Exactamente cien años atrás, en una fecha como la de hoy, nacía Landrú, uno de los grandes maestros del humor gráfico en la Argentina. El país era sin dudas otro en 1923, sin embargo muchos de los personajes a los que les dio vida en diarios y revistas lucen todavía actuales. La influencia de su genio, su particular manejo del absurdo y del humor político y social, pueden rastrearse hasta nuestros días en productos tan disímiles y opuestos como la revista Barcelona o Gaturro, de Nik, y más especialmente en el ingenio de humoristas como Diego Parés o Esteban Podetti. Aunque el idioma de los argentinos y las propias costumbres fueron desde siempre una fuente de humor popular, Landrú los convirtió en la materia prima de su trabajo con una gracia inigualable, dejando para la posteridad un rico testimonio de la evolución del habla común y de la permanencia de ciertos tipos sociales a lo largo del tiempo. Fue, como lo definió María Moreno, “un semiólogo espontáneo de la vida social de varias décadas”.
Nacido en el seno de una familia tradicional procedente de Tucumán, Juan Carlos Colombres (tal su nombre ordinario) demostró desde chico en el aula su habilidad para el dibujo y una sensibilidad temprana para el juego con el lenguaje. “Hasta escribí una Biblia, cuando estaba en segundo año del nacional, se llamaba ‘Génesis Novísimo’. Era una teoría de la formación del mundo, el primer hombre no era Adán sino Borié, tenía el cuerpo invisible y el alma material. El alma era una barra de chocolate, se la comió y se hizo visible. Se casó con un palo borracho y tuvieron muchos hijos de los que descendió la humanidad”, le dijo a Norah Cooke en una entrevista.
Tras estudiar dos años de arquitectura, Colombres trabajó en la Aeronáutica y luego en un juzgado de instrucción en lo criminal en Tribunales, donde prestaba declaración a los detenidos. Un día lo obligaron a afiliarse a un partido político y pidió licencia por unos meses. Fue el punto de inflexión para ir en busca de su verdadera profesión. Llevó una carpeta con sus dibujos a Lino Palacios, director de la revista Don Fulgencio, y a la semana salieron publicados sus chistes. Así comenzó una larga serie de colaboraciones para una decena de publicaciones como Rico Tipo, El Hogar, Cascabel, Leoplán y Mundo Argentino, con las que ganaba más de lo que le pagaban en Tribunales.
A mediados de los 50, en aras de dar una buena imagen, la Revolución Libertadora abrió un período paradójico de aparente libre juego en la opinión pública. Landrú le acercó a Divito, el director de Rico Tipo, una propuesta para lanzar un suplemento de humor político que no fue aceptada. Así fue como fundó con la ayuda de amigos, en 1957, el semanario político Tía Vicenta. “Quise hacer una revista disparatada, sin secciones fijas, en que cada número fuera una sorpresa. Nadie era dueño de su página, era redacción abierta, cualquier escritor o dibujante de cualquier tendencia política era aceptado, mientras no hiciera nada insultante y siguiera la línea de la revista”, le dijo a Cooke sobre su emblemática invención.
Por las páginas de Tía Vicenta desfilaron representantes de toda la clase política argentina sin distinción. La misma heterogeneidad se advertía en los creadores de sus viñetas: pasaron por sus filas las inventivas plumas de Faruk, Quino, Oski, Siulnas, Oscar Grillo, Carlos Basurto, Miguel Brascó, Carlos Garaycochea, Hermenegildo Sábat, César Bruto y Copi, entre otros. También colaboraron humoristas como Miguel Gila, Aldo Cammarota, Juan Verdaguer o Tato Bores, a quien luego le escribiría los guiones de su programa; los periodistas Roberto Maidana, Julio Lagos, Rogelio García Lupo, y escritores como María Elena Walsh, Dalmiro Sáenz o Conrado Nalé Roxlo.
Tía Vicenta seguía una vieja tradición del humor gráfico argentino afín a la caricatura política basada en la exageración y la síntesis y a la costumbre de ponerles sobrenombres de animales a los políticos. Pero las formas de llevar a cabo ese humor fueron novedosas para la época, con un estilo paródico conciso que jugaba con todos los formatos periodísticos, desde el artículo editorial al horóscopo y los tics de otras revistas contemporáneas. Algunas de sus influencias provenían del estilo despojado con que dibujaba sus tiras el rumano Saul Steinberg en la revista satírica italiana Bertoldo y los chistes de la publicación española La codorniz. Ambas esquivaban la censura en sus respectivos países gracias a su humor surrealista.
Aunque delicada y sutil, Tía Vicenta también destacaba por su contundencia gráfica, que no pasaba inadvertida. En 1966, a raíz de una tapa en la que Landrú caracterizaba a Onganía como una morsa con bigotes, la revista fue clausurada. Por entonces salía como un suplemento del diario El Mundo, con tiradas de hasta medio millón de ejemplares. Su cierre también marcó a posteriori el declive del diario. De Tía Vicenta, sin embargo, sobrevivió una sección, La Página de Barrio Norte, en la que brilló el Landrú lexicógrafo con sus personajes de María Belén y Alejandra, dos jóvenes que representaban la tilinguería porteña. El humorista luego continuaría su carrera en Gente y el diario Clarín, donde colaboró a diario durante más de veinticinco años.
Por estos días, en el Museo Castagnino de Mar del Plata, puede visitarse la muestra Breve historia universal de Landrú, que abarca las varias facetas del dibujante con piezas originales e inéditas. Para quienes no tienen la suerte de viajar, un solo clic en la web de la Fundación Landrú o en su perfil de Twitter puede despertar las ganas de conocer más de su obra, o bien redescubrirla. Mientras tanto, le dejamos a continuación al lector diez frases célebres que pintan su oficio y su arte (y de yapa, una más):
Para mí, el humor es un imprevisto, siempre que no sea desagradable. Si uno ve por la calle a un hombre lleno de condecoraciones y se cae, se ríe. Si el que se cae es un mendigo, no.
Me gusta mucho mechar chistes en la conversación. Pero no los prefabricados. Me gustan los que surgen en el diálogo con las personas, si viene al caso. Rara vez no es así, hay algo en mí que relaciona algo gracioso con casi todo lo que estamos diciendo.
Siempre descreí del humor oficialista. Pienso que el humor es necesariamente crítico y, si es oficialista, fracasa. Yo no hago chistes ni a favor ni en contra; hago chistes sobre, reconociendo siempre los costados críticos como una condición indispensable de su eficacia.
Me dijeron que me había inspirado en Macedonio (Fernández). Y yo ni lo había leído. Lo único que hacía era mantener la lógica del absurdo que hacía en el colegio y que, a veces, nadie entendía. A Lino Palacio le gustaba mucho pero los avisadores pedían que sus publicidades fueran lo más lejos posible de los dibujos míos, porque eran “piantavotos”.
“¿De qué nos reímos los argentinos? Hay argentinos que son, como dice Portal, caracúlicos y no se ríen nunca. Otros que son jocosos y se ríen porque sí nomás, de tontos que son. Creo que hay que reírse de las cosas inteligentes”.
A la gente más tradicional, los rebuscamientos en el léxico no le gustaban demasiado: el cutis era la piel, y el cabello el pelo, de modo que si iban a un lugar y escuchaban decir cabello, catalogaban de mersa al que lo decía. Piloto era casi una mala palabra, debía decirse impermeable o mejor aun capa de goma (…) Empecé a explotar con sentido humorístico esas diferencias.
Siempre me gustó observar, escuchar.... mi padre me llevaba al Luna Park, a ver box. Yo tendría doce años. Me divertía oyendo lo que decía el público. Como uno que, en vez de decir ¡qué hematoma!, por el ojo violeta de un boxeador, dijo: “Huy, qué otomana!”. Todas esas cosas yo las escuchaba y las iba filtrando.
En la Argentina hay una gran clase media y una pequeña clase alta. Como la clase media quiere escalar posiciones y llegar a la alta, trata de no ser mersa y de parecerse lo más posible a lo que ellos consideran bien. Por supuesto que todo esto, si bien existe, no hay que tomarlo a la tremenda. Lo hago para divertirme, sin la intención de lastimar a nadie. Y un síntoma es que La página del Barrio Norte la leen tanto gordis como mersas. Los gordis creen que me burlo de los mersas, y los mersas creen que me burlo de todas las María Belén que existen en el Barrio Norte. Estos chistes los hago exagerando un poco la realidad. Por eso han tenido éxito: porque satirizo algo que existe.
Fui acusado desde la izquierda de ser un dibujante elitista. Siempre me defendí diciendo que me limitaba a poner en evidencia aquello que los distintos grupos sociales piensan y dicen los unos de los otros, más o menos en secreto.
Yo bauticé a Alsogaray ‘el chanchito’, a Illia ‘la tortuga’, a Videla ‘la pantera rosa’. Y también estaban ‘los gorilas’. En cambio a Alfonsín le puse ‘Chapulín colorado’. Pero todo no con intención peyorativa sino como un chiste.
Hay dibujantes que se ponen de moda dos, tres, cuatro años, y después desaparecen. Puedo nombrar 500. Pero yo descubrí una cosa para estar vigente, casi sin darme cuenta: hacer el dibujo de actualidad.
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