Un fantasma atraviesa todos los territorios artísticos del siglo XX y sus fauces llegan, en un río que nunca detiene su marcha y crea sus propios entornos de enunciación, a este siglo. Es el fantasma del inclasificable John Cage (1912-1992). Junto con Marcel Duchamp, Cage es una figura que posibilitó un modelo revolucionario de intervención de la realidad totalmente inusitado, iconoclasta y que no tuvo muchos continuadores. Ahí está John Cage bailando solo todavía: especie de un único ejemplar mostrando que los límites en las disciplinas son meras ilusiones. Cage comienza como compositor musical (recordar su icónica 4′33″ como su momento culmine a la altura de La fuente (el mingitorio) de Duchamp) pero rápidamente comienza a desbordarse hacia todo lo que se ponga delante: el collage, la cocina microbiótica, ser luthier (creó el piano preparado), lector ferviente del I Ching (que utilizaba como parte fundamental de su proceso creativo), independizar lo sonoro de la danza (junto a Merce Cuninngham), anticipar el happening, y, por supuesto, incursionar en la escritura (y reescritura de autores como Joyce, Ginsberg, Pound, etc.).
La relación de Cage con la escritura no hay que tomarla como un apéndice en su proyecto: es una instancia de creación donde el artista muestra otras facetas de ruptura de lo normativo. La función de Cage cuando pisa un terreno es enloquecerlo, buscarle nuevas coordenadas y desbaratar lo que era considerado habitual. Es por eso que leerlo se vuelve una experiencia donde todos los sentidos se ponen en juego. Incluso, la paciencia (que no es un sentido, pero debería serlo). En nuestro país, la publicación de los libros (por llamarlos de algún modo) de Cage es constante.
En este 2022 llegaron a la mesa de novedades: Conferencia sobre nada (con traducción de Pablo Gianera y Fogwill, Interzona) y Escribir en el agua, cartas 1930-1992 (con traducción de Gerardo Jorge, Caja Negra). Son dos textos que muestran dos costados complementarios de Cage: el más experimental con la Conferencia sobre nada y una faceta más personal e íntima en su correspondencia. Es decir, surfean en ese borde (ese movimiento) que va de la persona (su parte humana y tradicional) al artista (alguien dispuesto a correrse de cualquier complacencia con el público). Son libros que se suman a la recopilación Ritmo Etc. (con traducción de Matías Battistón, Interzona, 2016) y los dos tomos de poesía Indeterminación 1 y 2 (con traducción de Patricio Grinberg, Zindo & Gafuri, 2013 y 2018). ¿Por qué seduce la escritura de Cage en Argentina? Porque fue alguien que quiso convertir “la irritación en placer” y con esta serie de escritos se puede ingresar un universo donde la transmisión de felicidad se vuelve un programa para que cualquier lector pueda comprender que para crear solo hace falta visibilizar el deseo, apropiarse de él y ejercitar la entrega (mientras se combate el ego personal).
El escritor y periodista Pablo Gianera recuerda cómo fue la experiencia de traducir a Cage junto a Fogwill: “Con Fogwill en esa época nos veíamos bastante, hablábamos por teléfono y por mail, así que esa traducción fue una cosa más entre otras. La grabación suya la tuve después presente porque cada tanto la pasaba en mis clases. Pero hace poco volví a encontrar el archivo escrito y me di cuenta de que en esa versión que tenía más o menos olvidada había un trabajo que habría sido una pena perder. Por la morfología de la Conferencia sobre nada, su traducción tiene la ventaja de que una vez que se acierta con las partes fijas, todo se facilita. Es apenas cuestión de cambiar alguna que otra palabra. La dificultad es que, por efecto mismo de la repetición, la fuerza de esas partes fijas es enorme. Fogwill comprendió enseguida esto; quiero decir, lo comprendió en su resolución. Realmente, la traducción la hicimos en voz alta. Lo que quedaba era lo que sonaba mejor, porque la versión era para ser leída en voz alta también. El suyo era un oído infalible. Fogwill tenía la cortesía de enseñar sin que uno se diera cuenta de que estaba siendo enseñado”. Conferencia sobre nada está escrita bajo leyes musicales. Digamos que es una obra sonora pero su estructura (cuatro bloques) y sus notas son las palabras. El resultado es un poema visual con una cadencia que circula (y rodea) por algunas obsesiones de Cage: encontrar “ideas” en el hacer mismo, desplazar procedimientos (hacer partituras con palabras), aprovechar las contingencias, la ternura, entre otras.
Escribe Gerardo Jorge en la introducción de Escribir en el agua, la correspondencia de Cage: “Es una puerta a la historia de una persona gentil, generosa y abnegada, y acaba constituyéndose una conversación acerca de qué es ser humano, hacer arte y estar vivos en un periodo histórico que llega a solaparse con el nuestro. Y evocan su pericia en cartas de una delicadeza singular. Cartas que dejan reconocer acaso una predilección por lo vegetal como forma de vida”. Esto es lo más parecido a una autobiografía involuntaria que se puede conseguir: el recorrido de Cage (en la música, en la cultura y la relación con todo su entorno, incluido el dinero) genera curiosidad, fascinación y evoca muchísima ternura (algo que no debería llamar la atención en absoluto): “Tu espíritu está conmigo. ¿Me lo enviaste o es que simplemente lo tengo?” cierra en una carta del 28 de junio de 1943. Podríamos preguntarnos ahora mismo: ¿Se lee como la radiografía del alma de un revolucionario? En algún aspecto sí y en otro simplemente es el devenir diario de alguien que busca en los lugares más impensado (los hongos, por ejemplo) los puntos de fuga a lo establecido, estanco, en definitiva la pregunta real es: ¿cómo darle vida a lo que ya está muerto?
Ahora bien: surge otra pregunta. ¿Cómo es traducir a Cage desde Argentina? Responde el traductor Matías Battistón: “Fue menos un proceso de traducción que un proceso de inventar cómo traducir. Son textos muy cruzados por procedimientos y restricciones de todo tipo, y no siempre queda muy claro cómo trasladarlo al castellano sin que se pierda esa sensación de libertad y acogotamiento simultáneo. Es como pasar a Houdini de un cajón de vidrio al otro sin que se le caigan las esposas. Tuve que pensar formas de maniatarme del modo más conveniente, por así decirlo. Fue de lo más lindo que me tocó traducir. En cierto sentido, Cage hizo lo mismo con la escritura que con la música: encontrar un resquicio para hacernos ver que las cosas pueden hacerse de otra manera. Probablemente ninguno de sus experimentos podría aplicarse o entenderse del todo hoy, pero por eso mismo son productivos, porque sugieren la necesidad de encontrar una vuelta de tuerca propia.”
Cuenta el poeta, traductor y editor Patricio Grinberg: “Disfruté muchísimo traduciendo a Cage. Fue un proceso lúdico, divertido, entretenido. Yo ya venía traduciendo cosas sueltas para mí y este (Indeterminación 1) fue el primer libro que traduje entero. Es un texto basado en conferencias de 1 minuto que daba Cage en un momento de su vida. Y por eso trate de trasladar mucho su voz. Gran parte de la obra de Cage es muy experimental y esté muy alejado de lo que sería el canon literario contemporáneo y sin embargo es un autor con vigencia. Supongo que tiene que ver con su prestigio como músico. De todas maneras, su escritura ocupa un lugar tan importante como la música. Y es así porque cualquier de sus expresiones artísticas forman parte de un proyecto que desborda el arte y tiene que ver con una ética, con un plantarse frente al mundo, una forma de vivir y pensar. Tanto su música como su escritura son extensiones de este planteo y actitud muy lúcida. Cage es un proyecto de vida.”
No hay un Cage escritor y un Cage músico (o viceversa): se trata de un flujo esencial que lo recorre todo de un modo inventivo incluso en zonas donde no sabe bien cuáles son las reglas de juego. A Cage no le importa, Cage juega igual, Cage se la juega. Dice Pablo Gianera: “Es probable que Cage pensara inicialmente su escritura en palabras como una justificación de su música, un poco a la manera de Robert Schumann en el siglo XIX. Pero se dio cuenta enseguida (igual que Schumann) de que esa justificación no podía desentenderse de su puesta en forma. Dicho de otra manera: que la cuestión no era explicar un mundo musical sino encontrar un correlato de ese mundo con palabras. Eso hizo. Y al hacerlo inventó una escritura que ya no justificaba ninguna otra cosa, sino que se justificaba a sí misma. Puede resultar paradójico, o directamente cómico, decir que Cage fue un artista sistemático. Pero estoy convencido de que lo fue. No hay en el arte contemporáneo (musical o no) un artista cuya poética sea más consecuente que la cageana. Es posible, y muy fácil, no estar de acuerdo con ella, pero para refutarla es necesario examinarla a esa luz musical también. No hay una sola palabra en los escritos de Cage que no esté probada con su música, puesta a prueba en su música, o que no sea ella misma música.”
De algún lado proviene la escritura de Cage, y de ahí se volvió en lo que conocemos y aparece en sus libros. Explica Matías Battistón (que tradujo M y sale en breve por Interzona): “Para Cage, escribir era una manera de explicar sus métodos y de ponerlos en práctica al mismo tiempo. Según él, empezó a redactar conferencias y artículos, que incluyó en muchos de sus libros, porque nadie parecía entender los experimentos que hacía como compositor, pero esas mismas conferencias y artículos se convirtieron enseguida en vehículos para experimentar también. Después de unos años, directamente se volvió imposible trazar una línea prolija que dividiera sus escritos de sus composiciones o sus actuaciones: sus conferencias eran performances que eran poemas y que eran música, como un largo himno a la mezcolanza. El hecho de que Cage fuera un aforista y anecdotista nato hacen que muchos de sus textos sean accesibles para cualquiera, y quizá mejores cartas de presentación que gran parte de sus composiciones. Es más fácil que se te quede grabada en la mente una frase de Cage que una melodía suya. Cuesta menos citar sus palabras que tararear 4′33″. Dicho sea esto, los fanáticos de no entender también van a encontrar mucho para disfrutar en sus libros, desde luego. Su legado es enorme. Todo el que escriba un texto y lo publique justamente porque no estar muy seguro del resultado le debe algo al espíritu de Cage.”
Cartas, poemas, conferencias sobre “nada”, y demás formas que fueron adquiriendo los experimentos de John Cage con la palabra. Pero son experimentos que intenta crear nuevos puentes de conexión con las personas. Es alguien que no busca expulsar a nadie de la sala (ni del libro), solo desea que se le preste atención a cosas que generalmente pasan desapercibidas. “Amo a los sonidos tal cual son, no tienen que remitirme a ninguna emoción ni experiencia personal, amo a los sonidos por lo que son en sí mismo”, dijo alguna vez en un documental. John Cage es un científico loco pero que en el fondo (o adelante) de sus experimentos quiere convertir la irritación en placer.
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