¿Quién no conoce a Alicia (la del país de las maravillas)? Alicia es parte del imaginario colectivo. Charly García juega con ella en una canción de Serú Girán del 80 en la que menciona los trabalenguas y juegos de palabras –propios del libro original de Lewis Carroll– para hablar de lo prohibido –la dictadura–. También Disney y Tim Burton –con propuestas notoriamente diferentes, más allá de la obvia diferencia dibujo animado / live action– se dieron el lujo de llevar a cabo sus propias adaptaciones de este clásico.
Es un hecho evidente, notorio, que Alicia y su universo cautivan. La pregunta que sigue a continuación es a quién (o quiénes, entendido como el público receptor/lector), y, finalmente, por qué, de una manera u otra, sigue vigente.
A la hora de armar esta nota, que tenía como única premisa conocer qué valor o qué significaba Alicia para cada quién de las consultadas y el porqué de su vigencia (a la fecha de la salida de esta nota, acaba de ser editada una nueva versión ilustrada para las infancias por Valeria Docampo, en unaluna), surgieron nuevas preguntas a partir de las respuestas, lo que transformó la punta de un ovillo en un entramado del cual poder tirar y tirar hilos.
Traducción, alegorías, juegos con el lenguaje, personajes (reales y no), crecer, imaginar, son los puntos coincidentes en casi todos los testimonios recogidos para esta nota. El valor de la calidad de las traducciones es fundamental no solo para la comprensión lectora, sino, además, para apreciar el atractivo de un texto en general y de Alicia en particular.
No está exento, por supuesto, el gusto personal, y su manifestación no le resta mérito, más bien todo lo contrario, aporta al mosaico de opiniones entramadas en esta nota para dar cuenta, finalmente, de la vigencia de Alicia más allá de los discursos cancelatorios y de las producciones audiovisuales. A continuación, algunas ideas vertidas por Cecilia Bona, Carola Martínez Arroyo, Daniela Azulay, Julia Coria y Flavia Pittella en diálogo con Infobae Cultura.
Juegos del lenguaje
Cecilia Bona, creadora de contenido y quien está detrás de Porqueleerok, es la encargada de poner en contexto lo que es conocido por todos: quién era Alicia –porque vale aclarar que Lewis Carroll, seudónimo del profesor de matemáticas y diácono de la Christ Church Charles Lutwidge Dodgson, su autor, no escondió el nombre de a quién fue dedicado, su joven amiga Alice Liddell–, las controversias en torno a esta obra y otros datos en torno a ella.
“Alicia en el país de las maravillas es un libro que no fue escrito con ese nombre”, cuenta, “primero se llamaba Las aventuras de Alicia en el mundo subterráneo, y fue escrito en 1862 y salió publicado en el 65. Menciono la fecha de creación porque era la época de una literatura que se conoce como literatura victoriana, los libros que se escribían para niños eran libros con un contenido moral, con órdenes sobre qué se tenía que hacer. Era como la preparación para un buen adulto del mañana, entonces todo lo que se escribía para niños era, en realidad, una literatura para darles lecciones. Y el primero, si se quiere, que cambia esto es Lewis Carroll, porque les dedicó ese libro a unas niñas que eran sus amigas, entre ellas estaba Alice Liddell –que podríamos decir que es la verdadera Alicia en el país de las maravillas– y él quería entretenerlas, no educarlas, no bajarles data, y de ahí surge todo lo que conocemos como la revolución de la literatura de la era victoriana. Ya lejos de lo que se escribía en ese momento, muchas otras personas utilizaron los recursos de Lewis Carroll para escribir”.
A lo que Bona se refiere, seguramente, es a lo que define como “el mayor legado de Lewis Carroll”, que es la divulgación del non sense o el sin sentido, el disparate, que tiene que ver con hacer juegos con el lenguaje. A Carroll se le adjudica la creación de las palabras-maleta, o portmanteau. Bona subraya: ”No solamente juegos de palabras, sino juegos con las palabras: utilizar en el medio de una oración una palabra que no va ahí, pero sí va por la forma como suena o hacerse preguntas solamente porque generan controversia”.
Es interesante señalar que de las voces consultadas para esta nota, cuatro de cinco destacan que uno de los valores más significativos de esta obra está en la forma del texto, no solo en lo dicho –que ya de por sí guarda mucho por analizar– sino en la manera en que es expresada. Carola Martínez Arroyo, especialista en literatura para las infancias, referente en seleccionar materiales para ellas, escritora y editora, comparte una anécdota familiar al respecto: “Pienso, por ejemplo, en un momento en que en unas vacaciones con mis crías leímos Alicia a través del espejo, y era increíble, también era una muy buena traducción. Era la traducción de De la Flor, entonces tenía como juegos con el lenguaje que permitían jugar a la medida que uno lo iba leyendo”.
Para Daniela Azulay, otra referente y especialista en LIJ y periodista de Infobae Cultura, la particularidad de los juegos del lenguaje, que apelan a infancias despiertas y abiertas a utilizar las palabras fuera de contexto, es lo que hace que Alicia sea tan interesante, tan de vanguardia: “Nunca terminás de encontrar todos los misterios que encierra, como que hay un ingenio, un juego de palabras, un jugar con el sinsentido, pero al mismo tiempo los diálogos son imperdibles, hay algo en el tono, además del sin sentido, de la búsqueda del juego de palabras y del ingenio”.
Y esa frase desliza lo que Flavia Pittella, periodista, escritora y traductora, además de una gran coleccionista de Alicias, termina de definir: “A mí Alicia me voló la cabeza cuando empecé a estudiar más en profundidad inglés en la facultad, y me terminó de cerrar todo el tema de la importancia de la fonética, digamos, de cómo las palabras se conforman en inglés y se pronuncian de la misma manera para significar cosas diferentes, y eso hace que se genere el famoso pan, el play on words, el juego de palabras, Alicia es un juego de palabras. Entonces, inmediatamente, lo que me pasó después fue que cuando fui avanzando en la carrera y llegué al momento de traducción literaria, le dediqué mucho tiempo al estudio de más de veinte traducciones que tengo en mi casa (o un poco más, también) que hacen que –siempre digo lo mismo– haya gente que diga que amó a Alicia y gente que diga que no entiende por qué es tan famosa”.
Y esta última idea no es un detalle menor, porque la posibilidad de amar a Alicia u odiarla radica en algo mencionado también por Martínez Arroyo, que es la cuestión de la traducción. Por la materialidad misma de este texto, una mala traducción no solo atenta contra el contenido, sino, además, contra su comprensión. El humor, tan presente en los disparatados diálogos entre Alicia y los personajes con los que se cruza en el mundo subterráneo, pueden perder efectividad en “selecciones y traducciones que no están hechas con mucha pericia”, al decir de Martínez Arroyo.
“Una traducción mala de Alicia hace que sea inentendible de qué se trata, y una buena traducción de Alicia hace que disfrutes precisamente del festival de juegos de palabras que generan los malos entendidos. Hay un ejemplo que es muy clásico y muy hermoso. Alicia está hablando con un ratón y le pregunta por qué es que el ratón odia a los gatos y a los perros, y el ratón le contesta en inglés: “Mine is a long and a sad tale!”, “La mía es una triste y larga historia” –está escrito como historia (tale), pero Alicia entiende tail (que es cola)–, entonces lo mira, le mira la cola, y le dice: “Entiendo que sea larga, pero ¿por qué es triste?”. Bueno, hay traducciones que logran rescatar este juego de palabras, entonces, en una, por ejemplo, el ratón dice “La mía es una historia muy triste y trae mucha cola” o “La mía es una larga y triste historia y trae mucha cola”, entonces Alicia le mira la cola y dice “Entiendo que sea larga, pero ¿por qué es triste?”. Hay otras traducciones en las que el ratón dice “La mía es una larga y triste historia” [literal], y Alicia dice, mirando la cola, “Entiendo que sea larga, pero ¿por qué es triste?, entonces el lector ahí se pierde absolutamente todo el juego de palabras, que es lo único que te causa gracia en Alicia”, sentencia Pittella en una frase arrolladora que visibiliza lo terminante que puede ser quedar fuera por no entender.
Alicia, infancia y adolescencia
Daniela Azulay considera que ambas obras, Alicia en el país de las maravillas y Alicia en el país del espejo, son “unos libros inagotables”, que pueden brindar siempre más de sí. Es por eso que los ha utilizado en talleres que ha realizado con niños y adolescentes, y reconoce encontrar en la obra que “hay algo con el espacio y el tiempo de la infancia que capta ese momento de juego en que niños y niñas están ahí y arman su propio universo”. Rescata, en torno al juego, además, lo que sucede con Alicia en torno al ridículo –achicarse, agrandarse– y lo que pasa con el miedo, que se corre de lugar: ”el poco miedo a que pasen cosas, que mucho tiempo después fueron censuradas, por ejemplo a que le corten la cabeza, algo que era impensable en libros para niños, sin embargo, ahí está. Como que no hay ningún lugar para lo políticamente correcto, y me encanta eso”, señala.
Sin embargo Carola deja en claro que no es un libro que hoy esté circulando entre niños y niñas, sino, más bien entre adultos, primero, señala, porque no se encuentra a disposición en todos lados, no forma parte de planes lectores. “Si se lee, se leen pequeños fragmentos o pequeñas partecitas que los adultos y los adultas, los maestros y las maestras, eligen especialmente como para darla a conocer, pero es un libro que cuando lo leés en un contexto mediado tiene muchísima potencia”. Otra cuestión justamente es la extensión, “que es bastante incómoda si uno lo quiere leer en la escuela”.
Tanto Pittella como Martínez Arroyo y Azulay le reconocen un potencial en el lugar reservado a las preguntas en torno a crecer, a pasar al otro lado, a no ser más los mismos. Y en sentido, también, es un texto potente con varios hilos para tirar y preguntarse. Según Flavia, “hay un montón de cosas que tienen que ver con el tiempo y con las decisiones de vida, que son más filosóficos, que son maravillosos. Hay un momento en que Alicia dice ‘Yo ya no sé quién soy’, porque está creciendo, entonces también se considera Alicia como un rito de pasaje entre la niñez y la adolescencia. Ella ya no sabe quién es porque claramente no sabe quién es porque está creciendo. Es muy bonito: ella entra al país de las maravillas siendo una y sale siendo otra”.
Carola Martínez Arroyo coincide con Pittella, y cree que es un libro que si se lo acerca especialmente a los adolescentes, puede permitirles pensar acerca de cómo es crecer, “cómo es esta sensación que tiene Alicia de hacerse grande y después hacerse pequeñita”.
Los personajes de Alicia
La escritora Julia Coria –La hora primitiva, Todo nos sale bien, entre otros– encuentra en la niña un reflejo de su personalidad, y es por eso que le es atractivo este libro. “Yo siempre me sentí muy interpelada por ese personaje, porque no sé si esta es la intención del libro, pero yo soy muy de la que vuela una mosca y me voy atrás. Me voy atrás, lejos, muy lejos. Me voy atrás y me resulta muy fácil encontrar estímulos para adentrarme en la fantasía. Yo tengo un gran sentido práctico, pero a la vez convive con una facilidad muy grande para eso, para irme y estar en otra parte, y despegarme de la realidad con mucha facilidad. Esa es mi relación con Alicia, digamos. Alicia me parece una reivindicación de la fantasía. A mí Alicia siempre me pegó por ahí”.
Retomando la idea del crecimiento, de la transformación, Martínez Arroyo, dice que “cada uno de los personajes es, o no, una parte de lo que significa ir haciéndose más grande”. Pittella considera que hay una crítica a la educación victoriana por parte de Carroll, que escribía desde Oxford, él “pinta muchos de los personajes que reflejan a ciertos docentes, profesores de Oxford, que es donde él escribe, y se está burlando un poco de eso. Alicia todo el tiempo dice que ella sabe mucho, y siempre saca a pasear su conocimiento enciclopédico que, por supuesto, en el País de las Maravillas no le sirve para nada, porque es el mundo al revés, es el mundo del revés de María Elena Walsh. Y también es eso, una crítica al sistema más enciclopedista de la educación victoriana, que era lo que estaba vigente en esa época”.
Finalmente, Daniela Azulay sintetiza que cada uno de los personajes son inolvidables porque evidencian, con sus argumentos y acciones, muchas situaciones actuales que podrían analizarse, filosóficamente –diría Pittella–, a la luz de Alicia.
Alicia cancelada
Como menciona Bona al inicio, esta obra es, sin embargo, una pieza dedicada por un joven a su “joven amiga pequeña”, y esto, en plena era de la cancelación, podría llevarse puesta a Alicia (y a Carroll, claro). Carola Martínez Arroyo se pregunta cuánto de esta no circulación tendrá que ver con el contexto de producción, con este Lewis Carroll que es acusado de pedofilia y esta Alicia objeto sexual. “Pero yo no estoy tan convencida de que eso se vea reflejado en el libro”.
Recuerda una clase de una profesora –al igual que quien esta nota escribe–, del postítulo que se da en la Universidad de San Martín que combatía a capa y espada esta idea de ir contra Alicia. “Y la realidad es que con tanta censura no veo esa posibilidad ahora, porque me da la impresión de que no logramos hacer esa separación entre autor y obra”, concluye Martínez Arroyo.
Cecilia Bona, por su parte, considera que parte del “fenómeno” en torno a esta novela radique, tal vez, justamente, en la controversia (¿morbo, tal vez?) que esta duda suscita. Sin embargo, las acusaciones, incomprobables, contra Carroll nunca fueron demostradas, y hasta la misma bisnieta de Alice Liddell, Vanessa Tait, en su novela histórica La casa del espejo –que tiene a ambos como personajes– no es clara sobre el tema. Sin embargo es clara sobre la idea de que Alicia, junto con las obras de Shakespeare y la Biblia, son las obras más citadas de la literatura.
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