Dos mujeres nacidas en la década del setenta están encerradas en sus casas. Afuera hay una pandemia. Adentro una computadora y una historia. Una historia que escriben durante este encierro forzado. Una historia que en 2022 se transformará en un libro. Un libro atravesado por la familia, por el dolor, por el pasado, por el amor. Un libro sobre la muerte de la madre.
En ambos libros está presente la pandemia, el aislamiento, los barbijos, los miedos, los aplausos de las nueve de la noche al personal de salud, los abrazos no dados. En ambos libros hay una búsqueda de otras miradas, una reconstrucción de una historia, algo de investigación periodística, interrogantes que se plantean a otros miembros de la familia que recuerdan al recorrido que realizó la escritora francesa Delphine De Vigan en su novela Nada se opone a la noche.
“Ya no recuerdo cuándo surgió la idea de escribir sobre mi madre, en torno a ella, o a partir de ella, sé cuánto rechacé esa idea, la mantuve a distancia, el mayor tiempo posible, esgrimiendo la lista de los innombrables autores que habían escrito sobre la suya (...) para demostrarme de qué manera ese terreno había sido pisoteado y el tema degradado…”, escribió De Vigan.
Las escritoras argentinas Natalia Moret y Marina Mariasch transitaron procesos quizás similares, pasaron los años hasta que llegó el momento de sentarse a escribir sobre sus madres.
“Si volvíamos a mirar las fotos del viaje a Europa, los álbumes de casamiento, las fotos de esquinas redondeadas con mujeres muy flacas y anteojos enormes y bikinis caídas fumando y hombres con barba y dientes amarillos, se advierte, ahora, que todo iba a terminar antes de lo esperado”, escribe Marina Mariasch en Efectos personales.
“Siempre supe que a mis cuarenta y dos años algo terrible iba a pasarme, porque mi madre había muerto de cáncer de pulmón a esa edad y yo siempre me sentí en parte responsable de su muerte”, escribe Natalia Moret en El año que debía morir.
¿Una novela? ¿Un diario íntimo? ¿Un relato autobiográfico? ¿Cómo se pueden definir estos libros?
“Las definiciones contienen y tranquilizan pero muchas veces exceden a la literatura y quizás a algunes escritores. Me gusta pensar en este libro como un ensayo autobiográfico. Tiene algo de biográfico, sin embargo creo que lo más interesante es la escritura. La editorial lo publicó como ficción contemporánea”, responde Marina Mariasch.
Por su parte, Natalia Moret define a El año en que debía morir como una novela. “Pero es híbrida: tiene algunos textos dentro de la novela que bordean lo ensayístico. Y también es autobiográfico, que no significa un testimonio calcado de los hechos de mi vida. Hay algunos elementos que tuve que modificar y transformar para escribir la novela”.
—¿Cómo surgió la idea, la necesidad, de escribir este libro?
Natalia Moret: —Hay un consejo que da (Horacio) Quiroga en su decálogo del perfecto cuentista que es no escribir atravesado por el influjo de la emoción profunda sino intentar distanciarse de esa emoción y recobrarla.
Marina Mariasch: —Hace años venía batallando con este intento de llevar a las palabras escritas el episodio de la muerte repentina de mi mamá, que por supuesto podía hacerlo pero no de manera literaria como a mí me interesaba porque necesitaba cierta distancia para poder trabajar con el lenguaje. Probé y creo que esta vez pude hacerlo un poco mejor, no del todo mejor, siempre se puede mejorar.
—¿Pensaron en algún autor o libro en particular mientras escribían?
MM: —El primer capítulo arranqué teniendo muy en mente a Lorrie Moore pensando en la distancia con la que ella escribe ciertas tragedias y los juegos con los sonidos de las palabras con las que ella trabaja. Por supuesto que no logré acercarme a ella pero eso es lo que yo estaba pensando. Yo pienso en la poesía y, para mí, escribir prosa tiene que ver con la poesía.
NM: —Cuando escribí el material bruto no estaba pensando en ningún libro. Estaba pensando en lo que me pasaba y en lo que no quería que me pasara. Después cuando lo trabajé estaban como orbitando El discurso vacío y La novela luminosa, con esta idea de reflejar el proceso de escritura. También dos libros de Joan Didion, El año del pensamiento mágico y Noches azules. Pensé en esa sensación que me había provocado cuando los leí, el desconcierto de la narradora. Yo también me había sentido así y usé la escritura como herramienta de análisis.
—¿Cómo les impactó escribir este libro? ¿Fue un proceso doloroso, sanador? ¿Les ayudó a transitar el duelo?
NM: —Sí, definitivamente me ayudó a darle un cierre. La muerte de mi madre ocurrió hace veinte años y yo siempre había encontrado la forma de no mirar eso de frente. El haber estado obligada al encierro, y teniendo que enfrentar la espera del resultado de una biopsia a la misma edad que se había muerto mi mamá funcionó como en la ficción funcionan las situaciones límite: meter presión sobre la historia para forzar al protagonista a tomar decisiones y a encarar lo que no quiere encarar. Trabajarlo en la estructura del libro me ayudó a transitarlo de una forma ordenada. Despedirme definitivamente de mi mamá y poder transformar eso en una novela. Fue satisfactorio desde lo vocacional y desde lo emocional.
MM: —El proceso fue difícil. Una vez que lo empecé me di cuenta de que me estaba sumergiendo en un clima de cierta oscuridad que hace tiempo no transitaba y justamente había tratado de salir, pero que era inevitable entrar en ese hábitat para poder hablar sobre eso. Fue un proceso que coincidió con la cuarentena. Entonces estaba encerrada escribiendo y era bastante oscuro. No podría decir que me sirvió ni que me ayudó pero me resultó bastante movilizante, veremos con el tiempo cómo funciona eso.
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