegura Benchimol— tiene que ver con el aumento de todo lo que es el comercio electrónico provocado por la pandemia y por lo tanto un aumento de la demanda de todo lo que lo que tiene que ver con el embalaje de productos, que son en definitiva los mismos fabricantes de papel para libros y utilizan tecnologías similares para fabricar otro tipo de productos”.
Poner al lector en el centro
“Cuando veo estos debates me frustra un poco porque siento que cada uno está defendiendo su quinta y no puedo dejar de preguntarme quién piensa en el lector”, dice Gabriela Adamo, licenciada en Ciencias de la Comunicación y especializada en edición por la Universidad de Stanford, quien además trabajó como editora en Sudamericana y Paidós, fue directora ejecutiva de la Fundación El Libro y directora de la Fundación Filba. “Está perfecto que cada uno defienda su quinta. Para eso están los diferentes tipos de lobby y las cámaras. Cada uno defiende sus intereses y está claro que así se hacen más fuertes. No es que ponga todos en la misma en la misma balanza pero a veces me da la sensación que en estas discusiones se olvida el lector. Para mí la parte más interesante de toda esta cadena, para la cual la industria hace libros, para la cual los que trabajamos en la promoción promovemos libros, incluso para quienes los escritores escriben, es el lector. Entonces para mí la pregunta más interesante es cómo hacer para beneficiar al lector, cómo hacer que el lector pueda tener más acceso a los libros. Esa siempre va a ser la pregunta principal. Si yo fuera responsable de políticas públicas de lectura me parece que ahí es donde está lo más importante”.
Hablando del lector, Alejandro Dujovne (investigador de CONICET, Director del Centro de Estudios y Políticas Públicas del Libro (EIDAES-Lectura Mundi) de la Universidad Nacional de San Martín y Director de la Maestría en Sociología de la Cultura de EIDAES, UNSAM), “en términos económicos la demanda del libro es relativamente elástica”. Y explica que “si dejamos de lado al lector intensivo o habitual, que compra y lee muchos libros por año, como el que podemos encontrar en la Feria de Editores, que va a estar más dispuesto a sacrificar otros consumos para poder seguir comprando libros, al menos hasta cierto punto, el público general, el grueso de los compradores de libros, que lo hace de manera ocasional o con menos regularidad, tenderá a no comprar libros o comprar menos libros si su precio aumenta a un ritmo mayor al de sus ingresos. En la actualidad el libro compite con numerosas alternativas de información y entretenimiento que son mucho más económicas, y que, en algunos casos, como las plataformas internacionales de series y películas, hacen un trabajo de promoción muy intenso y efectivo. Y al decir esto, aclaro, no estoy equiparando las experiencias y las implicancias entre las distintas prácticas culturales”.
Dujovne insiste con algo central que tiene que ver la capacidad de adaptación del destinatario, que no siempre es la misma, y analizar esa maleabilidad, esa “elasticidad”, es crucial para que la industria editorial continúa con vida. Y no se trata solamente de pensar este punto de forma unilateral, ya que el esquema actual arroja una verdad: la ecuación no le conviene a (casi) nadie. “Para una parte significativa del público el libro puede ser fácil y rápidamente reemplazado si su precio es percibido como demasiado elevado. En consecuencia, pensar que las distribuidoras y librerías se pueden beneficiar de aumentos constantes del precio de los libros cuando los salarios, al no ajustarse todos los meses, pierden poder adquisitivo, es tener una visión cortoplacista o, directamente, equivocada. Hoy, cuando un lector deja de comprar libros por algunos meses no solo estamos perdiendo una o dos ventas, sino también la posibilidad de que ese lector modifique de forma más duradera sus consumos y prácticas culturales. Si seguimos considerando que el libro tiene algún valor social y cultural, la lectura debe ser estimulada a través de distintas acciones públicas y privadas. Y el precio es, sin dudas, una de las variables a tener en cuenta”.
La cuestión tecnológica
Pensar la cuestión tecnológica significa alumbrar y analizar con minuciosidad los procedimientos fundamentales de la industria. Daniel Benchimol recuerda que “un 30% de los libros que se imprimen no se venden, con lo cual ahí hay un ajuste que se puede hacer entre la oferta y la demanda para tratar de achicar. Hoy hay tecnologías que permiten imprimir a menores escalas y con costos que empiezan a ser bastante más accesibles o similares a las escalas grandes. Creo que el sector debería fomentar el desarrollo de este tipo de tecnologías para tratar de buscar cómo abaratar el resto de los costos que están asociados a la producción del libro, a la distribución de los libros y tratar de desarrollar otras formas y modalidades de comercialización de libros”. Sobre este punto, Gabriela Adamo reflkexiona: “No puedo dejar de pensar en el libro digital. Hay toda una parte acá que es muy interesante sobre la circulación, los costos, la cuestión ecológica, etcétera, el libro que puede circular como PDF, con todos los pros y contras. Eso tiene que pensarse, más allá de lo que puede significar para la industria más tradicional, pero cuando uno lo mira desde el lado del lector ahí hay algo que está pasando, algo que es interesante”.
“Hoy, en el contexto tecnológico que tenemos —continúa Benchimol—, cualquier industria necesita diversificar sus formas de ingresos y sus modalidades de comercialización de productos. La industria del libro está parada y fortalecida sobre un único formato, el libro en papel, y sobre un único canal, la librería. En general, se aferra mucho a esta modalidad de comercialización, lo cual no está mal, pero en el contexto actual se necesita un replanteo serio y profundo. En principio, este problema que se presenta con el precio del papel y con la escasez de este insumo en realidad delata muchos otros problemas estructurales del sector más profundos que requieren mucho análisis, mucho debate y que las medidas políticas lo único que pueden llegar a hacer es paliar un poco la situación. Pocos recursos tienen los propios editores, el propio sector y el propio Gobierno para enfrentar este problema. Sí hay mucho para hacer en cuanto a replantearse las formas y las dinámicas en las cuales funciona el negocio y a pensar si efectivamente el 30 o 40 por ciento del costo de toda su producción tiene que estar basada en el insumo de papel. Porque lo que en realidad paga el lector no es papel, sino historias, conocimientos o ideas”.
Las respuestas estructurales
“Sin Estado no hay salida”, dicen los editores por lo bajo y por lo alto. También lo dicen un nutrido número de manuales de economía, pero sobre todo la historia: cuando el mercado se regula solo corre el riesgo, no de autodestruirse, sino de concentrarse en pequeñas manos y empobrecer sus productos. Ese punto es importante acá, porque el bien último es el libro: historias, conocimientos, ideas. ¿Qué soluciones aparecen? Gremmelspacher, práctico, habló de dos: “Tenemos diálogo con la Secretaria de Comercio, digamos que son empáticos, pero el resultado es que no hacen nada. Y no es la primera vez que no hacen nada. Desde la CAL creemos que un camino es que el Estado intervenga. El otro camino, en caso de que siga ausente, es hacer la denuncia en Defensoría de la Competencia. Lo que vivimos es Goliat contra David”. En este punto, Benchimol es pesimista: “No encuentro una solución en el corto plazo. Mi diálogo con el sector es tratar de entender que esto es parte del ecosistema, que difícilmente el precio del papel baje o se mantenga por cualquier medida política, que incluso va a seguir ascendiendo, tal vez no a los mismos niveles. Bajo esa dinámica tenemos que encontrar formas de producir los libros de una manera mucho más eficiente”.
“Este es un sector concentrado en pocas manos —analiza Daniel Benchimol— a nivel mundial que tiene mucho poder sobre el asunto y que deciden un poco a su antojo cuál es el precio que tiene el insumo. Desde mi punto de vista no hay una solución a corto plazo que se puede implementar, por más que es válido el reclamo de la Cámara Argentina del Libro, es totalmente lícito y es válido y está muy bien. Pero creo que hay poco en manos del gobierno nacional en términos de hacer algo. Tal vez presionar a las empresas productoras de papel locales, tratar de buscar salidas alternativas como para paliar un poco. En términos globales, la inflación va a impactar en el precio de los libros en todo el mundo, se está viendo: está aumentando en todos los mercados a niveles muy por arriba de la inflación y con dinámicas independientes. Es un commodity en donde quienes tienen más poder económico, como pueden ser los grandes grupos editoriales, tienen capacidad para stockear papel, comprar de manera anticipada y jugar un poco con estas cuestiones que pequeños proyectos editoriales se quedan con lo que hay en el mercado y decidiendo, en definitiva, si ajustan tiradas, si ajustan novedades”.
Para Alejandro Dujovne, “existen distintas alternativas para resolver el problema del stock y precio del papel para libros en Argentina. Sin embargo, como se trata de un problema estructural y de larga data, la clave está en avanzar en respuestas estructurales. Así, por ejemplo, si bien liberar la importación de esta clase de papel es una alternativa para ampliar la oferta y bajar los precios locales (que están por encima del mercado internacional), tanto la recurrente escasez de divisas como los intereses en juego nos muestran que se trata de una salida limitada. Otra alternativa, también coyuntural, son las compras públicas de papel. A través de ellas se podría favorecer a las editoriales que por su capacidad financiera y volumen de producción se ven más perjudicadas. Fuera de estos caminos, el Estado tiene la capacidad para ofrecer soluciones de fondo: desde incentivos y convenios con empresas que producen otros tipos de papeles pero tienen la capacidad para producir papel para libros, hasta la instalación de empresas que produzcan papel, no necesariamente la pasta que puede ser comprada a terceros. Cualquiera de estas opciones supone una comprensión del problema y de sus implicancias culturales y económicas, y, por supuesto, una clara voluntad política”.
Seguir leyendo