James Grant era un inglés de 41 años que vivía en la ciudad Manchester. En el año 1995, de un día para el otro, el canal Granada Television, donde trabajaba, lo despidió. Por supuesto, la novedad tomó a Grant de sorpresa. Durante 18 años había sido un productor televisivo tan eficiente que había llegado a dirigir algunos capítulos de una serie sobre el mítico detective londinense Sherlock Holmes. Pero las “reestructuraciones empresariales” nunca tuvieron otra lógica que maximizar ganancias aun al costo de desilusionar a los mejores empleados, y esa etapa de su vida llegó a su fin.
Sin nada que perder, para el próximo episodio de su historia James Grant decidió inventarse un “nom de plume”, Lee Child, y apostar su futuro a una nueva existencia como escritor de thrillers. Dos años después, con Zona peligrosa, su primera novela, el mundo conoció a un nuevo héroe, Jack Reacher, una singular mezcla entre el sofisticado Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle y el brutal Conan de Robert Howard. Desde entonces, Child escribió más de dos docenas de novelas, se transformó en un auténtico best seller internacional y reinició su vida al otro lado del Atlántico, en la ciudad de Nueva York.
Esta es la historia conocida de un escritor ahora respetado por gigantes como Stephen King y que hoy hace cameos en las películas de Tom Cruise y en la serie de Alan Ritchson dedicadas a su personaje. Pero, ¿qué podría decirse acerca de Jack Reacher? ¿Cómo tomó forma este policía militar retirado que nació “en una base militar en Europa al comienzo de la presidencia de Kennedy” y “mide un metro noventa y cinco y pesa ciento quince kilos”? Editada este mes en castellano, Sin fallos, la nueva novela de Jack Reacher, es una buena excusa para buscar algunas respuestas.
Un soldado del amor
Publicada en su idioma original en 2002, Sin fallos es en realidad la sexta novela de una serie cuyo último eslabón, Sin plan B, apareció en 2022. Pero esta larga cadena con saltos en el tiempo y el espacio requiere una aclaración: entre el talento para narrar, la avidez del mercado y la expectativa de millones de lectores a los que Lee Child nunca decepciona, una particularidad de las novelas de Jack Reacher es que cada año, sin falta desde 1997, al menos una nueva pieza se suma al rompecabezas. Esta es la razón por la cual Sin fallos permite iluminar cómo era Reacher hace exactamente 20 años: una época en la que a su socia Frances Neagley, por ejemplo, podía darle a entender sin tantas de las cautelas a las que hoy estaría obligado por razones de género que su pantalón ajustado, “visto de atrás, le quedaba muy bien”.
Hombre de gustos concretos y predispuesto al romance, Jack Reacher, sin embargo, jamás arrastró sombra alguna de machismo ni de otras formas de incorrección. Por el contrario, formado en el arte de perseguir y neutralizar a militares “no ya muy capaces de matar, sino adiestrados para matar”, como él mismo explica en Zona peligrosa, lo suyo nunca fue la depredación. Lo suyo ha sido desde siempre el cálculo de oportunidades. Respecto a esto, Sin fallos tiene una particularidad. En esta ocasión, M. E. Froelich, la mujer que fija su atención en él, no solo es una joven agente del Servicio Secreto que busca la ayuda de Reacher para descubrir quiénes están detrás de las amenazas al vicepresidente electo. Además de eso, M. E. Froelich es nada menos que la exnovia de Joe Reacher, su difunto hermano mayor.
Reacher no se deja intimidar por la culpa y, en lugar de perder el tiempo, ante la exnovia de su hermano se hace preguntas y resuelve cálculos. “Joe tenía buen gusto, pensó Reacher. De cerca tenía muy buen aspecto. Olía muy bien. Piel perfecta, ojos hermosos, pestañas largas. Lindos pómulos, una nariz pequeña y recta. Se la veía ágil y fuerte. Era atractiva, sin ninguna duda. Se preguntó cómo se sentiría tenerla en sus brazos, besarla. Acostarse con ella. Se imaginó a Joe preguntándose lo mismo. Y finalmente lo averiguó. Bien hecho, Joe”. En este punto, para quienes todavía la desconozcan, la vida sexual de Jack Reacher, en perfecta sintonía con su itinerario de caballero andante, está llena de entradas y salidas rápidas.
Un soldado de la justicia
Respecto a su difunto hermano Joe, Sin fallos también ilumina los instantes en que la poderosa voz de la violencia que le habla al mundo a través de Jack Reacher se impone a los más curiosos llamados del amor. De hecho, en la vida de Reacher los saltos ininterrumpidos del erotismo a la muerte son tan directos como en cualquier manual de psicoanálisis. “¿Atraparon a los que lo hicieron?”, le pregunta M. E. Froelich sobre los asesinos de Joe. “Era un equipo de padre e hijo”, dice Reacher. “Al hijo lo ahogué en una pileta. Al padre lo prendí fuego. Después de dispararle en el pecho con una bala calibre 44 de punta hueca”.
La violencia, quizás, suene algo extrema en este caso. Pero lo cierto es que Jack Reacher no suele moverse en ningún plano de la realidad donde sea imposible justificarla. A partir de ahí, en Sin fallos es evidente que el tiempo añadiría sus matices. En Luna azul, por ejemplo, la vigesimocuarta novela sobre sus aventuras, Reacher también dice acerca de sus adversarios: “Normalmente los mato, mato a sus familias y meo en las tumbas de sus ancestros”. Sin fallos, por su parte, muestra a un Reacher menos ansioso por hacer alarde de sus capacidades para castigar a los culpables.
De hecho, Sin fallos es una de esas novelas donde Child juega con extrema solvencia a ser un escritor de enigmas policiales clásicos. Es decir, alguien más ocupado en crear un misterio que en describir escenas físicas espeluznantes. Pero, ¿eso quiere decir que Jack Reacher comenzó siendo más piadoso y meditabundo que lo que llegaría a ser? Es una manera de verlo. Otra es que Child necesitó un poco más de soltura a lo largo de sus futuras páginas para explicar por qué alguien debería convencernos de que es justo arrasar a los enemigos y “mear en las tumbas de sus ancestros”.
Sobre naturaleza moral de los enemigos
Este particular sentido de la justicia se clarifica un poco más en la vigesimoprimera novela de Jack Reacher, Escuela nocturna. Publicada en 2016, en esta historia Reacher se siente más aplomado que en Sin fallos y Child ya no duda a la hora de retratar las duras reglas del mundo donde su héroe funciona. El estilo simple y rápido es el mismo, pero el despliegue visual de Escuela nocturna es más barroco. Esto no es tan sencillo si se considera que lo segundo más difícil para un escritor, después de narrar una escena sexual, es narrar de manera que resulte inteligible y emocionante una pelea entre profesionales de la violencia.
En tal caso, para entender por qué Reacher es capaz de hacer lo que dice que hace a la hora de matar, basta conocer lo que también están dispuestos a hacer sus enemigos. Child lo describe de esta manera: “Para dejar en claro de qué estaban hablando, arrestaron a un jugador de fútbol famoso de la otra comunidad. La estrella del equipo local. Lo esposaron a un radiador y le rompieron las dos piernas con una masa. Le prestaron particular atención a las rodillas y a los tobillos. Después llevaron a la habitación un par de colchones. Después llevaron a la habitación a su esposa y a su hija. Tenían al batallón completo formando fila en la puerta. Las violaron hasta matarlas, enfrente del tipo. Él no paró de darse la cabeza contra el radiador. Estaba tratando de suicidarse…”. La escena sobre la vil naturaleza moral de los enemigos a los que Reacher suele enfrentarse sigue, pero es fácil formarse una idea.
La conclusión inmediata es que, para un verdadero soldado, como lo es Reacher, cualquier lugar es un escenario bélico. De esto ofrece otro buen testimonio Mañana no estás, escrita por Child en 2009. En plena Nueva York, la historia empieza cuando Reacher observa a una mujer sospechosa de llevar una bomba. La escena transcurre en un subte y Reacher no deja de hacer cálculos: “Los terroristas suicidas caminan de manera robótica no porque estén agobiados de éxtasis por pensar en la inminente inmolación sino porque están cargando veinte kilos extra de peso desacostumbrado. El atractivo de la inmolación tiene sus limitaciones”.
Sospechar sin hacer diferencias
En el balance, en el mundo de Jack Reacher hay mujeres a las cuales amar y enemigos a los cuales odiar. ¿Y qué más hay? Hay innumerables hombres y mujeres sospechosos. En Sin fallos, los primeros sospechosos son empleados de limpieza de un edificio del Servicio Secreto, el lugar donde aparece la primera amenaza contra el vicepresidente. Se trata de un grupo de mexicanos a los que Reacher estudia sin contemplaciones antes de concluir que con “rostros inmóviles, miradas inexpresivas, semblantes estoicos y miserables directo de mil años de experiencia campesina”, parecen existir convencidos de que “tarde o temprano, la cosecha siempre falla”.
Es posible que cuando Reacher decide intimidarlos un poco e interrogar a sus hijos, “todos con el mismo aspecto, con ojos oscuros por todas partes, abiertos bien grandes”, pudiera olfatearse algún rastro de racismo. Sin embargo, a la hora de hacer amigos, cualquiera que conozca su trayectoria Reacher no hace diferencias. Hay innumerables ejemplos de esto en todas las novelas, pero en El enemigo, publicada en 2004, cuando Reacher busca a un médico forense, se puede leer lo siguiente: “Me fijé en cómo caminaba. Era bajito y de piel oscura, con las piernas cortas, enérgico, competente, un poco mayor que yo. Parecía agradable. Me daba la impresión de que no era estúpido. Pocos médicos lo son. Todos ellos tienen que aprender materias muy complicadas para poder llegar adonde quieren llegar. Y me pareció que era ético. Por lo que había visto en la vida, la mayoría de ellos lo eran”.
Amante del blues, en Sin fallos, de hecho, Reacher empieza su nueva misión mientras “regresaba al este con una señora mayor negra y su hermano en un antiguo Buick Roadmaster”. Solo por el privilegio de escucharla cantar, “había decidido hacer todo el viaje con ella y hacerse cargo de las tareas de conducción”. Para Jack Reacher la única vara indudable es la justicia, y esa es una vara que no distingue entre religiones, nacionalidades o razas.
Un escéptico ante los gobiernos
Aunque Sin fallos le impone la tarea de atrapar a quienes amenazan al vicepresidente electo de los Estados Unidos, lo cierto es que Reacher nunca estuvo demasiado convencido del carácter sagrado de las instituciones civiles. Publicada en 2014, Personal, la decimonovena novela de Lee Child, ofrece una prueba contundente. Reacher está en Francia acompañado por los recuerdos de su madre cuando, una vez más, las circunstancias de repente extraordinarias de la geopolítica lo obligan a intervenir entre bastidores y proteger al presidente francés de un asesino.
En este caso, lo interesante es la particular mirada acerca de lo que podría pasar si todo saliera mal. “Si le vuelan la tapa de los sesos a un político”, dice Reacher, “medio país hará una fiesta en la calle. Comprarán banderas y beberán cerveza. Hasta podría desencadenar un milagro económico”. Este sí es el tipo de comentario que, aunque deslizado por Child con humor, podría convertir a Reacher en un personaje “políticamente incorrecto”. Pero también es cierto que, para que eso ocurra, deberían surgir numerosas protestas de lectores que, hasta el momento, no han surgido. ¿Se trata de falta de atención en los detalles? ¿O de cierto elegante escepticismo compartido entre la ficción y la realidad?
Tal vez porque su trabajo consiste en sospechar sin pausas o quizás porque fueron las distintas políticas de los más diversos gobiernos las que lo hicieron abandonar el Ejército, en Sin fallos Reacher también se permite un momento para dudar de lo que el poder dice que no se debe dudar. En este caso, Reacher descree de la explicación oficial del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, ocurrido en 1963. “Siempre va a ser un equipo, no hay hombres solos”, le advierte Reacher a la agente M. E. Froelich sobre los asesinos que persiguen al vicepresidente. “¿Así que no crees en el informe de la Comisión Warren?”, le responde ella en referencia a la comisión gubernamental encargada de cerrar de manera oficial la investigación por el asesinato de Kennedy en 1979. “Y tú tampoco”, dice Reacher. “Ningún profesional creerá nunca eso”.
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