“¿Los perros se suicidan?” Dos chicas se besan en el Parque de España, Rosario. La más chica, de dieciocho, es la primera vez que prueba la boca de una mujer. Fascinadas, se miran, se tocan, se descubren. En pocos minutos caminarán de la mano bajo las chispas de una lluvia tímida, subirán por la avenida haciendo chistes, nerviosas, torpes, levitando hasta la pieza de una pensión. Pero antes, ahora, en el tiempo de la narración, una perra grande y negra, collar rosado, rottweiler, cruza el parque toda velocidad y salta al vacío. No es la primera vez. De hecho, hay una epidemia: perros que se lanzan contra el cemento lejano del Patio de los Cipreses. Siempre a la misma hora, siempre hembras. Una primera investigación revela un vínculo con ritos umbandas y el secuestro de una nena que apareció muerta, torturada y mutilada. Entonces la más chica, la de dieciocho, ingenua, pregunta: “¿Los perros se suicidan?” El cuento, que lleva por título “Donde mueren las perras”, integra Hubo un jardín, publicado hace unos meses por el sello Páginas de Espuma. La autora se llama Valeria Correa Fiz.
“Algunos periodistas de Buenos Aires me dijeron que este libro estaba escrito en rosarino”. Del otro lado del teléfono, con el reloj cuatro horas adelantado, Valeria Correa Fiz subraya su nacionalidad, su cultura, su estilo: “Me considero absolutamente parte de la literatura latinoamericana y de la tradición argentina”. Madre española, padre argentino, nació y creció en Rosario pero lleva varios años en el exterior. Se fue en el 2002. “Vicisitudes económicas de Argentina”, resume. En ese entonces era abogada (“era, porque hace años que ya no ejerzo”). Primero: Miami. Al tiempo, su marido consiguió un trabajo del otro lado del Atlántico y partieron a Milán. Ella aceptó enseguida: “La verdad es que nunca estuve muy convencida de vivir en Estados Unidos”. Allí nacieron sus hijas: gemelas, trece años. Finalmente llegó el destino ¿final?, Madrid, desde donde habla. Desde aquella ciudad lleva publicando varios libros: uno de cuentos, La condición animal —editado, también, por Páginas de Espuma—, y tres de poesía, El álbum oscuro, El invierno a deshoras y Museo de pérdidas.
“Miami, Milán, Madrid: siempre digo que viví en ciudades con M. El azar me arrastró por la M”, bromea. “Nunca nos fuimos de Argentina con la idea de migrar definitivamente, sino de hacer una experiencia laboral que nos permitiera salir de todo lo que significó la crisis del 2001, no sólo en el campo de lo económico, también en el de lo social, que eso genera muchísima angustia. Me fui pensando que cuando se acomode toda la crisis volvía, pero bueno, uno toma una decisión y la vida te va llevando por distintos recorridos”. Mientras tanto, escribió. Y escribe. En este último, Hubo un jardín, comienza con una dedicatoria: “A mis hijas (sin las escenas de sexo, droga y violencia)”. “Pienso que tener hijos te hace un doble movimiento: hacia el futuro, donde te hacés un montón de preguntas, sobre todo cómo educar a tus hijos, pero también hacia el pasado, donde recordás tu adolescencia. Creo que por eso ese libro salió con tantas adolescentes. Adolescentes de distintas edades. Cuando escribí ese libro ellas tenían diez, once años. Nunca sabés de dónde vienen las ideas, uno hace lecturas a posteriori”.
“¿Los perros se suicidan?” sintetiza el pulso del libro. Los cuentos se conectan desde varios ángulos; por ejemplo, la ambigüedad anímica del mundo. Esas dos chicas, que disfrutan de algo tan simple y hermoso como un primer beso, se ven envueltas en un halo de muerte. “Las perras de la felicidad y la desgracia”, escribe Correa Fiz. El libro camina sobre un tapial que separa dos lotes, de un lado la belleza, del otro la tragedia, y los mira, los estudia, los analiza. “Creo que tiene que ver con mi visión de la vida”, dice ahora. “La literatura no reside solo en las palabras, es también la comunicación de una mirada, la del escritor o escritora, hacia el lector. Mi mirada tiene que ver con que la vida es hermosa y puede convertirse en trágica en cualquier momento. Y viceversa: hay episodios duros que nos permiten ver cierta belleza”. En otro cuento, “Un amor imaginario”, se lee: “La vida es una complicidad que también incluye la devastación”. “Uno a veces siente como una especie de gratitud, como pequeños momentos de redención. Y dentro de eso que estás viviendo no se excluyen otras ruinas del pasado”, comenta.
Otro ángulo es el fingimiento. En el relato “Así en tu cuerpo como en el mío”, una mujer llora en un balcón —está deprimida, descorazonada, rota— y, desde la vereda, en un café, una chica observa ese padecimiento mitad privado, mitad público, y piensa: “Dios mío, ayudala a fingir”. En los cuentos todos fingen, todos llevan una máscara, todos padecen. El artificio literario construido implica mostrar qué hay detrás de esas imposturas. “Es que uno de los ejes de este libro y que vincula todas las historias es el secreto. Todos los personajes ocultan algo y el cuento es el camino para la desocultación de ese secreto. De ahí la idea de fingimiento, de culpa en algunos personajes. La biografía que uno manifiesta, lo que uno hace pública, suele ser un tapiz. De un lado del tapiz se ven las figuras hermosas, la combinación de colores; lo das vuelta y está lleno de nudos, de hilachas. Me parece que los seres humanos somos un poco así: nos mostramos como la imagen hermosa de un tapiz y del otro lado estamos todos cosidos y remendados”, cuenta la autora.
Un grupo de chicos decide aprovechar que el matadero del pueblo cerró unos días para entrar, robar toda la carne posible y venderla por la zona. Negocio redondo. Los chicos entran pero uno solo comanda, Olsen, que dirige y castiga. El protagonista le teme y lo odia pero también lo necesita. Quiere mandarlo a la mierda, pero no puede: “Ojalá se lo hubiera dicho. Pero a quién engaño: era un cobarde”. Luego el robo saldría muy, muy mal, pero esa piel suave que cubre los vínculos siempre está a punto de desgarrarse. Hay algo que puja, que golpea, que fricciona. ¿La maldad? “La maldad es una pregunta vital para mí”, reflexiona Correa Fiz. “¿De dónde sale el mal?, ¿por qué lo ejercemos? Eso es lo que me llevó a estudiar Derecho, aunque después la práctica vaya para otro lado. Y es la pregunta más evidente que estaba en mi primer libro de relatos, que se titula La condición animal, donde lo que hilvana esos relatos es, justamente, la pregunta de qué es lo humano, si lo humano es la bondad y la ternura o todo ese costado salvaje, irracional”, agrega.
Esas preguntas, en apariencia universales, encuentran anclaje en la actualidad. Este libro busca meterse en las vísceras de la contemporaneidad para sembrar algunos interrogantes. En “Hotel Edén”, la narradora dice: “Buscaba desesperadamente que ocurriera algo, cualquier cosa (la más imbécil, brutal o decepcionante) que la sacara del aburrimiento y la monótona desesperación de su vida”. De ese modo apoya el dedo en una herida de época: el miedo al aburrimiento. “Creo que hay algo ahí de espíritu de los tiempos”, comienza diciendo Correa FIz, y continúa: “Va a sonar soberbio, pero yo difícilmente me aburro. Creo que uno necesita el ocio para crear. El sistema económico en el que vivimos se ha aprovechado de nuestro ocio para imponernos obligaciones, entonces uno en sus momentos libres tiene que ver tal serie de Netflix, tiene que ir al cine a ver tal cosa, tiene que ver tal partido de fútbol, tiene que hacer tal cosa. ¿Viste que lo contrario al ocio etimológicamente es el negocio: negación del ocio? Nos hemos dejado arrebatar el ocio, hemos dejado que hagan negocio con nuestro ocio”.
“Creo que parte de esa monotonía y abatimiento que sentimos —continúa— tiene que ver con que no hemos sabido respetar nuestro ocio ni escucharnos para saber lo que de verdad queremos. Hemos dejado que negocien con nuestro ocio. Creo que otro de los problemas de la época (yo soy consumidora de filosofía, pero no tengo conocimientos formales) tiene que ver con la negación del presente. Siempre estamos pensando en qué vamos a hacer en los próximos diez minutos o mañana, y hay una imposibilidad de vivir el presente que es muy agotadora”. En Hubo un jardín hay algo político, incluso ético: los personajes se debaten internamente en decisiones trascendentales para su vida. Lo político como intimidad. Correa Fiz subraya: “Yo creo que lo personal es político, por eso me interesa que los lectores hagan ese ejercicio que yo también hago: cuando un personaje se encuentra frente a una encrucijada, hago un ensayo mental de qué haría yo si fuera ese personaje. Creo que es un ejercicio político, ético. Lo es en tanto estoy hablando de dramas íntimos. Y todo lo personal es político”.
Sobre el final de esta breve conversación telefónica, Correa Fiz prefiere restarle importancia a la literatura: celebrarla sin idealizarla. ¿Qué lugar ocupa y qué herramientas ofrece en esa batalla íntima y cotidiana? “Yo no creo que la literatura sea un bisturí para operar ningún cáncer social. Básicamente es otra disciplina artística más y en la que uno puede fácilmente incurrir en ese mismo negocio: tengo que leer los veinte mejores libros del año, los que pusieron en la lista de tal periódico. Lo que sí creo es que la literatura exige una paciencia y una concentración que otras disciplinas artísticas por ahí exigen menos. Y que es una experiencia mucho más individual. Pero creo que la literatura no sirve para nada en el sentido que no es utilitaria: no es una cura ni un remedio para matar célula cancerígena. No me interesa para nada la literatura que hace bajada de línea. No me interesa bajarle línea a nadie con lo que escribo. Sí me interesa contar historias que hagan preguntas y que en todo caso esas preguntas se las conteste el lector. Creo que eso sí es político”, concluye.
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