Cada tanto, en el mundo editorial aparecen proyectos innovadores. Ese es el caso de UAIFAI, una editorial de dramaturgia contemporánea creada por dos rafaelinos: Marcelo Allasino y Agostina Prato. Allasino es un artista escénico y gestor cultural, y, entre otras cosas, fue el director ejecutivo del Instituto Nacional del Teatro de Argentina. Prato es actriz, performer y vestuarista, y en sus proyectos explora las posibilidades entre cuerpo, movimiento, palabra y pantallas.
Ambos habían iniciado la plataforma Teatro UAIFAI durante la pandemia, con los teatros cerrados y escasas posibilidades de trabajo para artistas escénicos. Presentaron 47 obras de México, Perú, Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Colombia, Dinamarca y España. La editorial surgió en julio, y han publicado obras de Iván Moschner y Fabián Díaz, Raimundo Morte, Lalo Moro, Tatiana Santana, Ignacio Torres, además de Allasino y Prato. La primera convocatoria, MICROCHIP, tuvo dos partes: una únicamente para artistas rafaelinos, y otra para todo Santa Fe.
UAIFAI publica obras que estén mediadas por la pantalla: utiliza internet, nuevos soportes y medios actuales para editar, difundir y comercializar publicaciones de textos teatrales. Sobre el origen, dice Allasino: “Encontramos una necesidad muy importante de generar espacios de encuentro: la realidad nos está golpeando de un modo muy duro, no solo por la cuestión económica que tiene pulverizado al sector en nuestro país, sino también por esa sensación de desazón, de falta de esperanza. Nos parece fundamental poder generar espacios de encuentro donde vincularnos desde el afecto, y desde donde poder pensar con rigurosidad un proyecto artístico que tenga esta mirada federal, abierta”.
–¿Se escribe distinto el teatro virtual que el teatro presencial?
–Creo que hay muchas piezas que fueron concebidas para el teatro presencial y que, con esta imposición del aislamiento, pudimos adaptarlas con una mirada activa, curiosa. A nosotros nos interesa potenciar y estimular la creación poniendo esta mirada en el lenguaje mediado por las pantallas, piezas que dialoguen con la virtualidad. Dialogan de formas distintas, como medio o incluida como tema. Están apareciendo creadores y creadoras que escriben especialmente para estos formatos. Por eso es importante sostener proyectos como este: nosotras estamos convencidas de que hay algo que el lenguaje de la virtualidad propicia que es muy poderoso. Con La tortuga, obra que dirigí y que presentamos en UAIFAI, hicimos cincuenta funciones online en vivo, y tuvimos llegada a una audiencia a la que no habríamos llegado nunca. Nos vio gente de Estados Unidos, Japón, Canadá, todo Latinoamérica, en Reino Unido. Hay lugares en los que no se puede ir al teatro porque no hay a dónde ir. Ahí hay un nicho de una audiencia muy ávida, muy expectante. La virtualidad propone romper las fronteras, compartir tiempo y no espacio.
–La digitalidad está bastante inexplorada en el teatro. ¿Qué novedades surgieron con UAFAI, en términos de puesta?
–En el teatro abundan los puristas que entienden al teatro como el edificio, el texto y el ritual. Son elementos de los que yo disfruto muchísimo, no es para desestimarlos. Aún a los más puristas les afectó el hecho de entender cómo estamos atravesades, en la vida cotidiana, permanentemente, por un vínculo con una pantalla. Es innegable. La pregunta viene a ser: ¿cómo afectan a la escena esas formas de comunicación, y cómo hacer para que nos aproxime más a los espectadores? Actualmente, hay muchas producciones que están atentas a todo esto, que dialogan con estas formas de comunicación que nos atraviesan en el siglo XXI. Hace poco fui a ver La era del cuero, de Pablo Rotemberg, en donde hay un diálogo con lo audiovisual muy fuerte, unas proyecciones mapeadas que son una bomba. Hace rato que se ven estos intentos de cruzar lo escénico con lo virtual, con lo digital. Pienso en el recital de ABBA, con ellos en forma de hologramas. Es un extremo, pero la industria está pensando en cómo aprovechar la tecnología. Yo creo que con el impulso creativo que tiene la escena argentina es fundamental poder alimentar los espacios y las cabezas de les creadores que están inquietos respecto de estas cuestiones. Es el futuro.
–Pienso en tu obra, Mis palabras, que tenía dos pantallas que proyectaban a los actores desde distintos ángulos, o en Familia no tipo y la nube maligna, de Mariana Chaud y Gustavo Tarrío, que usaba la digitalidad para construir el escenario. La exploración siempre es bienvenida en el teatro.
–Es que yo creo que tiene que ver con eso, con que quienes estamos dedicándonos a la creación podamos salir un poco de nuestro ambiente endogámico y poder interactuar con aquellos que no hacen teatro, ni que entienden al teatro como la única forma de expresión del universo. Esas personas están siendo atravesadas por un lenguaje que incorpora a las pantallas todo el tiempo. Si logramos generar un puente de comunicación, y usar esa plataforma para potenciar nuestras ideas, me parece inteligente y en sintonía con la realidad.
–Es que no se trata solo de mencionar a Instagram, sino de utilizarlo como herramienta. En la convocatoria de MICROCHIP escribieron: “lo virtual como escenario y también como acontecer”. ¿A qué se refieren con esto?
–Lo que intentamos hacer fue instalar un disparador que pudiera ser inspirador. Nos interesa la virtualidad no solo como escenario en el que la creación sucede, sino como parte de la realidad que nos envuelve, que forma parte de lo cotidiano. La convocatoria fue muy abierta: queríamos que la virtualidad estuviera presente de algún modo, ya sea en la plataforma de comunicación, en el escenario del hecho escénico, o como acontecer, como parte de lo que acontece en la vida. Nos llegaron propuestas súper diversas. Algunas involucraban medios digitales o plataformas, otras lo mencionaban, lo vinculaban desde la temática. Quedamos muy sorprendides de la producción que hay en nuestra tierra, y con muchas ganas de ir abriendo el juego.
–Hay una tendencia a relacionar lo digital con la juventud. ¿Se vio esto en las convocatorias?
–Mirá, en nuestra convocatoria de micromonólogos el rango fue de 25 a 45 años. En las propuestas que presentamos en la programación de teatro UAFAI sí tuvimos artistas de todas las edades. Matilde y yo somos cincuentones, Iván Moschner, que presentó Diarios del hambre, lo mismo.
–Vas y venís de Rafaela a Buenos Aires. ¿Qué diferencias y similitudes encontrás en las escenas teatrales de uno y otro lado?
–Las diferencias son muy importantes. En Rafaela nosotros logramos desarrollar el Centro Cultural La Máscara, que es destacado por diferenciarse de lo que se produce allá. Lo creé en 1989, y se posicionó como un referente. Creo que tiene que ver con el diálogo que pudimos generar con creadores y creadoras de otras tierras. La geografía de nuestra tierra es tan llana, tan aburrida, no tiene accidentes, no hay ríos, no hay montañas. El espíritu creativo de la región intenta romper con la llanura, y de ahí han salido voces maravillosas. A mí, en lo personal, siempre me interesó poder mirar afuera de nuestro cascarón, poder dejar de mirarnos el ombligo. Hay muchos creadores porteños que creen que el universo termina en la General Paz. Yo, como provinciano y periférico que he sido siempre, tengo una inquietud constante para salir de mi pueblo y dialogar con el mundo. Te ofrece otras posibilidades de lectura, otras visiones. Desde los veinte años empecé a estudiar en Buenos Aires, fui becado para hacerlo en Nueva York. Me volví un curioso incansable de dialogar con otras escenas. Buenos Aires es la capital teatral de Latinoamérica, aquí se produce con una magnitud y potencia enorme. Yo creo que la escena está un poco caída, adormecida, instalada en un lugar de cierta comodidad. Tuve la fortuna de ver las escenas teatrales de los 80 y 90, y se añora algo de ese riesgo, de esa provocación y discusión que trajeron los creadores de ese momento. Hoy veo un aletargamiento, no hubo una repercusión de ese tipo en las nuevas generaciones.
–Creo que el contexto político y cultural acompaña: la literatura del yo, la autoficción, el foco en lo individual y en lo propio hace que los contenidos culturales se vuelvan más planos. ¡Habrá que ver cómo será el teatro libertario!
–Coincido totalmente. Creo que hay algo vinculado al escenario político que tiene que ver con la confianza que el sector cultural depositó en los proyectos políticos más progresistas. Pienso en el socialismo en Rosario, o el peronismo más progresista de las últimas décadas. Hubo una confianza de que algo de eso nos iba a transformar, y que solo se transformó en decepción. Nos encontramos en una situación contradictoria, es difícil irrumpir en la escena para ir en contra de proyectos políticos que nos representan. Ahí hay desesperanza, o decepción, y eso hace que la escena esté tranquila. La escena de los 80 estaba estallada, hoy no vemos nada de eso.
–Yo creo que existe, igual, aunque el teatro que se aprovecha de la crisis es poco.
–En la música se ve mucho. La escena musical de este momento tiene creadores que la rompen. Yo estoy fanatizado con Trueno, con WOS, con Marilina Bertoldi. Tienen una escena provocadora, que dialoga con la realidad, que no es tonta ni se conforma con lo que la hegemonía propone. La música argentina está en un despertar espectacular.
–Frente a todo esto, ¿qué futuro, o qué augurio, le ves al teatro argentino?
–Sigo encontrando los buenos augurios en los proyectos que tienen que ver con los bordes, con la periferia, con lo que no se institucionaliza y con lo que no logra la aprobación de lo hegemónico. Ahí es donde yo encuentro el buen augurio. Por eso me entusiasma tanto seguir generando nuevas instancias donde darle espacio a eso que no está visible, que está callado, que le cuesta más mostrarse. Por eso insistimos con Teatro UAIFAI, que va en contra de lo que la industria y la hegemonía nos dice que debe ser. Confiamos en que ahí hay una semilla para que crezca algo diferente.
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