La increíble historia del falsificador de Vermeer que humilló al nazismo y se convirtió en héroe

Han van Meegeren fue el máximo copista de los grandes maestros neerlandeses y engañó hasta a Hermann Göring, comandante de la Luftwaffe y mayor apropiador de obras de arte robadas a las víctimas del Holocausto

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Han van Meegeren y "Jesús entre los doctores", también llamado "El joven Cristo en el templo" su falsificación final
Han van Meegeren y "Jesús entre los doctores", también llamado "El joven Cristo en el templo" su falsificación final

Este año se desarrollará, en el Rijksmuseum de Ámsterdam, la última gran retrospectiva de la obra de Johannes Vermeer, el gran pintor neerlandés del XVII, del que apenas se conservan una treintena de obras.

A fines de 2002, la National Gallery de Washington determinó que una pieza atribuida al artista era en realidad una obra de un colaborador de su entorno por lo que, Muchacha con flauta, que iba a ser parte la muestra fue descartada. Pero esta no fue la única pintura que los académicos creyeron que había nacido de la inspiración del autor de La joven de la perla, ya que a principios del siglo XX un pintor, también neerlandés, llevó adelante un plan sistemático de falsificaciones a modo de revancha hacia todos esos estudiosos y críticos que preferían a las vanguardias por sobre los clásicos. Esta es la historia de Han van Meegeren, el hombre que ridiculizó al mundo del arte y engañó a Hermann Göring, el jerarca nazi que tuvo la colección privada de arte (expoliado) más grande durante la Segunda Guerra.

Van Meegeren (1889 – 1947) fue un artista de una técnica exquisita, con una mano digna de los grandes maestros del Siglo de Oro neerlandés, y si bien había tenido algunas buenas críticas, se lo recuerda por haber poblado el mundo de obras inspiradas en aquellos artistas maravillosos del barroco y por haber realizado algunas obras perfectas (otras no tanto) que aún hoy, a más de 70 años después de su muerte, todavía despiertan discuciones sobre la verdadera procedencia de cuadros que habitan en colecciones y museos. ¿Son todos los Vermeer que conocemos hoy legítimos?

Han van Meegeren pintando "Jesús entre los doctores" (Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)
Han van Meegeren pintando "Jesús entre los doctores" (Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)

Este es un relato sobre un pintor olvidado que, movido por el rencor que el rechazo había anidado en su corazón desde su infancia, se burló de los pomposos especialistas, de los dueños de la verdad histórica y que, sin querer, planteó interrogantes que -según a quién se le pregunte- tienen diferentes respuestas: ¿importa realmente quién hizo la obra si esta puede llegar a conmocionarnos?, ¿tiene dueño la belleza?, ¿solo los grandes nombres puede realizar gran arte? y, quizá la más importante, ¿a quién le pertenece el arte?

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Nace un falsificador

Cuenta Marie-Louise Doudart de la Gree, quien escribió tres libros en torno a la figura de van Meegeren, que el pequeño Han deseaba ser artista, pero ya desde sus primeros años se encontró con la desaprobación de su padre, un profesor de francés e historia, quien a modo de socavar sus intenciones lo hacía escribir en un cuaderno: “No sé nada, no soy nada, no soy capaz de nada”.

No pudo su padre, sin embargo, evitar que el adolescente Hans construyera una amistad con Willem Korteling, hijo de Bartus Korteling, un pintor pero sobre todo un profesor bastante particular de Deventer que rechazaba al impresionismo y las vanguardias, y que era un especialista en los pintores de la Edad de Oro, a tal punto que cuenta la leyenda que durante un paseo en bicicleta por el campo descubrió una tabla de madera pintada en el establecimiento de un productor de manzanas y que supo, a pesar del mal estado de la misma, reconocer una obra de Gerard ter Borch.

"La última cena I" (1939) al estilo Vermeer, expuesta en una feria de antigüedades de 1984
"La última cena I" (1939) al estilo Vermeer, expuesta en una feria de antigüedades de 1984

El aprendiz de artista había encontrado una figura paterna que le enseñó las bases del oficio, y en entrevistas muy, muy posteriores, aceptó que la influencia de Korteling en su obra había sido fundamental. Así, el maestro le reveló los primeros secretos de aquellos creadores que admiraba, el importante valor simbólico de los objetos, como también lo educó en el uso de algunos materiales de otrora, desde la creación de colores, las mezclas, al tipo de bastidores. Así, Han van Meegeren nació como un pintor del pasado, un artista que habitaba en un limbo romantizado y que, por lo tanto, cuando lanzó su carrera no fue tomado en serio por académicos y colegas.

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Pero el destino es curioso. A veces más de una vez. Y parece, de manera caprichosa, querer derrumbar aquello que el hombre planifica o direccionar hacia aquello que se desea. O, como sucedió en este caso, ambas cosas. Van Meegeren padre se negó a pagar los estudios de arte del tercero de sus cinco hijos y en cambio lo obligó a realizar la carrera de arquitectura, mucho más importante, mucho más promisoria. Y el joven, muy a su pesar, marchó hacia el Colegio Técnico de Delft. Sí, Delft, la ciudad de Vermeer.

El siglo XX todavía no había cumplido una década, y a Hans se le abría la oportunidad de tomar clases, sin notificar a su padre, de dibujo y pintura. Astuto, nunca abandonó su carrera y fue uno de los estudiantes más notables al punto de diseñar la casa para el club de remo de Delft, que aún se mantiene en pie, pero llegado los últimos momentos de la carrera tomó una decisión trascendental: nunca hizo el examen final, por lo que oficialmente no podía trabajar de arquitecto. Había comenzado, sin saberlo, un camino de grandes engaños.

 Casa para el club de remo de Delft
Casa para el club de remo de Delft

Cómo mixturar arte con arquitectura y así cumplir tanto el mandato como el deseo propio. La respuesta la encontró en un prestigioso concurso quinquenal realizado por la Universidad Técnica de Delft, que lo llevó a ganar la Medalla de Oro por su estudio del interior de la Iglesia de Laurenskerk, en Rotterdam. ¿Y ahora qué?

Göring, al sádico coleccionista ladrón del nazismo

Hermann Göring fue un político, comandante de la Luftwaffe, la aviación alemana, y criminal de guerra nazi que se suicidó antes de ser ejecutado tras los juicios de Nüremberg.

Durante la Segunda Guerra fue, además, el coleccionista de arte más importante del nazismo, incluso por sobre Adolf Hitler, comprando colecciones enteras por precios ridículos o directamente quedándose con piezas que fueron parte del gran expolio de arte alemán.

Adolf Hitlery Hermann Göring (Corbis via Getty Images)
Adolf Hitlery Hermann Göring (Corbis via Getty Images)

Un poco de contexto. El nazismo tomó el ejemplo de la Francia napoleónica y a sus avances de destrucción, muerte y odio le sumó el robo sistemático de obras de arte de museos y colecciones. El 26 de junio de 1939, Hitler promulgó la directriz oficial por la que pretendía obtener obras para su proyecto secreto del Museo de Linz, que se convertiría en el más grande del mundo.

Eran los inicios de la guerra y el Tercer Reich todavía no había mostrado el mundo sus verdaderas intenciones. Entonces, buscando mantener al margen a la opinión extranjera había lanzado una serie de medidas que, a priori, parecían querer proteger el patrimonio artístico de los países conquistados. En aquellos tiempos la cuestión patrimonial ya era parte de la discución global tras los destrozos de la Gran Guerra: el gran arte era eterno y debía protegerse durante las contiendas bélicas.

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Así que entre sus primeras medidas el Führer empezó por el eslabón más débil, el privado, y así mandó incautar los bienes de los enemigos del Reich, sin importar la etnia o pensamiento político, como a comprar la obra, a buenos precios, de aquellos a los que no se les podía incautar. Esto le servía también como estrategia de negociación de un futuro armisticio, herramienta que también había aprendido de Napoleón.

Para 1940 se creó la división Personal Operativo Rosemberg (ERR), al mando de Alfred Rosemberg, que ordenó requisar todas las bibliotecas en busca de documentos que fueran valiosos para Alemania. Como el procedimiento fue exitoso, se extendió a las obras de arte y se desarrolló el Informe Kümmel, un trabajo de divisiones de historiadores del arte y arqueólogos, que realizaron inventarios de todas las posesiones artísticas de los países europeos. De todos los países europeos. Así, decían, el patrimonio del mundo no correría riesgos.

Algunas de las obras maestras recuperadas del nazismo luego de la Segunda Guerra (Getty Images)
Algunas de las obras maestras recuperadas del nazismo luego de la Segunda Guerra (Getty Images)

La guerra creció y ya no se necesitó guardar apariencias. Solo por poner un ejemplo, en Francia, entre 1940 y 1944, se enviaron a Alemania 29 cargamentos en 137 camiones, que llevaron 4174 arcones llenos de piezas, y hasta 1942 se enviaron 40 mil toneladas de muebles antiguos. Pero, por supuesto, luego la Historia demostró que detrás del expolio hubo otro expolio, principalmente por parte de Hitler y Göring, quienes retiraron obras para sus colecciones privadas, lo que generó disputas internas entre ambos.

Hitler ordenaba que todo fuera transportado hacia a Alemania, pero Göring se las ingeniaba una y otra vez para visitar, sin aviso, lo que se había robado y elegía las piezas que deseaba. En el ‘40, Göring amplió el poder de la ERR y les permitió apoderarse de obras “sin dueño”, esto apuntaba directamente a las familias judías, ya que no se los consideraba ciudadanos.

Para julio del ‘44, el Informe Rosemberg estaba compuesto por 39 volúmenes (con 2500 fotos que documentaban un total de 21903 obras saqueadas, entre ellas más de 5 mil pinturas, acuarelas y dibujos). Por supuesto, en esa lista, no ingresaban las “adquisiciones” de Hitler y Göring, que llegó a incautar 700 piezas para la colección que disfrutaba en su finca Carinhall, situada a las afuera de Berlín, llamada así en honor a Karin, su primera esposa, fallecida en el ‘31.

Vermeer, Dirck van Baburen y Hals, según van Meegeren
Vermeer, Dirck van Baburen y Hals, según van Meegeren

Eso sí, el dictador y su lacayo tenían gustos en común y otros en que se distanciaban. Hitler, pintor frustrado, era un amante del ideal estético teutón y de los paisajes abiertos, de las viejas tradiciones greco-romanas como del arte hasta el siglo XVIII y de los contemporáneos que recuperaban el cuerpo renacentista.

Por eso, aquello del Arte Degenerado, la infame muestra en que se presentaron obras de Beckmann, Chagall, Dix, Ernst, Grosz, Kandinsky y Kirchner, entre muchos otros, pésimamente iluminadas, torcidas, curadas con lemas como “Manifestaciones de la religiosidad alemana por la prensa artística judía”, “El trasfondo político de la degenaración artística”, “Idiotas, cretinos y paralíticos” o “La locura más absoluta”. Mientras que en simultáneo se llevó adelante una expo en la majestuosa Casa del Arte Alemán, considerada el primer gran proyecto arquitectónico realizado como propaganda del Tercer Reich, donde se presentó por ejemplo a Adolf Ziegler, entonces el presidente de la cámara de bellas artes de Alemania y artista preferido de Hitler.

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Durante la Entartete Kunst se presentaron 600 obras entre dibujos, pinturas y esculturas de 112 creadores, muchas de ellas vendidas para financiar la guerra, otras tuvieron menos suerte y para 1939, 1.004 pinturas y 3.825 grabados fueron a la hoguera.

Pared de la muestra de "Arte Degenerado"
Pared de la muestra de "Arte Degenerado"

Göring tenía un gusto más sofisticado que Hitler, hay que decirlo, y creía que el arte moderno tenía grandes artistas y por eso pudo, para su propio disfrute, quedarse con obras que de otra manera hubieran sido destruidas, aunque sentía una admiración más profunda por clásicos del siglo XVI como Lucas Cranach el viejo, al que se consideraba el máximo exponente del arte teutónico, y de quien llegó a poseer 60 cuadros.

El art dealer y el ladrón estafado

A la conexión entre Göring y el falsificador van Meegeren le falta una pata: Alois Miedl, banquero alemán devenido en marchante de arte neerlandés que durante el nazismo se especializó en comprar a módicos precios colecciones de arte y mobiliarios a las familias judías con la promesa de protegerlos de la Gestapo, promesa que cumplió en poquísimas oportunidades.

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Hombre de confianza de Göring, Miedl fue una partícipe necesario de la colección que el militar resguardaba en Carinhall, ya que fue el encargado de venderle obras como Dos filósofos de Rembrandt y otras de Salomon van Ruysdael, Hans Memling, Cranach el Viejo, Gerard ter Borch, Jacopo del Casentino y Frans Hals.

"Cristo con la adúltera"
"Cristo con la adúltera"

Y sí, también la apócrifa Cristo con la adúltera, adquirida en el ‘42 a van Meegeren como un Vermeer por 1,65 millones de florines holandeses y que luego pasó a Göring a cambio de una suma de dinero nunca revelada y otras 150 pinturas saqueadas, entre ellas impresionistas y postimpresionistas, siendo 54 de ellas originalmente de la colección de Jacques Goudstikker, dealer neerlandés que debió vender de manera forzada más de 1100 piezas a Göring y que, en el tiempo, se convirtió en el mayor reclamo de restitución de arte saqueado.

Van Meegeren había realizado el Cristo con la adúltera apenas dos años antes de su venta, pero no era la primera obra que hacía con un espíritu copista. En sus inicios su estilo era el de recuperar la obra de aquellos artistas y realizó obras al mejor estilo de Frans Hals, pero los críticos lo menospreciaron, apreciaron su técnica, pero lo trataban peyorativamente por no estar dentro de las vanguardias, por su falta de originalidad. Era un buen y aburrido artista.

En una publicación autofinanciada, De Kemphaan (1928-1930), van Meegeren contraatacó con escritos incendiarios en los que denunciaba que el sistema del arte era manejado por judíos, que lo modenro era “arte-bolchevismo” y que aquellos que gustaban de estas obras eran una “banda viscosa de odiadores de mujeres y amantes de los negros”, entre otras frases.

Una obra al estilo Franz Hals
Una obra al estilo Franz Hals

Movido por el resentimiento, comenzó su plan maestro: ya no haría obras que rescatasen esa estética, sino que directamente humillaría a esos críticos realizando piezas que no pudieran diferenciar de los autores originales. Logró que un experto en Rembrandt analizara dos de sus nuevas-viejas obras de Vermeer recientemente aparecida: Paisaje (de Delft) y Hombre y mujer en una espineta. De la primera, no tuvo dudas en calificarla de falsa, mientras que sobre la segunda dijo que no solo era auténtica, sino también “una de las mejores joyas de la obra del maestro”.

Con el dinero de la venta de Hombre y mujer.... a un empresario se mudó a Francia, lejos del radar de todos, y allí entre 1932 y 1937, produjo piezas de Hals, de Hooch, ter Borch y varios Vermeer, quien en las primeras décadas de aquel siglo comenzaba a ser valorado y que, debido a que pocas obras habían sobrevivido a ese ostracismo, era muy valorizado.

Compró lienzos auténticos del siglo XVII y mezcló sus propias pinturas a partir de lapislázuli, albayalde, índigo y cinabrio, utilizó fórmulas antiguas y creó sus propios pinceles de pelo de tejón similares a los que utilizaba Vermeer.

¿Cuál de estas obras es en auténtico Vermeer? Spolier alert: ninguna. En el centro, "Hombre y mujer en una espineta"
¿Cuál de estas obras es en auténtico Vermeer? Spolier alert: ninguna. En el centro, "Hombre y mujer en una espineta"

Creó un sistema de envejecimiento con fenol formaldehído (baquelita) para que tuvieran la dureza de una obra de tres siglos de antigüedad, y horneaba las piezas de 100 °C a 120 °C para endurecer la pintura y luego las hacía pasar por un cilindro para que apareciera el craquelado que, finalmente, lavaba con tinta china negra para rellenar los espacios en blanco de las grietas.

En el ‘36, tras volver de los Juegos Olímpicos de Berlín, pintó La cena de Emaús, uno de sus engaños más célebres. Era una versión de la misma escena que había realizado Caravaggio, por lo que los expertos asumieron que el maestro neerlandés había, como se creía, viajado por Italia.

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El mejor engaño es aquel que nos hace convencernos de nuestras propias creencias. Alimentar el ego de los expertos, en ese sentido, fue esencial. Se lo dio a un amigo, éste a un experto que lo sometió a las pruebas de entonces y al pasarlas todas surgía una nueva “obra maestra de Johannes Vermeer”.

"La cena de Emaús"
"La cena de Emaús"

La obra fue adquirida por una fortuna y donada a un museo de Rotterdam, exhibida con honores y hasta opacó, en las reseñas de época, a obras de Rembrandt y Grünewald en una exposición de grandes maestros neerlandeses en honor a la reina Guillermina.

Luego vivió en Niza y regresó a los Países Bajos y las falsificaciones no pararon: La cabeza de Cristo, La última cena I y II, La bendición de Jacob, Cristo con la adúltera y El lavatorio de los pies, todos éxitos que le dieron ganancias por más de USD 25 millones actuales y que el artista, embriagado por el sabor de la revancha, utilizó para darse una vida de lujos, comprando propiedades, joyas, e incluso obras de arte verdaderas de maestros para poder copiar su estilo en directo.

Con la ocupación alemana, uno de sus agentes vendió Cristo con la adúltera a Miedl. La obra no era buena, los biógrafos de van Meegeren lo atribuyen a que su estado de salud era pésimo debido a los excesos de alcohol, su adicción a la morfina y otros vicios. Sin embargo, el deseo del coleccionista, ese motor invisible por pertenecer, por ser propietario de algo único, hizo que las alarmas no sonaran.

De traidor a héroe nacional

Finalizada la guerra, el escuadrón de Aliados encargado de recuperar las obras expoliadas comenzó la caza que el nazismo se había llevado como los de la colección de Göring. En la película Operación Monumento, dirigida y protagonizada por George Clooney, se recrea esta historia con bastantes licencias, ya que por ejemplo allí se expone como que este equipo, las Aguilas Chillonas, encontró la colección del jerarca nazi en la mina de sal de Altaussee, Austria, que había sido modificada para proteger los tesoros que iba a formar parte del museo que soñaba el Führer.

Trailer de "Operación Monumento", de George Clooney

En cambio, cuando Göring vio la derrota como inevitable diseminó su colección por distintas propiedades con el objetivo de recuperarlas en algún momento poniéndolas a la salvaguarda del saqueo ruso, que tuvo un espíritu similar al alemán, y huyó con sus seis pinturas favoritas, varias de Hans Memling, una de Van der Weyden y, por supuesto, el Cristo con la mujer adúltera, el falso Vermeer.

El banquero-marchand Miedl fue detenido e interrogado y apuntó directamente hacia van Meegeren, quien también fue arrestado, acusado de fraude y de colaborador nazi. Enviado a prisión, con la pena de muerte rondando en su cabeza, llegó el momento del juicio donde confesó ser un falsificador de los grandes maestros.

Difícil de creer era que este hombre enfermo, adicto, pudiese imitar la mano de genios de la pintura así que van Meegeren instruyó a los jueces que lo llevaran frente a las herramientas necesaris para realizar en vivo su última falsificación, su último Vermeer. Y así lo hizo entre julio y diciembre de 1945 frente a la prensa y testigos realizó Jesús entre los doctores o Cristo joven en el templo.

Fotografías de "Jesús entre los doctores" y del juicio a van Meeregen, donde se observan sus falsificaciones desplegadas en la sala
Fotografías de "Jesús entre los doctores" y del juicio a van Meeregen, donde se observan sus falsificaciones desplegadas en la sala

Luego, durante dos años, conservadores, profesores y doctores de los Países Bajos, Bélgica e Inglaterra analizaron el cuadro y la obra que van Meegeren decía haber creado. La historia del falsificador que había engañado a Göring se hizo popular en los medios y su figura de artista por primera vez reconocida. En tiempos aciagos surgía de la absoluta oscuridad un ídolo popular.

Sentenciado a una pena de un año de prisión, el artista pudo ver cómo su fama traspasaba fronteras, pero no lo pudo disfrutar ya que a los pocos días sufrió dos ataques al corazón y murió en diciembre de 1947 a los 58 años. Su pueblo, Deventer, recibió con orgullo los restos del genio que nunca fue, del hombre que engañó al mundo del arte rescatando el espíritu del Siglo de Oro y que, sobre todo, ridiculizó a uno de sus más crueles invasores.

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