Extrañamente, la vereda del teatro Ópera, sobre la avenida Corrientes, que estaba llena de gente entrada en mano, de un momento a otro se vació. ¿Un alerta meteorológico? No, nada que ver. Habían abierto las puertas del teatro y nadie quería perderse un segundo de lo que ocurriera en el momento previo a que subiera el telón y comenzara el nuevo espectáculo de Les Luthiers, Más tropiezos de Mastropiero. Una obra esperada por varias razones, pero más en los últimos días, desde que el grupo anunció que la noche del jueves el estreno daría lugar a la primera exhibición de la obra y el primer impulso a la gira que, una vez terminada, culminaría para siempre el ciclo de Les Luthiers sobre los escenarios. Cincuenta y cinco años después. comenzaba la despedida. Nadie quería llegar tarde a su butaca para aprender a convivir con la sensación alegre de un nuevo espectáculo que se ganó un lugar privilegiado en los corazones de los argentinos e introdujo sus canciones entre hombres, mujeres, parejas y familias con la melancolía, que siempre es incierta, del final.
Pero, claro, el show comenzó por el principio, y no por el final. ¡Y qué principio! Luego del saludo breve en su característico traje negro de noche con moño haciendo juego por parte de Carlos López Puccio, Jorge Marona, Tomás Mayer-Wolf, Roberto Antier, Martín O’Connor y Horacio “Tato” Turano, los miembros del grupo, comenzaron a moverse en la oscuridad los elementos escenográficos sobre el escenario y, cuando se hizo la luz, ahí estaba un breve estudio de los típicos programas de cultura, cultos, cultísimos, con una biblioteca a tono detrás. El conductor (Antier) anunció la inesperada presencia del mismísimo Johann Sebastian Mastropiero, sí, el mismísimo, el espíritu detrás de las obras de Les Luthiers que, por primera vez en la historia, se corporizaría y respondería a las preguntas de la prensa especializada. Sorpresa también para el público, que jamás lo había visto, aunque su nombre y obra eran y son legendarias en el universo Les Luthiers.
Comenzaron las carcajadas con el contrapunto entre el conductor acostumbrado a entrevistar a gente de cultísima cultura y un Mastropiero que brindaba su aporte a la confusión general y relataba fracaso tras fracaso, cada uno más hermoso que otro.
Mientras tanto se repasaban algunos hits con los instrumentos imposibles propios del grupo que dieron lugar a los Villancicos Opus 23-12; la magnífica Days of Doris; el bolero de protesta Ella me engañó; Tristeza que entristece; Don Ciccio; la obra de justicia social campesina Aria agraria; la variable marcha fúnebre Partitura Invaluable; Arriba los carteles; la genial Pasión bucólica; Vote a Ortega, la lucha eterna entre el rock y la música clásica en La Clase de Música; el hermoso Chachachá para órgano a Pistones y la Coda a la Alegría.
El show muestra que el paso del tiempo no incide en un ápice en la originalidad, inteligencia e ingenio del humor de Les Luthiers. También es justo decir que la materialización de Johann Sebastian Mastropiera (si bien funciona en el contrapunto con el director y el es hilo narrativo del espectáculo) culmina toda una era sobre un personaje etéreo, un ser mítico que pierde sus atributos legendarios que eran antes narrados para convertirlos en los de alguien de a pie. Con los riesgos que ellos implica.
El show terminaba y el público se ponía de pie para aplaudir a rabiar, mientras algunos gritaron: “¡Los amo!” o “¡Gracias por tanto!”. Pero, elegantes como son, los Les Luthiers se despidieron así de la primera noche de este tramo final. El hall del Ópera fue reservado para que los artistas saluden a sus amigos y familiares, hijos, esposas y afines y se notaba la emoción que electrizaba el aire. Entre tantos abrazos, uno se destacó sobre el resto. “¡Sabía que ibas a venir!”, dijo con la alegría de un niño Carlos López Puccio. “¿Pero cómo se te ocurre que no iba a estar, Carlitos?”, le dijo Susana Rabinovich, viuda de Daniel Rabinovich, uno de los miembros del grupo histórico de Les Luthiers. Se fundieron en un abrazo largo.
Había sido un buen debut.
Un primer paso hacia la señalada despedida.
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